31 de marzo de 2020.
MARTES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 8, 21-30.
“Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que yo soy”.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
¡Buenos días!
Décimo séptimo día de confinamiento. Parece que fue ayer cuando esta pesadillo comenzó, mucho ánimo porque de todo esto, como siempre digo tenemos que sacar una enseñanza para nuestra vida. Habíamos llegado a un ritmo, a un punto, en el que como Adán y Eva queríamos ser más poderosos que el propio Dios. Es más, hemos llegado a pensar que podíamos dominarlo todo y que prácticamente Dios no nos hacía falta. Por desgracia hemos tenido que sufrir una pandemia como la que estamos atravesando para darnos cuenta de la necesidad que tenemos unos de otros, para darnos cuenta de la necesidad que tenemos de humildad y sencillez, para darnos cuenta de que Dios debe estar a nuestro lado; incluso, ha llegado esta pandemia para que veamos que hemos sido tan individualistas, todo este tiempo, pensando y viviendo sólo por y para nosotros mismos que ahora, empezamos a conocer a nuestros vecinos. Ojalá que todo esto nos una más a Dios y a todos los hermanos y hermanas que tenemos a nuestro alrededor.
Pero vayamos al Evangelio de hoy que nos presenta Juan. Como podemos ver, Jesús era un enigma para los judíos, que no acababan de descifrar su identidad. Ellos lo juzgaban desde ‘abajo’, desde su conocimiento, desde sus creencias, desde sus pecados e inmundicias, y claro, así, les resultaba desconcertante; su origen y su destino eran objeto de frecuentes controversias que no aclaraban nada. Partiendo de los criterios de siempre no era posible discernir la sorprendente novedad de Cristo, de su mensaje, de su amor hacia todos los hombres. ¿No nos ocurre esto mismo a nosotros? ¿No tratamos de vivir a Dios desde nuestro conocimiento, desde “nuestra verdad”, desde “nuestros principios”? Nuestra verdad, nuestros principios, poco o nada tienen que ver con este Dios Amor y Misericordia que nos presenta Jesús. Poco o nada tienen que ver con los principios de Dios y que nos ponen cada día ante la controversia de tener que decidir si cumplir con sus preceptos o dejarnos llevar por los de la sociedad de nuestro tiempo que, en muchas ocasiones, poco o nada tienen que ver con los de Dios.
Tanto para los judíos como para nosotros, cada uno desde su propia realidad, era y es necesario situarse en otro plano. Debemos contemplar al Hijo del Hombre desde ‘arriba’, desde la fe, desde la perspectiva de Dios.
Era y es necesario dejar a un lado ‘lo de siempre’ y abrirse a lo nuevo y prometedor. Era y es necesario recibir, con un corazón bien dispuesto, aquella Buena Noticia que traía de parte de Dios un hombre sin ningún poder, pero dotado de una impresionante autoridad: la de su palabra luminosa y penetrante. Una autoridad que, también, le otorga el ser Hijo de Dios, esa autoridad que le viene a Jesús por su estrecha relación con el Padre. Una relación, una comunión entre el Padre y el Hijo que a nosotros nos hacer ser hijos e hijas de Dios en Cristo.
Pero no podemos olvidar que ese ser hijos e hijas de Cristo nos tiene que motivar a ser testigos del amor de Dios en nuestra vida. Nos tiene que llevar a dar nuestra vida por hacer presente en medio de nuestro mundo la Palabra de Dios. Vivimos en una sociedad fragmentada, rota y herida por la violencia, por la falta de expectativas positivas, de horizontes (que dice la psicología); una sociedad rota por la injusticia y el desamor o por el sufrimiento (sólo debemos analizar los meses que estamos viviendo y los que nos quedan por vivir para darnos cuenta de el sufrimiento por el que atraviesa tanta gente: sanitarios que ven morir enfermos sin medida, familiares que no pueden despedirse de sus seres queridos, impotencia ante la falta de recursos, personas que pierden su poca estabilidad económica…) Y ante esta situación, ante esta realidad rota nosotros debemos ser un rayo de esperanza, puesto que somos hijos de Dios, creemos en Aquel “que Es”, aquél que hoy nos ha recordado: “Yo soy”. Participar del ser hijos de Dios debe hacernos sentirnos parte de un misterio de Amor que incluye a toda la humanidad, sin excepción alguna. Debe llevarnos a respetar a cada ser humano como Cristo nos respeta a nosotros, debe llevarnos a dar nuestra vida por todos. Esto, debe llevarnos a vivir la Escucha del Espíritu en nuestro corazón y descubrir a Dios en todas las realidades y personas que nos rodean, incluso en estos momentos límite como los que vivimos o como los que el propio Cristo tuvo que padecer por amor a nosotros. Necesitamos vivir atentos a la Palabra de Dios, a descubrirle en nuestro día a día. Esto debe llevarnos a saber dar nuestra vida por el Evangelio y ponernos en disposición de aceptar la Voluntad de Dios en nuestra vida como hizo María el día de la Anunciación y, además, a disposición de nuestros hermanos más necesitados.
En definitiva, el Evangelio de Juan, de este día, nos mueve a descubrir la Cruz de Cristo en nuestra vida, a saber que en ella está la salvación de todos nosotros y el máximo ideal al que debemos aspirar.
RECUERDA:
En la cruz está la salvación y la imagen de nuestras contrariedades. ¿La acogemos con agrado en nuestra vida?
1.- ¿Desde dónde miro yo a Dios desde “abajo”, desde mi mentalidad, mi pecado y mis limitaciones, como hacían los judíos o desde “arriba” como Cristo me propone para saber aceptar su voluntad en mi vida?
2.- ¿Acepto la Cruz de Cristo como ejemplo de vida entregada a él y a los demás?
3.- ¿Encuentro en esta Cruz de Cristo mi salvación? Si es así ¿por qué no la abrazo yo también como hizo él? ¿Qué me lo impide?
¡Ayúdame, Señor, a reconocer en ti que “Tú eres” el Mesías, el predilecto de Dios, el Hijo Amado en quién nosotros, también, somos hijos suyos!
30 de marzo de 2020.
LUNES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 8, 1-11.
“Yo tampoco te condeno”.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
¡Buenos días!
Décimo sexto día de confinamiento. Ánimo que esto empieza a ser pan comido, pronto veremos como el tan afanado “pico de los contagios” llega a nuestras vidas. Hasta ese momento sigamos aportando lo mejor de nosotros mismo: quedarnos en casa con espíritu de oración, alegría y confianza en el Señor. Sabiendo que esto pasará, pero a parte de que pase, tenemos que intentar aprender todo lo bueno que esto pueda dejarnos en nuestras vidas si no, tristemente, esto no habrá valido de nada.
En cuanto a las lecturas de hoy se nos presentan dos mismos casos: el adulterio. Por una parte, el de Susana, acusada falsa e injustamente, como podemos leer en la primera lectura del día de hoy. Frente a esta acusación ella solo puede adoptar dos actitudes: ser fiel a Dios y a la ley, o salvar su vida. ¿Cuál elegiríamos nosotros? Ella lo tiene claro elige la primera poniendo toda su confianza en Dios que le hará justicia. No podemos olvidar ni obviar que la confianza en Dios es lo que verdaderamente nos ayuda a ser fieles a su voluntad. Ella es una clara demostración de esta entrega al Señor.
¡Cuántas veces nos vemos en situaciones muy difíciles, en pruebas muy duras en las que parece que Dios no escucha nuestras plegarias! Incluso caemos en la desesperación y en el desánimo, caemos en la duda, en el miedo y en la sensación de sentirnos abandonados por Aquél que tanto nos ama, siendo éste un error inmenso que nos lleva a caer en el desasosiego. Sin embargo, esta primera lectura nos invita a ver que, en los momentos más adversos, en los más difíciles, es cuando tenemos que confiar más en Dios. Nos dice el texto que cuando ya estaba todo perdido, cuando ya habían condenado a Susana a muerte, ella oró gritando y Dios la escuchó. Tengamos la plena seguridad de que Dios siempre llega a tiempo. Tengamos siempre la plena seguridad de que Dios no nos abandona jamás.
Por otra parte, tenemos el adulterio de esta mujer que nos relata san Juan en su evangelio. Un adulterio que nos permite ver dos formas de actuar: por una parte, la de los letrados y fariseos, que se convierten en jueces y acusadores de esta mujer adúltera. La señalan y condenan como pecadora, ellos que precisamente tenían una vida, como la de cualquiera de nosotros, llena de pecados y debilidades. Por otra parte, tenemos la actitud de Cristo: ¡NO CONDENA! es más, no sólo no condena, sino que ¡SALVA! Jesús perdona y salva a la mujer adultera sin condenarla, lo único que le pide es que no peque más. ¿Cuál de las dos actitudes se asemeja más a nuestra manera de actuar? ¿Con qué forma de ser te asemejas más: juzgas y condenas a los que te rodean sin darte cuenta de tus propios pecados y debilidades o perdonas y ayudas a los demás a que no pequen más?
Hoy se nos invita a que nos demos cuenta de que en muchas ocasiones tenemos una habilidad impresionante para torcer las cosas y creernos justos, cuando en realidad no lo somos. Muchas veces caemos en el error de juzgar a los demás siendo totalmente injustos. Siempre he dicho y me reafirmo que nosotros, cada uno de los que estamos en esta vida, podremos llegar a juzgar a los demás cuando nuestro corazón sea tan misericordioso y generoso como el de Dios, mientras tanto no se nos puede ocurrir juzgar a los demás.
Es a esto, precisamente a lo que Cristo nos llama hoy: a atrevernos a sumergirnos en lo más profundo de nuestro corazón y darnos cuenta de que no estamos exentos de pecado, de que no somos mejores que el que tenemos al lado, que veamos que nuestro corazón también está enfermo y necesita ser curado. Más de una vez hemos juzgado sin misericordia y más de una vez nuestros juicios han sido erróneos. Por eso debemos preguntarnos: ¿vivo en mi vida el perdón y la misericordia de Dios? Puesto que no podemos olvidar que una persona que vive ese amor, esa cercanía de Dios, ese perdón y esa misericordia en su vida no puede JAMÁS, BAJO NINGÚN CONCEPTO, ni criticar, ni comentar, ni juzgar nada de la vida de los demás. La calumnia, los dimes y diretes, los juicios contra los demás son un pecado grande, en el que todos caemos sin darnos cuenta. Son una falta no sólo de humildad sino de amor a los demás. Es cierto, gracias a Dios, que no matamos físicamente a nadie, pero ¿habéis pensado que con nuestra lengua también matamos a la gente a causa de nuestros comentarios, juicios y críticas? Hoy es un gran momento para reflexionar sobre este tema y aprovechar este tiempo de profunda Cuaresma para desterrar este pecado tan presente en nuestro día a día.
RECUERDA:
Por una parte, como le sucedió a Susana, es posible que se nos presenten ocasiones en los que tengamos que elegir entre ser fieles a Dios o ser fieles al mundo para salvar nuestra reputación. Como somos débiles, necesitamos estar arraigados en la oración, meditar la Palabra de Dios, acudir asiduamente a la Eucaristía y al sacramento de la Reconciliación, para que a la hora de la prueba o de la tentación nos podamos mantener firmes siendo fieles a Dios.
Recuerda también estas palabras de Jesús: “Yo tampoco te condeno”. Grábalas en tu corazón para que experimentemos y practiquemos en nuestra vida la Misericordia de Dios.
1.- ¿Qué actitud adoptamos en nuestra vida: ser fieles a Dios o salvaguardar nuestra vida y reputación mirando nuestro beneficio por encima del de los demás?
2.- ¿Qué actitud adoptamos en nuestra vida la de los fariseos y letrados que juzgan siempre a los demás o la de Cristo que no sólo no juzga ni condena, sino que, además, ofrece la salvación?
3.- ¿Estoy íntimamente unido a Dios en mi vida mediante la oración, asistencia a los sacramentos, etc. para no caer en estas tentaciones y así experimentar y practicar la misericordia de Dios en mi vida y con los demás?
¡Ayúdame, Señor, a EXPERIMENTAR y PRACTICAR SIEMPRE TU MISERICORDIA EN MI VIDA!
LUNES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 8, 1-11.
“Yo tampoco te condeno”.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
¡Buenos días!
Décimo sexto día de confinamiento. Ánimo que esto empieza a ser pan comido, pronto veremos como el tan afanado “pico de los contagios” llega a nuestras vidas. Hasta ese momento sigamos aportando lo mejor de nosotros mismo: quedarnos en casa con espíritu de oración, alegría y confianza en el Señor. Sabiendo que esto pasará, pero a parte de que pase, tenemos que intentar aprender todo lo bueno que esto pueda dejarnos en nuestras vidas si no, tristemente, esto no habrá valido de nada.
En cuanto a las lecturas de hoy se nos presentan dos mismos casos: el adulterio. Por una parte, el de Susana, acusada falsa e injustamente, como podemos leer en la primera lectura del día de hoy. Frente a esta acusación ella solo puede adoptar dos actitudes: ser fiel a Dios y a la ley, o salvar su vida. ¿Cuál elegiríamos nosotros? Ella lo tiene claro elige la primera poniendo toda su confianza en Dios que le hará justicia. No podemos olvidar ni obviar que la confianza en Dios es lo que verdaderamente nos ayuda a ser fieles a su voluntad. Ella es una clara demostración de esta entrega al Señor.
¡Cuántas veces nos vemos en situaciones muy difíciles, en pruebas muy duras en las que parece que Dios no escucha nuestras plegarias! Incluso caemos en la desesperación y en el desánimo, caemos en la duda, en el miedo y en la sensación de sentirnos abandonados por Aquél que tanto nos ama, siendo éste un error inmenso que nos lleva a caer en el desasosiego. Sin embargo, esta primera lectura nos invita a ver que, en los momentos más adversos, en los más difíciles, es cuando tenemos que confiar más en Dios. Nos dice el texto que cuando ya estaba todo perdido, cuando ya habían condenado a Susana a muerte, ella oró gritando y Dios la escuchó. Tengamos la plena seguridad de que Dios siempre llega a tiempo. Tengamos siempre la plena seguridad de que Dios no nos abandona jamás.
Por otra parte, tenemos el adulterio de esta mujer que nos relata san Juan en su evangelio. Un adulterio que nos permite ver dos formas de actuar: por una parte, la de los letrados y fariseos, que se convierten en jueces y acusadores de esta mujer adúltera. La señalan y condenan como pecadora, ellos que precisamente tenían una vida, como la de cualquiera de nosotros, llena de pecados y debilidades. Por otra parte, tenemos la actitud de Cristo: ¡NO CONDENA! es más, no sólo no condena, sino que ¡SALVA! Jesús perdona y salva a la mujer adultera sin condenarla, lo único que le pide es que no peque más. ¿Cuál de las dos actitudes se asemeja más a nuestra manera de actuar? ¿Con qué forma de ser te asemejas más: juzgas y condenas a los que te rodean sin darte cuenta de tus propios pecados y debilidades o perdonas y ayudas a los demás a que no pequen más?
Hoy se nos invita a que nos demos cuenta de que en muchas ocasiones tenemos una habilidad impresionante para torcer las cosas y creernos justos, cuando en realidad no lo somos. Muchas veces caemos en el error de juzgar a los demás siendo totalmente injustos. Siempre he dicho y me reafirmo que nosotros, cada uno de los que estamos en esta vida, podremos llegar a juzgar a los demás cuando nuestro corazón sea tan misericordioso y generoso como el de Dios, mientras tanto no se nos puede ocurrir juzgar a los demás.
Es a esto, precisamente a lo que Cristo nos llama hoy: a atrevernos a sumergirnos en lo más profundo de nuestro corazón y darnos cuenta de que no estamos exentos de pecado, de que no somos mejores que el que tenemos al lado, que veamos que nuestro corazón también está enfermo y necesita ser curado. Más de una vez hemos juzgado sin misericordia y más de una vez nuestros juicios han sido erróneos. Por eso debemos preguntarnos: ¿vivo en mi vida el perdón y la misericordia de Dios? Puesto que no podemos olvidar que una persona que vive ese amor, esa cercanía de Dios, ese perdón y esa misericordia en su vida no puede JAMÁS, BAJO NINGÚN CONCEPTO, ni criticar, ni comentar, ni juzgar nada de la vida de los demás. La calumnia, los dimes y diretes, los juicios contra los demás son un pecado grande, en el que todos caemos sin darnos cuenta. Son una falta no sólo de humildad sino de amor a los demás. Es cierto, gracias a Dios, que no matamos físicamente a nadie, pero ¿habéis pensado que con nuestra lengua también matamos a la gente a causa de nuestros comentarios, juicios y críticas? Hoy es un gran momento para reflexionar sobre este tema y aprovechar este tiempo de profunda Cuaresma para desterrar este pecado tan presente en nuestro día a día.
RECUERDA:
Por una parte, como le sucedió a Susana, es posible que se nos presenten ocasiones en los que tengamos que elegir entre ser fieles a Dios o ser fieles al mundo para salvar nuestra reputación. Como somos débiles, necesitamos estar arraigados en la oración, meditar la Palabra de Dios, acudir asiduamente a la Eucaristía y al sacramento de la Reconciliación, para que a la hora de la prueba o de la tentación nos podamos mantener firmes siendo fieles a Dios.
Recuerda también estas palabras de Jesús: “Yo tampoco te condeno”. Grábalas en tu corazón para que experimentemos y practiquemos en nuestra vida la Misericordia de Dios.
1.- ¿Qué actitud adoptamos en nuestra vida: ser fieles a Dios o salvaguardar nuestra vida y reputación mirando nuestro beneficio por encima del de los demás?
2.- ¿Qué actitud adoptamos en nuestra vida la de los fariseos y letrados que juzgan siempre a los demás o la de Cristo que no sólo no juzga ni condena, sino que, además, ofrece la salvación?
3.- ¿Estoy íntimamente unido a Dios en mi vida mediante la oración, asistencia a los sacramentos, etc. para no caer en estas tentaciones y así experimentar y practicar la misericordia de Dios en mi vida y con los demás?
¡Ayúdame, Señor, a EXPERIMENTAR y PRACTICAR SIEMPRE TU MISERICORDIA EN MI VIDA!
29 de marzo de 2020.
DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45.
“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto?”.
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
¡Buenos días!
Décimo quinto día de confinamiento. Las medidas, han dicho nuestros gobernantes se endurecen ante lo que parece ser: que estamos llegando al tan famoso y afanado “pico de la ola”. Todo sea para bien. Lo estamos consiguiendo, no cabe duda, y esto está siendo esfuerzo de todos. Recemos por todos los enfermos, por todos los que han fallecido, por sus familiares y amigos que no han podido despedirse de ellos. Pidamos, como no, por todos los profesionales que están trabajando estos días par que nunca nos falte de nada: desde alimentos, hasta fármacos, bonos del bus para los que tienen que ir a trabajar y, como no, por todos aquellos que velan por nuestra salud y seguridad.
Este domingo la liturgia, con sus lecturas, nos pone de cara al problema para el que los humanos no tenemos solución: la muerte. Pero, por suerte, nos adelanta la respuesta: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, nos ha dicho Jesús, vaya esto por delante para poder respirar tranquilos. No cabe duda que vivimos unos momentos, donde esto lo tenemos muy presente. Dios siempre tiene una palabra de consuelo para todos nosotros y por eso podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que este Evangelio no es simplemente un rayo de luz en esta Cuaresma sino también en estos duros momentos que estamos atravesando que, también, son una verdadera Cuaresma.
De todos modos, seguimos avanzando hacia la Pascua. Y este tiempo de preparación, que ya va tocando a su fin, exige de nosotros una reflexión seria y profunda sobre la cuestión de la vida y de la muerte. Cuanto más nos acercamos a la Semana Santa, tanto más intensamente debemos concentrarnos sobre este punto: el problema de la vida y de la muerte, en todos sus aspectos y en todas sus consecuencias.
El Evangelio de Juan nos presenta a un Jesús que también pasa por esta circunstancia, un Jesús que también vive el dolor de la muerte con su amigo Lázaro. Siempre me ha conmovido ver llorar a Jesús. Para él el dolor humano no es algo ajeno, lo hace suyo y hoy se ve como sufre cuando los que le rodean sufren. Ver llorar a Jesús por nuestros problemas me conmueve, me ablanda y hace que me sienta querido y protegido por quien sé que bien me ama. Como podemos analizar con este evangelio el tema de la muerte no le es ajeno a nadie, ni siquiera a nuestro Dios, por eso no me extraña que Él mismo se defina como un Dios de vivos y no de muertos. Dios infunde vida, esperanza, alegría y nunca infundirá desdenes, problemas, penas ni enfermedades. ¡Vida, Dios es siempre Vida!
Como pudimos ver en domingos anteriores, Jesús se nos ha presentado como la mejor propuesta para el hombre herido por la sed, la insatisfacción y la ceguera. Él, en persona, es el agua que sacia nuestros deseos más profundos y la luz que ilumina nuestras noches. Ante la herida de la muerte y de la vida, hoy nos dirá: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?”. Y su palabra no es afirmación dicha al aire, sino Palabra hecha vida.
Si os acordáis, cuando empezamos la Cuaresma os invité a redescubrir en ella nuestro bautismo, nuestro itinerario de fe. Pues bien, los tres momentos de ese itinerario -conversión, iluminación, comunión- quedan claramente destacados a través de estos tres domingos que hemos vivido. La samaritana es, sobre todo, conversión; el ciego de nacimiento es iluminación; la resurrección de Lázaro destaca la vida nueva que nos viene de la comunión con el Señor muerto y resucitado.
¿Estamos recorriendo este camino de VOLVER A JESÚS, ILUMINARNOS POR JESÚS Y VIVIR CON JESÚS?
En este período de Cuaresma se nos formula un reto, concretamente hoy, Jesús nos está llamando a salir de las tinieblas, casi nos obliga (puesto que no quiere nuestro sufrimiento) a salir de la tumba en la que estamos inmersos a causa de nuestros pecados. Nos llama a salir de la oscuridad de la prisión en la que vivimos a causa de nuestro egoísmo, recelos, envidia, pecado, falta de amor, de perdón, vida falsa, mediocre… Jesús quiere que disfrutemos de la vida en la libertad auténtica y por eso, como a Lázaro nos resucita sacándonos de nuestras inmundicias, dándonos la solución a nuestros problemas: “Yo soy la resurrección y la vida”. Si él es la Vida ¿por qué nos obcecamos en buscarla fuera de Cristo? ¿Por qué vivimos empeñados en vivir lejos de su voluntad y de su luz? ¿Por qué vivimos instalados en la falta de amor a los demás, incluso, a Dios mismo?
RECUERDA:
Nuestra resurrección comienza en este momento. En el momento en el que decidimos obedecer este mandamiento de Jesús: acogernos a él como nuestra Vida y Resurrección. Dejando de lado las “vendas” del orgullo y autosatisfacción; las vendas de la soberbia y de la envidia; de la falta de perdón y de amor hacia los demás; las “vendas” del odio, del recelo, de la envidia y de la vanidad.
El gesto de Jesús resucitando a su amigo Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la gracia de Dios. No podemos olvidar que no existe límite alguno para la misericordia divina ofrecida por Dios a TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES DE ESTE MUNDO.
1.- ¿Creo que Jesús es la Resurrección y la Vida?
2.- ¿Reconozco las vendas que me atan en este mundo y me impiden vivir en la libertad que Dios quiere para mí?
3.- ¿Estoy dispuesto a buscar mi vida sólo en Cristo llevando a cabo todo lo que ello supone?
¡Ayúdame, Señor, a no dudar jamás que tú eres la RESURRECCIÓN y la VIDA!
DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45.
“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto?”.
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
«Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
«¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
«Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
¡Buenos días!
Décimo quinto día de confinamiento. Las medidas, han dicho nuestros gobernantes se endurecen ante lo que parece ser: que estamos llegando al tan famoso y afanado “pico de la ola”. Todo sea para bien. Lo estamos consiguiendo, no cabe duda, y esto está siendo esfuerzo de todos. Recemos por todos los enfermos, por todos los que han fallecido, por sus familiares y amigos que no han podido despedirse de ellos. Pidamos, como no, por todos los profesionales que están trabajando estos días par que nunca nos falte de nada: desde alimentos, hasta fármacos, bonos del bus para los que tienen que ir a trabajar y, como no, por todos aquellos que velan por nuestra salud y seguridad.
Este domingo la liturgia, con sus lecturas, nos pone de cara al problema para el que los humanos no tenemos solución: la muerte. Pero, por suerte, nos adelanta la respuesta: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, nos ha dicho Jesús, vaya esto por delante para poder respirar tranquilos. No cabe duda que vivimos unos momentos, donde esto lo tenemos muy presente. Dios siempre tiene una palabra de consuelo para todos nosotros y por eso podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que este Evangelio no es simplemente un rayo de luz en esta Cuaresma sino también en estos duros momentos que estamos atravesando que, también, son una verdadera Cuaresma.
De todos modos, seguimos avanzando hacia la Pascua. Y este tiempo de preparación, que ya va tocando a su fin, exige de nosotros una reflexión seria y profunda sobre la cuestión de la vida y de la muerte. Cuanto más nos acercamos a la Semana Santa, tanto más intensamente debemos concentrarnos sobre este punto: el problema de la vida y de la muerte, en todos sus aspectos y en todas sus consecuencias.
El Evangelio de Juan nos presenta a un Jesús que también pasa por esta circunstancia, un Jesús que también vive el dolor de la muerte con su amigo Lázaro. Siempre me ha conmovido ver llorar a Jesús. Para él el dolor humano no es algo ajeno, lo hace suyo y hoy se ve como sufre cuando los que le rodean sufren. Ver llorar a Jesús por nuestros problemas me conmueve, me ablanda y hace que me sienta querido y protegido por quien sé que bien me ama. Como podemos analizar con este evangelio el tema de la muerte no le es ajeno a nadie, ni siquiera a nuestro Dios, por eso no me extraña que Él mismo se defina como un Dios de vivos y no de muertos. Dios infunde vida, esperanza, alegría y nunca infundirá desdenes, problemas, penas ni enfermedades. ¡Vida, Dios es siempre Vida!
Como pudimos ver en domingos anteriores, Jesús se nos ha presentado como la mejor propuesta para el hombre herido por la sed, la insatisfacción y la ceguera. Él, en persona, es el agua que sacia nuestros deseos más profundos y la luz que ilumina nuestras noches. Ante la herida de la muerte y de la vida, hoy nos dirá: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?”. Y su palabra no es afirmación dicha al aire, sino Palabra hecha vida.
Si os acordáis, cuando empezamos la Cuaresma os invité a redescubrir en ella nuestro bautismo, nuestro itinerario de fe. Pues bien, los tres momentos de ese itinerario -conversión, iluminación, comunión- quedan claramente destacados a través de estos tres domingos que hemos vivido. La samaritana es, sobre todo, conversión; el ciego de nacimiento es iluminación; la resurrección de Lázaro destaca la vida nueva que nos viene de la comunión con el Señor muerto y resucitado.
¿Estamos recorriendo este camino de VOLVER A JESÚS, ILUMINARNOS POR JESÚS Y VIVIR CON JESÚS?
En este período de Cuaresma se nos formula un reto, concretamente hoy, Jesús nos está llamando a salir de las tinieblas, casi nos obliga (puesto que no quiere nuestro sufrimiento) a salir de la tumba en la que estamos inmersos a causa de nuestros pecados. Nos llama a salir de la oscuridad de la prisión en la que vivimos a causa de nuestro egoísmo, recelos, envidia, pecado, falta de amor, de perdón, vida falsa, mediocre… Jesús quiere que disfrutemos de la vida en la libertad auténtica y por eso, como a Lázaro nos resucita sacándonos de nuestras inmundicias, dándonos la solución a nuestros problemas: “Yo soy la resurrección y la vida”. Si él es la Vida ¿por qué nos obcecamos en buscarla fuera de Cristo? ¿Por qué vivimos empeñados en vivir lejos de su voluntad y de su luz? ¿Por qué vivimos instalados en la falta de amor a los demás, incluso, a Dios mismo?
RECUERDA:
Nuestra resurrección comienza en este momento. En el momento en el que decidimos obedecer este mandamiento de Jesús: acogernos a él como nuestra Vida y Resurrección. Dejando de lado las “vendas” del orgullo y autosatisfacción; las vendas de la soberbia y de la envidia; de la falta de perdón y de amor hacia los demás; las “vendas” del odio, del recelo, de la envidia y de la vanidad.
El gesto de Jesús resucitando a su amigo Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la gracia de Dios. No podemos olvidar que no existe límite alguno para la misericordia divina ofrecida por Dios a TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES DE ESTE MUNDO.
1.- ¿Creo que Jesús es la Resurrección y la Vida?
2.- ¿Reconozco las vendas que me atan en este mundo y me impiden vivir en la libertad que Dios quiere para mí?
3.- ¿Estoy dispuesto a buscar mi vida sólo en Cristo llevando a cabo todo lo que ello supone?
¡Ayúdame, Señor, a no dudar jamás que tú eres la RESURRECCIÓN y la VIDA!
28 de marzo de 2020.
SÁBADO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 7, 40-53.
“Jamás ha hablado nadie como ese hombre”.
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían:
«Este es de verdad el profeta».
Otros decían:
«Este es el Mesías».
Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
«¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron:
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».
Los fariseos les replicaron:
«También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron:
«¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas».
Y se volvieron cada uno a su casa.
¡Buenos días!
Décimo cuarto día de confinamiento. Primeras dos semanas de vida monacal impuesta ante la adversidad. Dos semanas colaborando discretamente en parar a este maldito virus. ¡Lo vamos a conseguir, no hay que dudar!
Este sábado el evangelio nos lleva a redundar en la misma idea que apuntábamos ayer, la contradicción que levanta Jesús en la vida de aquellos que le escuchan. Es una contradicción que, hay en día, a nosotros también se nos despierta en nuestra vida puesto que por una parte escuchamos y tenemos “impuestas” unas ideas, unos principios propios de la sociedad de nuestro momento y por la otra, escuchamos los principios e ideas que Jesús quiere que vivíamos ¿no son contradictorios?
Jesús nos invita a abrir nuestras vidas a su voluntad y a amar a los demás dándolo todo por todos. Nuestra sociedad nos llama a vivir para conseguir todo aquello que nos propongamos, puesto que nos lo merecemos todo, debemos ser siempre los mejores y llegar los primeros a todos los sitios, casi casi, olvidándonos de los demás ¿Vives esta dicotomía en tu vida?
Este mismo escándalo y contradicción lo vemos en el Evangelio de Juan. Vemos como el mensaje de Jesús es siempre descalificado, por esta causa, por aquellos que ostentan el poder. La autoridad del Hijo de Dios desconcierta y escandaliza quienes esperan un Mesías al servicio de los intereses del “poder”. Sin embargo, las Palabras de Jesús son recibidas como Buena Noticia por todos aquellos a los que el poder desprecia: los insignificantes, excluidos y excluidas. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿No nos crea contradicción, por ejemplo, las palabras de Jesús que dicen que ama tanto pecadores como a no pecadores? ¿No nos “rechina” el saber que Dios hace salir el sol, de la misma manera, sobre justos e injustos? ¿Y la afirmación: “los ladrones y prostitutas os precederán en el Reino de los cielos? ¿No escapa esto a nuestra lógica? A nosotros que nos consideramos buenos, que nos consideramos hijos predilectos, fieles a sus palabras ¿nos va a preceder un pecador en el Reino de los Cielos? ¿Entendemos que Jesús deje a las noventa y nueve ovejas solas para ir a buscar a una sola que, además, se ha extraviado? Esta es la contradicción propia de aquellos que intentamos integrar en nuestra vida el mensaje de Cristo, esta contradicción es la que nos lleva a cuestionarnos, cada día, qué debemos hacer y eso, a su vez, nos lleva a orar, escuchar y permanecer en Cristo para conseguir optar siempre por la opción de Dios, por la opción de los pobres y necesitados.
Una opción que nos puede llevar a sentir, también a nosotros, esa soledad que vivió Jesús. Se rechazo, por parte de los que nos rodean, a nuestra manera de vivir. Unos la verán contracorriente, otra una manera “ingenua”, otros considerarán que “nos lavan el cerebro”, mil cosas; pero no podemos dejarnos llevar ni abatir por los comentarios y críticas de las personas que no ven con buenos ojos nuestras acciones como cristianos. Debemos permanecer en el Señor para poder vivir dándolo todo por los demás, de hecho, nos estamos dando cuenta, con esta crisis, la necesidad que tenemos unos de otros en este mundo. Esa es la opción de vida de Jesús y por la que nosotros debemos optar. Tenemos que fijarnos en cómo las Palabras de Jesús, su forma de relacionarse con los demás constituyen un gran aliento para quienes le rodean, para muchos son un foco de esperanza, pero para otros un desprecio, sobre todo para aquellos que se sienten por encima de los demás. ¿Entre quienes te encuentras tú?
RECUERDA:
Jesús se enfrenta al poder. La verdad del Padre es anterior a todas las dificultades que pretendan plantearle y ni el desaire ni la persecución pararán su andadura. Él sabe que está condenado, pero debe cumplir la voluntad del que le ha enviado. Así nos enseña que la llamada al servicio de Dios provoca enemistades y rechazos. Que defender el mensaje del Reino supone apostar por la verdad y por la misericordia. Que frente a las adversidades y descalificaciones que nos plantee el mundo, la semilla de la caridad y el amor a la verdad deben refrendarse con toda la sencillez y radicalidad que Dios nos pide. ¿Aceptamos el reto?
1.- ¿Me crea desconcierto la Palabra de Dios en mi vida?
2.- ¿Acojo este mensaje de Cristo para meditarlo en mi corazón y ponerlo en práctica?
3.- ¿Intento ser verdadero predicador de la Palabra de salvación que Jesús vino a traer a este mundo, especialmente para los más indefensos y necesitados?
¡Ayúdame, Señor, a llevar hacia delante esta misión!
SÁBADO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 7, 40-53.
“Jamás ha hablado nadie como ese hombre”.
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían:
«Este es de verdad el profeta».
Otros decían:
«Este es el Mesías».
Pero otros decían:
«¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?».
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa.
Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
«¿Por qué no lo habéis traído?».
Los guardias respondieron:
«Jamás ha hablado nadie como ese hombre».
Los fariseos les replicaron:
«También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos».
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Ellos le replicaron:
«¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas».
Y se volvieron cada uno a su casa.
¡Buenos días!
Décimo cuarto día de confinamiento. Primeras dos semanas de vida monacal impuesta ante la adversidad. Dos semanas colaborando discretamente en parar a este maldito virus. ¡Lo vamos a conseguir, no hay que dudar!
Este sábado el evangelio nos lleva a redundar en la misma idea que apuntábamos ayer, la contradicción que levanta Jesús en la vida de aquellos que le escuchan. Es una contradicción que, hay en día, a nosotros también se nos despierta en nuestra vida puesto que por una parte escuchamos y tenemos “impuestas” unas ideas, unos principios propios de la sociedad de nuestro momento y por la otra, escuchamos los principios e ideas que Jesús quiere que vivíamos ¿no son contradictorios?
Jesús nos invita a abrir nuestras vidas a su voluntad y a amar a los demás dándolo todo por todos. Nuestra sociedad nos llama a vivir para conseguir todo aquello que nos propongamos, puesto que nos lo merecemos todo, debemos ser siempre los mejores y llegar los primeros a todos los sitios, casi casi, olvidándonos de los demás ¿Vives esta dicotomía en tu vida?
Este mismo escándalo y contradicción lo vemos en el Evangelio de Juan. Vemos como el mensaje de Jesús es siempre descalificado, por esta causa, por aquellos que ostentan el poder. La autoridad del Hijo de Dios desconcierta y escandaliza quienes esperan un Mesías al servicio de los intereses del “poder”. Sin embargo, las Palabras de Jesús son recibidas como Buena Noticia por todos aquellos a los que el poder desprecia: los insignificantes, excluidos y excluidas. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿No nos crea contradicción, por ejemplo, las palabras de Jesús que dicen que ama tanto pecadores como a no pecadores? ¿No nos “rechina” el saber que Dios hace salir el sol, de la misma manera, sobre justos e injustos? ¿Y la afirmación: “los ladrones y prostitutas os precederán en el Reino de los cielos? ¿No escapa esto a nuestra lógica? A nosotros que nos consideramos buenos, que nos consideramos hijos predilectos, fieles a sus palabras ¿nos va a preceder un pecador en el Reino de los Cielos? ¿Entendemos que Jesús deje a las noventa y nueve ovejas solas para ir a buscar a una sola que, además, se ha extraviado? Esta es la contradicción propia de aquellos que intentamos integrar en nuestra vida el mensaje de Cristo, esta contradicción es la que nos lleva a cuestionarnos, cada día, qué debemos hacer y eso, a su vez, nos lleva a orar, escuchar y permanecer en Cristo para conseguir optar siempre por la opción de Dios, por la opción de los pobres y necesitados.
Una opción que nos puede llevar a sentir, también a nosotros, esa soledad que vivió Jesús. Se rechazo, por parte de los que nos rodean, a nuestra manera de vivir. Unos la verán contracorriente, otra una manera “ingenua”, otros considerarán que “nos lavan el cerebro”, mil cosas; pero no podemos dejarnos llevar ni abatir por los comentarios y críticas de las personas que no ven con buenos ojos nuestras acciones como cristianos. Debemos permanecer en el Señor para poder vivir dándolo todo por los demás, de hecho, nos estamos dando cuenta, con esta crisis, la necesidad que tenemos unos de otros en este mundo. Esa es la opción de vida de Jesús y por la que nosotros debemos optar. Tenemos que fijarnos en cómo las Palabras de Jesús, su forma de relacionarse con los demás constituyen un gran aliento para quienes le rodean, para muchos son un foco de esperanza, pero para otros un desprecio, sobre todo para aquellos que se sienten por encima de los demás. ¿Entre quienes te encuentras tú?
RECUERDA:
Jesús se enfrenta al poder. La verdad del Padre es anterior a todas las dificultades que pretendan plantearle y ni el desaire ni la persecución pararán su andadura. Él sabe que está condenado, pero debe cumplir la voluntad del que le ha enviado. Así nos enseña que la llamada al servicio de Dios provoca enemistades y rechazos. Que defender el mensaje del Reino supone apostar por la verdad y por la misericordia. Que frente a las adversidades y descalificaciones que nos plantee el mundo, la semilla de la caridad y el amor a la verdad deben refrendarse con toda la sencillez y radicalidad que Dios nos pide. ¿Aceptamos el reto?
1.- ¿Me crea desconcierto la Palabra de Dios en mi vida?
2.- ¿Acojo este mensaje de Cristo para meditarlo en mi corazón y ponerlo en práctica?
3.- ¿Intento ser verdadero predicador de la Palabra de salvación que Jesús vino a traer a este mundo, especialmente para los más indefensos y necesitados?
¡Ayúdame, Señor, a llevar hacia delante esta misión!
27 de marzo de 2020.
VIERNES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30.
“El Verdadero es el que me envía”.
En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
¡Buenos días!
Décimo tercer día de confinamiento, Avanzamos en este túnel donde poco a poco comenzaremos a ver su luz. La luz del túnel, digo, porque la de Cristo no se apaga nunca, él nos acompaña en cada momento. Sólo hace falta que nos dejemos acompañar. ¿Estamos dispuestos a ello?
Hoy me vais a perdonar que comience haciendo alusión a la primera lectura que la liturgia nos presenta. Es del libro de la Sabiduría. Y quiero haceros referencia a él porque este pasaje no os va a resultar extraño.
“Se decían los impíos, razonando equivocadamente:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso:
se opone a nuestro modo de actuar,
nos reprocha las faltas contra la ley
y nos reprende contra la educación recibida;
presume de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo de Dios.
Es un reproche contra nuestros criterios,
su sola presencia nos resulta insoportable.
Lleva una vida distinta de todos los demás
y va por caminos diferentes.
Nos considera moneda falsa
y nos esquiva como a impuros.
Proclama dichoso el destino de los justos
y presume de tener por padre a Dios …”
Como veis este pasaje de la primera lectura hace referencia a lo que le sucederá a Jesús. Puede incluso que, acertadamente, pensemos que es la misma actitud que muestran las autoridades judías con Jesús, pero ¿no es ésta nuestra actitud no sólo con el Hijo de Dios sino también con aquellos que intentan vivir una vida de fe y nos hacen plantearnos si nosotros lo estamos haciendo bien o no? Quiero decir: nosotros, también, corremos el riesgo de querer matar a todos aquellos que, con su buen hacer, con su buen estilo de vida ponen en jaque nuestros pensamientos, muchas veces equivocados, que nos alejan de Dios en muchas ocasiones. ¿Cuántas veces juzgamos a aquellos que siempre hacen el bien mal pensando que tienen algún interés oculto que les mueve a ello? ¿Cuántas veces no mal pensamos de los demás juzgando que actúan para limpiar sus conciencias? Eso les ocurría, también, a los judíos como vemos en la primera lectura de hoy, incluso a los que se consideraban “justos” en la sociedad. ¿Quién era nadie para decirles lo que debían hacer cuando ellos obraban siempre el bien? ¿Acaso Jesús tiene alguna autoridad para reprender nuestros actos y actitudes? Eso también lo pensamos nosotros, también actuamos así cuando acallamos la Palabra de Dios en nuestra vida porque denuncia que nuestras actitudes, actos y sentimientos no son los más adecuados si verdaderamente queremos actuar como Hijos de Dios que siguen sus pasos y cumplen su Voluntad. ¿Caemos nosotros en este error? ¿Cómo podemos mejorarlo y evitarlo?
Pero vayamos al Evangelio. Jesús es consciente de los diferentes posicionamientos que generan sus prácticas y sus predicaciones. Es consciente de cómo en torno a él se van cerrando una clase de acusaciones y críticas que acabaran con su muerte en la Cruz. Sin embargo, Jesús asume esta dimensión conflictiva del Evangelio, de su mensaje, de su Palabra y busca siempre modos de enseñarlo a los demás; de hecho, el evangelio de hoy nos dice: “subió a escondidas a Jerusalén”. No porque haya perdido la libertad, cosa que no ocurre nunca, sino porque no quiere perder la oportunidad de llegar, cada vez, a más gente. Siempre y en todo momento anunciará su mensaje con la libertad y la fuerza propia de Aquel que vive íntimamente unido al Padre. ¿Nos pasa eso a nosotros? No sólo que intentemos “matar” a Jesús, demos un paso más allá. Me refiero: ¿Actuamos nosotros con la misma libertad que Jesús dando a conocer su mensaje en una sociedad donde se juzga a todos aquellos que se definen como cristianos? Si nosotros llevamos una vida como la de Jesús seremos, también, un motivo por el que los demás no querrán escucharnos ya que pondremos en jaque sus ideales y sus formas de vida que, en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con el mensaje de Dios. ¿No es ese nuestro cometido? NUESTRO COMETIDO ES REFLEJAR A CRISTO Y ESO SIEMPRE CREARÁ CONFLICTO EN QUIEN QUIERE MATAR LAS NORMAS DEL AMOR SIN LÍMITE EN SUS VIDAS. Eso es dar testimonio de Cristo: MANIFESTAR SU AMOR EN CADA UNO DE NOSOTROS. Y eso pone de manifiesto que nuestra sociedad, en parte, no camina por la buena senda. Por eso es importante nuestra unión con Cristo para no dejarnos amedrantar, para no perder esa fuerza y esa libertad con la que Jesús predicaba.
RECUERDA:
La unión de Cristo con su Padre es tan grande que le permite siempre y en todo momento transparentar con sus gestos y palabra el Amor que Dios tiene a cada hombre y mujer sin excepción. La libertad de Jesús, como la nuestra, siempre tiene consecuencias que si estamos íntimamente unidos a Dios aceptaremos de buen grado porque sabemos que Él NUNCA NOS ABANDONA.
1.- ¿Intento “matar” a Cristo porque me hace ver mis incoherencias de vida?
2.- ¿Estoy íntimamente unido a Dios y dispuesto a entregar mi vida por cumplir el Evangelio siempre y en cada momento?
3.- ¿A qué consecuencias incomodas me reta hoy la libertad del Evangelio? ¿Las acepto?
¡Ayúdame, Señor, a saber permanecer en fidelidad cuando surgen los conflictos y dificultades!
VIERNES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30.
“El Verdadero es el que me envía”.
En aquel tiempo, recorría Jesús Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas.
Una vez que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
¡Buenos días!
Décimo tercer día de confinamiento, Avanzamos en este túnel donde poco a poco comenzaremos a ver su luz. La luz del túnel, digo, porque la de Cristo no se apaga nunca, él nos acompaña en cada momento. Sólo hace falta que nos dejemos acompañar. ¿Estamos dispuestos a ello?
Hoy me vais a perdonar que comience haciendo alusión a la primera lectura que la liturgia nos presenta. Es del libro de la Sabiduría. Y quiero haceros referencia a él porque este pasaje no os va a resultar extraño.
“Se decían los impíos, razonando equivocadamente:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso:
se opone a nuestro modo de actuar,
nos reprocha las faltas contra la ley
y nos reprende contra la educación recibida;
presume de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo de Dios.
Es un reproche contra nuestros criterios,
su sola presencia nos resulta insoportable.
Lleva una vida distinta de todos los demás
y va por caminos diferentes.
Nos considera moneda falsa
y nos esquiva como a impuros.
Proclama dichoso el destino de los justos
y presume de tener por padre a Dios …”
Como veis este pasaje de la primera lectura hace referencia a lo que le sucederá a Jesús. Puede incluso que, acertadamente, pensemos que es la misma actitud que muestran las autoridades judías con Jesús, pero ¿no es ésta nuestra actitud no sólo con el Hijo de Dios sino también con aquellos que intentan vivir una vida de fe y nos hacen plantearnos si nosotros lo estamos haciendo bien o no? Quiero decir: nosotros, también, corremos el riesgo de querer matar a todos aquellos que, con su buen hacer, con su buen estilo de vida ponen en jaque nuestros pensamientos, muchas veces equivocados, que nos alejan de Dios en muchas ocasiones. ¿Cuántas veces juzgamos a aquellos que siempre hacen el bien mal pensando que tienen algún interés oculto que les mueve a ello? ¿Cuántas veces no mal pensamos de los demás juzgando que actúan para limpiar sus conciencias? Eso les ocurría, también, a los judíos como vemos en la primera lectura de hoy, incluso a los que se consideraban “justos” en la sociedad. ¿Quién era nadie para decirles lo que debían hacer cuando ellos obraban siempre el bien? ¿Acaso Jesús tiene alguna autoridad para reprender nuestros actos y actitudes? Eso también lo pensamos nosotros, también actuamos así cuando acallamos la Palabra de Dios en nuestra vida porque denuncia que nuestras actitudes, actos y sentimientos no son los más adecuados si verdaderamente queremos actuar como Hijos de Dios que siguen sus pasos y cumplen su Voluntad. ¿Caemos nosotros en este error? ¿Cómo podemos mejorarlo y evitarlo?
Pero vayamos al Evangelio. Jesús es consciente de los diferentes posicionamientos que generan sus prácticas y sus predicaciones. Es consciente de cómo en torno a él se van cerrando una clase de acusaciones y críticas que acabaran con su muerte en la Cruz. Sin embargo, Jesús asume esta dimensión conflictiva del Evangelio, de su mensaje, de su Palabra y busca siempre modos de enseñarlo a los demás; de hecho, el evangelio de hoy nos dice: “subió a escondidas a Jerusalén”. No porque haya perdido la libertad, cosa que no ocurre nunca, sino porque no quiere perder la oportunidad de llegar, cada vez, a más gente. Siempre y en todo momento anunciará su mensaje con la libertad y la fuerza propia de Aquel que vive íntimamente unido al Padre. ¿Nos pasa eso a nosotros? No sólo que intentemos “matar” a Jesús, demos un paso más allá. Me refiero: ¿Actuamos nosotros con la misma libertad que Jesús dando a conocer su mensaje en una sociedad donde se juzga a todos aquellos que se definen como cristianos? Si nosotros llevamos una vida como la de Jesús seremos, también, un motivo por el que los demás no querrán escucharnos ya que pondremos en jaque sus ideales y sus formas de vida que, en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con el mensaje de Dios. ¿No es ese nuestro cometido? NUESTRO COMETIDO ES REFLEJAR A CRISTO Y ESO SIEMPRE CREARÁ CONFLICTO EN QUIEN QUIERE MATAR LAS NORMAS DEL AMOR SIN LÍMITE EN SUS VIDAS. Eso es dar testimonio de Cristo: MANIFESTAR SU AMOR EN CADA UNO DE NOSOTROS. Y eso pone de manifiesto que nuestra sociedad, en parte, no camina por la buena senda. Por eso es importante nuestra unión con Cristo para no dejarnos amedrantar, para no perder esa fuerza y esa libertad con la que Jesús predicaba.
RECUERDA:
La unión de Cristo con su Padre es tan grande que le permite siempre y en todo momento transparentar con sus gestos y palabra el Amor que Dios tiene a cada hombre y mujer sin excepción. La libertad de Jesús, como la nuestra, siempre tiene consecuencias que si estamos íntimamente unidos a Dios aceptaremos de buen grado porque sabemos que Él NUNCA NOS ABANDONA.
1.- ¿Intento “matar” a Cristo porque me hace ver mis incoherencias de vida?
2.- ¿Estoy íntimamente unido a Dios y dispuesto a entregar mi vida por cumplir el Evangelio siempre y en cada momento?
3.- ¿A qué consecuencias incomodas me reta hoy la libertad del Evangelio? ¿Las acepto?
¡Ayúdame, Señor, a saber permanecer en fidelidad cuando surgen los conflictos y dificultades!
26 de marzo de 2020.
JUEVES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 5, 31-47.
“¡Y no queréis venir a mí para tener vida!”.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
¡Buenos días!
Décimo segundo día de confinamiento. Vamos por el buen camino. Hoy vamos a aprender que creer en Jesús es practicarle. Es tenerle presente en nuestra vida en cada momento. Creer es Cristo es no dejarle de lado y cumplir siempre su palabra, tener sus sentimientos, amar a los demás como él nos ama a cada uno de nosotros. Y aunque parezca mentira, en este confinamiento tenemos una oportunidad tremenda de practicar a Jesús en nuestra vida. Negando mi libertad de salir a la calle no sólo protejo a los demás, sino que, si soy capaz de organizar bien mi día a día, puedo practicar más, aún, la oración. Unirme radicalmente a aquel que vino al mundo por amor a mí y para mi propia salvación. ¿voy a desperdiciar esta oportunidad de adherirme a Cristo? Por cierto, aunque no sabemos el día y la hora… nos queda un día menos de confinamiento. ¿Por qué no rezamos hoy por todos los difuntos de esta familia y por todos aquellos que están trabajando en los diversos sectores que en cierto modo están mirando por nuestro bienestar?
¡Y no queréis venir a mí para tener vida!
Esta admiración de Jesús en el Evangelio de Juan, nos sitúa en la incredulidad del pueblo judío. Un pueblo, el judío, que goza de testimonios claros; por una parte de los profetas, por otra, goza del testimonio más reciente de Juan, que era la lámpara que ardía y brillaba. Y los judíos quisieron gozar por un instante de su luz. Aunque como vemos les resultó difícil. Difícil a causa de la incredulidad que ya padecían en sus vidas, la misma incredulidad que padecemos nosotros en la actualidad.
Ésta se ha convertido en uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad actual, una sociedad en la que vivimos que está hastiada de lo religioso. La incredulidad se ha convertido en una irreligiosidad: la ausencia total de religión. El hombre no se siente religado a ningún Dios. Se ha endiosado a sí mismo, creyéndose juez y señor de todo. ¿No será este nuestro gran problema? ¿No será ésta la causa que nos lleva a pensar que lo sabemos todo, que lo podemos todo y que estamos en posesión de la verdad en cada momento situándonos siempre en un plano superior al de los demás? ¿No será esta incredulidad la que nos lleva a confiar sólo en nosotros mismos y poder juzgar a los demás diciéndoles en cada momento lo que consideramos, de la manera que consideramos sin tener en cuenta su dignidad de hijos de Dios y la igualdad que nos une? ¿No será esta exacerbada estima en la que nos tenemos la que nos lleva a rechazar a Dios en nuestra vida y a no querer a nuestro prójimo como Él nos ama a nosotros?
Esta situación hace que los valores cristianos estén pasando por una crisis importante en los tiempos actuales; el mensaje de Cristo nos habla de un ser humano que mira hacia la amplitud de su vida, y que tiene como referencia a un Dios creador, misericordioso, lleno de amor y ternura para con los hombres. Sin embargo, la sociedad actual nos lleva a mirarnos a nosotros mismos por encima de todo lo demás ¿no es contradictorio? ¿Qué se ha perdido? ¿A Dios? ¿Los valores que descubrimos en la Fe en Dios? ¿el amor? ¿el sentido de la paz? ¿no hemos rechazado por completo a este Jesús que va a morir en la cruz por nuestra salvación intentando hacernos ver que el amor a Dios y a los demás es la única vía de crecimiento personal? ¿Acaso necesitamos más testimonios para creer que la propia vida de Cristo? ¿No será que como los judíos también nosotros le rechazamos porque como vemos pone en jaque los ideales sociales concebidos en la actualidad?
Hoy en día, el amor a uno mismo, el materialismo, la economía son el actual becerro de oro que se nos propone como liberador de las opresiones. Buscamos nuestra felicidad en el tener: fama, dinero, importancia, poder, méritos… No buscamos a Cristo en nuestro día a día, en nuestros momentos buenos, malos o regulares. No le buscamos en los que ríen ni en los que lloran, en los que disfrutan ni en los que sufren, creo que, en muchos casos, nos hemos olvidado de Él. Como bien les dice hoy a los judíos: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis” ¿no piensas que es momento de abrir tu corazón a su Mensaje?
No me canso de decirlo, esta crisis sanitaria que estamos viviendo tiene que devolvernos a la realidad que estamos viviendo. Pienso, con riesgo de equivocarme, gracias a Dios no soy perfecto, que el hombre, como bien dice la lectura de hoy, estaba “endiosado”. Creíamos más en nosotros mismos que en el poder de Dios. Y no es que Dios nos haya mandado esto para castigarnos, DIOS ES AMOR NO CASTIGA JAMÁS; pero sí pienso que esto nos ha hecho darnos cuenta de que no todo es perfecto en el hombre. Esto debe servirnos para darnos cuenta de que la ciencia no todo lo puede, que la vida es más poderosa y complicada de lo que nos imaginamos y que Dios tiene que estar muy presente en nuestra vida. Que él debe ser desde el espejo en el que nos miremos, a la luz que ilumine nuestros pasos, hasta el pastor en el que nada nos falta y sobre cuyo hombro, cuyo regazo, podemos descansar.
Esto debe ayudarnos a saber buscarle y hacerle presente en nuestra vida para que cada día seamos un mejor y mayor reflejo de su amor en medio de un mundo que como estamos descubriendo, desgraciadamente, está muy muy necesitado de su amor. Muy necesitado de personas que se involucren realmente en las necesidades de los demás. Me duele ver cómo todos los políticos se han olvidado de las necesidades de las personas y se han preocupado más en gobernar y mandar para su propio bien que para el de la ciudadanía. ¿Cómo explicarnos sino las carencias de nuestro sistema sanitario, de nuestras residencias (que parece haberse convertido más en un negocio donde hacer dinero que en el lugar donde cuidar mejor a nuestros mayores)? ¿Cómo se explica este déficit y carencias de seguridad? Debemos pensar más en los demás y cada uno de nosotros, desde su propia realidad, dar la vida por nuestros prójimos. Esa es la actitud que debemos tener como cristianos, ante todo: dar la vida por los demás.
RECUERDA:
El camino del hombre sin Dios es equívoco, resulta una catástrofe de dimensiones incalculables. Los que nos decimos creyentes hemos de orar poniendo en pie nuestra esperanza. Levantar nuestras voces frente a esta deshumanización acelerada de la vida. Y orar para que en el silencio se aplaque la ira de los pueblos que injustamente son oprimidos. Orar para no caer en la tentación del desaliento, ni tampoco en el conformismo adaptativo de una religión anquilosada.
1.- ¿Busco encontrar a Dios en mi vida?
2.- ¿Creo en su Palabra? ¿La pongo en práctica en mi vida?
3.- ¿Vivo poniendo a Dios en el centro de mi vida o a mí mismo?
¡Creer en Dios es “practicarle”! ¡Ayúdame, Señor, a CREER en Él!
JUEVES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 5, 31-47.
“¡Y no queréis venir a mí para tener vida!”.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
¡Buenos días!
Décimo segundo día de confinamiento. Vamos por el buen camino. Hoy vamos a aprender que creer en Jesús es practicarle. Es tenerle presente en nuestra vida en cada momento. Creer es Cristo es no dejarle de lado y cumplir siempre su palabra, tener sus sentimientos, amar a los demás como él nos ama a cada uno de nosotros. Y aunque parezca mentira, en este confinamiento tenemos una oportunidad tremenda de practicar a Jesús en nuestra vida. Negando mi libertad de salir a la calle no sólo protejo a los demás, sino que, si soy capaz de organizar bien mi día a día, puedo practicar más, aún, la oración. Unirme radicalmente a aquel que vino al mundo por amor a mí y para mi propia salvación. ¿voy a desperdiciar esta oportunidad de adherirme a Cristo? Por cierto, aunque no sabemos el día y la hora… nos queda un día menos de confinamiento. ¿Por qué no rezamos hoy por todos los difuntos de esta familia y por todos aquellos que están trabajando en los diversos sectores que en cierto modo están mirando por nuestro bienestar?
¡Y no queréis venir a mí para tener vida!
Esta admiración de Jesús en el Evangelio de Juan, nos sitúa en la incredulidad del pueblo judío. Un pueblo, el judío, que goza de testimonios claros; por una parte de los profetas, por otra, goza del testimonio más reciente de Juan, que era la lámpara que ardía y brillaba. Y los judíos quisieron gozar por un instante de su luz. Aunque como vemos les resultó difícil. Difícil a causa de la incredulidad que ya padecían en sus vidas, la misma incredulidad que padecemos nosotros en la actualidad.
Ésta se ha convertido en uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad actual, una sociedad en la que vivimos que está hastiada de lo religioso. La incredulidad se ha convertido en una irreligiosidad: la ausencia total de religión. El hombre no se siente religado a ningún Dios. Se ha endiosado a sí mismo, creyéndose juez y señor de todo. ¿No será este nuestro gran problema? ¿No será ésta la causa que nos lleva a pensar que lo sabemos todo, que lo podemos todo y que estamos en posesión de la verdad en cada momento situándonos siempre en un plano superior al de los demás? ¿No será esta incredulidad la que nos lleva a confiar sólo en nosotros mismos y poder juzgar a los demás diciéndoles en cada momento lo que consideramos, de la manera que consideramos sin tener en cuenta su dignidad de hijos de Dios y la igualdad que nos une? ¿No será esta exacerbada estima en la que nos tenemos la que nos lleva a rechazar a Dios en nuestra vida y a no querer a nuestro prójimo como Él nos ama a nosotros?
Esta situación hace que los valores cristianos estén pasando por una crisis importante en los tiempos actuales; el mensaje de Cristo nos habla de un ser humano que mira hacia la amplitud de su vida, y que tiene como referencia a un Dios creador, misericordioso, lleno de amor y ternura para con los hombres. Sin embargo, la sociedad actual nos lleva a mirarnos a nosotros mismos por encima de todo lo demás ¿no es contradictorio? ¿Qué se ha perdido? ¿A Dios? ¿Los valores que descubrimos en la Fe en Dios? ¿el amor? ¿el sentido de la paz? ¿no hemos rechazado por completo a este Jesús que va a morir en la cruz por nuestra salvación intentando hacernos ver que el amor a Dios y a los demás es la única vía de crecimiento personal? ¿Acaso necesitamos más testimonios para creer que la propia vida de Cristo? ¿No será que como los judíos también nosotros le rechazamos porque como vemos pone en jaque los ideales sociales concebidos en la actualidad?
Hoy en día, el amor a uno mismo, el materialismo, la economía son el actual becerro de oro que se nos propone como liberador de las opresiones. Buscamos nuestra felicidad en el tener: fama, dinero, importancia, poder, méritos… No buscamos a Cristo en nuestro día a día, en nuestros momentos buenos, malos o regulares. No le buscamos en los que ríen ni en los que lloran, en los que disfrutan ni en los que sufren, creo que, en muchos casos, nos hemos olvidado de Él. Como bien les dice hoy a los judíos: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis” ¿no piensas que es momento de abrir tu corazón a su Mensaje?
No me canso de decirlo, esta crisis sanitaria que estamos viviendo tiene que devolvernos a la realidad que estamos viviendo. Pienso, con riesgo de equivocarme, gracias a Dios no soy perfecto, que el hombre, como bien dice la lectura de hoy, estaba “endiosado”. Creíamos más en nosotros mismos que en el poder de Dios. Y no es que Dios nos haya mandado esto para castigarnos, DIOS ES AMOR NO CASTIGA JAMÁS; pero sí pienso que esto nos ha hecho darnos cuenta de que no todo es perfecto en el hombre. Esto debe servirnos para darnos cuenta de que la ciencia no todo lo puede, que la vida es más poderosa y complicada de lo que nos imaginamos y que Dios tiene que estar muy presente en nuestra vida. Que él debe ser desde el espejo en el que nos miremos, a la luz que ilumine nuestros pasos, hasta el pastor en el que nada nos falta y sobre cuyo hombro, cuyo regazo, podemos descansar.
Esto debe ayudarnos a saber buscarle y hacerle presente en nuestra vida para que cada día seamos un mejor y mayor reflejo de su amor en medio de un mundo que como estamos descubriendo, desgraciadamente, está muy muy necesitado de su amor. Muy necesitado de personas que se involucren realmente en las necesidades de los demás. Me duele ver cómo todos los políticos se han olvidado de las necesidades de las personas y se han preocupado más en gobernar y mandar para su propio bien que para el de la ciudadanía. ¿Cómo explicarnos sino las carencias de nuestro sistema sanitario, de nuestras residencias (que parece haberse convertido más en un negocio donde hacer dinero que en el lugar donde cuidar mejor a nuestros mayores)? ¿Cómo se explica este déficit y carencias de seguridad? Debemos pensar más en los demás y cada uno de nosotros, desde su propia realidad, dar la vida por nuestros prójimos. Esa es la actitud que debemos tener como cristianos, ante todo: dar la vida por los demás.
RECUERDA:
El camino del hombre sin Dios es equívoco, resulta una catástrofe de dimensiones incalculables. Los que nos decimos creyentes hemos de orar poniendo en pie nuestra esperanza. Levantar nuestras voces frente a esta deshumanización acelerada de la vida. Y orar para que en el silencio se aplaque la ira de los pueblos que injustamente son oprimidos. Orar para no caer en la tentación del desaliento, ni tampoco en el conformismo adaptativo de una religión anquilosada.
1.- ¿Busco encontrar a Dios en mi vida?
2.- ¿Creo en su Palabra? ¿La pongo en práctica en mi vida?
3.- ¿Vivo poniendo a Dios en el centro de mi vida o a mí mismo?
¡Creer en Dios es “practicarle”! ¡Ayúdame, Señor, a CREER en Él!
25 de marzo de 2020.
MIÉRCOLES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
JORNADA PRO-VIDA
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 1, 26-38.
“Hágase en mí según tu Palabra”.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque “para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
¡Buenos días!
Décimo primer día de confinamiento. Todos somos unos expertos ya en este maravilloso arte de estar encerrados en casa. Menos mal que el tiempo nos acompaña e invita a quedarse en casa. Hoy además amanecemos con el testimonio del Padre Guiuseppe. Sacerdote de setenta y dos años que ha fallecido víctima del coronavirus y que renunció a un respirador asistido que necesitaba para cedérselo a otra persona más joven en sus mismas circunstancias. No cabe duda que estamos ante un gesto de negación de un mismo, como el que hizo Jesús cuando abrazó la muerte en la cruz por amor a los hermanos. No dudo que, como éste, habrá mil gestos más cada día en circunstancias como las actuales: hijos que le hacen la compra a sus padres, gente altruista que hace lo que haga falta por ayudar a los demás. Vivimos momentos duros, pero donde vemos florecer actos de amor inconmensurables. No tengo duda, nunca la he tenido, de afirmar que ¡la gente es buena!
Además, hoy es fiesta. ¡LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR! Hoy María recibe la visita del Ángel Gabriel con un anuncio grande: ella se va a convertir en la madre del Hijo de Dios, de nuestro Salvador, de Jesús. ¡Quedan 9 meses, justos, para NAVIDAD!
Hoy tenemos la suerte de poder celebrar cómo una joven de Nazaret fue elegida por Dios, ya desde su nacimiento, para ser la madre de Jesús. Todas las que tenéis la suerte de ser madres, sabéis lo que supone la noticia de estar esperando un hijo. Por lo tanto, no resulta difícil, y mucho menos a vosotros, imaginar la ilusión que le haría a María tal noticia. Sin embargo, esa noticia María la vive como todo en su vida: meditándolo en su corazón. María esa muchacha alegre, joven, humilde y sencilla de Nazaret tiene la suerte de poder convertirse en la madre del Hijo de Dios. Lejos de vanagloriarse, de sentirse importante ante las demás, llama la atención la actitud de María; una actitud, callada, alegre y sobre todo de entrega y de aceptación a la voluntad de Dios. Todos en su lugar hubiésemos hecho miles de preguntas, todos hubiésemos formulado nuestros miedos, nuestras reservas, incluso me atrevería a decir, que todos hubiésemos puesto nuestras condiciones. María no lo hizo y María no lo hizo sabiendo la situación que se le originaba tras este hecho. No podemos olvidar que María era judía y que, además, aunque estaba desposada con José no estaba con casada con él con lo que tener un hijo sin estar casada le podía llevar a la lapidación. Sin embargo, María no siente miedo, María no le dice al ángel que acepta la propuesta si le asegura una cierta estabilidad tanto con José como en la sociedad en la que vivía. María se entrega sin más, por eso podemos decir que María, además de nuestra madre tiene que ser para nosotros ejemplo de ENTREGA A LA VOLUNTAD DE DIOS, EJEMPLO Y MAESTRA DE CONFIANZA Y FE EN EL SEÑOR.
María es para nosotros ese reflejo en el que todos deberíamos mirarnos y medir nuestro estilo de vida. Celebrar a la Virgen tiene que ser para nosotros comprometernos en querer mejorar cada día para parecernos cada vez más a ella. Es tan grande la suerte que tenemos los cristianos de tener a María como madre que desaprovechar la ocasión de parecernos a ella cada día más deberíamos tenerlo como pecado. Así pues ¿acepto la voluntad de Dios como lo hizo María? ¿Soy fiel a la Palabra de Dios? ¿Cómo actúo yo ante lo que Dios me pide en cada momento?
Estas son algunas de las preguntas que a la luz del Evangelio de hoy podríamos formularnos, es más, las respuestas, también, podemos darlas a la luz del texto lucano de este día de fiesta.
Ante la voluntad de Dios solo caben dos actitudes: la de María, una actitud de aceptación y entrega sin límites, sin condiciones, sin miedo, sin cortapisas o por el contrario, la actitud de la no aceptación. ¿Cuál es la que nosotros llevamos a cabo? Muchas veces aceptamos la voluntad de Dios a regañadientes, no nos viene bien lo que nos está pidiendo máxime cuando trastoca todos los planes que nosotros nos habíamos hecho. Otras veces no la aceptamos por miedo al sufrimiento, por falta de confianza en el Señor o porque, simplemente, no queremos hacer aquello que nos pide. Otras muchas veces le pedimos contraprestaciones: “hago esto que me pides, pero dame esto otro” “acuérdate que yo necesito…”, en definitiva, acabamos haciendo un trueque con el Señor. ¿Acaso fue esta la actitud de María? ¡NO! La actitud de María fue la de la “acogida activa”, quiero decir, dejó de lado miedos, resignaciones, todo aquello que impidiese entregarse de corazón a la voluntad de Dios. Y se entregó, lo hizo de manera activa, acogiendo la Palabra de Dios, su Voluntad. Haciendo suyo este mandamiento que Dios le había hecho y viviéndolo con alegría, tanto es así, que veremos como deja de lado su estado de gestación para irse bien lejos a ver a su prima Isabel que también esperaba un hijo, como el ángel le ha anunciado hoy también. En estos momentos delicados, María se olvida de sí misma y visita a quien la necesita. Hoy, ayer, no recuerdo bien, Guiuseppe el sacerdote de setenta y dos años al que me he referido antes, se olvida de sí mismo y salva al paciente que había a su lado. ¡ESA ES LA ACTITUD DE MARÍA, ESA DEBE SER LA ACTITUD DE TODO BUEN CRISTIANO! ¿es esa la nuestra?
Todo esto, evidentemente, no se consigue por nuestra propia fuerza. La Fe, la confianza en el Señor deben ser, también, nuestros mejores aliados. Todos nosotros, en mayor o en menor medida, tenemos experiencia de Dios en nuestra vida, como la tenía María ¿por qué dudamos? ¿por qué nos cuesta tanto abandonarnos a las manos de Dios? Ella aceptó alegremente la voluntad de Dios. Todo lo contrario, a la resignación. Resignarse es aceptar las cosas porque no hay más remedio. Sin embargo, la aceptación de María fue una aceptación alegre, activa, “trabajando a pie de obra” por extender el Reino de Dios en el mundo. María supo aceptar lo que suponía ser la madre del Hijo de Dios. Supo aceptar las renuncias que debía hacer, supo aceptar el sufrimiento que iba a suponer esa realidad, supo aceptarlo y vivirlo sin reproches, confiando siempre en Dios. Ejemplo de esa aceptación que hoy vemos es como se mantuvo firme y fiel al Señor cuando vio a su hijo morir en la Cruz, cuando supo soportar que su hij, habiéndose perdido en la caravana durante tres días, cuando lo encontraron le dijese: “estaba dedicándome a las cosas de mi padre ¿por qué me buscáis?” ¿os imagináis el dolor que eso le supondría? Pero lo entendió y jamás reprochó, fruto de su aceptación activa de la voluntad de Dios. Cómo reunió a los apóstoles en oración hasta la venida de su Hijo con la Resurrección. Ejemplos de cómo María acepta y cumple la voluntad del Altísimo en su vida, sabiendo que está haciendo en cada momento lo que Dios le está pidiendo.
Es por todo ello que decimos que María es y debe ser siempre: MADRE Y MAESTRA DE ORACIÓN, ENTREGA Y ACEPTACIÓN DE LA VOLUNTAD DE DIOS, MADRE Y MAESTRA DE FE Y FIDELIDAD A DIOS. ¿O todavía no lo es para ti?
Por eso acojámonos a la oración con ella hizo para estar unidos a Dios y así poder decir cada día como María: “Hágase en mí según tu voluntad”.
RECUERDA:
Hoy, 25 de marzo, celebramos la JORNADA PRO-VIDA. Una jornada que tiene que ser importante para nosotros puesto que vivimos en una sociedad donde todo el mundo tiene derecho de decidir en su propia vida qué hacer en cada momento y nos estamos olvidando de aquellos que son inocentes, que no tienen voz que no pueden decidir por ellos mismos y les condenan a no nacer. Tengámoslos presentes en nuestras oraciones para que seamos responsables todos y trabajemos siempre en favor de la vida, sobre todo, a favor de la vida de los más pobres, indefensos, débiles e inocentes.
1.- ¿Aceptó la voluntad de Dios en mi vida?
2.- ¿Vivo las cosas desde la resignación o desde la “aceptación activa”, entrega generosa y alegre?
3.- ¿Puedo afirmar de la misma manera que María cada día: “Hágase en mí según tu Palabra”?
¡Ayúdame, Señor, a CONFIAR como María, a CREER como María y a ENTREGARNOS como María!
MIÉRCOLES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
JORNADA PRO-VIDA
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 1, 26-38.
“Hágase en mí según tu Palabra”.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque “para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
¡Buenos días!
Décimo primer día de confinamiento. Todos somos unos expertos ya en este maravilloso arte de estar encerrados en casa. Menos mal que el tiempo nos acompaña e invita a quedarse en casa. Hoy además amanecemos con el testimonio del Padre Guiuseppe. Sacerdote de setenta y dos años que ha fallecido víctima del coronavirus y que renunció a un respirador asistido que necesitaba para cedérselo a otra persona más joven en sus mismas circunstancias. No cabe duda que estamos ante un gesto de negación de un mismo, como el que hizo Jesús cuando abrazó la muerte en la cruz por amor a los hermanos. No dudo que, como éste, habrá mil gestos más cada día en circunstancias como las actuales: hijos que le hacen la compra a sus padres, gente altruista que hace lo que haga falta por ayudar a los demás. Vivimos momentos duros, pero donde vemos florecer actos de amor inconmensurables. No tengo duda, nunca la he tenido, de afirmar que ¡la gente es buena!
Además, hoy es fiesta. ¡LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR! Hoy María recibe la visita del Ángel Gabriel con un anuncio grande: ella se va a convertir en la madre del Hijo de Dios, de nuestro Salvador, de Jesús. ¡Quedan 9 meses, justos, para NAVIDAD!
Hoy tenemos la suerte de poder celebrar cómo una joven de Nazaret fue elegida por Dios, ya desde su nacimiento, para ser la madre de Jesús. Todas las que tenéis la suerte de ser madres, sabéis lo que supone la noticia de estar esperando un hijo. Por lo tanto, no resulta difícil, y mucho menos a vosotros, imaginar la ilusión que le haría a María tal noticia. Sin embargo, esa noticia María la vive como todo en su vida: meditándolo en su corazón. María esa muchacha alegre, joven, humilde y sencilla de Nazaret tiene la suerte de poder convertirse en la madre del Hijo de Dios. Lejos de vanagloriarse, de sentirse importante ante las demás, llama la atención la actitud de María; una actitud, callada, alegre y sobre todo de entrega y de aceptación a la voluntad de Dios. Todos en su lugar hubiésemos hecho miles de preguntas, todos hubiésemos formulado nuestros miedos, nuestras reservas, incluso me atrevería a decir, que todos hubiésemos puesto nuestras condiciones. María no lo hizo y María no lo hizo sabiendo la situación que se le originaba tras este hecho. No podemos olvidar que María era judía y que, además, aunque estaba desposada con José no estaba con casada con él con lo que tener un hijo sin estar casada le podía llevar a la lapidación. Sin embargo, María no siente miedo, María no le dice al ángel que acepta la propuesta si le asegura una cierta estabilidad tanto con José como en la sociedad en la que vivía. María se entrega sin más, por eso podemos decir que María, además de nuestra madre tiene que ser para nosotros ejemplo de ENTREGA A LA VOLUNTAD DE DIOS, EJEMPLO Y MAESTRA DE CONFIANZA Y FE EN EL SEÑOR.
María es para nosotros ese reflejo en el que todos deberíamos mirarnos y medir nuestro estilo de vida. Celebrar a la Virgen tiene que ser para nosotros comprometernos en querer mejorar cada día para parecernos cada vez más a ella. Es tan grande la suerte que tenemos los cristianos de tener a María como madre que desaprovechar la ocasión de parecernos a ella cada día más deberíamos tenerlo como pecado. Así pues ¿acepto la voluntad de Dios como lo hizo María? ¿Soy fiel a la Palabra de Dios? ¿Cómo actúo yo ante lo que Dios me pide en cada momento?
Estas son algunas de las preguntas que a la luz del Evangelio de hoy podríamos formularnos, es más, las respuestas, también, podemos darlas a la luz del texto lucano de este día de fiesta.
Ante la voluntad de Dios solo caben dos actitudes: la de María, una actitud de aceptación y entrega sin límites, sin condiciones, sin miedo, sin cortapisas o por el contrario, la actitud de la no aceptación. ¿Cuál es la que nosotros llevamos a cabo? Muchas veces aceptamos la voluntad de Dios a regañadientes, no nos viene bien lo que nos está pidiendo máxime cuando trastoca todos los planes que nosotros nos habíamos hecho. Otras veces no la aceptamos por miedo al sufrimiento, por falta de confianza en el Señor o porque, simplemente, no queremos hacer aquello que nos pide. Otras muchas veces le pedimos contraprestaciones: “hago esto que me pides, pero dame esto otro” “acuérdate que yo necesito…”, en definitiva, acabamos haciendo un trueque con el Señor. ¿Acaso fue esta la actitud de María? ¡NO! La actitud de María fue la de la “acogida activa”, quiero decir, dejó de lado miedos, resignaciones, todo aquello que impidiese entregarse de corazón a la voluntad de Dios. Y se entregó, lo hizo de manera activa, acogiendo la Palabra de Dios, su Voluntad. Haciendo suyo este mandamiento que Dios le había hecho y viviéndolo con alegría, tanto es así, que veremos como deja de lado su estado de gestación para irse bien lejos a ver a su prima Isabel que también esperaba un hijo, como el ángel le ha anunciado hoy también. En estos momentos delicados, María se olvida de sí misma y visita a quien la necesita. Hoy, ayer, no recuerdo bien, Guiuseppe el sacerdote de setenta y dos años al que me he referido antes, se olvida de sí mismo y salva al paciente que había a su lado. ¡ESA ES LA ACTITUD DE MARÍA, ESA DEBE SER LA ACTITUD DE TODO BUEN CRISTIANO! ¿es esa la nuestra?
Todo esto, evidentemente, no se consigue por nuestra propia fuerza. La Fe, la confianza en el Señor deben ser, también, nuestros mejores aliados. Todos nosotros, en mayor o en menor medida, tenemos experiencia de Dios en nuestra vida, como la tenía María ¿por qué dudamos? ¿por qué nos cuesta tanto abandonarnos a las manos de Dios? Ella aceptó alegremente la voluntad de Dios. Todo lo contrario, a la resignación. Resignarse es aceptar las cosas porque no hay más remedio. Sin embargo, la aceptación de María fue una aceptación alegre, activa, “trabajando a pie de obra” por extender el Reino de Dios en el mundo. María supo aceptar lo que suponía ser la madre del Hijo de Dios. Supo aceptar las renuncias que debía hacer, supo aceptar el sufrimiento que iba a suponer esa realidad, supo aceptarlo y vivirlo sin reproches, confiando siempre en Dios. Ejemplo de esa aceptación que hoy vemos es como se mantuvo firme y fiel al Señor cuando vio a su hijo morir en la Cruz, cuando supo soportar que su hij, habiéndose perdido en la caravana durante tres días, cuando lo encontraron le dijese: “estaba dedicándome a las cosas de mi padre ¿por qué me buscáis?” ¿os imagináis el dolor que eso le supondría? Pero lo entendió y jamás reprochó, fruto de su aceptación activa de la voluntad de Dios. Cómo reunió a los apóstoles en oración hasta la venida de su Hijo con la Resurrección. Ejemplos de cómo María acepta y cumple la voluntad del Altísimo en su vida, sabiendo que está haciendo en cada momento lo que Dios le está pidiendo.
Es por todo ello que decimos que María es y debe ser siempre: MADRE Y MAESTRA DE ORACIÓN, ENTREGA Y ACEPTACIÓN DE LA VOLUNTAD DE DIOS, MADRE Y MAESTRA DE FE Y FIDELIDAD A DIOS. ¿O todavía no lo es para ti?
Por eso acojámonos a la oración con ella hizo para estar unidos a Dios y así poder decir cada día como María: “Hágase en mí según tu voluntad”.
RECUERDA:
Hoy, 25 de marzo, celebramos la JORNADA PRO-VIDA. Una jornada que tiene que ser importante para nosotros puesto que vivimos en una sociedad donde todo el mundo tiene derecho de decidir en su propia vida qué hacer en cada momento y nos estamos olvidando de aquellos que son inocentes, que no tienen voz que no pueden decidir por ellos mismos y les condenan a no nacer. Tengámoslos presentes en nuestras oraciones para que seamos responsables todos y trabajemos siempre en favor de la vida, sobre todo, a favor de la vida de los más pobres, indefensos, débiles e inocentes.
1.- ¿Aceptó la voluntad de Dios en mi vida?
2.- ¿Vivo las cosas desde la resignación o desde la “aceptación activa”, entrega generosa y alegre?
3.- ¿Puedo afirmar de la misma manera que María cada día: “Hágase en mí según tu Palabra”?
¡Ayúdame, Señor, a CONFIAR como María, a CREER como María y a ENTREGARNOS como María!
24 de marzo de 2020.
MARTES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 5, 1-16
“Toma tu camilla y echa a andar”.
Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?»
.
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
¡Buenos días!
Parece mentira, pero ya llevamos diez días de confinamiento. Esto marcha, poco a poco, lo importante no es cuánto quede, lo importante es que lo que quede lo hagamos bien. Bien para que el ya famoso “pico” descienda. Bien para que no volvamos a caer en masa. Bien, para que lo llevemos sin agobios y in mayores problemas. Bien, para que nos demos cuenta que sin la ayuda de Dios no somos nada. Ayer pensaba que hemos vivido años de una gran bonanza científica y eso ¡ES BUENO! Gracias a eso hemos curado enfermedades, quitado padecimientos, hemos hecho la vida más fácil y llevadera. Pero, lo que tampoco dudo es que esa moneda tenía, como todas, dos caras. Dos caras porque nos ha ido haciendo engreídos, autosuficientes, alejándonos de Dios puesto que nos ha ido haciendo, si me lo permitís, “viles” ¿para qué necesitamos a Dios si, casi casi, el hombre puede hacerlo todo (clonar ovejas, decidir el sexo de mis hijos o el color de ojos, llegar a la luna, bombas de destrucción masiva, crear lluvia artificial…)? Y ahora, nos damos de bruces con la realidad. Cuidado que la vida es más difícil de lo que parece y francamente deberíamos darnos cuenta de algo primordial, de una premisa que no puede faltar en nuestra vida: ¡sin Dios no podemos nada, todo nos lo da Él! Este confinamiento debe servir, también, para acercarnos más a Él y a los demás. ¡APROVECHÉMOSLO!
En cuanto al Evangelio que nos ocupa hoy, tenemos que comenzar diciendo que es la primera parte del capítulo quinto de san Juan y que como muchos de sus textos comienza con un signo, en este caso, la curación del paralítico y que continuará, como podremos leer en días venideros, con la explicación de ese signo. Por lo tanto, hoy, nos vamos a detener en esa inmensa piscina de Betesda. En la curación de ese paralítico que lleva, ni más ni menos, treinta y ocho años esperando la ayuda de alguno de los que pasan por allí para que lo metan en el agua y pueda curarse. Su fe le lleva a querer curarse, a creer en esas aguas de la piscina, sin embargo, nadie le ayuda. La gente que pasaba por allí prefería mirar hacia otro lado, prefería mirar su propio mal y curarse ellos en lugar de ayudar, también, a los demás. ¿Os imagináis que todos actuásemos hoy así? De hecho, pasa ¿cuánta gente, aún, deambula por las calles saltándose las normas del confinamiento y poniéndose en riesgo él mismo y a los demás? Por eso decía al principio que debemos ser responsables y no estar pendientes de cuánto queda, sino de hacerlo bien el tiempo que quede. Este Evangelio de hoy está más en vigor que nunca.
Fijaos en la respuesta del paralítico a la pregunta de Jesús. Es un lamento. No es un “sí” o un “no”. Tristemente es el lamento de una persona que tiene en su vida la experiencia del desarraigo, de la soledad, del abandono por el mero hecho de ser un enfermo, de no ser útil para la sociedad. ¿No has tenido tú, en algún momento de la vida, esa misma experiencia? Y por qué no decirlo ¿no hemos hecho nosotros, también, lo mismo con los que nos rodean en algún momento de nuestra vida? ¡Cuántas veces nos hemos acercado a los demás, sólo, por la utilidad que nos pueden ofrecer! ¡Cuántas veces preferimos mirar a otro lado por miedo a darnos de bruces con el sufrimiento, con el dolor y no querer atravesar por él, porque pensamos que bastante tenemos con el nuestro!
El evangelio de hoy debe hacernos caer en la cuenta de algo que olvidamos con facilidad: que nuestras relaciones con los demás deben medirse por lo que nosotros le aportamos a ellos más que por lo que ellos me puedan aportar a mí ¿os imagináis que Cristo no hubiese seguido esa premisa? ¿Qué podemos ofrecerle nosotros a Él que sea valioso? Frente a esta actitud nuestra encontramos la de Cristo.
Jesús se apiada. Le ayuda a quedar curado. Es más, no sólo le sana, sino que, también, le salva. Y para más muestras de amor, lo hace cuando el paralítico lo necesita; en ese preciso momento, en ese mismo Dios. Jesús, a pesar de ser sábado, no le hace esperar ni un minuto más. Le dice: “quedas sano, coge tu camilla y echa a andar”. Vemos como Jesús le perdona sus pecados, le cura y le da un mensaje que admita su vida, su realidad, sus cruces, en definitiva, su camilla y que eche a andar; que se ponga en camino.
La actitud del paralítico es demoledora. Él que no conocía a Jesús, que era la primera vez que se encontraba con él, que hablaba con él, cree en su Palabra y le obedece. No sólo queda sano, sino que, además, es salvado. Se convierte y da testimonio de lo que le ha sucedido. De ahora en adelante dará a conocer el Amor de Dios en su vida, incluso siendo sábado, no pone reparos a la petición de Cristo y hace trabajo prohibidos: coge su camilla. Se da cuenta de que el Amor de Dios inunda su vida, y que las leyes sin amor no tienen sentido, se da cuenta que guardar el sábado es sagrado, pero no por la literalidad de la norma sino por la plenitud que ha encontrado en ella y en su vida: el AMOR DE DIOS, SU PERDÓN Y MISIERICORDIA. Esa experiencia personal de la obra liberadora de Jesús, en su vida, le permite dar una respuesta convincente frente a quienes le preguntan sobre por qué lleva la camilla o quién le ha curado. Una convicción que nosotros deberíamos mostrar en nuestra vida pero que muchas veces nos falta a pesar de haber conocido y a pesar de habernos encontrado muchas veces con Cristo en nuestra existencia.
RECUERDA:
Necesitamos esa renovación interior que permite un cambio radical en las manifestaciones y relaciones humanas. Sin ese cambio interior, sin ese cambio personal, nada se renueva en la convivencia y tampoco se transforman las estructuras, personales y sociales. Y esto se produce a partir de este encuentro sanador con Cristo nuestro Señor. ¿Cómo nos situamos ante Él? ¿Creemos en su palabra?
1.- ¿Cómo nos situamos ante Cristo, creo en su Palabra? ¿Vivo plenamente la experiencia sanadora y liberadora de Dios en mi vida?
2.- ¿Miro hacia otro lado o paso por alto la vista ante el sufrimiento de los demás por miedo a sufrir yo también o porque piense que “bastante tengo con lo mío”?
3.- ¿Reconozco mis cruces, luces y sombras de modo que cargo “mi camilla” y echo a andar como el paralítico de hoy?
¡Ayúdame, Señor, a descubrirte en cada momento de mi vida para que pueda ayudar a los demás a que te descubran a ti también en cada momento de su existencia!
MARTES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 5, 1-16
“Toma tu camilla y echa a andar”.
Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?»
.
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
¡Buenos días!
Parece mentira, pero ya llevamos diez días de confinamiento. Esto marcha, poco a poco, lo importante no es cuánto quede, lo importante es que lo que quede lo hagamos bien. Bien para que el ya famoso “pico” descienda. Bien para que no volvamos a caer en masa. Bien, para que lo llevemos sin agobios y in mayores problemas. Bien, para que nos demos cuenta que sin la ayuda de Dios no somos nada. Ayer pensaba que hemos vivido años de una gran bonanza científica y eso ¡ES BUENO! Gracias a eso hemos curado enfermedades, quitado padecimientos, hemos hecho la vida más fácil y llevadera. Pero, lo que tampoco dudo es que esa moneda tenía, como todas, dos caras. Dos caras porque nos ha ido haciendo engreídos, autosuficientes, alejándonos de Dios puesto que nos ha ido haciendo, si me lo permitís, “viles” ¿para qué necesitamos a Dios si, casi casi, el hombre puede hacerlo todo (clonar ovejas, decidir el sexo de mis hijos o el color de ojos, llegar a la luna, bombas de destrucción masiva, crear lluvia artificial…)? Y ahora, nos damos de bruces con la realidad. Cuidado que la vida es más difícil de lo que parece y francamente deberíamos darnos cuenta de algo primordial, de una premisa que no puede faltar en nuestra vida: ¡sin Dios no podemos nada, todo nos lo da Él! Este confinamiento debe servir, también, para acercarnos más a Él y a los demás. ¡APROVECHÉMOSLO!
En cuanto al Evangelio que nos ocupa hoy, tenemos que comenzar diciendo que es la primera parte del capítulo quinto de san Juan y que como muchos de sus textos comienza con un signo, en este caso, la curación del paralítico y que continuará, como podremos leer en días venideros, con la explicación de ese signo. Por lo tanto, hoy, nos vamos a detener en esa inmensa piscina de Betesda. En la curación de ese paralítico que lleva, ni más ni menos, treinta y ocho años esperando la ayuda de alguno de los que pasan por allí para que lo metan en el agua y pueda curarse. Su fe le lleva a querer curarse, a creer en esas aguas de la piscina, sin embargo, nadie le ayuda. La gente que pasaba por allí prefería mirar hacia otro lado, prefería mirar su propio mal y curarse ellos en lugar de ayudar, también, a los demás. ¿Os imagináis que todos actuásemos hoy así? De hecho, pasa ¿cuánta gente, aún, deambula por las calles saltándose las normas del confinamiento y poniéndose en riesgo él mismo y a los demás? Por eso decía al principio que debemos ser responsables y no estar pendientes de cuánto queda, sino de hacerlo bien el tiempo que quede. Este Evangelio de hoy está más en vigor que nunca.
Fijaos en la respuesta del paralítico a la pregunta de Jesús. Es un lamento. No es un “sí” o un “no”. Tristemente es el lamento de una persona que tiene en su vida la experiencia del desarraigo, de la soledad, del abandono por el mero hecho de ser un enfermo, de no ser útil para la sociedad. ¿No has tenido tú, en algún momento de la vida, esa misma experiencia? Y por qué no decirlo ¿no hemos hecho nosotros, también, lo mismo con los que nos rodean en algún momento de nuestra vida? ¡Cuántas veces nos hemos acercado a los demás, sólo, por la utilidad que nos pueden ofrecer! ¡Cuántas veces preferimos mirar a otro lado por miedo a darnos de bruces con el sufrimiento, con el dolor y no querer atravesar por él, porque pensamos que bastante tenemos con el nuestro!
El evangelio de hoy debe hacernos caer en la cuenta de algo que olvidamos con facilidad: que nuestras relaciones con los demás deben medirse por lo que nosotros le aportamos a ellos más que por lo que ellos me puedan aportar a mí ¿os imagináis que Cristo no hubiese seguido esa premisa? ¿Qué podemos ofrecerle nosotros a Él que sea valioso? Frente a esta actitud nuestra encontramos la de Cristo.
Jesús se apiada. Le ayuda a quedar curado. Es más, no sólo le sana, sino que, también, le salva. Y para más muestras de amor, lo hace cuando el paralítico lo necesita; en ese preciso momento, en ese mismo Dios. Jesús, a pesar de ser sábado, no le hace esperar ni un minuto más. Le dice: “quedas sano, coge tu camilla y echa a andar”. Vemos como Jesús le perdona sus pecados, le cura y le da un mensaje que admita su vida, su realidad, sus cruces, en definitiva, su camilla y que eche a andar; que se ponga en camino.
La actitud del paralítico es demoledora. Él que no conocía a Jesús, que era la primera vez que se encontraba con él, que hablaba con él, cree en su Palabra y le obedece. No sólo queda sano, sino que, además, es salvado. Se convierte y da testimonio de lo que le ha sucedido. De ahora en adelante dará a conocer el Amor de Dios en su vida, incluso siendo sábado, no pone reparos a la petición de Cristo y hace trabajo prohibidos: coge su camilla. Se da cuenta de que el Amor de Dios inunda su vida, y que las leyes sin amor no tienen sentido, se da cuenta que guardar el sábado es sagrado, pero no por la literalidad de la norma sino por la plenitud que ha encontrado en ella y en su vida: el AMOR DE DIOS, SU PERDÓN Y MISIERICORDIA. Esa experiencia personal de la obra liberadora de Jesús, en su vida, le permite dar una respuesta convincente frente a quienes le preguntan sobre por qué lleva la camilla o quién le ha curado. Una convicción que nosotros deberíamos mostrar en nuestra vida pero que muchas veces nos falta a pesar de haber conocido y a pesar de habernos encontrado muchas veces con Cristo en nuestra existencia.
RECUERDA:
Necesitamos esa renovación interior que permite un cambio radical en las manifestaciones y relaciones humanas. Sin ese cambio interior, sin ese cambio personal, nada se renueva en la convivencia y tampoco se transforman las estructuras, personales y sociales. Y esto se produce a partir de este encuentro sanador con Cristo nuestro Señor. ¿Cómo nos situamos ante Él? ¿Creemos en su palabra?
1.- ¿Cómo nos situamos ante Cristo, creo en su Palabra? ¿Vivo plenamente la experiencia sanadora y liberadora de Dios en mi vida?
2.- ¿Miro hacia otro lado o paso por alto la vista ante el sufrimiento de los demás por miedo a sufrir yo también o porque piense que “bastante tengo con lo mío”?
3.- ¿Reconozco mis cruces, luces y sombras de modo que cargo “mi camilla” y echo a andar como el paralítico de hoy?
¡Ayúdame, Señor, a descubrirte en cada momento de mi vida para que pueda ayudar a los demás a que te descubran a ti también en cada momento de su existencia!
23 de marzo de 2020.
LUNES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 4, 43-54.
“El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino”.
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
¡Buenos días!
Noveno día de confinamiento. Previsiblemente sea, según, algunos expertos la semana más dura y difícil. Más dura y difícil porque vamos a ver ascender de manera exponencial el número de contagiados y de fallecidos. También veremos el número de personas que han recibido el alta, que no sé por qué, siempre se nos pasa más desapercibido; deber ser por esa obsesión que tenemos los hombres y mujeres de fijarnos más en lo malo que en lo bueno. Es tiempo de confinamiento: de oración, de reflexión, de estar en casa colaborando para frenar esta pandemia que nos ha puesto de frente con nuestra debilidad. Estoy seguro que esto va a cambiar nuestra manera de vivir y de relacionarnos con los demás. Estoy seguro que nos va a hacer darnos cuenta que debemos bajar de ese pedestal donde nos hemos subido para ver a los demás y que nos ha permitido pensar mucho tiempo que estamos por encima de todos y de todo. Ese pedestal que nos permitía pensar que todo lo que quisiésemos lo íbamos a lograr. Somos humanos y por lo tanto: imperfectos, débiles y necesitados de la fuerza y la asistencia de Dios, de su Amor y Misericordia. Ojalá todo esto nos sirva para darnos cuentas que debemos recuperar la humildad perdida todo este tiempo. Ojalá que nos sirva para darnos cuenta de la necesidad que tenemos en nuestra vida de vivir junto a nuestros prójimos, de un abrazo, de una sonrisa, de un momento en el que expresar nuestros sentimientos. Ojalá nos demos cuenta de la importancia de una palmadita sincera en la espalda y de la necesidad de cercanía con los demás. Ojalá que cuando todo esto pase… ¡qué pasará! volvamos a ser más humanos, cercanos y misericordiosos con nosotros mismos y con los demás sin excepción. Para esto, queda un día menos ¡ÁNIMO, no desfallezcáis que el Señor está con nosotros!
Hoy Jesús vuelve a Caná de Galilea, a esa pequeña aldea con mucho encanto (a mí me encantó cuando pude verla) donde hizo su primer milagro ¿recuerdas? Aquí convirtió el agua en vino durante la fiesta de una boda donde se quedaron sin nada para beber durante el banquete. Pues hoy Jesús vuelve a pasar por aquí. Vuelve con su testimonio siempre vigente del gran amor que Dios nos tiene.
Hoy se encuentra con un funcionario real, el cual tenía un hijo enfermo. Este hombre, ante la noticia de que Jesús iba a pasar por allí, decidió ir a buscarlo para pedirle ayuda. Me da igual si lo hizo movido por su fe o por su necesidad, ya hemos aprendido que no podemos juzgar eso, Dios se sirve de todo para que la gente salga a su búsqueda, se acerquen a Él y si lo deciden le sigan. Lo bien cierto es que este hombre fue en búsqueda de Jesús. Sin embargo, nosotros sabemos que Dios pasa a diario por nuestra vida ¿le buscamos? ¿nos hacemos los encontradizos con Él? O por el contrario ¿le dejamos que pase sin más? Es cierto que se trata de un hombre alejado en la fe, el funcionario no dejaba de ser un “gentil” pero ¿acaso es esto una barrera para acercarse a Jesús? ¿Jesús le pone algún reparo? ¿Nos lo pone a nosotros cuando nos acercamos a él a pesar de no vivir siempre la fe como deberíamos? Si no nos lo hace a nosotros, ¿por qué debe hacerlo con los demás?
No podemos olvidar que la Palabra de Jesús, su Evangelio es la Buena Noticia de la universalidad, esto es, nadie se queda fuera: su salvación llega de abajo arriba y de fuera adentro. Y es, precisamente, esto lo que más “rebota”, enfada a los que están cerca de Jesús. Quizá sea esto lo que a nosotros también más nos “molesta” como les ocurría a los apóstoles. No entendemos porqué la salvación de Dios llega a buenos y malos; a creyentes y no creyentes; repito: a todos sin excepción. Esto, no cabe duda, es culpa de nuestro afán por creernos mejores y más cercanos a Jesús por el hecho de sabernos cristianos, pero, no es menos cierto que, esta actitud dista mucho de lo que significa ser un buen seguidor de Cristo. Por lo tanto debemos empezar a vivir con alegría que la salvación de Dios es Universal.
Lejos de cuestionar el porqué del acercamiento del hombre del evangelio de hoy fijémonos en su afán por encontrar a Jesús. Fijémonos en cómo se abre a la Palabra que Jesús tiene para él. Veamos como cree, sin dudar, lo que Jesús le dice. Pero, sobre todo, fijémonos en cómo se pone en camino. Se pone en camino para ver cómo su hijo se ha curado y, también, para dar testimonio de Jesús. ¡Creyó en la palabra de Jesús! ¿Qué ha pasado en este hombre? ¿Ha cambiado su visión de Jesús ante Jesús mismo? Lo que ha ocurrido es que se ha abierto al poder de la fe en Jesús.
Ahora, este hombre, puede bajar a Cafarnaúm. Le guía la fe, la fuerza que emana de la persona de Jesús. Creyó en Jesús y llevó con su fe, a toda su familia, a Jesús. Fue capaz, no sólo de creer sino, también, de ponerse en camino y predicar, dar testimonio de Jesús y de su Amor. ¿Seremos nosotros capaces de hacer lo mismo? La fe nos abre a la existencia de un Dios personal, la fe permite a Dios mostrar en nosotros su propio poder. ¿Qué más necesitamos para abrirnos a este poder de la Fe cuando sabemos que dios sale a nuestro encuentro cada día?
RECUERDA:
La Palabra de Dios es una auténtica revelación. Una revolución de los “adverbios” me vais a permitir que diga, como filólogo que soy. Es una revolución de contradicciones puesto que: “son los de lejos y no quienes están más cerca, los de abajo y los de fuera quienes mejor captan la hondura y la liberación del Evangelio, mientras que a los de arriba y a los de dentro les cuesta superar el desconcierto y se resisten a su inclusión y universalidad”
1.- ¿Reconozco que Dios pasa por mi vida todos los días dispuesto a acercarme a su Palabra y a su Amor? ¿Acepto su cercanía y le busco para escucharle y creer en él?
2.- ¿Estoy dispuesto a escucharle para ponerme en camino, creerle y dar testimonio de Él, de su Palabra y de su Amor?
3.- ¿Juzgo a quienes se acercan a Jesús movidos por la razón que sea? ¿Vivo la universalidad del Evangelio o soy de los que me cuesta aceptar que el Amor y la Palabra de Dios alcanza a los de fuera, a los de abajo y a los de lejos?
¡Ayúdame, Señor, a descubrir que tu Palabra y tu Amor, que tu Misericordia alcanza a los de arriba y a los de abajo, a los de dentro y a los de fuera, a los de cerca y a los de lejos! ¡Ayúdame a saber valorar y agradecer esta Universalidad de tu Amor!
LUNES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 4, 43-54.
“El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino”.
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
¡Buenos días!
Noveno día de confinamiento. Previsiblemente sea, según, algunos expertos la semana más dura y difícil. Más dura y difícil porque vamos a ver ascender de manera exponencial el número de contagiados y de fallecidos. También veremos el número de personas que han recibido el alta, que no sé por qué, siempre se nos pasa más desapercibido; deber ser por esa obsesión que tenemos los hombres y mujeres de fijarnos más en lo malo que en lo bueno. Es tiempo de confinamiento: de oración, de reflexión, de estar en casa colaborando para frenar esta pandemia que nos ha puesto de frente con nuestra debilidad. Estoy seguro que esto va a cambiar nuestra manera de vivir y de relacionarnos con los demás. Estoy seguro que nos va a hacer darnos cuenta que debemos bajar de ese pedestal donde nos hemos subido para ver a los demás y que nos ha permitido pensar mucho tiempo que estamos por encima de todos y de todo. Ese pedestal que nos permitía pensar que todo lo que quisiésemos lo íbamos a lograr. Somos humanos y por lo tanto: imperfectos, débiles y necesitados de la fuerza y la asistencia de Dios, de su Amor y Misericordia. Ojalá todo esto nos sirva para darnos cuentas que debemos recuperar la humildad perdida todo este tiempo. Ojalá que nos sirva para darnos cuenta de la necesidad que tenemos en nuestra vida de vivir junto a nuestros prójimos, de un abrazo, de una sonrisa, de un momento en el que expresar nuestros sentimientos. Ojalá nos demos cuenta de la importancia de una palmadita sincera en la espalda y de la necesidad de cercanía con los demás. Ojalá que cuando todo esto pase… ¡qué pasará! volvamos a ser más humanos, cercanos y misericordiosos con nosotros mismos y con los demás sin excepción. Para esto, queda un día menos ¡ÁNIMO, no desfallezcáis que el Señor está con nosotros!
Hoy Jesús vuelve a Caná de Galilea, a esa pequeña aldea con mucho encanto (a mí me encantó cuando pude verla) donde hizo su primer milagro ¿recuerdas? Aquí convirtió el agua en vino durante la fiesta de una boda donde se quedaron sin nada para beber durante el banquete. Pues hoy Jesús vuelve a pasar por aquí. Vuelve con su testimonio siempre vigente del gran amor que Dios nos tiene.
Hoy se encuentra con un funcionario real, el cual tenía un hijo enfermo. Este hombre, ante la noticia de que Jesús iba a pasar por allí, decidió ir a buscarlo para pedirle ayuda. Me da igual si lo hizo movido por su fe o por su necesidad, ya hemos aprendido que no podemos juzgar eso, Dios se sirve de todo para que la gente salga a su búsqueda, se acerquen a Él y si lo deciden le sigan. Lo bien cierto es que este hombre fue en búsqueda de Jesús. Sin embargo, nosotros sabemos que Dios pasa a diario por nuestra vida ¿le buscamos? ¿nos hacemos los encontradizos con Él? O por el contrario ¿le dejamos que pase sin más? Es cierto que se trata de un hombre alejado en la fe, el funcionario no dejaba de ser un “gentil” pero ¿acaso es esto una barrera para acercarse a Jesús? ¿Jesús le pone algún reparo? ¿Nos lo pone a nosotros cuando nos acercamos a él a pesar de no vivir siempre la fe como deberíamos? Si no nos lo hace a nosotros, ¿por qué debe hacerlo con los demás?
No podemos olvidar que la Palabra de Jesús, su Evangelio es la Buena Noticia de la universalidad, esto es, nadie se queda fuera: su salvación llega de abajo arriba y de fuera adentro. Y es, precisamente, esto lo que más “rebota”, enfada a los que están cerca de Jesús. Quizá sea esto lo que a nosotros también más nos “molesta” como les ocurría a los apóstoles. No entendemos porqué la salvación de Dios llega a buenos y malos; a creyentes y no creyentes; repito: a todos sin excepción. Esto, no cabe duda, es culpa de nuestro afán por creernos mejores y más cercanos a Jesús por el hecho de sabernos cristianos, pero, no es menos cierto que, esta actitud dista mucho de lo que significa ser un buen seguidor de Cristo. Por lo tanto debemos empezar a vivir con alegría que la salvación de Dios es Universal.
Lejos de cuestionar el porqué del acercamiento del hombre del evangelio de hoy fijémonos en su afán por encontrar a Jesús. Fijémonos en cómo se abre a la Palabra que Jesús tiene para él. Veamos como cree, sin dudar, lo que Jesús le dice. Pero, sobre todo, fijémonos en cómo se pone en camino. Se pone en camino para ver cómo su hijo se ha curado y, también, para dar testimonio de Jesús. ¡Creyó en la palabra de Jesús! ¿Qué ha pasado en este hombre? ¿Ha cambiado su visión de Jesús ante Jesús mismo? Lo que ha ocurrido es que se ha abierto al poder de la fe en Jesús.
Ahora, este hombre, puede bajar a Cafarnaúm. Le guía la fe, la fuerza que emana de la persona de Jesús. Creyó en Jesús y llevó con su fe, a toda su familia, a Jesús. Fue capaz, no sólo de creer sino, también, de ponerse en camino y predicar, dar testimonio de Jesús y de su Amor. ¿Seremos nosotros capaces de hacer lo mismo? La fe nos abre a la existencia de un Dios personal, la fe permite a Dios mostrar en nosotros su propio poder. ¿Qué más necesitamos para abrirnos a este poder de la Fe cuando sabemos que dios sale a nuestro encuentro cada día?
RECUERDA:
La Palabra de Dios es una auténtica revelación. Una revolución de los “adverbios” me vais a permitir que diga, como filólogo que soy. Es una revolución de contradicciones puesto que: “son los de lejos y no quienes están más cerca, los de abajo y los de fuera quienes mejor captan la hondura y la liberación del Evangelio, mientras que a los de arriba y a los de dentro les cuesta superar el desconcierto y se resisten a su inclusión y universalidad”
1.- ¿Reconozco que Dios pasa por mi vida todos los días dispuesto a acercarme a su Palabra y a su Amor? ¿Acepto su cercanía y le busco para escucharle y creer en él?
2.- ¿Estoy dispuesto a escucharle para ponerme en camino, creerle y dar testimonio de Él, de su Palabra y de su Amor?
3.- ¿Juzgo a quienes se acercan a Jesús movidos por la razón que sea? ¿Vivo la universalidad del Evangelio o soy de los que me cuesta aceptar que el Amor y la Palabra de Dios alcanza a los de fuera, a los de abajo y a los de lejos?
¡Ayúdame, Señor, a descubrir que tu Palabra y tu Amor, que tu Misericordia alcanza a los de arriba y a los de abajo, a los de dentro y a los de fuera, a los de cerca y a los de lejos! ¡Ayúdame a saber valorar y agradecer esta Universalidad de tu Amor!
22 de marzo de 2020.
DOMINGO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 9, 1-41.
“Él fue, se lavó, y volvió con vista”.
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Unos decían:
«El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
El respondía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de Los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.
¡Buenos días!
Octavo día de confinamiento y se ha anunciado que van a pedir a nuestro Congreso un mínimo de quince días más ¿un fastidio? ¡NO, LA SOLUCIÓN A ESTE GRAVE PROBLEMA DE EMERGENCIA SANITARIA QUE ESTAMOS VIVIENDO! Por eso os animo no a verlo como una carga, un castigo sino como la solución de nuestros problemas. Cuando solucionamos problemas nos alegramos de nuestra eficacia, pues bien, ya mismo estaremos viendo los frutos de este confinamiento, de este esfuerzo que todos estamos haciendo y eso nos alegrará. Ayudemos al personal sanitario, tan desbordado, quedándonos en casa. Ayudemos a los Cuerpos de Seguridad del Estado que ponen, también, en riesgo sus vidas para nuestra salvaguarda. Recemos para que el Señor, como hace siempre, nos proteja y nos dé la fuerza necesaria para seguir sin desfallecer. Vamos hacia delante que ya nos estamos haciendo unos expertos. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Comenzamos, pues, la segunda semana de confinamiento y la Cuarta de Cuaresma. Vamos avanzando hacia una Semana Santa que este año vamos a vivir muy íntimamente pero que debemos saber aprovechar. Estamos viviendo esta cuarentena más unidos a Jesús que nunca, como él, estamos pasando cuarenta días de desierto que acabarán con la Resurrección de Cristo, con nuestra salvación, con nuestra victoria sobre este COVID-19. ¡Nos esperan unas Pascuas únicas que seguro vamos a celebrar en la Parroquia de la mejor manera que podamos, no os quepa duda!
Pero antes continuamos nuestro tiempo de conversión. Hoy con un evangelio de Juan que pone de manifiesta de una manera perfecta el proceso de conversión de una persona, en este caso bajo el ejemplo del ciego de nacimiento. Ese hombre que pasa de la ceguera, de la falta de fe, de no ver a Dios; a verlo, aceptarlo y acogerlo en su vida. Esto es lo mismo que debe sucedernos a cada uno de nosotros. Que vayamos, poco a poco, configurando nuestra vida con la de Cristo de manera que sea Él quien viva en nosotros cada día.
Hoy se nos pide pasar de la “ceguera y oscuridad” a la “luminosidad, a la luz”. Muchos de nosotros tuvimos la suerte de recibir la plena luz de la fe y de ser educados como “hijos de esa luz” en nuestro bautismo gracias a nuestros padres y padrinos. Pero si esa luz no la alimentamos se acaba apagando, desvaneciendo y esto nos lleva a la falta de fe, a la oscuridad de nuestra vida y a alejarnos cada día más de Dios. Lo que se nos pregunta hoy con este evangelio es si realmente vivimos con los ojos bien abiertos, si vivimos de un modo nuevo o si con el tiempo nos hemos dejado llevar por la ceguera, la vista cansada, la cortedad de miras…
Así pues ¿vivimos en la luz o en la oscuridad? No podemos olvidar que vivimos en la oscuridad cuando somos incapaces de reconocer, por ejemplo, en la naturaleza el amor de Dios, su presencia entre nosotros. Esto nos lleva a valorar las cosas y a las personas por su utilidad: “vale más en tanto en cuanto me es más útil” ¿no es esto despojarlo todo del amor de Dios?
Vivir en la oscuridad es no saber ver en los demás la dignidad de Hijos de Dios. Es tratar a nuestro prójimo desde el prejuicio y la crítica. Tratarlos desde la mera apariencia sin llegar a lo más íntimo de su corazón.
Vivimos en la oscuridad, también, cuando sólo buscamos ver lo agradable: nuestro propio bienestar, nuestros éxitos y seguridades, aquello que a nosotros nos compete, mis intereses, mis ideologías, mis creencias, nuestras reivindicaciones egoístas; dejando de lado: el afrontar las injusticias del mundo, las desgracias de los otros, dejar de tener una mirada amplia ante las necesidades de los que nos rodean, sean del tipo que sea.
Vivimos en la oscuridad cuando nos negamos a creer en las personas que anuncian esperanza en medio de los fracasos y de las injusticias o cuando llevamos una doble vida que nos hace ocultar a la vista de los que nos rodean nuestras inseguridades, dudas, miedos, fallos. Cuando queremos mostrar, únicamente, la parte bonita y triunfadora de nuestra vida, dar siempre apariencia de seguridad, éxito, fortaleza, honorabilidad… hoy en día las redes sociales nos llevan a ver cómo la gente se inventa mediante sus fotos una vida falsa donde sólo muestran al mundo su “felicidad” que poco o nada tiene que ver, en muchos casos con la de Cristo, por el hecho de conseguir tener más influencia y seguidores en determinados medios ¡Qué triste es no reconocerse limitado y humilde, sencillo! ¡Qué triste es no reconocerse necesitado del amor y la ayuda de Dios! ¿Puede haber algo que nos haga ser más grandes que reconocernos limitados y pecadores? En eso precisamente consiste el hecho de recuperar la visión, en reconocer la necesitad de vivir unidos a Dios, a ese Dios que es Amor y no nos abandona jamás.
¿Qué necesitamos para iluminar nuestra vida? ¡La FE! Esa Fe que recibimos en nuestro bautismo y que nosotros debemos alimentar. La fe nos permitirá reconocer el amor de Dios en las cosas y personas que nos rodean siendo capaces de ir más allá de su mera utilidad. Nos abrirá a los demás, nos ayudará a confiar en quienes nos rodean, a amar a los sencillos y humildes. Nos hará más sensibles al dolor de los pobres, de los inmigrantes y excluidos. Nos sacará de nosotros mismos, de nuestros problemas y prejuicios ideológicos para vivir sin miedo en la diferencia y en el diálogo. Seremos más transparentes, claros, honrados, veraces, aceptaremos nuestros debilidades, flaquezas y fallas. Esto nos hará convertirnos en personas que reflejemos la luz de Cristo en nuestra vida, con nuestros actos y seamos como ese candil que ilumina a nuestros prójimos para que puedan vivir en el Amor de los Hijos de la Luz, de los Hijos de Dios.
Por eso, nuestro cometido en este Cuaresma es abandonar la ceguera, la falta de fe y poner nuestro corazón en el Amor de Dios. Abrir nuestro espíritu y nuestra alma a la Palabra de Dios para que Él habite en cada uno de nosotros. Ojalá que, como el ciego de nacimiento, nosotros, también, afirmemos con nuestra vida, actos y sentimientos que Jesús es el Profeta, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.
RECUERDA:
La verdadera ceguera es la de aquellos que creen ver pero que rechazan la luz. Su juicio está “en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3, 19).
1.- ¿Te sientes, como el ciego de nacimiento, necesitado de luz y de salvación?
2.- ¿Compartes, de algún modo, la ceguera de los discípulos (llenos de prejuicios religiosos) de los vecinos (superficiales en su manera de mirar), de los padres (miedosos por confesar a Jesús) y de los fariseos (duros de corazón e incapaces de sentir misericordia por los demás)?
3.- ¿Cómo vas a mantener vivía en tu vida la Luz de Cristo que te permita salir de las tinieblas para vivir como Hijo de la Luz?
¡Ayúdame, Señor, a decirle al mundo con mis palabras, actos y sentimientos que Tú eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!
DOMINGO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 9, 1-41.
“Él fue, se lavó, y volvió con vista”.
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Unos decían:
«El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
El respondía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de Los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.
¡Buenos días!
Octavo día de confinamiento y se ha anunciado que van a pedir a nuestro Congreso un mínimo de quince días más ¿un fastidio? ¡NO, LA SOLUCIÓN A ESTE GRAVE PROBLEMA DE EMERGENCIA SANITARIA QUE ESTAMOS VIVIENDO! Por eso os animo no a verlo como una carga, un castigo sino como la solución de nuestros problemas. Cuando solucionamos problemas nos alegramos de nuestra eficacia, pues bien, ya mismo estaremos viendo los frutos de este confinamiento, de este esfuerzo que todos estamos haciendo y eso nos alegrará. Ayudemos al personal sanitario, tan desbordado, quedándonos en casa. Ayudemos a los Cuerpos de Seguridad del Estado que ponen, también, en riesgo sus vidas para nuestra salvaguarda. Recemos para que el Señor, como hace siempre, nos proteja y nos dé la fuerza necesaria para seguir sin desfallecer. Vamos hacia delante que ya nos estamos haciendo unos expertos. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Comenzamos, pues, la segunda semana de confinamiento y la Cuarta de Cuaresma. Vamos avanzando hacia una Semana Santa que este año vamos a vivir muy íntimamente pero que debemos saber aprovechar. Estamos viviendo esta cuarentena más unidos a Jesús que nunca, como él, estamos pasando cuarenta días de desierto que acabarán con la Resurrección de Cristo, con nuestra salvación, con nuestra victoria sobre este COVID-19. ¡Nos esperan unas Pascuas únicas que seguro vamos a celebrar en la Parroquia de la mejor manera que podamos, no os quepa duda!
Pero antes continuamos nuestro tiempo de conversión. Hoy con un evangelio de Juan que pone de manifiesta de una manera perfecta el proceso de conversión de una persona, en este caso bajo el ejemplo del ciego de nacimiento. Ese hombre que pasa de la ceguera, de la falta de fe, de no ver a Dios; a verlo, aceptarlo y acogerlo en su vida. Esto es lo mismo que debe sucedernos a cada uno de nosotros. Que vayamos, poco a poco, configurando nuestra vida con la de Cristo de manera que sea Él quien viva en nosotros cada día.
Hoy se nos pide pasar de la “ceguera y oscuridad” a la “luminosidad, a la luz”. Muchos de nosotros tuvimos la suerte de recibir la plena luz de la fe y de ser educados como “hijos de esa luz” en nuestro bautismo gracias a nuestros padres y padrinos. Pero si esa luz no la alimentamos se acaba apagando, desvaneciendo y esto nos lleva a la falta de fe, a la oscuridad de nuestra vida y a alejarnos cada día más de Dios. Lo que se nos pregunta hoy con este evangelio es si realmente vivimos con los ojos bien abiertos, si vivimos de un modo nuevo o si con el tiempo nos hemos dejado llevar por la ceguera, la vista cansada, la cortedad de miras…
Así pues ¿vivimos en la luz o en la oscuridad? No podemos olvidar que vivimos en la oscuridad cuando somos incapaces de reconocer, por ejemplo, en la naturaleza el amor de Dios, su presencia entre nosotros. Esto nos lleva a valorar las cosas y a las personas por su utilidad: “vale más en tanto en cuanto me es más útil” ¿no es esto despojarlo todo del amor de Dios?
Vivir en la oscuridad es no saber ver en los demás la dignidad de Hijos de Dios. Es tratar a nuestro prójimo desde el prejuicio y la crítica. Tratarlos desde la mera apariencia sin llegar a lo más íntimo de su corazón.
Vivimos en la oscuridad, también, cuando sólo buscamos ver lo agradable: nuestro propio bienestar, nuestros éxitos y seguridades, aquello que a nosotros nos compete, mis intereses, mis ideologías, mis creencias, nuestras reivindicaciones egoístas; dejando de lado: el afrontar las injusticias del mundo, las desgracias de los otros, dejar de tener una mirada amplia ante las necesidades de los que nos rodean, sean del tipo que sea.
Vivimos en la oscuridad cuando nos negamos a creer en las personas que anuncian esperanza en medio de los fracasos y de las injusticias o cuando llevamos una doble vida que nos hace ocultar a la vista de los que nos rodean nuestras inseguridades, dudas, miedos, fallos. Cuando queremos mostrar, únicamente, la parte bonita y triunfadora de nuestra vida, dar siempre apariencia de seguridad, éxito, fortaleza, honorabilidad… hoy en día las redes sociales nos llevan a ver cómo la gente se inventa mediante sus fotos una vida falsa donde sólo muestran al mundo su “felicidad” que poco o nada tiene que ver, en muchos casos con la de Cristo, por el hecho de conseguir tener más influencia y seguidores en determinados medios ¡Qué triste es no reconocerse limitado y humilde, sencillo! ¡Qué triste es no reconocerse necesitado del amor y la ayuda de Dios! ¿Puede haber algo que nos haga ser más grandes que reconocernos limitados y pecadores? En eso precisamente consiste el hecho de recuperar la visión, en reconocer la necesitad de vivir unidos a Dios, a ese Dios que es Amor y no nos abandona jamás.
¿Qué necesitamos para iluminar nuestra vida? ¡La FE! Esa Fe que recibimos en nuestro bautismo y que nosotros debemos alimentar. La fe nos permitirá reconocer el amor de Dios en las cosas y personas que nos rodean siendo capaces de ir más allá de su mera utilidad. Nos abrirá a los demás, nos ayudará a confiar en quienes nos rodean, a amar a los sencillos y humildes. Nos hará más sensibles al dolor de los pobres, de los inmigrantes y excluidos. Nos sacará de nosotros mismos, de nuestros problemas y prejuicios ideológicos para vivir sin miedo en la diferencia y en el diálogo. Seremos más transparentes, claros, honrados, veraces, aceptaremos nuestros debilidades, flaquezas y fallas. Esto nos hará convertirnos en personas que reflejemos la luz de Cristo en nuestra vida, con nuestros actos y seamos como ese candil que ilumina a nuestros prójimos para que puedan vivir en el Amor de los Hijos de la Luz, de los Hijos de Dios.
Por eso, nuestro cometido en este Cuaresma es abandonar la ceguera, la falta de fe y poner nuestro corazón en el Amor de Dios. Abrir nuestro espíritu y nuestra alma a la Palabra de Dios para que Él habite en cada uno de nosotros. Ojalá que, como el ciego de nacimiento, nosotros, también, afirmemos con nuestra vida, actos y sentimientos que Jesús es el Profeta, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.
RECUERDA:
La verdadera ceguera es la de aquellos que creen ver pero que rechazan la luz. Su juicio está “en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3, 19).
1.- ¿Te sientes, como el ciego de nacimiento, necesitado de luz y de salvación?
2.- ¿Compartes, de algún modo, la ceguera de los discípulos (llenos de prejuicios religiosos) de los vecinos (superficiales en su manera de mirar), de los padres (miedosos por confesar a Jesús) y de los fariseos (duros de corazón e incapaces de sentir misericordia por los demás)?
3.- ¿Cómo vas a mantener vivía en tu vida la Luz de Cristo que te permita salir de las tinieblas para vivir como Hijo de la Luz?
¡Ayúdame, Señor, a decirle al mundo con mis palabras, actos y sentimientos que Tú eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!
21 de marzo de 2020.
SÁBADO III DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 18, 9-14.
“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
¡Buenos días!
Una semana de confinamiento. Vamos hacia delante que ya nos estamos haciendo unos expertos. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Hoy tenemos entre nuestras manos una parábola muy conocida, pero, precisamente, por eso, debemos releerla a menudo ya que muchas veces tenemos la tentación de dejar de lado cosas que sabemos bien pero que son fundamentales en nuestra vida, de manera que se nos acaban olvidando u obviándolas en nuestra vida.
Esta parábola nos plantea dos formas de situarnos en la vida. Dos maneras de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Todos podemos portar un “fariseo en nuestro interior”, de modo que reconocerlo es el primer paso de liberarnos de él. ¿Reconocemos esta actitud del fariseo?
Como podemos ver el fariseo no es una mala persona. El problema está en su enfoque de la imagen de Dios que él tiene, y por lo tanto, las consecuencias que este desenfoque de Dios tienen en su vida. Para el fariseo, para los fariseos, Dios es pura norma. Su visión es la de un Dios con el que hay que cumplir obligatoriamente y al que hay que agradar en todo momento. Desde esa exigencia, lo que el fariseo hace es usar su calidad moral para despreciar al otro y así presentarse ante los demás como una autorreferencia, esto es, se muestra siempre y en cada momento como el ejemplo que los demás tienen que seguir. Se sitúa por encima de cada uno de sus prójimos; él siempre lo hace todo bien para agradar a Dios, actúa siempre oportunamente para agradar a Dios y nunca falla porque cumple la regla “letra a letra” para agradar a Dios. Al menos, es así como él lo vive, de ahí que se erija como autorreferencia siendo incapaz de darse cuenta de sus fallos, de sus limitaciones y de sus vulnerabilidades. NADIE ES PERFECTO, SALVO DIOS. ¿No nos ocurre esto a nosotros mismos? ¿Cuántas veces no nos consideramos mejor que los demás por el hecho de acudir cada domingo a la celebración de la Eucaristía? De hecho ¿esto es por sí solo garantía de hacer las cosas bien? ¿De qué me sirve celebrar cada día la Eucaristía si después no soy capaz de amar a los demás como Cristo me ama a mí? ¿Os acordáis de las palabras de Jesús ayer: “ama a tu prójimo como a ti mismo”? Jesús, os recuerdo el evangelio del pasado miércoles dieciocho de mazo: “no he venido a abolir la ley sino a darle plenitud”. Jesús no quiere que nos volvamos en meros legalistas que cumplen la ley porque sí. No quiere que vivamos sólo pensando en cumplir la norma, sino que quiere que descubramos en ellas el amor de Dios. No quiere que pensemos que por el hecho de cumplir las reglas “letra a letra” sin más fundamento que el “porque sí” nos creamos infalibles ni mejores que los demás. Quiere que desterremos de nuestra vida esa actitud propia del fariseo, que como hemos visto en el evangelio, se vanagloria de él mismo constantemente, incluso se sitúa en un plano superior a los demás, como nos ocurre a nosotros mismos muchas veces: “te doy gracias porque no soy como los demás hombres…” ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás, para creernos por encima de los demás?
No estaría de más recordar este principio básico de la Iglesia: “de internis neque Ecclesia” esto es: “Que nadie juzgue la situación interna de las personas (juicios de intención) ni siquiera la Iglesia”. Por lo tanto, no caigamos en esa actitud de juzgar los sentimientos ni las intenciones de los demás, como Jesús nos pide hoy.
En contraposición con esta actitud, la imagen del publicano. Una persona consciente de su debilidad, de sus límites, etc. Tanto es así que los entrega continuamente a Dios. Desde esa experiencia de su debilidad, de nuestra debilidad debemos abrirnos a la gratuidad de Dios. Debemos experimentar la acogida por su parte de aquellos que se acogen a Él; entregando su propia vida por nuestra salvación. ¿Ponemos nuestra confianza en Él? ¿Sabemos vivir la cercanía de Dios en nuestra vida? ¿Si la vivimos y nos sentimos cerca de Él, amados por Él y salvados por Él ¿por qué nos cuesta tener esa misma actitud con los demás? NO PODEMOS OLVIDAR QUE ÉSTA ES LA ÚNICA ACTITUD QUE NOS SALVA. LA ÚNICA ACTITUD QUE COMO AL PUBLICANO LE PERMITE BAJAR JUSTIFICADO. ¿Estamos dispuestos a adoptar esta actitud de vida?
RECUERDA:
La humildad es la cualidad más preciada que debemos practicar día a día. Esto nos llevaría a ver la viga de nuestro ojo, conoceríamos y reconoceríamos nuestras limitaciones, nuestras deficiencias, nuestras carencias… y no estaríamos tan pendientes de los demás, de lo que son y lo que hacen. Veríamos la acción de Dios en nuestra vida y su infinito amor y misericordia con cada uno de nosotros, tratándonos no como merecen nuestros pecados sino con su inmensa bondad.
Intentemos vivir en estos días conociéndonos a nosotros mismos, poniéndonos en las manos del Señor con sencillez y humildad.
1.- ¿Reconozco que de vez en cuando vivo las actitudes propias de los fariseos?
2.- ¿Estoy dispuesto a adoptar la forma de ser humilde, sencilla, entregada y confiada en el Señor del publicano?
3.- ¿Cuánto cambiaría nuestro mundo si todos fuéramos más humildes? ¿Por qué no empiezo por mí y adopto esta actitud?
¡Ayúdame, Señor, a desterrar de mi vida el fariseo que de vez en cuando hay en mi!
SÁBADO III DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 18, 9-14.
“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
¡Buenos días!
Una semana de confinamiento. Vamos hacia delante que ya nos estamos haciendo unos expertos. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Hoy tenemos entre nuestras manos una parábola muy conocida, pero, precisamente, por eso, debemos releerla a menudo ya que muchas veces tenemos la tentación de dejar de lado cosas que sabemos bien pero que son fundamentales en nuestra vida, de manera que se nos acaban olvidando u obviándolas en nuestra vida.
Esta parábola nos plantea dos formas de situarnos en la vida. Dos maneras de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Todos podemos portar un “fariseo en nuestro interior”, de modo que reconocerlo es el primer paso de liberarnos de él. ¿Reconocemos esta actitud del fariseo?
Como podemos ver el fariseo no es una mala persona. El problema está en su enfoque de la imagen de Dios que él tiene, y por lo tanto, las consecuencias que este desenfoque de Dios tienen en su vida. Para el fariseo, para los fariseos, Dios es pura norma. Su visión es la de un Dios con el que hay que cumplir obligatoriamente y al que hay que agradar en todo momento. Desde esa exigencia, lo que el fariseo hace es usar su calidad moral para despreciar al otro y así presentarse ante los demás como una autorreferencia, esto es, se muestra siempre y en cada momento como el ejemplo que los demás tienen que seguir. Se sitúa por encima de cada uno de sus prójimos; él siempre lo hace todo bien para agradar a Dios, actúa siempre oportunamente para agradar a Dios y nunca falla porque cumple la regla “letra a letra” para agradar a Dios. Al menos, es así como él lo vive, de ahí que se erija como autorreferencia siendo incapaz de darse cuenta de sus fallos, de sus limitaciones y de sus vulnerabilidades. NADIE ES PERFECTO, SALVO DIOS. ¿No nos ocurre esto a nosotros mismos? ¿Cuántas veces no nos consideramos mejor que los demás por el hecho de acudir cada domingo a la celebración de la Eucaristía? De hecho ¿esto es por sí solo garantía de hacer las cosas bien? ¿De qué me sirve celebrar cada día la Eucaristía si después no soy capaz de amar a los demás como Cristo me ama a mí? ¿Os acordáis de las palabras de Jesús ayer: “ama a tu prójimo como a ti mismo”? Jesús, os recuerdo el evangelio del pasado miércoles dieciocho de mazo: “no he venido a abolir la ley sino a darle plenitud”. Jesús no quiere que nos volvamos en meros legalistas que cumplen la ley porque sí. No quiere que vivamos sólo pensando en cumplir la norma, sino que quiere que descubramos en ellas el amor de Dios. No quiere que pensemos que por el hecho de cumplir las reglas “letra a letra” sin más fundamento que el “porque sí” nos creamos infalibles ni mejores que los demás. Quiere que desterremos de nuestra vida esa actitud propia del fariseo, que como hemos visto en el evangelio, se vanagloria de él mismo constantemente, incluso se sitúa en un plano superior a los demás, como nos ocurre a nosotros mismos muchas veces: “te doy gracias porque no soy como los demás hombres…” ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás, para creernos por encima de los demás?
No estaría de más recordar este principio básico de la Iglesia: “de internis neque Ecclesia” esto es: “Que nadie juzgue la situación interna de las personas (juicios de intención) ni siquiera la Iglesia”. Por lo tanto, no caigamos en esa actitud de juzgar los sentimientos ni las intenciones de los demás, como Jesús nos pide hoy.
En contraposición con esta actitud, la imagen del publicano. Una persona consciente de su debilidad, de sus límites, etc. Tanto es así que los entrega continuamente a Dios. Desde esa experiencia de su debilidad, de nuestra debilidad debemos abrirnos a la gratuidad de Dios. Debemos experimentar la acogida por su parte de aquellos que se acogen a Él; entregando su propia vida por nuestra salvación. ¿Ponemos nuestra confianza en Él? ¿Sabemos vivir la cercanía de Dios en nuestra vida? ¿Si la vivimos y nos sentimos cerca de Él, amados por Él y salvados por Él ¿por qué nos cuesta tener esa misma actitud con los demás? NO PODEMOS OLVIDAR QUE ÉSTA ES LA ÚNICA ACTITUD QUE NOS SALVA. LA ÚNICA ACTITUD QUE COMO AL PUBLICANO LE PERMITE BAJAR JUSTIFICADO. ¿Estamos dispuestos a adoptar esta actitud de vida?
RECUERDA:
La humildad es la cualidad más preciada que debemos practicar día a día. Esto nos llevaría a ver la viga de nuestro ojo, conoceríamos y reconoceríamos nuestras limitaciones, nuestras deficiencias, nuestras carencias… y no estaríamos tan pendientes de los demás, de lo que son y lo que hacen. Veríamos la acción de Dios en nuestra vida y su infinito amor y misericordia con cada uno de nosotros, tratándonos no como merecen nuestros pecados sino con su inmensa bondad.
Intentemos vivir en estos días conociéndonos a nosotros mismos, poniéndonos en las manos del Señor con sencillez y humildad.
1.- ¿Reconozco que de vez en cuando vivo las actitudes propias de los fariseos?
2.- ¿Estoy dispuesto a adoptar la forma de ser humilde, sencilla, entregada y confiada en el Señor del publicano?
3.- ¿Cuánto cambiaría nuestro mundo si todos fuéramos más humildes? ¿Por qué no empiezo por mí y adopto esta actitud?
¡Ayúdame, Señor, a desterrar de mi vida el fariseo que de vez en cuando hay en mi!
20 de marzo de 2020.
VIERNES III DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 12, 28b-34.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
¡Buenos días!
Mañana se cumple una semana de confinamiento en nuestras vidas. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Volvemos a nuestro día a día cuaresmal. Ayer hicimos un alto, para poder celebrar la figura de san José, una figura llena de importancia donde pudimos analizar cómo la bondad y el amor en la vida del cristiano tienen que caminar a la par de manera que no pueden darse la una sin la otra. Hoy, Marcos va a llevar hasta el extremo esa bondad recordándonos esas palabras de Jesucristo donde nos invita a amar a los demás. Pero no con un amor simple o que podríamos llamar “amor general”, Cristo quiere que amemos a los demás como nosotros nos amamos a nosotros mismos. Y es que a estas alturas de vida nadie pone en duda de que cada uno de nosotros nos amamos en grado sumo, y no está mal, no está mal siempre que eso no nos mueva a ser egoístas, ni vanidosos, déspotas e injustos con los demás. Quererse a uno mismo es procurarse siempre el bien a uno mismo, esto es: querer llevar una vida correcta y ordenada, querer vivir el amor de Dios hasta sus últimas consecuencias, cumplir siempre la voluntad de Aquel que nos creó y como no, vivir por y para los demás entregando nuestra propia vida, ésta que tanto amamos, por sus necesidades. Eso significa quererse bien a uno mismo y eso tiene que ser amar a los demás como nosotros mismos nos amamos: entregando nuestra vida por nuestros prójimos. Pero ¿es así como amamos a los demás?
El texto del evangelio de hoy deja muy clara esta idea. Nos encontramos con un escriba que le pregunta a Jesús qué mandamiento es el primero y principal. Nosotros, como el escriba, conocemos la respuesta de Jesús puesto que sabemos, sobradamente que nuestro Dios es AMOR y que, por lo tanto, nuestra vida tiene que ser precisamente: una muestra de amor sin límites a Dios y a los demás.
Lo que no podemos olvidar tampoco es esa unión que Dios hace. Amar a Dios y al prójimo son una misma cosa, de manera que no podemos amar a los demás (padres, hermanos, esposos, hijos, amigos, enemigos, conocidos…) si primero no amamos a Dios sobre todas las cosas; de la misma manera que resulta imposible que nuestro amor a Dios sea incondicional si en nuestras vidas no amamos a cada una de las personas que nos rodean como Dios y cada uno nos amamos a nosotros mismos. Por lo tanto, tenemos que preguntarnos también: ¿Cómo es mi amor a Dios? Francamente ¿es incondicional? ¿Dejo de amar a Dios cuando no me gusta lo que me está pidiendo en cada momento? ¿Amo a Dios, solamente, cuando la vida como suele decirse de una manera coloquial: “me sonríe”? ¿Mi amor a Dios se pone en cuarentena cuando las circunstancias no son todo lo favorables que a mí me gustaría que fuesen en cada momento? Que nosotros amamos a Dios está claro y no seré yo quien lo ponga en duda jamás, pero ¿lo amamos sobre todas las cosas? No lo pongo en duda, pero conociendo mi debilidad, mi comodidad, mi egoísmo… es algo que me cuesta y que estoy seguro que a muchos también les supongo un gran esfuerzo. Un esfuerzo al que de la misma manera digo que NO ESTOY DISPUESTO A DEJAR DE LADO NUNCA, JAMÁS RENUNCIARÉ A ÉL, puesto que alcanzar la meta es difícil, pero andar el camino de AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS ES LO ÚNICO QUE DOTA DE SENTIDO MI EXISTENCIA ¿te pasa a ti lo mismo? ¿Estás dispuesto a caminar por esta senda del amor a Dios?
Si estás dispuesto a seguir este camino de conseguir amar a Dios, sobre todo, te será muy fácil amar a los demás como a ti mismo. Segunda parte de ese mandamiento fundamental para Dios. Sólo por amor a Dios somos capaces de perdonar a los demás setenta veces siete, como nos pedía el otro día en el evangelio Jesús. Solo amando a Dios sobre todas las cosas somos capaces de renunciar a nosotros mismos, de no llevar cuentas del mal, de “anonadarnos” por amor a los hermanos y hermanas que nos rodean. Por amor a Cristo que es el AMOR HECHO PERSONA, EL AMOR HERMOSO Y MISERICORDIOSO, somos capaces de dejar de lado que alguien me caiga bien o mal y entregar toda mi vida a sus necesidades. Por ese AMOR A DIOS destierro de mi vida odios y rencores y trato a los demás como hermanos y hermanas míos que son, dándoles toda la dignidad y reconociéndoles que, como yo, aunque seamos completamente diferentes, también son hijos de ese Dios que nos ama a todos hasta las últimas consecuencias: hasta morir en la cruz.
Ojalá este tiempo de Cuaresma nos lleve a reconocer qué tenemos que desterrar de nuestra vida, de nuestro corazón para llegar a amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como nos amamos cada uno de nosotros a nosotros mismos.
RECUERDA:
Estamos hechos a imagen de Dios, que es Amor, por lo que también nosotros somos amor. La diferencia está en que nuestro Dios es Amor al cien por cien, no encontramos en Él hay desamor alguno. En nosotros, en cambio, lo notamos y experimentamos, aunque el amor sea lo más potente, descubrimos que la tendencia al desamor, al odio, a la venganza ronda por nuestro corazón. Por eso, para cumplir “el mandamiento primero”, el mandamiento del amor, insistentemente hemos de pedir a Jesús, que nos convenza de lo mucho que nos ama para que apoyándonos en su infinito amor podamos nosotros, también, cumplir este mandamiento primero.
1.- ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Qué me lo impide?
2.- ¿Amo a mi prójimo como a mi mismo? ¿Qué me lo impide?
3.- ¿Estoy dispuesto a recorrer este camino de amor a Dios y a los demás?
¡Ayúdame, Señor, a ser hombres y mujeres testigos y testimonios del Amor en cada encuentro y relación!
VIERNES III DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 12, 28b-34.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
¡Buenos días!
Mañana se cumple una semana de confinamiento en nuestras vidas. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Volvemos a nuestro día a día cuaresmal. Ayer hicimos un alto, para poder celebrar la figura de san José, una figura llena de importancia donde pudimos analizar cómo la bondad y el amor en la vida del cristiano tienen que caminar a la par de manera que no pueden darse la una sin la otra. Hoy, Marcos va a llevar hasta el extremo esa bondad recordándonos esas palabras de Jesucristo donde nos invita a amar a los demás. Pero no con un amor simple o que podríamos llamar “amor general”, Cristo quiere que amemos a los demás como nosotros nos amamos a nosotros mismos. Y es que a estas alturas de vida nadie pone en duda de que cada uno de nosotros nos amamos en grado sumo, y no está mal, no está mal siempre que eso no nos mueva a ser egoístas, ni vanidosos, déspotas e injustos con los demás. Quererse a uno mismo es procurarse siempre el bien a uno mismo, esto es: querer llevar una vida correcta y ordenada, querer vivir el amor de Dios hasta sus últimas consecuencias, cumplir siempre la voluntad de Aquel que nos creó y como no, vivir por y para los demás entregando nuestra propia vida, ésta que tanto amamos, por sus necesidades. Eso significa quererse bien a uno mismo y eso tiene que ser amar a los demás como nosotros mismos nos amamos: entregando nuestra vida por nuestros prójimos. Pero ¿es así como amamos a los demás?
El texto del evangelio de hoy deja muy clara esta idea. Nos encontramos con un escriba que le pregunta a Jesús qué mandamiento es el primero y principal. Nosotros, como el escriba, conocemos la respuesta de Jesús puesto que sabemos, sobradamente que nuestro Dios es AMOR y que, por lo tanto, nuestra vida tiene que ser precisamente: una muestra de amor sin límites a Dios y a los demás.
Lo que no podemos olvidar tampoco es esa unión que Dios hace. Amar a Dios y al prójimo son una misma cosa, de manera que no podemos amar a los demás (padres, hermanos, esposos, hijos, amigos, enemigos, conocidos…) si primero no amamos a Dios sobre todas las cosas; de la misma manera que resulta imposible que nuestro amor a Dios sea incondicional si en nuestras vidas no amamos a cada una de las personas que nos rodean como Dios y cada uno nos amamos a nosotros mismos. Por lo tanto, tenemos que preguntarnos también: ¿Cómo es mi amor a Dios? Francamente ¿es incondicional? ¿Dejo de amar a Dios cuando no me gusta lo que me está pidiendo en cada momento? ¿Amo a Dios, solamente, cuando la vida como suele decirse de una manera coloquial: “me sonríe”? ¿Mi amor a Dios se pone en cuarentena cuando las circunstancias no son todo lo favorables que a mí me gustaría que fuesen en cada momento? Que nosotros amamos a Dios está claro y no seré yo quien lo ponga en duda jamás, pero ¿lo amamos sobre todas las cosas? No lo pongo en duda, pero conociendo mi debilidad, mi comodidad, mi egoísmo… es algo que me cuesta y que estoy seguro que a muchos también les supongo un gran esfuerzo. Un esfuerzo al que de la misma manera digo que NO ESTOY DISPUESTO A DEJAR DE LADO NUNCA, JAMÁS RENUNCIARÉ A ÉL, puesto que alcanzar la meta es difícil, pero andar el camino de AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS ES LO ÚNICO QUE DOTA DE SENTIDO MI EXISTENCIA ¿te pasa a ti lo mismo? ¿Estás dispuesto a caminar por esta senda del amor a Dios?
Si estás dispuesto a seguir este camino de conseguir amar a Dios, sobre todo, te será muy fácil amar a los demás como a ti mismo. Segunda parte de ese mandamiento fundamental para Dios. Sólo por amor a Dios somos capaces de perdonar a los demás setenta veces siete, como nos pedía el otro día en el evangelio Jesús. Solo amando a Dios sobre todas las cosas somos capaces de renunciar a nosotros mismos, de no llevar cuentas del mal, de “anonadarnos” por amor a los hermanos y hermanas que nos rodean. Por amor a Cristo que es el AMOR HECHO PERSONA, EL AMOR HERMOSO Y MISERICORDIOSO, somos capaces de dejar de lado que alguien me caiga bien o mal y entregar toda mi vida a sus necesidades. Por ese AMOR A DIOS destierro de mi vida odios y rencores y trato a los demás como hermanos y hermanas míos que son, dándoles toda la dignidad y reconociéndoles que, como yo, aunque seamos completamente diferentes, también son hijos de ese Dios que nos ama a todos hasta las últimas consecuencias: hasta morir en la cruz.
Ojalá este tiempo de Cuaresma nos lleve a reconocer qué tenemos que desterrar de nuestra vida, de nuestro corazón para llegar a amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como nos amamos cada uno de nosotros a nosotros mismos.
RECUERDA:
Estamos hechos a imagen de Dios, que es Amor, por lo que también nosotros somos amor. La diferencia está en que nuestro Dios es Amor al cien por cien, no encontramos en Él hay desamor alguno. En nosotros, en cambio, lo notamos y experimentamos, aunque el amor sea lo más potente, descubrimos que la tendencia al desamor, al odio, a la venganza ronda por nuestro corazón. Por eso, para cumplir “el mandamiento primero”, el mandamiento del amor, insistentemente hemos de pedir a Jesús, que nos convenza de lo mucho que nos ama para que apoyándonos en su infinito amor podamos nosotros, también, cumplir este mandamiento primero.
1.- ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Qué me lo impide?
2.- ¿Amo a mi prójimo como a mi mismo? ¿Qué me lo impide?
3.- ¿Estoy dispuesto a recorrer este camino de amor a Dios y a los demás?
¡Ayúdame, Señor, a ser hombres y mujeres testigos y testimonios del Amor en cada encuentro y relación!
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