22 de marzo de 2020.
DOMINGO IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 9, 1-41.
“Él fue, se lavó, y volvió con vista”.
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.
entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Unos decían:
«El mismo».
Otros decían:
«No es él, pero se le parece».
El respondía:
«Soy yo».
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».
Algunos de Los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».
Él contestó:
«Que es un profeta».
Le replicaron:
«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».
Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es».
Él dijo:
«Creo, Señor».
Y se postró ante él.
¡Buenos días!
Octavo día de confinamiento y se ha anunciado que van a pedir a nuestro Congreso un mínimo de quince días más ¿un fastidio? ¡NO, LA SOLUCIÓN A ESTE GRAVE PROBLEMA DE EMERGENCIA SANITARIA QUE ESTAMOS VIVIENDO! Por eso os animo no a verlo como una carga, un castigo sino como la solución de nuestros problemas. Cuando solucionamos problemas nos alegramos de nuestra eficacia, pues bien, ya mismo estaremos viendo los frutos de este confinamiento, de este esfuerzo que todos estamos haciendo y eso nos alegrará. Ayudemos al personal sanitario, tan desbordado, quedándonos en casa. Ayudemos a los Cuerpos de Seguridad del Estado que ponen, también, en riesgo sus vidas para nuestra salvaguarda. Recemos para que el Señor, como hace siempre, nos proteja y nos dé la fuerza necesaria para seguir sin desfallecer. Vamos hacia delante que ya nos estamos haciendo unos expertos. ¡Ánimo! no desfallezcáis que el Señor está con nosotros y hay una realidad incuestionable, ¡nos queda un día menos!
Comenzamos, pues, la segunda semana de confinamiento y la Cuarta de Cuaresma. Vamos avanzando hacia una Semana Santa que este año vamos a vivir muy íntimamente pero que debemos saber aprovechar. Estamos viviendo esta cuarentena más unidos a Jesús que nunca, como él, estamos pasando cuarenta días de desierto que acabarán con la Resurrección de Cristo, con nuestra salvación, con nuestra victoria sobre este COVID-19. ¡Nos esperan unas Pascuas únicas que seguro vamos a celebrar en la Parroquia de la mejor manera que podamos, no os quepa duda!
Pero antes continuamos nuestro tiempo de conversión. Hoy con un evangelio de Juan que pone de manifiesta de una manera perfecta el proceso de conversión de una persona, en este caso bajo el ejemplo del ciego de nacimiento. Ese hombre que pasa de la ceguera, de la falta de fe, de no ver a Dios; a verlo, aceptarlo y acogerlo en su vida. Esto es lo mismo que debe sucedernos a cada uno de nosotros. Que vayamos, poco a poco, configurando nuestra vida con la de Cristo de manera que sea Él quien viva en nosotros cada día.
Hoy se nos pide pasar de la “ceguera y oscuridad” a la “luminosidad, a la luz”. Muchos de nosotros tuvimos la suerte de recibir la plena luz de la fe y de ser educados como “hijos de esa luz” en nuestro bautismo gracias a nuestros padres y padrinos. Pero si esa luz no la alimentamos se acaba apagando, desvaneciendo y esto nos lleva a la falta de fe, a la oscuridad de nuestra vida y a alejarnos cada día más de Dios. Lo que se nos pregunta hoy con este evangelio es si realmente vivimos con los ojos bien abiertos, si vivimos de un modo nuevo o si con el tiempo nos hemos dejado llevar por la ceguera, la vista cansada, la cortedad de miras…
Así pues ¿vivimos en la luz o en la oscuridad? No podemos olvidar que vivimos en la oscuridad cuando somos incapaces de reconocer, por ejemplo, en la naturaleza el amor de Dios, su presencia entre nosotros. Esto nos lleva a valorar las cosas y a las personas por su utilidad: “vale más en tanto en cuanto me es más útil” ¿no es esto despojarlo todo del amor de Dios?
Vivir en la oscuridad es no saber ver en los demás la dignidad de Hijos de Dios. Es tratar a nuestro prójimo desde el prejuicio y la crítica. Tratarlos desde la mera apariencia sin llegar a lo más íntimo de su corazón.
Vivimos en la oscuridad, también, cuando sólo buscamos ver lo agradable: nuestro propio bienestar, nuestros éxitos y seguridades, aquello que a nosotros nos compete, mis intereses, mis ideologías, mis creencias, nuestras reivindicaciones egoístas; dejando de lado: el afrontar las injusticias del mundo, las desgracias de los otros, dejar de tener una mirada amplia ante las necesidades de los que nos rodean, sean del tipo que sea.
Vivimos en la oscuridad cuando nos negamos a creer en las personas que anuncian esperanza en medio de los fracasos y de las injusticias o cuando llevamos una doble vida que nos hace ocultar a la vista de los que nos rodean nuestras inseguridades, dudas, miedos, fallos. Cuando queremos mostrar, únicamente, la parte bonita y triunfadora de nuestra vida, dar siempre apariencia de seguridad, éxito, fortaleza, honorabilidad… hoy en día las redes sociales nos llevan a ver cómo la gente se inventa mediante sus fotos una vida falsa donde sólo muestran al mundo su “felicidad” que poco o nada tiene que ver, en muchos casos con la de Cristo, por el hecho de conseguir tener más influencia y seguidores en determinados medios ¡Qué triste es no reconocerse limitado y humilde, sencillo! ¡Qué triste es no reconocerse necesitado del amor y la ayuda de Dios! ¿Puede haber algo que nos haga ser más grandes que reconocernos limitados y pecadores? En eso precisamente consiste el hecho de recuperar la visión, en reconocer la necesitad de vivir unidos a Dios, a ese Dios que es Amor y no nos abandona jamás.
¿Qué necesitamos para iluminar nuestra vida? ¡La FE! Esa Fe que recibimos en nuestro bautismo y que nosotros debemos alimentar. La fe nos permitirá reconocer el amor de Dios en las cosas y personas que nos rodean siendo capaces de ir más allá de su mera utilidad. Nos abrirá a los demás, nos ayudará a confiar en quienes nos rodean, a amar a los sencillos y humildes. Nos hará más sensibles al dolor de los pobres, de los inmigrantes y excluidos. Nos sacará de nosotros mismos, de nuestros problemas y prejuicios ideológicos para vivir sin miedo en la diferencia y en el diálogo. Seremos más transparentes, claros, honrados, veraces, aceptaremos nuestros debilidades, flaquezas y fallas. Esto nos hará convertirnos en personas que reflejemos la luz de Cristo en nuestra vida, con nuestros actos y seamos como ese candil que ilumina a nuestros prójimos para que puedan vivir en el Amor de los Hijos de la Luz, de los Hijos de Dios.
Por eso, nuestro cometido en este Cuaresma es abandonar la ceguera, la falta de fe y poner nuestro corazón en el Amor de Dios. Abrir nuestro espíritu y nuestra alma a la Palabra de Dios para que Él habite en cada uno de nosotros. Ojalá que, como el ciego de nacimiento, nosotros, también, afirmemos con nuestra vida, actos y sentimientos que Jesús es el Profeta, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.
RECUERDA:
La verdadera ceguera es la de aquellos que creen ver pero que rechazan la luz. Su juicio está “en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3, 19).
1.- ¿Te sientes, como el ciego de nacimiento, necesitado de luz y de salvación?
2.- ¿Compartes, de algún modo, la ceguera de los discípulos (llenos de prejuicios religiosos) de los vecinos (superficiales en su manera de mirar), de los padres (miedosos por confesar a Jesús) y de los fariseos (duros de corazón e incapaces de sentir misericordia por los demás)?
3.- ¿Cómo vas a mantener vivía en tu vida la Luz de Cristo que te permita salir de las tinieblas para vivir como Hijo de la Luz?
¡Ayúdame, Señor, a decirle al mundo con mis palabras, actos y sentimientos que Tú eres el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!