9 de marzo de 2020.
LUNES II DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Lucas 6, 36-38.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».



 

    ¡Buenos días!

No me podéis negar que todo lo que tiene de breve el evangelio de hoy, lo tiene de intenso. La petición de Jesús es bastante clara. No nos pide que nos contentemos con querer a los demás, con amarlos, con ser buenos. Nos pide algo más: ¡SED MISERICORDIOSOS! Esto significa vivir el amor a Dios y a los demás hasta el extremo, sin límites. Como Cristo lo vivió: llegando a morir por la salvación de los demás sin pedir nada a cambio; de una manera altruista, gratuita y completamente desinteresada. Así quiere Cristo que vivamos: de una manera misericordiosa como nuestro Padre del Cielo es misericordioso. ¿Aceptamos el reto? Debo admitir que para empezar la semana no está nada mal.

Pero ante tal reto es lógico, incluso, normal que no asalten las dudas sobre cómo vamos a lograr tal fin. Es evidente que no juzgar, amar, perdonar, no tener prejuicios, acoger al otro tal cual es, ser justos, compasivos… es una tarea difícil puesto que somos personas limitadas y pecadores. Entonces ¿cómo voy a conseguirlo? ¿Qué sentido tiene que me esfuerce si antes o después mi realidad pecadora me va a ganar la partida y acabaré haciendo justo lo contrario de lo que Dios me pide?
En primer lugar, no tirando la toalla. Recordando algo que, por el hecho de ser tan obvio, pasa muy desapercibido en nuestra: NO ESTAMOS SOLOS. DIOS NOS DA LA FUERZA NECESARIA para lograr tal fin. Si esto nos lo creemos, entonces ¿a qué le tenemos miedo? ¿qué dudas nos asaltan hasta el punto de paralizarnos?
Para no caer en la tentación de abandonar el reto hoy asumido lo primero que tenemos que hacer es unirnos bien a Cristo y debemos hacerlo desde la oración. Justamente en la primera lectura de hoy se nos señala las actitudes que debemos tener en la oración: reconociendo que Dios nos ama y guarda su alianza con nosotros, reconociendo que somos pecadores y nos apartamos de los mandamientos de Dios, reconociendo que no escuchamos atentamente la Palabra de Dios. Cuando reconocemos que el Señor es grande, descubrimos que nosotros somos pequeños. Al orar es preciso reconocer nuestra pequeñez, nuestra condición de pecadores; así el Profeta Daniel va descubriendo el pecado, la iniquidad, la maldad, la condición humana y en nuestra oración también nosotros por “ser pequeños” reconocemos que somos pecadores. ¿Ves así algo más de luz para conseguir ser misericordioso? ES vital reconocernos necesitados de la ayuda y del amor de Dios, de su perdón. Si somos capaces de aceptar esta realidad y ver la acción de Dios en nuestra vida, el sentimiento inmediato que brotará en nuestro día a día será el del AGRADECIMIENTO por tanto amor recibido de manera gratuita y graciosa.

    Una vida agradecida con Dios es una vida que se entrega a los demás. Que vive acorde a la voluntad de Dios, que hace presente el Reino de Cristo en medio de nuestro mundo. Aquí y así es donde conseguiremos ser misericordiosos como nuestro Padre lo es.

    Por lo tanto, pidamos en esta segunda semana de Cuaresma que el Señor nos conceda la gracia necesaria para amar a los demás como Cristo nos ama a cada uno de nosotros. La gracia necesaria para que trate a los demás con la misma dignidad, amor y misericordia con la que el Creador me trata a mí. De la misma manera y con la misma medida, puesto que, como bien recuerda san Lucas: “la medida que utilicemos con los demás es la que utilizarán con nosotros”.
Este lunes, hacemos nuestra la súplica del salmo responsorial y recordamos la compasión y el perdón que Dios nos otorga. La acción de gracias debe ser nuestra respuesta.

RECUERDA:
    Jesús anuncia con sus hechos y palabras el corazón todo compasivo de Dios y su oferta permanente de perdón y reconciliación. Por eso deberíamos aceptar esta invitación de hoy a reproducir el amor y la compasión en nuestro mundo; dejando de lado el juicio cerrado y los demás y la violencia que tanto nos aterra pero que tan presente está en nuestro día a día.

1.- ¿Qué experiencia tenemos de la compasión de Dios en nuestra vida?
2.- ¿Cómo puedo significar con mi vida en este mundo el corazón todo compasivo de Dios?
3.- ¿Qué juicios, violencias cotidianas, sobre exigencias… pueden obstaculizarme este propósito?

¡Hoy te pido Señor que no nos trates como merecen nuestros pecados!