7 de marzo de 2020.
SÁBADO I DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Mateo 5, 43-48.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.



Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».



    ¡Buenos días!

Me vais a permitir un pensamiento en voz alta, bueno, mejor dicho, escrito. Un pensamiento escrito. Francamente es lo primero que he pensado cuando he terminado de leer el evangelio de hoy: “Jesús, ¿sabes lo que nos estás pidiendo? ¿Tanto confías en nosotros?” Justo eso es lo que he pensado cuando he terminado de leer el texto de hoy, porque no me parece fácil la petición de Jesús esta mañana. Porque me está pidiendo, nos está pidiendo un ejercicio de humildad, de abajamiento, de anonadamiento, si me lo permitís: un ejercicio de “humillación” tan grande que no sé hasta qué punto estoy/estamos dispuestos a hacerlo. Y digo de humillación porque humanamente hablando, reconocer que tenemos gente a la que no soportamos, que no nos cae bien, que no tratamos como hijos de Dios a mi me duele y me hace reconocerme pecador e injusto. Pero a la vez, tener que rezar bien por ellos, AUNQUE ES LO QUE DESEO PORQUE QUIERO SEGUIR A CRISTO FIEL Y CONSECUENTEMENTE, es, sin duda, algo que me cuesta horrores, supongo que como a todo el mundo.

Pero como digo, no cabe otra manera de seguir a Jesús. No hay otra manera de amar a Dios si no amamos de la misma manera que Él nos ama. Porque como decíamos ayer en nuestra reflexión del Evangelio es imposible amar a Dios y no amar a TODOS NUESTROS HERMANOS SIN EXCEPCIÓN. El amor de Dios es inconmensurable, universal, es un amor ilimitado y sin barreras ¿Quiénes somos nosotros para ponérselas? ¿Acaso somos más que Dios? Y si no somos más que Dios ¿por qué tenemos enemigos en nuestras vidas? ¿Por qué hay gente por la que no nos alegramos cuando las cosas le salen bien, o no rezamos por ellas? Es más ¿por qué hay gente a la que no le deseamos el bien? ¡cuántas veces, desgraciadamente, se oye esa expresión de: “que yo lo pase mal cuando hay tanta gente mala en el mundo que se merece cosas peores y sin embargo el Señor me lo da a mí”. Esta expresión o similar la hemos escuchado en infinidad de ocasiones, es más, esta expresión o similar en alguna ocasión, sino muchas, la hemos pensado o dicho nosotros también. ¿Es lógico que una persona que ama a Dios sobre todas las cosas quiera el mal para alguien, aunque esa persona me haya hecho daño, o quiera el mal para mí? ¿dónde esta en mi vida el perdón, el poner la otra mejilla o la ausencia de rencor?

Ser cristianos es seguir a Cristo, al Amor Hermoso, a Aquel que nos ama sin medida y que muere para que nosotros podamos gozar de la vid eterna. Ser cristianos es una manera de vivir, de pensar y de amar. Es una elección de vida que tiene que llevar consigo una coherencia de actitud y de acción ¿por qué con el tema del perdón y del amor a los demás nos cuesta tanto? Como decíamos ayer ¿qué sentido tiene que celebremos cada día la Eucaristía si después no deseamos el bien a TODO EL MUNDO? ¿Qué sentido tiene que comulgue, que rece, que me pase el día diciendo: “Señor, Señor” si después en mi vida solo brilla el egoísmo y la vanidad? ¿Qué sentido tiene la vida misma si en ella no hay amor? Recordad la palabra de san Pablo: “Si no tengo amor de nada me sirve”. Amor UNIVERSAL, ILIMITADO, GRATUITO, ACOGEDOR, IGUALITARIO… no un amor selectivo y condicional. Estamos llamados a romper la cadena de la violencia, la revancha o del odio que vivimos hoy en día, esto solo lo conseguiremos si somos capaces de devolver bien por mal. Éste es el amor de Jesucristo. Este es el amor gratuito que Dios nos da. Un amor que rompe toda lógica y cálculo. Un amor que humaniza y nos llena de Vida, de Vida Eterna que es la que vale la pena y la que Dios mediante Cristo nos ha regalado. En definitiva, lo que Jesús hoy me pide es que ame más allá de toda justificación para no hacerlo.

Jesús mismo testimonió este mismo amor mientras lo estaban matando en la cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” ¡MURIÓ PERDONANDO A QUIENES LO MATABAN! ¿Puede haber muestra de amor más grande que esta? ¿Pero somos conscientes, realmente, de este hecho? Si lo somos ¿por qué no se refleja en nuestro día a día? ¿Por qué seguimos empecinados en hacer acepción y excepción de personas?

El amor al que nos llama el Señor es ciertamente difícil. Pero es un mandato expreso a cada uno de nosotros: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Pero en este camino no estamos solos. Dios nos sostiene y acompaña en el “huerto de los olivos” y en el “calvario” de nuestra vida y de nuestra muerte. Solo hace falta que estemos dispuestos a vivir de la misma manera que lo hizo Jesús ¿damos un paso al frente confiando en que Dios no nos abandona y nos dará las fuerzas necesarias para poder conseguirlo?

RECUERDA:

Os dejo un texto de Martín Descalzo para la reflexión. Es demoledor si verdaderamente estamos dispuestos a cambiar y llegar a vivir la Pascua definitiva en nuestra vida. Por ello, aprovechemos este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo.

“ […] En el amor a Dios puede haber engaños. Puede alguien decir que ama a Dios cuando lo único que siente es un calorcillo que le gusta en su corazón. Puede alguien decir que ama a Dios y lo que ama es la tranquilidad espiritual que ese supuesto amor le da. Amar al prójimo, en cambio, no admite triquiñuelas: Se le ama o no se le ama. Se le sirve o se le utiliza. Se demuestra con obras o es sólo una palabra bonita”.

1.- ¿Amo a los que me hacen daño? ¿Me alegro del bien de mis enemigos?
2.- ¿Por qué me cuesta tanto no amar a todos por igual?
3.- ¿Estoy dispuesto a vivir con la misma entrega, gratuidad y generosidad con la que lo hizo Cristo?

¡Ayúdame, Señor, a amar gratuita y generosamente como Jesús, siendo cauce de su perdón!