18 de marzo de 2020.
MIÉRCOLES III DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Mateo 5, 17-19.

“No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».



    ¡Buenos días!

    Quinto día de confinamiento en nuestras vidas. ¡Ánimo, no desfallezcáis que el Señor está con nosotros!

    Nos encontramos, hoy, con un evangelio que nos suena. Que lo hemos escuchado en los últimos meses varias veces, en concreto dos más junto a la de hoy. Así que nuestra reflexión tiene que ser, cada vez, más profunda.

    Debemos recordar que Jesús no vino a abolir ninguna ley del Antiguo Testamento. Recordamos que él era judío y que por lo tanto se las conocía al dedillo, además, las leyes del antiguo Testamento y que encontramos en el decálogo que Dios mediante Moisés, hizo llegar a su pueblo son leyes divinas, por lo que sobra decir que Cristo jamás quiso abolirla. De hecho, si nos fijamos en las leyes que encontramos en los Diez Mandamientos, pronto, nos damos cuenta que son perfectas para mantener un orden social: no matarás, no robarás… También, lo son para mantener un orden moral: no codiciarás lo bienes ajenos, honrarás a tu padre y a tu madre o el primero de todos los mandamientos y más importante sin el que no podríamos llevar a cabo ninguno de los posteriores: amar a Dios sobre todas las cosas. Pero ¿yo los vivo en plenitud? ¿Qué significa vivirlos en plenitud?

    No podemos perder de vista que este evangelio lo que quiere es buscar un equilibrio entre las tradiciones judías y los más rupturistas del momento histórico de Jesús. Por eso Jesús se muestra como una continuidad de esas leyes vigentes, pero, a la vez, insertando en ellas el Espíritu, el Amor de Dios. Jesús no quiere unas normas vacías de “projimidad”, esto es, AMOR A LOS DEMÁS, QUE NO FALTE EL AMOR AL PRÓJIMO. Cristo no busca que no robemos, sin más, porque es un precepto a seguir al “pie de la letra”. Jesús no solamente no quiere que no robemos, sino que además, nos demos cuenta, de que debemos compartir nuestros bienes: materiales o inmateriales con los que nos rodean, por amor a los demás. Jesús no nos invita únicamente a no mentir; sino que anima a decir la verdad, a buscarla y a vivirla en cada momento. O con el precepto: “no matarás”; Jesús no se contenta con que no le quitemos la vida a nadie, algo que es una ley de mínimos, nadie puede matar a nadie; Jesús quiere que ADEMÁS DE NO MATAR (no sólo físicamente y con violencia, sino con comentarios, juicios, críticas…) DEBEMOS DAR VIDA, INCLUSO A AQUELLOS QUE NO GOZAN DE NUESTRA SIMPATÍA O CERCANÍA.

Ésta es la plenitud que Dios viene a darle a la ley: LA PLENITUD DEL AMOR. Que no nos quedemos en un cumplimiento de mínimos, sino que seamos capaces de darlo todo por amor a nuestros hermanos. Que seamos capaces de dar sentido a los criterios con los que uno se rige en la vida, sentido a su libertad, a su amor, a su coraje y fuerza para vivir. Dar plenitud es comprometerse con la vida que uno tiene entre sus manos, y que la libertad no sea una justificación para ello. Dar plenitud es mirar la vida con los ojos de Dios, y ponerse en la piel del que sufre. No puede importar más el sábado que la sanación de un enfermo. No puede importar más el precepto que la dignidad de un hermano. Eso es precisamente lo que Cristo ha venido a abolir, eso es precisamente lo que Jesús quiere que nosotros seamos capaces de dejar de lado y vivir en la plenitud de “hijos de Dios”, esto es en la plenitud del AMOR.

Así pues, demos un paso más adelante y miremos a nuestro alrededor. Seamos capaces de fijar nuestra mirada en cuantos hermanos y hermanas nuestras hemos hecho daño, voluntaria o involuntariamente. Fijémonos en cuantos hemos llamado pecadores y hemos negado nuestra palabra, nuestro consuelo, nuestra compañía, nuestra ternura, nuestro perdón y amor. En cuantos hemos juzgado o criticado, aislándolos de nuestras vidas.
Estamos acostumbrados a exigirles a los demás una vida perfecta e impoluta. Una vida coherente y sin me medias tintas, fijándonos en las pequeñeces que hay en ellos, siendo, así, incapaces de ver la viga, en nuestros ojos, que no nos permite mirar a cuántas personas viven esperando consuelo.

Hoy, Jesús nos reta a enseñar y cumplir el sentido de la ley, la plenitud de la ley, y para ello nos brinda el reino de los cielos. Pidamos que nuestra actitud como cristianos se desprenda desde el consuelo a los más desfavorecidos.

    RECUERDA:
   
1.- ¿Reconozco cuál es la plenitud que Cristo ha venido a darle a las leyes?
2.- ¿Vivo cumpliendo la ley sin más o vivo impartiendo amor a los demás?
3.- ¿Qué debo desterrar de mi vida para mostrar la cercanía y el amor de Dios a todos cuantos me rodean sin excepción?

¡Ayúdame, Señor, a no idolatrar leyes ni costumbres!