14 de marzo de 2020.
SÁBADO II DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32.

“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”.


En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:



“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».



    ¡Buenos días!

    El otro día, mientras preparaba la reflexión de no recuerdo qué evangelio, pensaba en que aún no me había encontrado en esta Cuaresma con uno de los Evangelios “insignia” de este tiempo de conversión: con el de la Parábola del Hijo Pródigo o también conocido como el evangelio de la parábola del Padre Misericordioso. Pues ya ha llegado el momento ¡aquí está! Hoy tenemos la tremenda suerte de poder disfrutar de este texto lucano. Digo disfrutar porque si lo cogemos con la humildad y con la sencillez de corazón que requiere nuestra vida cristiana, nos puede ayudar profundamente a llevar una vida acorde a la voluntad de Dios, una vida centrada en la acogida, en el amor y en la misericordia con nuestros hermanos. ¿Estamos dispuestos a acogerla con este espíritu?

    Francamente es una parábola archiconocida, todos la conocemos desde nuestra infancia prácticamente y eso nos puede llevar a leerla con rapidez o sin reparar en los pequeños detalles de la misma, de modo que lo esencial pase desapercibido a nuestros ojos, como bien relata, también, Saint-Exupéry en su obra maestra, “El Principito”.
Debemos recordar que con esta parábola Jesús quiere explicarles a los fariseos, a los escribas y sumos sacerdotes algo que ellos no entendían. El porqué Jesús se juntaba con los denostados de la sociedad: pobres, adúlteras, pecadores, leprosos… TODOS, SIN EXCEPCIÓN, ERAN BIEN RECIBIDOS POR CRISTO. Pero ¿no nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿no nos escandalizamos cuando vemos que alguien entra en la Iglesia y recordamos su vida que posiblemente no es la más ejemplar que podamos encontramos? ¿no nos ocurre lo mismo a nosotros cuando a nuestros enemigos les van las cosas bien? ¿no actuamos como los letrados y fariseos cuando criticamos, juzgamos y condenamos a las personas que viven a nuestro alrededor? Por eso es necesario escuchar esta parábola con asiduidad porque debemos abrir no solo nuestra mente para NO JUZGAR, sino nuestra vida para ACOGER y nuestro corazón para AMAR.

    Y dicho lo cual ¿con qué personaje de esta parábola te sientes más reflejado?
Por un lado, tenemos al HIJO MENOR. Una persona joven, alocada. Un hombre que, quizá, llevado por su inexperiencia y por el ímpetu propio de su juventud, le exige al padre su parte de la herencia y emigra.
Esta inexperiencia, de la que hablo, hace que malgaste su fortuna y, ante la carencia, recapacita, se arrepiente y decide pedir perdón a su padre humillándose y reconociendo su culpa. Todo lo vivido le hace añorar el cariño del padre. ¿No nos ocurre esto mismo a nosotros?  Si nos fijamos en nuestra propia vida nosotros también cogemos todos los bienes que Dios nos da y los malgastamos a lo largo de nuestra vida. No hablo solo del dinero. Como bien nos recuerda Jesús en la parábola de los talentos, todos hemos recibido un gran número de ellos. Sin embargo ¿siempre los pongo a disposición no solo de Dios sino de mis hermanos? ¿Cuántas veces nos obcecamos en vivir según nuestra propia voluntad y criterios pensando en nosotros mismos más que en los demás? ¿Cuántas veces guardamos nuestra fe para vivirla en soledad olvidándosenos que debemos vivirla en comunidad? ¿cuántas veces no acogemos, sino que criticamos y juzgamos? O ¿cuántas veces no visitamos a los enfermos, no perdonamos a los que nos hacen daño, olvidamos a quienes no nos caen bien, negamos nuestra ayuda, o estigmatizamos a los que nos rodean y no piensan como nosotros? ¿cuántas veces se nos escapan faltas de respeto hacia los demás? En definitiva, muchas veces nos olvidamos de vivir unidos a Cristo, motivados más por nosotros mismos y por lo que queremos en cada momento en lugar de vivir motivados por cumplir la voluntad de Dios en cada momento. Sin embargo, todos, y digo bien, todos nos hemos dado cuenta en muchos momentos de que esto no puede ser nuestro estilo de vida y movidos por ese arrepentimiento nos hemos acercado a Dios y le hemos pedido perdón. ¿No has experimentado ese perdón de Dios en tu vida? ¿No sientes una inmensa alegría al ver que Dios te está esperando siempre para darte el perdón que casi no hace falta pedirle porque está siempre dispuesto a ello? ¿No te das cuenta de que antes de que tú le pidas perdón, él ha salido antes a tu encuentro para perdonarte sin pedirte explicaciones como el padre de esta parábola?

    Por otro lado, tenemos al HIJO MAYOR. Una persona que vive siempre unida al padre y que le da el derecho de sentirse el mejor, la persona siempre salvada, el preferido de su progenitor. Una situación, ésta, que le hace incapaz de darse cuenta del tremendo amor que su padre siente hacia él, pues la cercanía hace que no lo aprecie y lo considera como una cosa normal y, por lo tanto, ante la actitud del padre hacia el hermano, al recuperarlo, hace que sienta una tremenda envidia. ¿No nos ocurre esto a nosotros? Como he dicho, anteriormente, podemos correr el riesgo de pensar que por el hecho de participar en la Eucaristía todas las semanas, de frecuentar la Iglesia, por el hecho de rezar cada día y de llevar una vida de oración, por el hecho de conocer a Jesús ya estamos salvados y que eso nos hace ser “exclusivos” para Él. Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que esto no es así, cuando vemos que para Dios todos somos iguales, que todos tenemos la misma dignidad y que Él se alegra cuando un pecador se convierte, entonces nos entran los celos y las envidias propias de aquellos que se sienten salvados por sí mismos, por sus acciones y nos de la Misericordia de Dios. Esto nos lleva a ser totalmente injustos con los demás, nos lleva a juzgarles, criticarles, estigmatizarles… incluso nos lleva a ser injustos con Dios al cual reprochamos que ayude más a otros “siendo malos” que a nosotros mismos que “somos buenos y creyentes”. ¿No te ha pasado esto mismo a ti en alguna ocasión? ¿Puede haber alguna actitud más alejada de cualquier cristiano que esta que estamos describiendo? ¿Te identificas con este hijo mayor?

    Por último, el PADRE. Él en ningún momento, pierde la esperanza de recuperar a su hijo que ha emigrado, oteando diariamente el horizonte, con la esperanza de que vuelva y, cuando lo ve aparecer, corre hacia él, lo abraza, lo llena de besos y no le recrimina su actitud, al contrario, organiza un banquete para celebrarlo.
Por otro lado, al ver a su otro hijo que, malhumorado, no se alegra de la vuelta de su hermano, le abre su corazón reconociéndole que siempre lo ha tenido presente, y que todas sus posesiones son para él, pero que hay que dar gracias a Dios porque su hijo, al que consideraban muerto, ha revivido, estaba perdido y ha sido encontrado.
El Padre Misericordioso que ama a todos por igual, que hace salir el sol sobre justos e injustos, el Padre que da la vida por cada uno de sus hijos es la persona a la que todos deberíamos aspirar a parecernos. Amar, ser misericordiosos, acoger en nuestra vida, saber salir al encuentro de aquellos que nos necesiten antes de que nos lo pidan. ESA DEBE SER NUESTRA ACTITUD.  Una actitud de permanente perdón, condescendencia y misericordia. ¿Estamos dispuestos a pasar de ser el hermano pequeño y mayor para llegar a ser Misericordiosos como el Padre?

    RECUERDA:
   
1.- ¿Somos capaces de reconocer nuestras culpas, o nuestro orgullo nos lo impide?
2.- ¿Nos alegramos ante el hermano arrepentido o le recriminamos su error?
3.- ¿Somos capaces de perdonar sin rencor?

¡Ayúdame, Señor, a salir al encuentro de aquellos que me han hecho daño