3 de marzo de 2020.
MARTES I DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
¡Buenos días!
Hoy, Mateo nos despierta con un valioso regalo de parte de Cristo. Un regalo que muchas veces pasa muy desapercibido en nuestra vida. Hoy Jesús nos regala la mejor oración que nadie nos haya podido legar jamás. Jesús nos enseña a dirigirnos al Padre, a confiar en Él, a pedirle cuanto necesitamos. Nos enseña a tratarnos como hermanos y a valorar nuestro día a día. En resumen, hoy, Jesús nos deja el Padrenuestro para que siempre que queramos hablar con el Padre podamos hacerlo con actitud filial. Con una actitud de confianza plena, actitud propia de aquellos que saben que abandonados a los brazos de Dios nada les va a faltar jamás. ¿Somos nosotros afortunados por vivir de este modo nuestra vida o por el contrario rezamos esta oración sin reparar en todo aquello que estamos diciendo? ¿nos dejamos llevar por la costumbre? Es de las primeras oraciones que aprendemos en nuestra niñez y precisamente por esto corremos el riesgo de rezarla automáticamente sin prestarle atención, pero yo te aseguro que, si te paras a analizarla, no volverás a rezarla sin reparar en cada una de sus palabras porque es, simplemente, maravillosa.
En estas pocas palabras, Jesús les enseñó a sus discípulos, y hoy nos enseña a nosotros varias cosas fundamentales: primero, a tratar a Dios como Padre y pedirle que se dé a conocer en la tierra; segundo, a sentirse hermanos de todos, invocándolo juntos; tercero, a confiar cada día en su misericordia que nos sustenta y nos perdona; y, por último, a contar con su fuerza en nuestra lucha contra el mal.
Es una oración sencilla, que va a lo esencial: nadie puede decir, si la conoce, que sea difícil orar o saber qué hemos de pedir. Es, además, expresión de la libertad y la confianza con que podemos dirigirnos a Dios: Jesús nos enseñó a sentirnos como él en la presencia del Padre. En esta oración se acentúa también nuestra fraternidad: Padre NUESTRO, DANOS, PERDÓNANOS, LÍBRANOS. Es una oración que nos iguala a todos, que nos da a todos la misma dignidad, que nos hace a todos hermanos unos de otros porque tenemos un mismo Padre: DIOS.
Su contenido abarca todo lo que es importante para un creyente. Tiene siete peticiones: número bíblico de plenitud. Las tres primeras hacen referencia a la acción de Dios para llevar a cabo su proyecto de salvación. Las otras cuatro peticiones se refieren a nuestras necesidades esenciales. En definitiva, nos encontramos ante la oración más importante para los cristianos, aquella que explícitamente nos enseñó Jesús a rezar. Una oración de desnudez del corazón que parte de una confianza básica en Dios.
Brevemente explicaremos que: en primer lugar, reconocemos que DIOS ES NUESTRO PADRE, que está en el cielo y que no nos abandona nunca. Desde el principio reconocemos la radical igualdad que hay entre todos los hombres y mujeres del mundo. Dios nos trata a todos SIN EXCEPCIÓN, como hijos suyos. Pero ¿yo hago lo mismo, trato a todos por igual?
“SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”. No tomamos el nombre de Dios en vano, sino que debemos santificarlo siempre con nuestra vida. Darle la adoración y respeto que merece, haciéndolo presente en nuestro día a día con todos los que nos rodean. ¿Me lo propongo? ¿Lo consigo?
“HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO”. La negación de nosotros mismos con tal de cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Saber despojarnos de nosotros mismos, de nuestros placeres y caprichos para cumplir en cada momento cuanto Dios nos está pidiendo. ¿Prefiero cumplir la voluntad de Dios en mi vida o me empeño en hacer siempre la mía? ¿Le pido que sea capaz de aceptar sus mandatos o soy yo quien le dice qué me tiene que dar en cada momento?
“DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA”. El pan de la mesa. Nuestro sustento y alimento para cada jornada. El alimento que a nadie debería faltarle y que debe hacernos recordar que muchas personas tanto en nuestro mundo, como en aquel que, llamamos “tercer mundo” no tienen qué echarse a la boca, llegando a morir por no comer. Pero, también, esta petición hace referencia a la mesa del Pan de Cristo. El Pan Espiritual: La Eucaristía. Ese Pan que diariamente no debería faltarnos. ¿Acudimos a la Eucaristía con afán de alimentar nuestra fe para dar frutos de amor? ¿comparto mis bienes materiales con aquellos que menos tienen o por el contrario sólo doy lo que me sobre o ni tan siquiera eso?
“PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO, TAMBIÉN, NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN”. Primero es importante reconocernos pecadores, pero al mismo tiempo, es importante también reconocernos perdonados por Dios. El perdón que Cristo nos da es gratuito, inconmensurable, no es interesado ni es limitado. Es un perdón que aquel que lo experimenta (sin olvidar que lo recibimos todos) debe darlo setenta veces siete a quienes le rodean. ¿Perdonamos nosotros a quienes nos ofenden como Dios lo hace con nosotros o vivimos instalados en el dolor y el rencor?
“NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL” Sabernos limitados, pecadores, rodeados de tentaciones en las que es fácil caer si no andamos en gracia de Dios y abandonados a sus manos, es una situación que debe hacernos pedirle a Dios cada día que nos ayude en nuestro caminar. Un caminar que por nuestras solas fuerzas no podemos hacer solos. Un caminar que es cosa de Dios: de Dios y de cada uno de nosotros. Reconocernos limitados nos hace grandes. Grandes a los ojos de Dios y nos hace ser agradecidos con Aquel que es el Autor de la Vida. Un agradecimiento que nos lleva a entregar nuestra vida por hacer realidad su reino en nuestro mundo hoy en día. ¿Confiamos plenamente en Dios o confiamos más en nuestra inteligencia, fuerza y capacidad para salir victoriosos en las pruebas de este mundo?
RECUERDA:
Rezar esta oración debe ser un compromiso de cada uno de nosotros con la universalidad del amor. Un amor que como decíamos ayer tiene que alcanzar a todos los hombres y mujeres de este mundo. Es la oración de la reconciliación, de la necesidad de petición de perdón, de agradecimiento y de conversión. ¿Estamos dispuestos a hacerla realidad en nuestra vida cada día?
1.- ¿Nos dejamos empapar y fecundar por la Palabra de Dios?
2.-: ¿Oramos con la sencillez y la confianza que Jesús nos enseñó en el Padrenuestro? 3.- ¿A qué me mueve la oración del Padrenuestro?
¡Ayúdame, Señor, a reconocer que tu autoridad se identifica con la autoridad de los que sufren hoy en nuestro mundo!