2 de marzo de 2020.
I LUNES DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Mateo 25, 31-46.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Entonces los justos le contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el rey les dirá:
“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces dirá a los de su izquierda:
“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también estos contestarán:
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Él les replicará:
“En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.
Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
¡Buenos días!
Al comenzar la Cuaresma la Liturgia de la Palabra nos presenta la santidad de Dios como origen-fundamento de nuestras buenas obras –es Él quien nos inspira- pero, también como razón última de las mismas –a mí me lo hicisteis-. Dicho de otra manera, que siempre que actuemos deberíamos partir de Él y llegar a Él, hacerlo por Él y para Él. Una persona que actúa desde Cristo es una persona que se entrega por completo a las necesidades que le envuelven y que, a su vez, actúa queriendo dejar latente el amor que Dios nos tiene. Reflejando en sus actos que es el mismo Dios quien actúa por él. Como decía san Pablo en su carta a los Gálatas: “… y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí”. ¿Pero logramos nosotros cumplir esto en nuestra vida? Al menos, esa debe ser nuestra máxima aspiración.
Como digo, la liturgia deja constancia de esta máxima que debe regir nuestras vidas ya desde el jueves después de ceniza. Es en ese día cuando encontramos esa oración que nos lo recuerda: “Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin”. Una oración que deberíamos rezar cada día. De hecho, el evangelio de hoy lo que nos pide es precisamente eso: dar la vida por los hermanos más pequeños y desfavorecidos, por aquellos que necesitan de nuestra ayuda y cariño: pobres, enfermos, personas que viven en soledad, incomprendidos, pecadores, encarcelados… todos aquellos que para Cristo son sus preferidos. No cabe duda que si queremos que nuestros actuar refleje la luz de Cristo debe estar encaminado a los más necesitados como siempre hacía Cristo, pero ¿soy consciente de que eso es precisamente lo que debo hacer? ¿cómo puedo conseguirlo?
Aquí es donde entra en juego nuestra relación con Dios. No podemos amar a los demás si en nuestra vida lo primero y primordial no es Dios. Si la fuente de la que nos nutrimos no es la Palabra y el Amor de Dios. Por lo tanto, comienza preguntándote ¿de dónde nutro mi fe? Tengo que vivir en Él si quiero que mi vida sea luz de Cristo para los demás.
Lo que Jesús me pide, hoy, desde el evangelio de san Mateo es la concreción del amor. Es una invitación al amor concreto. Tengo que tener un amor que sea capaz de saciar, hospedar, cubrir, acompañar… Un amor que sepa ver el rostro de Cristo en los demás. Un amor que compromete mi vida hasta el extremo como la de Jesús ¿cómo lo voy a conseguir si no estoy unido íntimamente a Dios? ¿Si no hago las cosas por Él? ¡IMPOSIBLE!
En el pasaje llama la atención que tanto las ovejas, las que heredarán el Reino, como las cabras, preguntan sorprendidas ¿Cuándo te vimos? Y es que abrirse al amor y hacerse instrumento suyo en el mundo pasa también por momentos donde sólo la fe nos sostiene en la caridad; donde sólo la certeza interior de que es por Él por quien lo hacemos, nos anima a permanecer. La exigencia de este amor concreto y entregado en lo pequeño, en lo común y más discreto, no puede surgir del simple ardor del voluntarismo sin constancia, sino que ha de contar con la oscuridad, donde, en ocasiones, no será ni reconocido, ni valorado, ni correspondido y, por tanto, donde no se verá claro su sentido.
Porque, como decía Santiago en su carta que estuvimos analizando los últimos días del tiempo ordinario y que a mí tanto me gustaba, si es cierto que la fe sin obras, sin Amor, en definitiva, está muerta, quienes lo han intentado saben que es imposible perseverar en las buenas obras, en el Amor, sin una mirada de fe que nos sostenga y nos recuerde: a mí me lo hicisteis, aunque no me vierais. Así que ¿estamos preparados para aceptar el reto?
No cabe la tristeza. Vivimos un tiempo de esperanza, un tiempo que nos pone la Iglesia delante, precisamente, para lograr la conversión. Para abrir nuestro espíritu a la Palabra y la Voluntad de Dios. Un tiempo para convertirnos en instrumentos de la paz y del amor del Señor como decía san Francisco de Asís. No desaprovechemos la ocasión y pongámonos en camino para conseguir cada día más vivir íntimamente ligados a Aquel que vino al mundo para darnos la vida eterna.
RECUERDA:
1.- Mis obras ¿tienen a Dios como fuente de la que parten y meta a la que llegan?
2.- ¿Doy mi vida por los más pequeños y desfavorecidos?
3.- En mi vida ¿soy yo quien vive o es Cristo quien vive en mí?
¡Ayúdame, Señor, a reconocer que tu autoridad se identifica con la autoridad de los que sufren hoy en nuestro mundo!