24 de marzo de 2020.
MARTES IV DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 5, 1-16
“Toma tu camilla y echa a andar”.
Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?»
.
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
¡Buenos días!
Parece mentira, pero ya llevamos diez días de confinamiento. Esto marcha, poco a poco, lo importante no es cuánto quede, lo importante es que lo que quede lo hagamos bien. Bien para que el ya famoso “pico” descienda. Bien para que no volvamos a caer en masa. Bien, para que lo llevemos sin agobios y in mayores problemas. Bien, para que nos demos cuenta que sin la ayuda de Dios no somos nada. Ayer pensaba que hemos vivido años de una gran bonanza científica y eso ¡ES BUENO! Gracias a eso hemos curado enfermedades, quitado padecimientos, hemos hecho la vida más fácil y llevadera. Pero, lo que tampoco dudo es que esa moneda tenía, como todas, dos caras. Dos caras porque nos ha ido haciendo engreídos, autosuficientes, alejándonos de Dios puesto que nos ha ido haciendo, si me lo permitís, “viles” ¿para qué necesitamos a Dios si, casi casi, el hombre puede hacerlo todo (clonar ovejas, decidir el sexo de mis hijos o el color de ojos, llegar a la luna, bombas de destrucción masiva, crear lluvia artificial…)? Y ahora, nos damos de bruces con la realidad. Cuidado que la vida es más difícil de lo que parece y francamente deberíamos darnos cuenta de algo primordial, de una premisa que no puede faltar en nuestra vida: ¡sin Dios no podemos nada, todo nos lo da Él! Este confinamiento debe servir, también, para acercarnos más a Él y a los demás. ¡APROVECHÉMOSLO!
En cuanto al Evangelio que nos ocupa hoy, tenemos que comenzar diciendo que es la primera parte del capítulo quinto de san Juan y que como muchos de sus textos comienza con un signo, en este caso, la curación del paralítico y que continuará, como podremos leer en días venideros, con la explicación de ese signo. Por lo tanto, hoy, nos vamos a detener en esa inmensa piscina de Betesda. En la curación de ese paralítico que lleva, ni más ni menos, treinta y ocho años esperando la ayuda de alguno de los que pasan por allí para que lo metan en el agua y pueda curarse. Su fe le lleva a querer curarse, a creer en esas aguas de la piscina, sin embargo, nadie le ayuda. La gente que pasaba por allí prefería mirar hacia otro lado, prefería mirar su propio mal y curarse ellos en lugar de ayudar, también, a los demás. ¿Os imagináis que todos actuásemos hoy así? De hecho, pasa ¿cuánta gente, aún, deambula por las calles saltándose las normas del confinamiento y poniéndose en riesgo él mismo y a los demás? Por eso decía al principio que debemos ser responsables y no estar pendientes de cuánto queda, sino de hacerlo bien el tiempo que quede. Este Evangelio de hoy está más en vigor que nunca.
Fijaos en la respuesta del paralítico a la pregunta de Jesús. Es un lamento. No es un “sí” o un “no”. Tristemente es el lamento de una persona que tiene en su vida la experiencia del desarraigo, de la soledad, del abandono por el mero hecho de ser un enfermo, de no ser útil para la sociedad. ¿No has tenido tú, en algún momento de la vida, esa misma experiencia? Y por qué no decirlo ¿no hemos hecho nosotros, también, lo mismo con los que nos rodean en algún momento de nuestra vida? ¡Cuántas veces nos hemos acercado a los demás, sólo, por la utilidad que nos pueden ofrecer! ¡Cuántas veces preferimos mirar a otro lado por miedo a darnos de bruces con el sufrimiento, con el dolor y no querer atravesar por él, porque pensamos que bastante tenemos con el nuestro!
El evangelio de hoy debe hacernos caer en la cuenta de algo que olvidamos con facilidad: que nuestras relaciones con los demás deben medirse por lo que nosotros le aportamos a ellos más que por lo que ellos me puedan aportar a mí ¿os imagináis que Cristo no hubiese seguido esa premisa? ¿Qué podemos ofrecerle nosotros a Él que sea valioso? Frente a esta actitud nuestra encontramos la de Cristo.
Jesús se apiada. Le ayuda a quedar curado. Es más, no sólo le sana, sino que, también, le salva. Y para más muestras de amor, lo hace cuando el paralítico lo necesita; en ese preciso momento, en ese mismo Dios. Jesús, a pesar de ser sábado, no le hace esperar ni un minuto más. Le dice: “quedas sano, coge tu camilla y echa a andar”. Vemos como Jesús le perdona sus pecados, le cura y le da un mensaje que admita su vida, su realidad, sus cruces, en definitiva, su camilla y que eche a andar; que se ponga en camino.
La actitud del paralítico es demoledora. Él que no conocía a Jesús, que era la primera vez que se encontraba con él, que hablaba con él, cree en su Palabra y le obedece. No sólo queda sano, sino que, además, es salvado. Se convierte y da testimonio de lo que le ha sucedido. De ahora en adelante dará a conocer el Amor de Dios en su vida, incluso siendo sábado, no pone reparos a la petición de Cristo y hace trabajo prohibidos: coge su camilla. Se da cuenta de que el Amor de Dios inunda su vida, y que las leyes sin amor no tienen sentido, se da cuenta que guardar el sábado es sagrado, pero no por la literalidad de la norma sino por la plenitud que ha encontrado en ella y en su vida: el AMOR DE DIOS, SU PERDÓN Y MISIERICORDIA. Esa experiencia personal de la obra liberadora de Jesús, en su vida, le permite dar una respuesta convincente frente a quienes le preguntan sobre por qué lleva la camilla o quién le ha curado. Una convicción que nosotros deberíamos mostrar en nuestra vida pero que muchas veces nos falta a pesar de haber conocido y a pesar de habernos encontrado muchas veces con Cristo en nuestra existencia.
RECUERDA:
Necesitamos esa renovación interior que permite un cambio radical en las manifestaciones y relaciones humanas. Sin ese cambio interior, sin ese cambio personal, nada se renueva en la convivencia y tampoco se transforman las estructuras, personales y sociales. Y esto se produce a partir de este encuentro sanador con Cristo nuestro Señor. ¿Cómo nos situamos ante Él? ¿Creemos en su palabra?
1.- ¿Cómo nos situamos ante Cristo, creo en su Palabra? ¿Vivo plenamente la experiencia sanadora y liberadora de Dios en mi vida?
2.- ¿Miro hacia otro lado o paso por alto la vista ante el sufrimiento de los demás por miedo a sufrir yo también o porque piense que “bastante tengo con lo mío”?
3.- ¿Reconozco mis cruces, luces y sombras de modo que cargo “mi camilla” y echo a andar como el paralítico de hoy?
¡Ayúdame, Señor, a descubrirte en cada momento de mi vida para que pueda ayudar a los demás a que te descubran a ti también en cada momento de su existencia!