11 de febrero de 2020.
MARTES DE LA V SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 7, 1-13.
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
«¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?».
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Y añadió:
«Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte”. Pero vosotros decís: “Si uno le dice al padre o a la madre: los bienes con que podría ayudarte son ‘corbán’, es decir, ofrenda sagrada”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre; invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís; y hacéis otras muchas cosas semejantes».
El Evangelio del día de hoy, sin duda, es un evangelio que nos permite preguntarnos si realmente nuestra vida es no sólo una vida coherente entre lo que hacemos y decimos que creemos, sino, además, nos lleva a preguntarnos si realmente yo consciente con lo que creo y fiel a estas creencias que profeso.
Pienso sin miedo a equivocarme que es un texto duro, un texto que nos da de bruces con nuestra realidad y que pone de manifiesto esa incongruencia en la que muchas veces vivimos nuestro día a día.
Pero vayamos por partes, en este texto vemos como Jesús denuncia esa hipocresía de los fariseos y escribas que exigen e interpretan el cumplimiento de las tradiciones religiosas en beneficio de sus propios intereses en el templo. Vemos como ellos no sólo se quedan en los actos externos: lavarse las manos, dar limosna, etc., sino que cuando lo exigen lo hacen en su propio beneficio, por eso Jesús no tiene problema en recordar con duras palabras aquello que profetizó Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Y claro, frente a este baño de realidad, yo me pregunto hoy: ¿acaso no nos ocurre a nosotros lo mismo? ¿acaso nosotros no nos quedamos muchas veces en esos actos externos que pueden dar una imagen más o menos buena de nosotros, pero luego nuestro corazón está puesto en infinidad de cosas que nos desvían del amor de Dios? Eso es precisamente, lo que Jesús nos está pidiendo hoy que abandonemos y alejemos de nuestra vida.
Por ejemplo: ¿tiene sentido que vayamos todos los días a misa y luego seamos capaces de perder el respeto a aquellos que no piensan igual que yo? ¿de qué me sirve ir asistir a la Eucaristía si no honro a mi prójimo, si le juzgo o critico? ¿De qué me sirve abandonar a mi familia o amigos necesitados y marcharme a rezar? Todas estas cosas, en algunos momentos pueden ser pruebas, tentaciones o, simplemente fallos con los que nos encontremos y acabemos teniendo una actitud farisaica. Por lo tanto, reitero mi pregunta dicha de otra manera ¿cuándo actúo como los fariseos?
Por eso hoy es un buen día, a los ojos del Evangelio, para despegarnos de esas actitudes que nos llevan a amar los signos externos sobre todas las cosas para poder bendecir al Señor no sólo con la boca sino, lo que es más importante, con el corazón. Debemos de mirar en nuestro interior y ver cuándo actuamos desde la hipocresía, soberbia, vanidad, falta de respeto, desde el rencor, desde la osadía… en definitiva cuando actuamos dejando de lado a Dios y pensando más en nosotros mismos que en lugar de ser esos “otros cristos” que nuestra sociedad necesita. Personas que demos testimonio congruente con nuestras obras y palabras de la misericordia y del amor de Dios.
Hoy es buen día para preguntarnos: ¿Dónde ponemos lo esencial en nuestros compromisos de fe? ¿En devociones y actos cultuales tradicionales, en sus manifestaciones externas, heredadas de antepasados; o en hacer nuestro el evangelio discerniendo sus exigencias más auténticas y esenciales?
Hacer nuestro el Evangelio significa adoptar el amor de Dios en nuestra vida como un ejemplo a seguir y a hacer presente en cada momento. Significa que no tenemos miedo de perder nuestra vida por los demás, por los débiles y los últimos, por los más necesitados con tal de que ellos puedan disfrutar de la presencia de Dios en su vida. Significa anteponer todo eso a esos signos externos, que como llevamos comentando todo el rato, pueden llamarnos la atención, pero no son lo más importante. Lo más importante es experimentar el AMOR DE DIOS para poder dar un testimonio verídico, real y creíble.
RECUERDA:
1.- ¿Me pierdo en signos externos dejando de lado lo más importante en mi relación con Dios?
2.- ¿Qué fundamenta mi fe?
3.- ¿Mi testimonio es un testimonio hueco y poco creíble basado en una lección aprendida o en una experiencia de Dios vivida?
¡Ayúdanos, Señor, a poner nuestros ojos en ti, nuestro corazón en ti y a fundamentar nuestra vida y nuestra fe en ti!