21 de febrero de 2020.
VIERNES DE LA VI SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 8, 34-9, 1.

En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?



Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió:
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».


    ¡Soberbio! El texto de hoy, que encontramos en la carta del apóstol Santiago es soberbio.
Será que siempre le he dado mucha importancia al hecho de ser coherente en la vida, pero la verdad es que cuando he leído este fragmente no he podido evitar volverme a preguntar de nuevo, como hago cada día en mi examen de conciencia nocturno: ¿he sido coherente en el día de hoy? Para mí, ésta es una pregunta que no me puede faltar en dicho acto de oración y de diálogo con el Señor. Por eso te invito a que tú, también, te preguntes hoy: ¿he sido coherente a lo largo de este día? ¿existe mucha incoherencia entre mi fe y mis obras? Y es que a tenor de lo que nos confirma el apóstol si nuestra fe no camina cogida de la mano, por la misma senda y a la par de nuestras obras, está muerta.

    Siempre lo digo y no me cansaré de repetirlo ¿de qué me sirve decir que soy Cristian, que amo a Jesús, que Dios es lo primero en mi vida si luego soy incapaz de amar sin medida, de perdonar, de acoger, de dar mi vida por los más necesitados, de no juzgar, de no criticar, soy incapaz de hacer acepción de personas…? En definitiva si Dios es lo primordial en nuestra vida, nuestras obras deben de reflejarlo; de lo contrario, estoy viviendo una contradicción que deja al descubierto mi falta de coherencia entre la fe que digo profesar y las obras que llevo a cabo.

    En esta coherencia de vida, también, incide el texto del evangelista san Marcos que hoy la liturgia nos presenta. Una coherencia que se da en medio de una de las paradojas más conocidas del mensaje de Jesús: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». ¿Qué nos está pidiendo Jesús con esta aparente contradicción?

    A estas alturas ya tenemos claro que Jesús nos ha convencido de que seguirle a él es lo mejor que nos puede ocurrir en la vida. ¿O tienes dudas de esto todavía?
Pues bien, este seguir a Jesús lo hemos de traducir por “el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”. Jesús, aquel que vino al mundo para darnos la vida eterna que por nuestro pecado habíamos perdido, aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida, también, pasó por esto mismo que hoy nos pide. A él, esto también le sucedió: le mataron por ser fiel a su buena noticia, y no desdecirse del mensaje que nos había traído y así entregó su vida por amor a nosotros. Le cargaron con su cruz y murió en ella. Pero ese no fue el final. Al tercer día resucitó, salvó su vida.
En defintiva, si queremos ganar la Vida Eterna, la Vida que no pasa, la Vida que viene de Dios, debemos perder la vida terrena, ésta que, ahora estamos viviendo. Pero… ¿qué significa perder la vida? Perder la vida es sinónimo de dejarse la piel AYUDANDO, AMANDO, ACOGIENDO, PERDONANDO, EMPATIZANDO CON LOS DEMÁS, en definitiva, siendo otros “cristos” en medio de nuestro mundo. ¿No es esto lo coherente con nuestra vocación de cristianos? ¡Efectivamente!

    Al principio de la reflexión de hoy hablábamos de coherencia de vida y la coherencia propia del cristiano es esa: morir por el Evangelio de Cristo, morir por los demás, porque muriendo por esto ganamos la Vida que Jesús nos trajo sin pedirnos nada a cambio. De hecho, hoy nos propone que si queremos le sigamos y perdamos la vida; pero la respuesta es sólo nuestra, depende de cada uno de nosotros si estamos dispuestos o no a aceptar el reto que el Nazareno nos pone encima de la mesa.

Ahora entendemos mejor las palabras que nos dirige Jesús: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Nuestra cruz ha de tener los mismos motivos que la que cargó Jesús, vivir el evangelio, vivir el “amaos unos a otros como yo os he amado”.


RECUERDA:

Salvar la vida, ser felices… no va por el camino de “ganar el mundo entero”, algo que nos lleva a la ruina, sino por el camino de Jesús, el de la entrega, el de la cruz y la resurrección a la vida de total felicidad.

1.- ¿Soy coherente entre lo que creo y lo que hago?
2.- ¿Estoy dispuesto a perder la vida por Cristo? ¿Qué me lo impide?
3.- ¿Estoy dispuesto a perder la vida por mis hermanos? ¿Qué me lo impide?


¡Líbrame, Señor, de tener y profesar una fe light! ¡Ayúdame, Señor, a comprometer mi vida con la hondura y la radicalidad de tu Evangelio!