LUNES DE LA VI SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 8, 11-13.
En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.
Jesús dio un profundo suspiro y dijo:
«¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación».
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
Siempre he pensado que este fragmento del evangelio, que hemos leído hoy, nos presenta a un Jesucristo triste más que enfadado. Un Jesucristo entristecido puesto que se da cuenta de cómo la gente que le rodea no entiende nada de lo que dice y hace. Por eso, porque no entienden nada, hoy, los fariseos le piden más signos extraordinarios. Signos en los que poder apoyar su creencia. No podemos obviar que el hombre es desconfiado y necesita ver cosas grandilocuentes y extraordinarias para poder creer. Por lo tanto, esta actitud de los fariseos que tanto entristece a Jesús no nos es ni extraña ni ajena. Acaso ¿no nos sucede a nosotros mismo en infinidad de ocasiones? ¿No le pedimos nosotros, también, a Jesús que nos realice alguna señal o acontecimiento mágico y extraordinario para quedarnos tranquilos y tener la certeza de que él no nos abandona jamás o de estar haciendo lo correcto? ¿No es esto una falta de fe y de confianza en Aquel que es el autor de la vida? ¡Sí, lo es!
No cabe duda que nuestra fe es débil. Que nosotros somos incrédulos y personas a las que le cuesta confiar en Jesús. Desgraciadamente, como a los fariseos, nosotros seguimos sin enterarnos de nada, pedimos signos y, sin embargo, tenemos el signo mayor, el propio Jesús, su Vida, su Resurrección ¿Qué más necesitamos? ¿A qué se debe tanta ceguera y desconfianza?
Tenemos que tomar conciencia de que las señales del Reino de Dios no son extraordinarias, sino que acontecen en lo cotidiano de la vida, en lo humilde y sencillo. Sería de una gran incongruencia que Jesús le dé gracias al Padre por haber revelado estas cosas a los pobres y sencillos y ahora viniese a intentar convencernos con grandes y maravillosos signos más propios de un mago y de un ilusionista que de todo un Dios, como es Jesucristo. ¿Acaso la vida de Jesús no es un gran signo de la presencia del amor de dios en medio de nosotros? Así que Jesús se marchó sin darles ningún signo. Ningún signo de los que ellos buscaban y pedían porque no podemos obviar que sí se lo estaba dando. Se lo estaba dando todo y ellos no querían ver, sus ojos, los del corazón, estaban demasiado cerrados, y así no se puede ver nada, todo está oscuro, vacío, hueco. Se nos muestra, en cada momento de nuestra vida, la belleza de la vida, la abundancia del amor, de la entrega, y no vemos nada, no queremos ver. Tristemente, no nos interesa ver.
El evangelio de hoy nos pide que abramos bien los ojos, puesto que no podemos rechazar la oportunidad que Jesús nos da para creer, para sabernos salvados por su Amor. Porque nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida, y no nos enteramos, no lo vemos. Sí, sé que me repito en lo mismo, pero eso es lo que necesitamos, que nos lo repitan una y otra vez para que dejemos de estar tan ciegos, tan sordos. No podemos endurecer nuestro corazón ante tanto Amor, debemos estar dispuestos a reconocer a Jesús.
Debemos hacer gala de una mirada abierta, capaz de dejarse sorprender e impactar ante los gestos de la gratuidad, generosidad y belleza que nos rodean en medio de la sencillez de nuestros días y en el espesor de los acontecimientos. Nosotros, también, tenemos que ser signos para los demás de este amor de Dios, porque no podemos olvidar que estamos llamados a serlo. Tenemos que tener una mirada que traspase cualquier muro de la realidad y vaya más allá del juicio negativo y de la desconfianza total no sólo hacia nuestros hermanos sino también, en muchos momentos de nuestra vida, hacia Dios, sobre todo, cuando no me da lo que yo quiero en cada circunstancia de mi vida.
Ojalá que seamos capaces de abrir los ojos de nuestro corazón al Amor, a la Esperanza, y hagamos de nuestra oración un constante diálogo con Dios para que nuestra Fe sea fuerte.
Ojalá que no nos dejemos contagiar por la incomprensión e incredulidad de los que nos rodean.
RECUERDA:
Debemos abrir nuestro corazón y reconocer con los ojos de la fe cuál es la verdadera identidad de Jesús, ese mismo Jesús que se ha revelado en la multiplicación de los panes y los peces, como ese pastor mesiánico, el único portador de nuestra salvación. Cristo vive en cada uno de nosotros ¿qué más necesitamos?
1.- ¿Yo también soy de los que pide signos a Jesús para poder creer en él?
2.- ¿Qué es lo que me hace caer en la desconfianza y alimenta mi falta de fe?
3.- ¿Puedo decir que con mi forma de vida yo, también, soy un signo del amor de Dios para los demás? ¿Qué tengo que desterrar de mi vida y de mi corazón para conseguirlo?
¡Ayúdanos, Señor, a captar tu presencia salvadora en la realidad que nos envuelve, en lo más pequeño e insignificante!