13 de febrero de 2020.
JUEVES DE LA V SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san v

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.
Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
Él le dijo:


«Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella replicó:
«Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».
Él le contestó:
«Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
 


    El Evangelio de hoy nos va a llevar directamente a la frontera. Ese lugar, la frontera, que Jesús transita, casi a diario, y no lo hace para legitimarla, sino que lo que busca es convertirla en un lugar y momento de reconciliación y de encuentro con Jesús.

Hoy, gracias a san Marcos, vemos como Jesús se adentra en territorio extranjero, en la región de Tiro. En el marco de la ley judía, estricta en cuanto a la prohibición de trato con los gentiles, y tras el pasaje anterior con la dura crítica a las tradiciones judías sobre lo puro e impuro, sucede esta escena, chocante y enternecedora a la vez, de Jesús con una mujer fenicia de Siria.
El modo que tiene esta mujer de acercarse a Jesús es algo que le va a dejar descolocado por la trasgresión que supone. Desde el esquema religioso y cultural de la época, como digo, el trato con los gentiles estaba muy mal visto; podemos decir que era, prácticamente, una gran ofensa a Dios. Teniendo esto en cuenta, que una mujer y encima sirofenicia se acercase a Jesús era una ofensa en grado sumo. Que Jesús le prestase atención era visto, para la sociedad del momento, como otra aberración.
Es cierto que Jesús no entiende la pretensión de esta mujer, sin embargo, conforme avanza la conversación, ve el respeto y la fe con la que se acerca a él para pedirle ayuda y que cura a su hija. Es al ver esto cuando a Jesús se le rompen los esquemas y “relaja” la dureza con la que en un principio le había contestado.
Esto mismo nos puede pasar, también, a nosotros. Si no somos capaces de avanzar y nos dejamos llevar por las primeras impresiones acabamos juzgando a los demás, tratándoles injustamente. Sin embargo, Jesús no se deja llevar por las primeras impresiones, no se deja llevar por las ideas preconcebidas y tampoco permite los prejuicios y mira el corazón de la gente, mira la realidad que la envuelve ¿Nosotros somos capaces de dar este paso?

Fijémonos en el caso concreto del Evangelio de hoy. La mujer que se acerca hasta Jesús es una madre, con un corazón enorme, lleno de amor por su hija y de confianza en el poder de Jesús. La mujer corre, saltándose toda regla estipulada, para encontrarse con él, para implorarle que cure a la niña. Jesús, que estaba intentando ocultarse y no llamar la atención para pasar desapercibido como siempre hacía, se ve vehementemente interpelado ¿qué hace? Entregarse. Olvidarse de todo aquello que él estaba haciendo, en este caso pasar desapercibido, y escuchar las necesidades de esa mujer que con fe se ha acercado a él. Olvida toda ley social, incluso religiosa judía, que como dijimos ayer, estaban más pendientes de los actos y ritos externos que del corazón y del amor de las personas, y la atiende con toda su misericordia ¿Es esto lo que haríamos nosotros? ¿o si embargo, nos dejaríamos llevar por el qué dirán, qué pensarán, o por el cómo voy a entregarme a esta persona que no goza de mi simpatía?

Tenemos que fijarnos en el corazón de Jesús. Como decíamos ayer es lo fundamental para él: que nosotros tengamos un corazón puro y misericordioso, un corazón bondadoso capaz de vivir su Voluntad y vivir volcados en los demás, sin duda, es lo que más valora de nosotros. Por eso debemos fijarnos en su corazón, para que el nuestro sea como el suyo: un corazón misericordioso, lleno de amor que no puede dejar de estremecerse ante la réplica y la súplica de una madre que sufre por su hija, que rompe las barreras de leyes y nacionalidades. Frente a esta llamada de fe y necesidad, Jesús se desborda para sanar y liberar a todo el que sufre y en concreto, en esta ocasión, a esta mujer.

¿No nos interpela profundamente este texto? Nosotros afirmamos creer en un Dios Padre de todos, que nos hace hermanos, que pertenecemos a una Iglesia universal, con identidad misionera. El Papa Francisco nos apremia para trabajar y fomentar la cultura del encuentro y no del descarte, pero ¿estamos dispuestos a ello realmente?

Ojalá que nosotros nunca busquemos pasar por la vida con una fe tibia y cómoda. Ojalá que siempre estemos dispuestos a entregarnos a aquellos que nos reclaman atención, que le abramos el corazón y compartamos aunque sean esas migajas de amor que nos van sobrando y desperdiciamos. Ojalá que seamos siempre capaces de saber qué mano tender en cada circunstancia, qué gesto o palabra otorgar en cada ocasión y qué de más se me está pidiendo en cada momento.

RECUERDA:

1.- ¿Vivimos una fe que salta fronteras entregándose a todos por igual?
2.- ¿Reparto siempre amor y comprensión con los que me rodean?
3.- ¿Vivo una fe que me saca de mi zona de confort o vivo la tibieza y la comodidad?


¡Ayúdanos, Señor, a salir de la zona de confort de nuestra fe y de nuestro corazón! ¡Ayúdanos, Señor, a ser hombres y mujeres de frontera y a trabajar en las periferias de nuestra sociedad!