20 de febrero de 2020.
JUEVES DE LA VI SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 8, 27-33.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Tomando la palabra Pedro le dijo:
«Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Sigo, si me lo permitís, haciendo referencia, en primer lugar, a la carta del apóstol Santiago que tenemos la suerte de poder disfrutar estos días. Una carta, que como digo siempre, debe invitarnos a la reflexión y lectura constante y que junto a al Evangelio de hoy nos proponen una reflexión profunda sobre nuestra vida de fe y el estado de la misma.
Por una parte, Santiago, nos está presentando, hoy, cómo debemos actuar ante los demás. Si nos concebimos como verdaderos cristianos y afirmamos, no sólo de palabra sino con nuestro corazón, que amamos plenamente al Señor nuestra vida, SIEMPRE, tiene que ser de acogida. Una acogida sin límites. Una acogida amorosa que lleve a cuantos nos rodean a ver en nosotros esos brazos amorosos de Dios dispuestos en cada momento a acoger a los demás. De hecho, el ejemplo que nos pone en su epístola es un acontecimiento que nos ocurre muy a menudo. Entre un rico y un pobre ¿por quién apostamos, a quién estamos predispuestos a acoger con más amabilidad y entrega? Entre una persona que piensa como yo y otra que no ¿por quién doy mi vida con más agrado? ¿a quién no me importa escuchar y atender? En conclusión, si nos fijamos en nuestra propia vida nos damos cuenta que estamos, por lo general, predispuestos a ayudar, acoger, amar, respetar, no juzgar… a todos aquellos que cuentan con nuestra simpatía y aprobación. A todos aquellos que no pueden dañar nuestra imagen exterior o que pueden reportarnos algún beneficio en lugar de ayudar, respetar, acoger, mimar, amar, no juzgar… a quien más lo necesita sin mirar nada más que son personas con la misma igualdad y dignidad que tú y yo. Esto es, siendo capaces de olvidarnos de nosotros mismos y entregándonos a las necesidades de cuantos nos rodean.
Por otra parte, Jesús, en el Evangelio nos hace dos preguntas importantes. La primera es: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Nos está animando a que miremos a nuestro alrededor, escuchemos a cuantos nos rodean y seamos capaces de analizar qué experiencia de Dios tiene la gente para poder ayudarles a encontrarse más profundamente con Él y, de esta manera, puedan tenerle más presente en sus vidas cada día.
La segunda pregunta que Jesús me hace es más personal. Ya no basta con echar un vistazo a mi alrededor para contestar. Ahora, debo bucear en mis adentros: en mi alma, en mi corazón, en mi propia vida y desde la sinceridad contestar. La pregunta es: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Así pues, ¿quién es Jesús para ti? No podemos caer en el error de dar una respuesta aprendida como aquel que en su día se aprendió las tablas de multiplicar o las preposiciones de la lengua española. La pregunta ni es baladí ni está exenta de enjundia. Jesús nos está preguntando por nuestra experiencia de Dios, por la presencia que Éste tiene en nuestras vidas y, de la misma manera, de la repercusión que su Palabra tiene en mi vida. Aquí ya no valen las respuestas que aprendimos en el Catecismo o en el Colegio. Aquí ya no valen las frases hechas propias de las estampas de Jesús. Aquí tenemos que ser sinceros, tenemos que mirar nuestra vida y contestar quién es Jesús.
Y tenemos que ser sinceros puesto que, si decimos que Dios es el motor de nuestra vida, el amigo que nunca falla o la luz que ilumina nuestros pasos ¿cómo se entiende que en nuestro día a día las faltas de amor estén siempre presentes? ¿cómo es posible que no actuemos siempre con la misma misericordia y entrega con todos los que nos rodean como lo hizo Jesús? ¿Cómo es posible que se nos olvide con más o menos facilidad amar a Dios sobre todas las cosas?
¿Es congruente decir que Dios es todo para mí y después caer en estos errores propios del egoísmo humano pero que nos cuesta desterrar de nuestra vida? ¿Entendemos, verdaderamente, el sufrimiento por el que Cristo tuvo que atravesar para devolvernos a TODOS la vida eterna que por nuestros pecados habíamos perdido y que lo hace sin pedirnos nada a cambio?
La pregunta de Jesús de hoy, en definitiva, es un dardo interpelante. Nuestra respuesta ha de ser bien reflexionada. Con ella, no sólo respondemos a una realidad objetiva, quién es Jesús de Nazaret, sino a una cuestión que toca nuestra propia identidad: ¿Cuál es mi relación con Él? ¿Qué repercusión tiene esta relación en mi vida cotidiana? ¿Nos puede decir Jesús como a Pedro que nuestra mirada aun es corta y “pensamos sólo de tejas para abajo”?
RECUERDA:
1.- ¿Acojo a todos los hombre y mujeres por igual en mi vida o hago acepción de personas?
2.- ¿Quién es Cristo para mí?
3.- ¿Qué repercusión tiene Cristo en mi vida, en mis actos, palabras y sentimientos?
¡Ayúdanos, Señor, a tener una vida que nos lleve a anunciarte como nuestra fuente de vida y de liberación!