6 de febrero de 2020.
JUEVES DE LA IV SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 6, 7-13.
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. y decía:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
El Evangelio de hoy nos proporciona una nueva llamada de atención, que nunca viene mal, a revisar si nuestra vida, verdaderamente, es un hacer en cada momento aquello que Dios nos pide. Y, no podemos olvidar, que lo primero que nos pide es que le sigamos, que hagamos realidad el amor de Dios en medio de nuestro mundo. Hoy, el recordatorio de esa misión nos viene dado con la lectura en el que Jesús envía a sus discípulos de dos en dos para ser portadores de la Buena Noticia del Señor. Por lo tanto, lo primero que nosotros vamos a preguntarnos hoy es: ¿puede decirse que yo cumplo con mi deber de ser portador de la Buena Noticia del Evangelio en mi mundo? Es lo primero que debemos preguntarnos. Pero hoy no vamos a quedarnos en esa pregunta que, a priori, puede parecernos superficial. Vamos a ir detallándola y cerrando el cerca de nuestra pregunta con una única finalidad: conocernos mejor y conocer hasta qué punto somos consecuentes con la entrega de nuestra vida a la voluntad de Dios y a esta misión que, hoy, Jesús, nos encomienda.
Lo primero que vamos a recordar es que, la vida del cristiano, del creyente, nace como respuesta a la llamada del Señor a seguirle. Al llamarnos, nos vincula a su misión, enviándonos a ella en su nombre. Jesús llama a “los doce”, aquellos a quienes Él mismo ha elegido, que han estado a su lado de forma más permanente y con quienes ha ido estrechando una relación de mayor intimidad para que den testimonio de él. Jesús hace extensible esa llamada a cada uno de nosotros, por eso, la respuesta depende de ti y de mí; depende de si estamos dispuestos a colaborar o no con este plan de Dios y si lo estamos, hasta dónde estamos dispuesto a hacerlo. El hecho de que Jesús envíe a sus discípulos, y hoy, a nosotros es más que relevante puesto que quiere dejar constancia de que si el mal en el mundo entró por el hombre, gracias a un Hombre, Jesucristo, hemos sido salvado y gracias también a todos esos hombres y mujeres que deciden seguirle se hace aún más, si cabe, presente en nuestro mundo. Por eso no es baladí que quiera necesitar de nuestra ayuda, por eso no carece de importancia que tú y yo nos entregamos a esta misión y lo hagamos con todas sus consecuencias. Además, Jesús les envía de dos en dos para dejar patente, de esta manera, que la fraternidad anticipa ese estilo de vida que Dios quiere para cada uno de nosotros: el de amarnos como Jesús nos ama a cada uno. Se abre así un futuro de comunión universal entre las personas ¿o acaso nuestro amor no es universal, sino que hace acepciones y excepciones? Como hemos dicho, hoy, vamos a perfilar mujer nuestra entrega a la misión de Cristo y una de las cosas que nos ayudarán a realizar esa mejora es preguntarnos si nuestra entrega es universal, esto quiere decir, a todas las personas sin excepción alguna o por el contrario elegimos por quién damos la viday por quién no la damos.
Pero sigamos avanzando. Ya nos hemos cuestionado si nos entregamos a la misión de dar a conocer la Buena Nueva de Dios en nuestro mundo, si la damos a todos sin excepción y, ahora, nos preguntaremos: cuál es el mensaje que mis palabras y mis obras ofrecen a los demás. ¿Damos testimonio de lo que verdaderamente creemos, la Palabra de Dios y de Jesucristo, o damos testimonio de nosotros mismos y de nuestros actos? No podemos olvidar que nuestros actos tienen que hablar de Dios y no de nosotros. De hecho, Jesús a sus discípulos les da autoridad para que den vida. Ese dar vida viene reflejado en el poder “sanar y perdonar los pecados”, esto es, les da autoridad para alejar de nosotros todo aquello que nos mata. Si Dios es la Vida que no acaba, la Vida Eterna: ¿cómo va a permitir que nosotros no la disfrutemos, sino que seamos presos de nuestros pecados, debilidades y de tantas cosas que nos matan? Por eso, debemos escoger vivir la Vida y con nuestras obras, palabras y deseos, ser en este mundo portadores de la Vida recibida por Cristo ¿lo hacemos o preferimos hablar de nuestros logros y metas alcanzadas, de nuestras virtudes…?
Por último, nos pide ejemplo de vida. Ejemplo de una vida austera, sencilla, desprendida… las evocaciones del camino, el bastón y las sandalias nos recuerdan la imagen del peregrino y con ella una serie de actitudes importantes: vivir ligeros de equipaje, ágiles y prontos para ponernos en marcha, disposición para cambiar de lugar (a veces no es tanto cambio físico como mental), capacidad de desinstalación etc.
Por otro lado, pide a sus enviados no llevar pan, alforja, ni dinero; es decir, abandonar seguridades externas para fundamentar la vida y la misión no en las propias fuerzas y recursos, sino en la confianza en el Padre ¿lo intentamos y cumplimos o no estamos dispuesto a dejar nuestra preciada zona de confort?
RECUERDA:
El Señor sigue llamándonos y enviándonos a colaborar con Él en el proyecto de Amor del Padre para la humanidad. En todas las etapas de nuestra vida y en todas las circunstancias el Señor nos guarda una misión, una tarea.
1.- ¿Cuál es hoy la tarea que Dios nos propone?
2.- ¿Acogemos el envío que Dios nos hace
3.- ¿Qué me impide ser consecuente con mi entrega al Señor y llevar una vida acorde a sus mandamientos?
¡Ayúdanos, Señor, a ser comunidades en salida!