5 de febrero de 2020.
MIÉRCOLES DE LA IV SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 6, 1-6.

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían
sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:



«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.



    El Evangelio de hoy nos presenta una actitud que, aunque pasaba hacen más de dos mil años, aún hoy continúa pasando.  Esa actitud es la que nos lleva, con frecuencia, a despreciar lo que nos es familiar, lo próximo, como si lo relevante de la vida fuese lo extraordinario en lugar de lo cotidiano; de modo que, la rutina y la costumbre nos ciegan para descubrir la grandeza de la vida y de las personas que están a nuestro alrededor. De manera que podemos afirmar que la familiaridad no es garantía para que crean en ti. Al contrario, la cercanía familiar es un impedimento para ello. Se entremezclan malos entendidos, celos, envidias, y un sinfín de sentimientos encontrados.

Jesús les habla a los suyos, allí donde aprendió las cosas de Dios. Allí quiso hacer milagros, quiso acercar a los suyos hacia el reino de Dios, proponer una visión nueva de Dios más cercana, limpia y pura. Pero no le creyeron. Demasiados prejuicios se desprendían de ellos. La sencillez, la cercanía de Jesús, su pobreza… esto escandaliza a sus paisanos porque contradice su imagen y sus expectativas sobre Dios ¿no nos ocurre lo mismo a nosotros? Siempre he pensado que es más fácil creer en grandes acontecimientos, más creíbles cuanto más inverosímiles y por el contrario la naturalidad, la sencillez, la cercanía muchas veces nos deja despagado, desilusionados. Siempre es más creíble un dios cuya actuación es apoteósica en lugar de un Dios cercano cuya ley primordial es el amor y dar la vida por los que menos tienen.
Sin embargo, no podemos olvidar que, eso es el Evangelio, la Buena Noticia: el revelarnos un nuevo rostro de Dios: un Dios cercano y humanizado. Hecho hombre y hombre pobre, hecho un vecino más, entre ellos, del que como dice el evangelio: “no se puede esperar nada bueno” porque se encarna en los insignificantes. Dios se presenta como el hijo de una “tal María y un carpintero de Nazaret” ¿esto es propio de todo un Dios? Argumento, para ellos, más que suficiente para despreciarle y no escucharle. Esto mismo ¿no nos ocurre a nosotros, también, con los que nos rodean?

El Evangelio de hoy deja al descubierto un mal muy extendido en nuestra sociedad, el mal de los prejuicios. El prejuicio es una manera de condena, de poner distancia entre tú y yo, de ponerme a la defensiva, una forma de negarme a escucharte. El prejuicio es la separación discriminatoria que ejercemos sobre las personas. Es una forma de rechazo. Nada tienes que enseñarme tú, que te hemos conocido desde pequeño. Nada tienes que enseñarme tú, que sabemos quiénes son tus padres. Con el prejuicio el corazón no está dispuesto para la acogida de la vida que se ofrece por parte de Dios.
El prejuicio es una soberbia encubierta, porque se entremezclan la altivez y la ignorancia. Al negarme a conocer lo nuevo que hay en el otro, estoy negando mi propio conocimiento experiencial que he de actualizar con cada encuentro que tenga ¿nos damos cuenta de que esto está muy presente en mi mundo y en mi propia vida?

Pero el Evangelio da un paso más y resalta que  Jesús se extrañó de la falta de fe de sus paisanos, y cuenta cómo decidió no hacer allí ningún milagro. Jesús no esperaba que, en la confianza y en la familiaridad, se encontrase resistencia a su predicación. El rechazo del evangelio, de la buena noticia, era justificado por una pretensión de conocer a Jesús lo suficiente como para no creerle.
Por desgracia, nosotros, también, creemos más los comentarios que nos hacen otros sobre una persona, que a la persona misma; no nos atrevemos a conocer su verdadera esencia cuando se encuentra ante nuestros ojos. Decimos, me basta con los comentarios, no necesitamos conocer más. Es el grave error que cometemos prejuiciosamente, porque nos perdemos el gran acontecimiento del ser personal que se me presenta con toda limpieza. El otro, mi hermano, es un don y un acontecimiento que está por descubrir. Sin embargo, optamos por los dimes y diretes de los cobardes; convirtiéndonos, de esta manera, en altavoces de injurias y de injusticias que acaban haciendo daño no solamente a nosotros sino a aquellos de quien mal hablamos siendo presas de un dolor irreparable.


RECUERDA:
1.- ¿Soy de los que prejuzga a los demás?
2.- ¿Me dejo llevar por los dimes y diretes de los que tengo a mi alrededor? ¿Yo también participo en comentarios sobre los demás?
3.- ¿Soy capaz de pedir perdón a todos aquellos que daño con mis comentarios?


¡Gracias, Jesús, por la provocación y el reto que el Evangelio nos hace hoy a nuestras vidas!