27 de febrero de 2020.
JUEVES DESPUÉS DE CENIZA.
TIEMPO DE CUARESMA. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 9, 22-25.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
Ya hemos empezado este camino de esperanza que se llama Cuaresma y que nos llevará a la semana grande de los cristianos, la semana de Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Esa misma pasión que, hoy, Jesús se empeña en dar a conocer a sus discípulos.
Sin enmarcamos el texto del evangelio de hoy, debemos situarlo justo después de la afirmación de Pedro donde dice que Jesús es el Mesías. Pero entiende Pedro qué tipo de Mesías es Jesús. ¿Lo entendemos nosotros? No podemos dudar en afirmar que Pedro no ha entendido nada de lo relacionado con el mesianismo de Jesús. Pedro al igual que sus discípulos, al igual que nosotros mismos, espera un Mesías “ganador”, “triunfante”. No esperan un Mesías que vaya a sufrir una muerte de cruz como el peor de los delincuentes. La idea de Mesías que ellos tenían poco o nada tienen que ver con el Dios de los Cristianos, hasta ahora, incomprensible para ellos. No cabe en cabeza humana que el Hijo de Dios venga al mundo para morir, para sufrir. Que venga al mundo para cargar gratuitamente con unos pecados con los que nada tiene Él que ver. ¿Vale la pena seguir a este Cristo? ¡Sí! Si lo entendemos bien, claro que merece la pena. Esa es nuestra salvación, el seguimiento de Cristo.
¿Puede haber algo más grande y que nos dote de más dignidad que el hecho de que Dios decida hacerse hombre para nuestra salvación? ¿No merece este hecho una respuesta radical de vida por nuestra parte?
Si su entrega por nosotros nos dignifica y nos da vida ¿cabe otra respuesta a Cristo que no sea la de dar la vida por él y por su Evangelio?
Y en eso, precisamente, se detiene la segunda parte del evangelio de hoy. Se nos va a explicar cómo debe ser la entrega, el seguimiento a Cristo por nuestra parte. Por eso Lucas va a insistir en que seguir a Jesucristo no es para llenarse de honores y medallas. Sino que ser discípulo del Maestro implica una serie de condiciones aptas para todos aquellos que quieran compartir su vida y su destino. ¿estamos dispuestos a llevarlo a cabo?
La primera condición es: negarse a sí mismo, es decir, renunciar a ser el centro de la propia vida, dejar a un lado todo lo que no es auténtico para poder aceptar los valores del Reino, para profundizar en el conocimiento y la identidad de Jesús, para aceptar un fracaso que alcanzará su triunfo. Pero ¿no es esto todo lo contrario de lo que nos propone la sociedad? Se nos pide ser siempre los primeros, los mejores, llegar cuanto más lejos mejor con nuestros propios méritos y rodeados de todas las riquezas que podamos adquirir ¿dónde queda, aquí, el mensaje de Cristo? ¿Dónde queda ese “mesianismo” de Cristo que es entrega generosa y gratuita por amor a cada uno de los hombres y mujeres de este mundo y que nosotros debemos imitar?
La segunda condición: tomar la cruz cada día, que evoca la imagen de un condenado a muerte obligado a cargar con el madero de la cruz, como más adelante lo hará Jesús. Cargar con la cruz no es fácil, ni nos gusta. Asumir las contrariedades y contradicciones, aliviar el mal y el sufrimiento que padece tanta gente en nuestro mundo hace que nuestra cruz de cada día se vuelva más ligera. ¿Pero estamos dispuestos a reconocer nuestros pecados, limitaciones y debilidades? ¿tenemos la humildad y sencillez necesaria para reconocernos pecadores?
La tercera condición del discípulo es seguir a Jesús, ir detrás de él en sentido existencial. Estar dispuesto a identificarse con su persona y su mensaje. Acogerle en el otro, especialmente en el pobre y oprimido, en el que carece de paz y libertad, en el hambriento de pan y de sentido. ¿Qué me impide llevarlo a cabo?
RECUERDA:
1.- ¿Sé reconocer el verdadero mesianismo de Jesús? ¿lo acepto para vivirlo yo después?
2.- ¿Me niego a mí mismo cada día? ¿Qué me lo impide?
3.- ¿Tomo la cruz de mi vida en cada momento? ¿Qué me lo impide?
4.- ¿Sigo a Jesús? ¿Qué me lo impide?
¡Ayúdame, Señor, a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirte a tí!