28 de febrero de 2020.
VIERNES DESPUÉS DE CENIZA.
TIEMPO DE CUARESMA. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Mateo 9, 14-15.

En aquel tiempo, os discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».


 


 

    El evangelio de hoy nos invita a hacer una profunda reflexión sobre nuestra actitud como cristianos, nuestra actitud como personas que debemos entregar nuestra vida a hacer la voluntad de Dios y a las necesidades de los demás.
Esta reflexión la hace a raíz de una pregunta que el mismo Cristo formula a los discípulos de Juan. Una pregunta que presenta un dilema que, hoy en día, a nosotros mismos, todavía, se nos presenta. La clave la tenemos en la primera lectura de hoy, en la lectura del profeta Isaías.
La pregunta que en primer lugar le presentan los discípulos de Juan a Jesús no es de extrañar. No podemos olvidar que ellos eran judíos y para los judíos conocer bien sus 613 leyes era algo no sólo fundamental, sino que, me atrevería a decir, era algo vital. La pregunta era: ¿Por qué nosotros ayunamos y tus discípulos no?
Jesús lo tiene claro y por eso no duda en contestar de una manera tajante: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».

    No podemos olvidar la enseñanza de Jesús hace dos semanas cuando nos recordaba que había venido no a abolir leyes sino a darles plenitud. Recordad que decíamos que la plenitud era: el AMOR.
Jesús resume todo lo que nos manda en el amor a Dios y al prójimo, por lo que el criterio del actuar cristiano es bien claro: Todo lo que favorezca amar a Dios y al prójimo será bueno, será cristiano. Todo lo que vaya en contra del amor a Dios y al prójimo será malo, no será cristiano. Jesús, en su actuar, siguió este criterio. En su tiempo, entre los bien pensantes, existía la norma no escrita de no mezclarse con los pecadores. Pues Jesús, para intentar conquistar para Dios a los pecadores, come y bebe con ellos. “Los enfermos son los que tiene necesidad del médico, no los sanos”. Si tiene que curar a algún enfermo en sábado, saltándose la ley del sábado, Jesús cura al enfermo, ama al hermano. No hay ninguna ley ni humana, ni aparentemente divina que no deje ayudar y amar al hermano. 

    Frente a esto, sólo cabe una pregunta: ¿qué sentido tiene que practiquemos hasta la última coma de la ley del ayuno si luego somos incapaces de dar la vida por los demás? Esto es, en definitiva, lo que plantea Cristo hoy. La plenitud de la ley de la que hablamos en su día redundaba en esta idea: no hay que cumplir las normas porque sí, sino porque en ellas encontramos el amor de Dios, tanto para nosotros como para los demás. En esta idea incide, también, el profeta Isaías en la primera lectura de hoy. En dicha lectura se nos recuerda que el ayuno que verdaderamente alegra a Dios es el amor: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos,
partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” En definitiva ayunar de nosotros mismos, de nuestros propios beneficios para darnos y entregarnos a Dios y a nuestros hermanos, para así vivir unidos a Aquel que es la Vida; de ahí, que el propio Cristo afirme que no tienen que ayunar los amigos del novio puesto que estando en gracia de Dios no sólo no nos falta nada sino que vivimos en plenitud, pero para eso tenemos que cumplir su palabra, seguir sus pasos y como decíamos ayer: negarnos a nosotros mismos, coger nuestra cruz cada día y poder seguirle. ¿Estamos dispuestos a tal cosa?

    Para eso estamos viviendo estos días de Cuaresma, para conseguir vivir unidos a Cristo cada día más. Para no caer en signos externos olvidándonos de los demás. Está claro que a Cristo no le desagrada el ayuno, pero un ayuno con sentido. Un ayuno que nos ayude a despojarnos de todas esas cosas superfluas en nuestra vida para dotar nuestro corazón de caridad, misericordia y amor para poder vivir unidos, cada día más, a Cristo y a nuestros hermanos.

RECUERDA:
No podemos olvidar que la experiencia cristiana no se define por el sacrificio y los ayunos, sino por la solidaridad y la inclusión en el banquete de la vida. Este banquete es el signo de la presencia de Dios entre nosotros. Nosotros debemos incluir, insertar, hacer presente el Evangelio de Cristo en nuestro mundo, en nuestros ambientes, en nuestras vidas y en la vida de los que nos rodean.

1.- ¿Soy persona que ama más cumplir normas que vivir en el amor a Dios y a los demás?
2.- ¿Cómo puedo insertar más y mejor el mensaje de Dios en mi mundo?
3.- ¿Soy signo de esperanza en medio de un mundo que vive sumergido en el individualismo y en la búsqueda de la felicidad personal por encima de todas las cosas?

¡Ayúdame, Señor, a ser testigo de la liberación y la alegría del Evangelio en medio de mi ambiente!