18 de febrero de 2020.
MARTES DE LA VI SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 8, 14-21.
En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó tomar pan, y no tenían más que un pan en la barca.
Y Jesús les ordenaba diciendo:
«Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes».
Y discutían entre ellos sobre el hecho de que no tenían panes.
Dándose cuenta, les dijo Jesús:
«¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís? ¿No recordáis cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?». Ellos contestaron:
«Doce»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?».
Le respondieron:
«Siete». Él les dijo:
«¿Y no acabáis de comprender?».
Llevamos desde ayer con una primera lectura que no puede dejarnos indiferentes, la lectura de la carta del apóstol Santiago. Una lectura que debería de convertirse, siempre lo he pensado en una lectura de cabecera. Una epístola recurrente que deberíamos de repasar cada cierto tiempo, sobre todo, en periodos de prueba. Porque es precisamente de eso de lo que nos habla de cómo no perder la fe en momentos de prueba, nos habla, así nos alienta Santiago, a vivir desde la cercanía de Dios y con Dios esos momentos de desconcierto, esos momentos de exigencia personal para poder salir de situaciones dolorosas, de esas situaciones por las que todos pasamos y de las que, en muchas ocasiones acabamos culpando a Dios. ¿Quién no ha dicho en alguna ocasión frases del tipo: “seguro que esta enfermedad es porque se ha portado mal”, “¿qué te he hecho, Dios mío, para que me castigues de esa manera”, “este momento de dificultad es una prueba de Dios”?
¿Estamos seguros de tener un Dios que siendo AMOR y MISERICORDIA nos pone pruebas dolorosas o nos trata según merecen nuestros pecados? ¿no sería esto, totalmente, contradictorio?
Recordemos pues estas ideas que nos presenta Santiago en su epístola y grabémoslas a fuego en nuestro corazón: “Dios no conoce la tentación”. De Dios sólo procede todo lo bueno, aunque, con frecuencia, no sepamos leerlo así. Entonces ¿de dónde procede todo el mal que nos arrastra y empuja? De forma clara Santiago afirma: “Es nuestro deseo el que arrastra y seduce”. Por eso hoy una buena pregunta para la reflexión sería: ¿Cuáles son mis deseos, todo eso que bulle en mi corazón? ¿Tiene su origen en Dios o, por el contrario, es fruto de la oscuridad, de mi egoísmo?
Pero pasemos al Evangelio del día de hoy que también tiene “miga” y materia de reflexión para el día de hoy. Algunas son las ideas que quiere dejarnos encima de la mesa en este martes. En concreto dos:
La primera viene en forma de extrañeza por parte de Jesús. Bueno, ciertamente parece que se extraña, pero nos conoce bien, tanto, que realmente no le es ajeno este desconcierto, esta falta de fe de los apóstoles hacia él y hacia sus enseñanzas de ahí que les pregunte: «¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís?»
Y esta misma pregunta nos la hace también a nosotros. Así que: ¿por qué a pesar de conocer a Jesús y de haber oído su mensaje nos cuesta creer y confiar en él?
Es cierto que la novedad del Evangelio descoloca, que el miedo a perder seguridades es algo que nos bloquea de tal modo que llegamos a no confiar en el Autor de la Vida y nos impide abandonarnos a sus manos, pero ¿acaso Jesús nos ha fallado en alguna ocasión? Ser seguidores de Cristo, cumplir su Palabra y vivir el Evangelio conlleva siempre un riesgo y vivir a la interperie, puesto que creer, como decía el papa Francisco, es arriesgar y comprometerse. Comprometerse con Dios y con los demás, no podemos olvidarlo. Pero, esto ya lo digo yo, es un “riesgo seguro” puesto que la experiencia nos dice que estando unidos al Señor no nos falta nada. Que él nos da todo lo necesario para seguir adelante y, verdaderamente, siendo así ¿a qué le tenemos miedo? No podemos dejar que el miedo y la desconfianza se instale en nuestras vidas de tal manera que nos impida abrirnos a la novedad y a la libertad de la Palabra de Dios, a la radicalidad de entrega que Dios espera de cada uno de nosotros. Si dudamos de él, como lo hacen hoy los apóstoles nos abriremos a otras “levaduras”, otras enseñanzas o maneras de creer y de vivir la vida que acaban alejándonos del amor de Dios y del amor a nuestros hermanos y, francamente, esto no podemos permitirlo.
Ésta es, concretamente, la segunda idea de la que nos advierte Jesús: «Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos y de Herodes». ¡Evitemos esas enseñanzas o modos de vida propios de aquellos que viven lejos de Dios, incluso, sin tenerle en cuenta!
Cuando Jesús hace referencia a la “levadura de los fariseos”, como hablábamos el pasado domingo, se está refiriendo a: vivir una vida donde el legalismo, la hipocresía, la piedad desenfocada están presentes en muchos de estos hombres considerados piadosos.
Cuando hace referencia a la levadura de Herodes equivale a: una sociedad donde Dios está ausente y, por lo mismo, proliferan elementos destructivos donde para conseguir un fin no se valoran los medios. No es raro que ahí crezcan la mentira, la corrupción, la insolidaridad, el individualismo egoísta.
¿Acaso esto no es algo que está muy presente en nuestra sociedad de hoy en día? ¿No es un riesgo en el que podemos caer con cierta facilidad?
De ahí que Jesús nos pida que nos acordemos de su testimonio, de sus milagros y Palabras. De sus promesas siempre cumplidas para vivir bien unidos a él y ser nosotros esa levadura que hace fermentar el Amor de Dios en nuestras vidas y en las vidas de las personas que nos rodean. Para eso, debemos alejarnos de esas dos actitudes que van contra el Reino de Dios que Él nos propone. Alejarnos de la levadura de la comodidad, de dejarnos llevar por los mensajes publicitarios, del qué dirán, del individualismo egoísta… Todo ese mundo oscuro y que va dejando a Dios en la penumbra olvidando su amor y devolviéndole lo contrario de lo que Él espera de cada uno. ¿Queremos sentirnos auténticos seguidores suyos?
RECUERDA:
1.- ¿Confío plenamente en Dios y en las Palabras de Jesús?
2.- Como dice Santiago que nos suele ocurrir: ¿Vivo los momentos de dificultades como pruebas que el Señor me pone?
3.- ¿Qué levaduras se instalan en nuestro corazón y nos impiden hacer fermentar el Amor de Dios en nuestras vidas y en las vidas de los demás?
¡Ayúdanos, Señor, a abrirnos, como Jesús, a la novedad radical de Dios en cada uno de nuestros días!