21 DE JUNIO DE 2020

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A
(Cuarta semana del salterio)

¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 10, 26-33)

«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

      

¡Buenos días!

Retomamos los domingos del tiempo de ordinario y, en esta ocasión, lo hacemos con un evangelio de san Mateo donde Jesús nos repite en varias ocasiones algo que, en este tiempo, estoy seguro nos viene muy bien escuchar: “no tengáis miedo”. Es cierto que el contexto es diferente, aquí Jesús se lo dice a sus discípulos para que no se asusten cuando les llegue el tiempo de la persecución y de la lucha por anunciar la Buena Noticia de Dios. Pero no podemos obviar que Dios está siempre con nosotros y que por lo tanto ese “no tengáis miedo” es válido para todas las circunstancias de nuestra vida porque ¿cuándo nos ha abandonado Dios? ¡JAMÁS!

       Como digo, Jesús se dirige a sus apóstoles para darles todos los ánimos que puede y para no crearles falsas esperanzas. Entregar la vida por el mensaje de Dios, por seguirle, es una opción bonita, consecuente y desprendida pero no exenta de sinsabores: contratiempos, incomprensiones, injusticias, persecuciones, juicios, condenas e incluso, en algunos momentos, la propia muerte, pero ¡Dios está de nuestra parte! Tanto está Dios de nuestra parte que hoy nos lo repite en varias ocasiones: “no tengáis miedo”. ¿Tú lo tienes? ¿tú dudas de estas palabras de Dios?

       Del mismo que modo que Jesús se dirige a sus apóstoles, también, se dirige a nosotros porque nosotros, como ellos, también debemos seguirle, también debemos saber salir de nuestra tierra como hizo Abraham y darlo todo por la Buena Nueva. Nuestra contestación como cristianos al llamamiento que Jesús nos hace de seguirle puede ser aceptar el reto o no. ¿Tú qué piensas hacer? ¿Tú qué estás haciendo? ¿Qué razones tienes para no seguir a Cristo?
Jesús en este domingo quiere transmitirnos confianza y valor en la persecución, confianza y valor en el seguimiento a él para poder poner nuestras vidas a su disposición y entregarnos por completo a su Palabra.
Son palabras de consuelo que Jesús dirige a sus discípulos, que Jesús quiere dirigirnos a todos aquellos que hemos decidido seguirle, son palabras motivadoras para que venzamos el miedo y la angustia que trae consigo la persecución, la incomprensión, la crítica...  Veamos los tres consejos que Jesús nos da en este domingo.

“No hay nada encubierto que no llegue a ser descubierto, ni oculto que no llegue a saberse…”
Jesús los anima a no callar su Buena Noticia. Jesús los anima a seguir adelante siempre con su proclamación del Evangelio. Las primeras comunidades, al igual que nos pasa a nosotros, viven en una sociedad donde la gente tenía y tiene la necesidad imperiosa de conocer a Dios: vidas desordenadas, caos social, falta de amor y empatía entre los hermanos, futuro incierto, mucha diferencia social entre unos y otros… esto estaba y eso está presente, hoy en día. Antes como ahora, la gente necesita una palabra de consuelo verdadero, una Palabra de Vida. La gente no necesita vendedores de humo, necesita, necesitamos: VERDAD. ¿Quién es la Verdad en nuestras vidas? Cristo, por lo tanto, no podemos ocultar, callar y obviar su mensaje. Tenemos que ser valientes y darlo a conocer en todos los lugares y ante todas las realidades, como diría san Pablo: “a tiempo y a destiempo”. ¿Vamos a vivir con miedo a que nos tachen de seguidores de Cristo? ¿Hay algo malo en el hecho de ser cristianos y ejemplos vivos de su mensaje? Si Dios está de nuestra parte y con nosotros ¿a qué le tenemos miedo?
Calma y confianza es lo que Jesús nos está pidiendo en este primer consejo. Calma y confianza para no caer en la desazón, para no dejar de predicar la Palabra de Vida que, por suerte, nosotros hemos podido conocer, experimentar y hacer realidad en nuestras vidas.

“No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, temed más bien a Aquel…”.
Solo ha y un juez justo: Dios. Él nos va a juzgar desde el amor y la misericordia. Por lo tanto no podemos vivir asustados ante las calumnias, difamaciones, las afrentas que suframos…, muchas veces nos duele perder nuestra imagen, nuestra buena fama, quedar mal ante los demás,… Jesús nos dice que eso no nos preocupe, que no nos preocupemos por aquellos que nos pueden destruir nuestra alma, que nos preocupemos más bien de aquello que nos puede alejar de Dios. ¿Dónde está puesta mi confianza: en mí mismo o en Dios? ¿Qué es lo que me da vida: permanecer cerca de Dios o que los demás me tengan en estima y consideración? Si lo que verdaderamente me importa es no alejarme de Dios, vivir unido a Él, cumplir con su Palabra y su Voluntad ¿por qué me da tanto miedo que los demás me tilden de cristiano de una manera negativa y peyorativa?

Por último, Jesús nos dice: “Vosotros valéis más que muchos pajarillos”.
Es decir, Jesús está transmitiendo la confianza que los discípulos tienen que tener en Él, pues si para Dios todas las cosas son importantes, mucho más los hombres. Para ello Jesús recurre a una comparación: si el Padre cuida hasta de los pájaros más pequeños e insignificantes y tiene contados hasta cada uno de nuestros cabellos, ¿cómo no va a ocuparse de ellos que son sus hijos queridos?

Como vemos, Jesús nos pide que no caigamos en la tentación de darle más importancia a nuestro ego, a nuestra imagen, a nuestra zona de confort, a nosotros mismos que al estar unidos a Él. Si alguien habla mal de nosotros, si alguien nos calumnian, o intentan destruirnos con sus comentarios, lo único que debemos pensar es qué piensa Dios de cada uno de nosotros, lo único que debemos preguntarnos es si Dios nos quiere y nos acepta, incluso con nuestros defectos y pecados. La respuesta nos la da el propio Jesús cuando afirma: “no temas, porque yo te conozco, no temas porque yo sabré recompensarte”.


       RECUERDA:

“No tengáis miedo” son palabras de Jesús que se repiten una y otra vez a lo largo de los evangelios. Las palabras que más se deberían repetir también hoy en la Iglesia. Es cierto que la vida está llena de experiencias negativas y que la fe no ofrece recetas mágicas para resolver los problemas, la fe no es un tranquilizante pero, también es verdad que, la fe en Dios, a muchas personas, en muchos momentos difíciles de su vida, les ha ayudado a saber sobrellevar esas situaciones, esos miedos, esas dificultades, esas incertidumbres…, porque han escuchado a ese Dios y se han fiado de Él cuando nos invita a “no tener miedo”, porque esta fe en Dios no lleva a la evasión o la pasividad sino que nos trasmite coraje para tomar decisiones y asumir responsabilidades. No podemos olvidar que el seguimiento a Jesús es un riesgo basado en la confianza. En un mundo quebrado por la violencia y la injusticia, la Buena Noticia del Amor se convierte en un signo de contradicción y conlleva una dimensión conflictiva ineludible, pues exige posicionamiento y opción, como le sucedió al propio Jesucristo. Por eso el lugar del Evangelio no es solo la intimidad del corazón sino las plazas y las calles. Ha de ser gritado desde nuestros balcones y encarnado en nuestra propia vida. Jesús nos recuerda, también, que la última palabra sobre nuestra vida no la ha de tener el miedo sino la confianza, porque hasta el última de nuestros cabellos es importante para Dios y Él nos sostiene con su confianza y su incondicionalidad.

1.- ¿A qué le tengo miedo?
2.- ¿Confío verdaderamente en el Señor?
3.- ¿Vivo al servicio de la Buena Noticia o la Buena Noticia la pongo a mi servicio?

¡Ayúdame, Señor, arriesgarme sin miedo confiando siempre en ti y así dar mi vida por tu Evangelio!




20 DE JUNIO DE 2020

SÁBADO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)


¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Lucas.
(Lc. 2, 41-51)

«Conservaba todo esto en su corazón».


Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.

¡Buenos días!

¡Qué hermoso es poder celebrar hoy algo tan bonito como el Inmaculado corazón de la Virgen María! ¡Qué suerte poder celebrar un corazón limpio, sin pecado, de conducta intachable que sabe acoger la Palabra de Dios, aceptarla, meditarla, hacerla vida y darla a los demás! Ese es el corazón de María, es el Inmaculado Corazón que hoy estamos celebrando.

       Cuando afirmamos que María es Madre y Maestra de la Iglesia estamos afirmando que ella tiene que ser ejemplo para nosotros de lo que significa vivir una vida entregada a la Voluntad de Dios. La vida de María, una vida marcada por el “fiat” que le dio al Ángel Gabriel el día de la Anunciación, tiene que ser para nosotros el paradigma de nuestra propia existencia, tiene que ser el espejo en el que busquemos reflejarnos cada día para saber si nuestra vida, como la suya, está verdaderamente puesta en las manos de Dios.

       Siempre me ha llamado una frase de este evangelio. Es un evangelio sugerente que nos muestra como la vida de la Virgen no estuvo exenta de sinsabores por ser precisamente la madre del Hijo de Dios. Podemos caer en la tentación de pensar que como ella había sido elegida desde el nacimiento lo tuvo más fácil que nosotros. Incluso, podemos pensar que como ella se fío del Señor y se entregó por completo a su voluntad el Señor se lo puso más fácil; pero nada más lejos de la realidad y el evangelio de hoy es una demostración más de este pensamiento que comparto con vosotros. ¿Os imagináis el dolor de una madre que ha perdido a su hijo en una caravana y que cuando lo encuentra al tercer día su hijo lo primero y único que le pregunta es: “por qué me buscáis”?  ¿Os imagináis como se quedaría María de helada ante tal respuesta? Una respuesta que, por otra parte, ni fue malintencionada ni buscaba hacerle daño a María por supuesto; pero que deja claro cuál es la finalidad de la vida de Cristo.
Sin embargo, María no se entristece, ni se revela, ni se enfada. María, simplemente “guarda todas estas cosas meditándolas en su corazón”. Esa es la frase que más me gusta y que siempre intento reflexionar cogido de su mano para que me enseñe cómo hacerlo. María, nuestra Madre y Maestra, conserva todas las cosas y las medita en su corazón. Justo lo contrario de lo que nosotros hacemos en nuestro día a día. Nosotros que estamos acostumbrados a enfadarnos pronto, “saltar” ante los demás cuando no nos gusta lo que escuchamos. Nosotros que estamos más que acostumbrados a responder, juzgar y criticar aquello que no nos gusta ¿seríamos capaces de llegar a conservar todas las cosas en nuestro corazón en lugar de caer en estos pecados tan “manidos” en nuestra vida? ¿Seremos capaces de ser tan abnegados como María? Por eso decimos que ella es nuestra Madre y Maestra, porque nos enseña a llevar una vida acorde a la voluntad de Dios. Y esto no quiere decir que no tengamos ideas propias, ni que nos anulemos; todo lo contrario, lo que esto quiere decir es que nos afirmemos y reafirmemos como seguidores de Cristo, desde nuestra libertad, de manera que, seamos capaces, de cumplir con nuestra vida lo que Dios espera de nosotros. Negarse a uno mismo no es anularse, entregarse a Dios y a los demás no es anularse o hacerse inferior; es decidir el camino de Cristo, vivir la vida de Cristo y hacernos uno con Aquél que dio su vida por nuestra salvación ¿no es ésta la misma configuración que hizo María de su vida con la voluntad de Dios?

Nuestra Madre y Maestra por excelencia tiene que ser ejemplo, para nosotros, de lo que significa fiarse de Dios. Una persona que se fía de Aquél que bien nos ama es una persona que sabe poner su vida en sus manos. Es una persona que no duda y no pone condiciones a su entrega. Es una persona que cada día, como María, le dice a Jesús: “hágase en mí según tu Palabra” ¿estamos nosotros dispuestos a dar este paso? ¿seremos capaces de fiarnos de Dios como lo hace nuestra Madre y Maestra?

Celebrar la fiesta de la Virgen siempre es un motivo de orgullo y alegría, pero al mismo tiempo tiene que ser un momento para ponerla en el centro de nuestra vida y poder convertirla, de esta manera, en nuestro referente. En un referente de vida, en una referente de confianza y de entrega en Dios. En un referente que ponga de manifiesta que nosotros, como ella, estamos dispuestos a decirle a Dios cada día: “hágase en mí según tu Palabra”.

       RECUERDA:

María es a la vez discípula y maestra en la vida de la Iglesia. Discípula porque nadie como ella se abrió a la Buena Nueva del Evangelio, disponiéndose a su servicio. Maestra porque ante la densidad de los acontecimientos que le tocaron vivir, su vida fue puro don y confianza, puro “fiat”. Este texto remita a uno de los aprendizajes más básicos y costosos en nuestra vida: guardar en el corazón todo aquello que no entendemos nos desinstala y nos sorprende. María es experta en mantener las preguntas y cobijarlas en el corazón sin pretender precipitar las respuestas. Un icono hecho historia sobre cómo es posible vivir cultivando la actitud contemplativa y gratuita ante el espesor de los acontecimientos y hacer del corazón una “despensa”, a la espera de que el Dios de la vida y de los procesos vaya ayudándonos a colocarlo todo en su justo y preciso lugar.

1.- ¿Tengo un corazón inmaculado como el de María?
2.- ¿Me fío y me entrego al Señor de la misma manera que lo hizo María?
3.- ¿Puede contar el Señor conmigo para hacer su Voluntad?

¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón como el de María! ¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón abierto a tu Palabra, a tu Voluntad y a hacerte presente en nuestro mundo!




19 DE JUNIO DE 2020

VIERNES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)



¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 11, 25-30)

«Soy manso y humilde de corazón».


En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera»

      

¡Buenos días!

¡Feliz día del Sagrado Corazón de Jesús! ¿No es maravilloso tener la fortuna de poder celebrar una fiesta en honor al Corazón de Jesús, al corazón de Dios? “El Señor se enamoró de vosotros y os eligió” hemos leído en la primera lectura en referencia al Pueblo de Israel. El corazón de Cristo es el símbolo de ese amor que Dios nos tiene. Un amor inmenso, inconmensurable, un amor sin límites que perdona, acoge, comprende, entiende y no abandona jamás. Un amor que es una misericordia y caridad que duran por siempre para quienes cumplen los mandatos que Dios nos da; una misericordia y caridad que le lleva a no tratarnos como merecen nuestros pecados. ¡Ese es el Corazón de Jesús! ¡Ese es el corazón que hoy celebramos! ¿Es ésta la imagen que yo tengo de Dios? ¿lo vivo y lo concibo así o aún soy de los que piensa en un Dios justiciero que nos castiga cuando no nos portamos bien?

Celebrar la fiesta de hoy no puede ser solamente algo alegre. A la misma vez, tiene que ser un día en el que reflexionemos sobre cómo vivo en mi día a día la presencia de Dios, cómo concibo y vivo su amor para así poder yo manifestarlo en mi vida con Él y con los demás. ¿Cómo es el amor de Dios?

El Deuteronomio, vuelvo a hacer referencia a él, nos dice que el amor de Dios gratuito y fiel. Dios elige a un pequeño pueblo y no por méritos propios, sino por puro amor. Es como si Dios dijera: “Amo porque no sé hacer otra cosa”. No pide nada a cambio y no exige nada, no se enfada ni abandona, siempre está pendiente de este pueblo escogido. ¿Yo vivo el amor de Dios de esta manera? ¿Soy consciente de que su Amor no me abandona nunca? Entonces ¿por qué yo no amo a los demás de la misma manera? ¿por qué me cuesta tanto perdonar a mis hermanos y quererlos tal y como son?

Pero seguimos avanzando y el salmo nos recuerda que es un amor compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. ¿Es como el nuestro? ¿nosotros también somos lentos a la ira o vivimos siempre enfadados y buscando la oportunidad o la manera de volver a nuestros prójimos el trato bueno o malo que tienen con nosotros? ¿somos más del ojo por ojo o del perdón sin medida ni condiciones?

       Y, por si nos quedaba algún tipo de duda, san Juan en su carta no sólo explica cómo es el amor de Dios sino que da un paso más y nos explica cómo tiene que ser nuestro amor con los demás. Ya no es que lo diga yo, en mi reflexión de hoy, sino que es el propio san Juan quien nos recuerda que debemos ser reflejo del amor de Dios en nuestra vida, reflejo de un amor que, como vemos, poco o nada tiene que ver con el nuestro.
De todos es sabido que el principal mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. No se puede dar lo segundo sin lo primero. ¿Cumplimos con este precepto? ¿Es ésta nuestra manera de vivir la vida, esto es: amando a Dios y a los demás? ¿O por el contrario nuestro estilo de vivir demuestra más amor por nosotros mismos que por nuestros prójimos? ¿Es a Dios a quien amo sobre todo?

       Es difícil, no podemos engañarnos; pero no estamos solos. Sabemos hasta la saciedad que Dios no nos abandona jamás y que, por lo tanto, debemos acudir a Él; debemos aprender de Jesucristo, su Hijo para poder llegar a conseguirlo. Celebrar su Sagrado Corazón supone poner de manifiesto, también, algo que Cristo dice en varias ocasiones, que él es: “manso y humilde de corazón”. Celebrar el Sagrado Corazón de Jesús es manifestar nuestra gratitud por el trato que siempre nos dispensa. La Sagrada Escritura nos lo recuerda constantemente: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” y Cristo nos perdona, Dios nos perdona, una y otra vez. No nos trata como merecen nuestras culpas, no nos desentiende jamás y siempre, absolutamente siempre está dispuesto a ayudarnos para salir adelante en las adversidades. Si esto es así, que lo es: ¿por qué no aprendemos de él y somos de la misma manera con los demás? ¿por qué no acudimos a su Espíritu Santo para que nos ayude a paliar nuestros pecados y nos damos por completo a Aquél que bien nos ama? ¿Por qué no hacemos de nuestro prójimo el objeto de nuestra actuación?
¿Podemos decir que amamos al Amor Hermoso si en nuestra vida no amamos como Dios nos ama? ¿No es cuanto menos contradictorio?

       RECUERDA:

En la cultura judía el corazón representa el centro de la persona y es sede de la sensibilidad y de las motivaciones más hondas. El corazón de Cristo es un corazón que mueve y se conmueve ante las alegrías y los sufrimientos de los más pequeños y pequeñas y se ofrece como descanso, aliento y ternura para los más agobiados. Es un corazón siempre ladeado hacia la misericordia, la reconciliación y la gratuidad del amor. Como Iglesia que somos, ¿cómo podemos hacemos posibles en nuestros ambientes esta desmesura y gratuidad del Amor que se encarna, que se hace pueblo, cultura, gesto y rostro? ¿Dónde reconocemos, hoy, el aliento de su corazón?

1.- ¿Cómo vivo yo el Amor de Dios en mi vida?
2.- ¿Cómo se refleja en mi día a día con Dios y con los demás esta vivencia?
3.- ¿Amo como lo hace Dios?

¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón afectado por las alegrías y los sufrimientos de los últimos; de manera que me convierta en descanso y aliento para ellos!





18 DE JUNIO DE 2020

JUEVES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)

¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 6, 7-15)

«Vosotros orad así».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

      

¡Buenos días!

       Si ayer hablábamos de la oración como método de unión con Dios, hoy gracias al evangelista san Mateo podemos escuchar por boca de Jesús cómo debe ser nuestra oración. Jesús, en esta mañana, nos enseña a rezar, nos enseña a orar. Nos enseña la oración más universal de todas y aquella que por más que sea conocida y repetida por cada uno de nosotros, deberíamos reflexionar y meditar cada día para llegar a interiorizarla de tal manera que toda nuestra vida sea una continua manifestación de lo que en ella pedimos.

       La oración que Jesús nos enseña es el Padrenuestro. Una oración que lo primero que hace es poner de manifiesto que yo, tú y todos los que han habitado, habitamos y habitarán en este mundo fueron, somos y serán hijos de un mismo Dios y que, por lo tanto, aunque parezca una obviedad, no somos hijos únicos.
Esto consigue dos cosas: la primera, que reconozcamos a Dios como Padre y que, como nos enseña Jesús, podamos dirigirnos a Él como Padre. En segundo lugar, que todos somos hermanos unos de otros y que, por lo tanto, tenemos la misma dignidad e igualdad unos y otros.
¿Reconocemos a Dios como Padre? Si es así ¿por qué nos cuesta tanto confiar plenamente en Él? ¿por qué acabamos confiando más en nosotros mismos que en la Palabra de un Padre que sabemos que no nos abandona jamás y que está siempre pendiente de todos? ¿Por qué me falta confianza con Dios si es mi Padre? Pero a la vez tenemos que cuestionarnos nuestra relación con los demás ¿por qué hacemos tantas diferencias entre unos y otros si todos somos, de la misma manera, hijos de Dios? ¿por qué me sitúo, en muchas ocasiones, por encima de los demás con una actitud soberbia y altanera? ¿por qué me falta tanto compromiso con la justicia de Dios de la que hablábamos ayer?
¿No es todo esto, totalmente contradictorio con rezar, meditar y reflexionar cada día el Padrenuestro? ¿no se estará convirtiendo en una oración tan usada que se ha vaciado de contenido o que pensamos que la conocemos tanto que no le prestamos la atención que merece?

       Cada vez que rezamos el Padrenuestro deberíamos ser conscientes que, además de llamar a Dios “Padre”, con todo lo que hemos visto que conlleva, estamos pidiendo más cosas que son de capital importancia para nosotros.

       “Santificado sea tu nombre”. Pedimos que el nombre de Dios sea tomado como santo, como divino. Pedimos que todos seamos capaces de adorar a Dios y darle en nuestra vida el lugar que merece. ¿Santifico el nombre de Dios? ¿Acudo a la Eucaristía por compromiso y mero legalismo o hago de esta celebración la manera de darle mayor gloria y santificación a Dios? ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida?

       “Venga a nosotros tu Reino”. No mi voluntad, sino la suya. No el reino que yo espero de mí o de este mundo: riquezas, reconocimiento, buena fama, dinero… Pedimos el Reino de Dios, un reino de misericordia, caridad, amor, perdón, entrega a los demás, sobre todo, a los más necesitados…

       “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. ¿Soy capaz de negarme a mí mismo para cumplir siempre la voluntad de Dios? ¿qué ocurre cuando la voluntad de Dios y la mía no coinciden: le trato de injusto o de haberse olvidado de mí; o por el contrario, la acepto y la asumo como mi propia voluntad? Cristo se anonadó (como dice S. Pablo) y se negó incluso su categoría de Dios por amor a nosotros ¿seremos capaces de hacer nosotros lo mismo para cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida?

       “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Le pedimos no sólo el pan del alimento corporal, el pan de nuestras mesas. Ese pan que nos hace comer cada día y que tan presente debe estar en nuestra vida. Un pan que, por desgracia, comienza a faltar en muchas familias por culpa de esta pandemia que estamos padeciendo. Un pan que, obviamente, debemos pedirle y que Él hará lo posible para que no nos falte. Pero también le pedimos el Pan con mayúsculas, el que alimenta nuestro espíritu y nuestra alma: el Pan de la Eucaristía. Ese Pan que es el fundamento de nuestra fe, el acto central de nuestra vida. ¿Cómo vivo yo la Eucaristía? ¿es mi verdadero alimento?
       “Perdona nuestras ofensas como, también, nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Ese doble perdón que debe estar presente en nuestras vidas. Por una parte, el perdón por parte de Dios. Un perdón que no falta en nuestras vidas pero que, además, debe hacernos humildes y sencillos. Saber que Dios no nos trata como merecen nuestros pecados y que siempre nos pone delante su perdón, tiene que hacer de nosotros hombres y mujeres agradecidos a tal acción, de manera que nosotros seamos, también, capaces de perdonar a los demás del mismo modo que Dios lo hace con nosotros: sin límites de ningún tipo. Un perdón que no conoce condiciones ni limitaciones, un perdón que nos hace ser misericordiosos y compasivos con nuestros hermanos. ¿No sería injusto que nosotros fuésemos perdonados siempre con Dios y no ofrecerlo a los demás? Ese agradecimiento del que hablo debe llevarnos a perdonar siempre a los que nos rodean, incluso, cuando se trata de aquellas personas a las que tachamos de “enemigos” o de “pocos amigos”.

       “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Pedirle a Dios que no nos deje caer en la tentación significa reconocernos pecadores, limitados, débiles. Significa que nos reconocemos necesitados de la ayuda de Dios para no dejarnos llevar por nuestros demonios. Él, mediante su Espíritu Santo, nos da la fuerza necesaria para no sucumbir a esas tenciones para no caer en el mal, pero ¿aceptamos esa ayuda? ¿confiamos en ella? ¿preferimos caer en el pecado que seguir las sendas de Dios?

       “Amén”. “Que así se haga”, esta es la manera de rubricar esta oración que Cristo nos enseñó y que, sin duda alguna, está llena de importantes peticiones que debemos renovar día tras día para hacer de nuestra vida lo que Dios espera de ella.

       RECUERDA:

Lo oración que Jesús nos propone no es de “palabrería” sino que brota de su experiencia más profunda de filiación. Nos invita a dirigirnos a Dios como “Abba”, con la confianza que esta experiencia conlleva y desde la conciencia comunitaria que supone reconocer que no somos hijos únicos, sino que el proyecto de Dios es la fraternidad universal y por eso solo podemos referirnos a Él como “nuestro”. Orar al modo de Jesús es un compromiso también con la justica y la reconciliación, Un compromiso que nos e basa en nuestras propias fuerzas, sino en el abandono, y en la confianza de Aquel que nos sostiene y cuida de nosotros en cada momento.

1.- ¿Qué representa para mí y qué importancia tiene en mi vida la oración del Padrenuestro?
2.- ¿Cumplo con todo lo que en ella pido?
3.- ¿Mi relación con Dios es una relación paterno-filial?

¡Ayúdame, Señor, a comprometerme con la justicia y la reconciliación en nuestro mundo!




17 DE JUNIO DE 2020

MIÉRCOLES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)

¡Paz y bien!

(Mt. 6, 1-6. 6-18)

«Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

       ¡Buenos días!

Al leer las lecturas de hoy no he podido evitar acordarme de todo lo que hemos vivido en estos pasados meses de confinamiento. Unos meses duros, difíciles, muy cruentos podríamos llegar a decir, donde hemos visto morir a gente en soledad, a ancianos abandonados a su suerte, un virus que sigue recorriendo nuestro mundo sin una vacuna ni tratamiento que lo frene… vamos que han sido meses donde, además, cuando hemos podido salir a la calle, nos hemos dado cuenta de la gran diferencia social que han provocado: personas que se han quedado sin puestos de trabajo, ni casas en las que vivir y, aún algo más básico, alimentos con los que poder cenar o comer con dignidad. Como vemos unos tiempos nada esperanzadores que pueden provocar en nosotros un sentimiento de abandono por parte de Dios que nos lleve a preguntarnos esa misma cuestión que aparece en la primera lectura de hoy: ¿dónde está Dios?

Como aprendimos un día cuando hicimos la catequesis para poder tomar la Primera Comunión: “Dios está en todos los sitios y en todas las cosas”. ¡Qué verdad más grande! ¿no estás de acuerdo?
Dios no nos abandona nunca y podemos encontrarlo presente en todas las cosas, en cada situación humana, sea de alegría o de tristeza, de dolor o de gozo, en cada situación en la que se bendiga a Dios, Él está presente.
Está presente también en medio de nuestro sufrimiento y dolor, en nuestras obras de caridad y de perdón hacia los demás ¡no podemos dudarlo! Siempre me habéis odio decir que Dios no es un mago que nos quite las piedras del camino, ni los problemas o los sufrimientos; pero lo que sí es, es nuestra fuerza para poder sobreponernos a ellos de la mejor manera posible. Dios está siempre de nuestro lado dándonos la fuerza y el coraje necesario para afrontar las problemáticas de cada momento. Cristo mediante su cruz asume nuestro dolor, lo hace suyo para que no sea en vano. Cristo sufre cuando lo haces tú. El Dios amor está siempre presente en nuestra vida y no nos abandona jamás, no me cansaré de repetirlo una y otra vez. Por lo tanto, para no caer en ese diálogo de si nuestro Dios es bueno o malo, de si nos abandona o no en el sufrimiento que, como podemos ver, es algo estéril alejado de la realidad, la pregunta acertada debe ser: ¿Dónde quiero encontrar a Dios? Puede que yo sea de los que busca a Dios únicamente en el placer, la comodidad, mi bienestar pensando que me está abandonando cuando las cosas no salen como a mí me gustaría. Quizá sea de los que piensa que tengo un Dios injusto porque no me quita los problemas que me toca vivir y eso me aleja de él. ¿Dónde lo encuentro?

Pero no es la única lectura que me ha recordado este tiempo de confinamiento. El evangelio de hoy también lo ha hecho. Si recordáis, lo leímos el miércoles de ceniza, ese día en el que comenzamos la Cuaresma. Una Cuaresma diferente que hemos podido vivir más unidos a Cristo si la hemos aprovechado bien debido al confinamiento. Una cuaresma que ha tenido que servirnos para vivir más la oración y la entrega a ese Dios que no nos abandona. La lectura nos da las pautas para vivir esa unión más férrea: la oración, el ayuno y la limosna. Tres actitudes que no deben ser propias del tiempo cuaresmal sino de toda nuestra vida. Tres actitudes que nos llevarán a vivir la justicia de Dios y no la nuestra, la voluntad de Dios y no la nuestra, en definitiva, que nos harán ser ejemplo del amor de Dios en nuestras vidas.
      
       Mateo comienza su evangelio con unas palabras de Jesús diciendo: “Cuidado de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”. ¿Cuál es nuestra justicia? Aquella que da muestra de nuestras formas de vida, de nuestro pensamiento. No podemos pretender dar testimonio de nosotros mismos sino de Dios ¿cómo vamos a lograrlo si no vivimos una unión íntima con Él? Por eso para lograrlo lo primero que tenemos que hacer es practicar la ORACIÓN.

       Ésta debe ser constante en nuestra vida, en nuestro día a día. Una vida orante es aquella que pone delante de Dios sus virtudes y defectos, sus ansías y desprendimientos, sus penas y alegrías. Una vida orante es aquella que se pregunta en cada momento: “¿qué haría Jesús en esta circunstancia?” para poder, así, cumplir su voluntad. Sinceridad, intimidad con el Señor, lealtad, compromiso y entrega son las características de esta oración íntima con el Señor que nos permitirá ponernos en sus manos para cumplir su voluntad.

       En segundo lugar, el AYUNO. Mediante el ayuno nosotros empatizamos, sentimos, vivimos y experimentamos el sufrimiento de los que menos tienen. Nos asemejamos a ellos y somos capaces de entender su forma obligada de vida. Estamos, afortunadamente en muchos casos, a vivir sin pasar serias necesidades. Es cierto que muchos no tenemos una economía que nos permita vivir con todo lujo de detalles, pero, bastante tenemos con llegar a fin de mes ¡no debemos quejarnos! El ayuno nos recuerda que somos unos afortunados por tener un techo, comida, ropa y todas esas cosas necesarias para vivir con dignidad ¿cuántos no pueden decir lo mismo? Comenzaba la reflexión diciendo que uno de los efectos de la COVID-19 es la brecha social y económica que nos deja ¿somos conscientes de cómo nuestra sociedad, ahora más que nunca necesita que entendamos, comprendamos a los más necesitados, identificándonos cada día más con ellos?

       Y por último, la LIMOSNA. Alguien que se hace uno con el pobre y necesitado no puede vivir su practicarla. La limosna es fundamental en nuestra vida, pero debemos entenderla bien. No hace muchos días que asistíamos al evangelio de la viuda pobre donde daba más de lo que podía, más bien, casi todo lo que tenía. Eso es la limosna compartir lo que se tiene. Sea poco o mucho, uno ejerce la limosna cuando comparte lo que tiene, si damos únicamente lo que nos sobra ¿qué merito tenemos? ¿verdaderamente eso es compartir o más bien “limpiar nuestra conciencia”? La limosna debe ser un servicio solidario con los demás ¿la entendemos así? ¿cómo la practicamos?

       RECUERDA:

Vivimos unos momentos duros donde nuestro mundo, ya no sólo nuestra sociedad, necesita personas que vivan unidas a Dios para vivir la misma vida de Cristo movidos por la fuerza del Espíritu Santo. Personas que practiquen la unión con ese Dios que no nos abandona nunca y que lo encontramos en todas las personas, lugares y circunstancias de nuestra vida. Debemos ser personas que movidos por la oración y la intimidad con el Señor no seamos ajenos a las necesidades de los pobres y les ayudemos en todo cuanto necesiten, practicando la limosna y la justicia, no propia de nuestro pensamiento sino la justicia de Dios. ¿Estamos dispuesto a ello?

1.- ¿Soy de las personas que se pregunta ante las adversidades y contratiempos: “dónde está Dios”?
2.- ¿Dónde lo encuentro yo?
3.- ¿Practico y doy ejemplo de mi justicia o de la Justicia y del amor de Dios?
4.- ¿Cómo es mi oración? ¿y mi ayuno? ¿y mi limosna?

¡Ayúdame, Señor, vivir íntimamente unido a ti, para ser reflejo de Cristo en medio de mi mundo motivado por la acción del Espíritu Santo!