20 DE JUNIO DE 2020
SÁBADO XI DEL TIEMPO
ORDINARIO
(Tercera semana del
salterio)
¡Paz
y bien!
(Lc. 2, 41-51)
«Conservaba todo esto en su corazón».
Los
padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua.
Cuando
Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando
terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres.
Estos,
creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se
pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y
sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de
los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo,
¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él
les contestó:
«¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero
ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él
bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su
madre conservaba todo esto en su corazón.
¡Buenos
días!
¡Qué
hermoso es poder celebrar hoy algo tan bonito como el Inmaculado corazón de la
Virgen María! ¡Qué suerte poder celebrar un corazón limpio, sin pecado, de
conducta intachable que sabe acoger la Palabra de Dios, aceptarla, meditarla,
hacerla vida y darla a los demás! Ese es el corazón de María, es el Inmaculado
Corazón que hoy estamos celebrando.
Cuando afirmamos que María es Madre y Maestra de la Iglesia
estamos afirmando que ella tiene que ser ejemplo para nosotros de lo que
significa vivir una vida entregada a la Voluntad de Dios. La vida de María, una
vida marcada por el “fiat” que le dio al Ángel Gabriel el día de la
Anunciación, tiene que ser para nosotros el paradigma de nuestra propia
existencia, tiene que ser el espejo en el que busquemos reflejarnos cada día
para saber si nuestra vida, como la suya, está verdaderamente puesta en las
manos de Dios.
Siempre me ha llamado una frase de este evangelio. Es un
evangelio sugerente que nos muestra como la vida de la Virgen no estuvo exenta
de sinsabores por ser precisamente la madre del Hijo de Dios. Podemos caer en
la tentación de pensar que como ella había sido elegida desde el nacimiento lo
tuvo más fácil que nosotros. Incluso, podemos pensar que como ella se fío del
Señor y se entregó por completo a su voluntad el Señor se lo puso más fácil;
pero nada más lejos de la realidad y el evangelio de hoy es una demostración
más de este pensamiento que comparto con vosotros. ¿Os imagináis el dolor de
una madre que ha perdido a su hijo en una caravana y que cuando lo encuentra al
tercer día su hijo lo primero y único que le pregunta es: “por qué me
buscáis”? ¿Os imagináis como se quedaría
María de helada ante tal respuesta? Una respuesta que, por otra parte, ni fue
malintencionada ni buscaba hacerle daño a María por supuesto; pero que deja claro
cuál es la finalidad de la vida de Cristo.
Sin embargo, María no se
entristece, ni se revela, ni se enfada. María, simplemente “guarda todas estas
cosas meditándolas en su corazón”. Esa es la frase que más me gusta y que
siempre intento reflexionar cogido de su mano para que me enseñe cómo hacerlo.
María, nuestra Madre y Maestra, conserva todas las cosas y las medita en su
corazón. Justo lo contrario de lo que nosotros hacemos en nuestro día a día.
Nosotros que estamos acostumbrados a enfadarnos pronto, “saltar” ante los demás
cuando no nos gusta lo que escuchamos. Nosotros que estamos más que
acostumbrados a responder, juzgar y criticar aquello que no nos gusta ¿seríamos
capaces de llegar a conservar todas las cosas en nuestro corazón en lugar de
caer en estos pecados tan “manidos” en nuestra vida? ¿Seremos capaces de ser
tan abnegados como María? Por eso decimos que ella es nuestra Madre y Maestra,
porque nos enseña a llevar una vida acorde a la voluntad de Dios. Y esto no
quiere decir que no tengamos ideas propias, ni que nos anulemos; todo lo
contrario, lo que esto quiere decir es que nos afirmemos y reafirmemos como
seguidores de Cristo, desde nuestra libertad, de manera que, seamos capaces, de
cumplir con nuestra vida lo que Dios espera de nosotros. Negarse a uno mismo no
es anularse, entregarse a Dios y a los demás no es anularse o hacerse inferior;
es decidir el camino de Cristo, vivir la vida de Cristo y hacernos uno con
Aquél que dio su vida por nuestra salvación ¿no es ésta la misma configuración que
hizo María de su vida con la voluntad de Dios?
Nuestra
Madre y Maestra por excelencia tiene que ser ejemplo, para nosotros, de lo que
significa fiarse de Dios. Una persona que se fía de Aquél que bien nos ama es
una persona que sabe poner su vida en sus manos. Es una persona que no duda y
no pone condiciones a su entrega. Es una persona que cada día, como María, le
dice a Jesús: “hágase en mí según tu Palabra” ¿estamos nosotros dispuestos a
dar este paso? ¿seremos capaces de fiarnos de Dios como lo hace nuestra Madre y
Maestra?
Celebrar
la fiesta de la Virgen siempre es un motivo de orgullo y alegría, pero al mismo
tiempo tiene que ser un momento para ponerla en el centro de nuestra vida y
poder convertirla, de esta manera, en nuestro referente. En un referente de
vida, en una referente de confianza y de entrega en Dios. En un referente que
ponga de manifiesta que nosotros, como ella, estamos dispuestos a decirle a
Dios cada día: “hágase en mí según tu Palabra”.
RECUERDA:
María
es a la vez discípula y maestra en la vida de la Iglesia. Discípula porque
nadie como ella se abrió a la Buena Nueva del Evangelio, disponiéndose a su
servicio. Maestra porque ante la densidad de los acontecimientos que le tocaron
vivir, su vida fue puro don y confianza, puro “fiat”. Este texto remita a uno
de los aprendizajes más básicos y costosos en nuestra vida: guardar en el
corazón todo aquello que no entendemos nos desinstala y nos sorprende. María es
experta en mantener las preguntas y cobijarlas en el corazón sin pretender
precipitar las respuestas. Un icono hecho historia sobre cómo es posible vivir
cultivando la actitud contemplativa y gratuita ante el espesor de los
acontecimientos y hacer del corazón una “despensa”, a la espera de que el Dios
de la vida y de los procesos vaya ayudándonos a colocarlo todo en su justo y
preciso lugar.
1.- ¿Tengo
un corazón inmaculado como el de María?
2.-
¿Me fío y me entrego al Señor de la misma manera que lo hizo María?
3.- ¿Puede
contar el Señor conmigo para hacer su Voluntad?
¡Ayúdame,
Señor, a tener un corazón como el de María! ¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón
abierto a tu Palabra, a tu Voluntad y a hacerte presente en nuestro mundo!