12 DE JUNIO DE 2020
VIERNES X DEL TIEMPO
ORDINARIO CICLO A.
(Segunda semana del
salterio).
¡Paz
y bien!
(Mt. 5, 27-32)
«Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será
procesado».
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el reino de los cielos.
Habéis
oído que se dijo a los antiguos: «No matarás”, y el que mate será reo de
juicio.
Pero
yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil”, tendrá que comparecer ante el
Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por
tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí
mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el
altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a
presentar tu ofrenda.
Con
el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de
camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la
cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el
último céntimo».
¡Buenos
días!
El evangelio de hoy nos ofrece una clase de teología moral en
toda regla. Una de las asignaturas que más me ha gustado siempre; de hecho, los
tres años que pude tener asignaturas relacionadas con la Moral disfruté más que
un niño en una feria. Pero no estoy aquí para hablar de mí sino para que
juntos, reflexionemos sobre el Evangelio.
Muy
posiblemente nos ha pasado a todos nosotros que cuando leímos por primera vez
este pasaje del evangelio de hoy, pensamos que Jesús exageraba. ¿Cómo va a
pedirnos que nos arranquemos un ojo y nos cortemos la mano? ¿Acaso Jesús quiere
nuestro mal? El secreto de las palabras de Jesús está en haber descubierto
nuestro tesoro, el que nos hace felices, el que nos señala el camino para
disfrutar de la vida. Ese secreto por el que se puede vender todo para
comprarlo. ¿Cuál es ese tesoro? No cabe duda ¡Cristo! Sabemos que ese tesoro es
Jesús, su evangelio. Si hay algo, aunque sea mi ojo, mi mano, mi pie que no me
deja disfrutar de mi tesoro… tendré que rechazarlo y seguir disfrutando de mi
tesoro y de la felicidad, la alegría, el sentido, la ilusión y la esperanza que
me proporciona. ¿Estoy dispuesto a esto? En definitiva, lo que Jesús me está
pidiendo en el día de hoy es que por una parte abandone todo para seguirle y
por otra, que en ese abandono se incluya, también, el abandono de la vida de
pecado para hacer siempre el bien y lo que le agrada a Jesús. Sólo así
lograremos vivir una auténtica conversión que nos llevará a vivir unidos a Dios
y a no dejarnos guiar, ni llevar por el mal, por el pecado. Ese es el único
camino para llegar a Cristo, abandonar nuestra vida de pecado y convertirnos a
su evangelio.
Para
llevar a cabo este proceso de conversión lo primero que tenemos que hacer es
saber diferenciar entre la mera inclinación, el deseo o la voluntad de hacer el
mal y el acto de llevarla a cabo. La sola inclinación es algo que, por humanos,
la tenemos o podemos tener todos; es algo natural. El acto de cometer pecado o
hacer las cosas mal ya es algo que nosotros decidimos movidos por unos u otros
deseos. Cristo pone hoy el ejemplo del adulterio, algo que estaba prohibido en
la sociedad judía de la época y que, espiritualmente hablando, sigue prohibido.
¿Entonces que tiene de novedoso? podemos pensar. Lo que añade Jesús es la
catalogación del deseo como una falta o pecado de “adulterio del corazón”.
Nadie tiene por qué darse cuenta, pero Dios y la conciencia lo notan. En
definitiva, que no sólo estamos pecando cuando hacemos algo malo, sino que,
además, pecamos ante Dios cuando lo deseamos, cuando lo pensamos. Es aquello
que en el “yo confieso” decimos cuando afirmamos: “que he pecado mucho de
pensamiento, palabra, obra y omisión”. En un proceso de conversión como el que
queremos llevar a cabo para poder vivir cada vez más cerca del amor de Dios, la
rectitud de pensamiento y de corazón tiene que darse en nosotros de una manera
latente. Un corazón que desea un mal, una persona que siempre está ideando como
hacer aquello que sabemos que ni agrada a Dios ni a los demás es una persona
que vive completamente aislada de Dios. No sólo son las obras las que deben
mejorar en nuestro proceso de conversión sino, también, nuestros deseos y
pensamientos: “con la boca bendicen, pero con el corazón maldicen”, dice el
salmo de la Sagrada Escritura, no podemos caer nosotros en esta tentación.
Esto
supone un cambio de mentalidad, una pequeña revolución moral. Lo que importa no
es tanto lo que aparece, sólo lo que se hace, sino el corazón de la persona. Si
queremos estar cerca del Autor de la Vida tenemos que tener un corazón limpio,
sincero, de conducta intachable. ¿Es coherente decir que amamos a Dios sobre
todas las cosas y tener un corazón lleno de deseos, conductas y pensamientos
pecaminosos y alejados del mensaje de Cristo? Si el corazón está deseando un
mal, Jesús se refiere hoy al adulterio (pero puede ser cualquier otro), nuestro
corazón, nuestra conducta ya se ha adulterado, la persona ya se ha contaminado.
“Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos,
las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades
salen de dentro y hacen al hombre impuro” (Mc 7, 21-23).
El
corazón también puede tener y tiene buenos deseos. El corazón no es malo, somos
nosotros los que podemos usarlo mal. El mismo Dios es el marco de referencia
que podemos utilizar para saber cómo tiene que ser nuestro corazón. Dios tiene
un corazón limpio, tierno y cercano, nosotros debemos intentar parecernos a él.
Eso es el verdadero proceso de conversión, dejar de lado el hombre viejo, el
viejo Adán, para convertirnos en el hombre nuevo; no podemos olvidar que, el
hombre nuevo por antonomasia, es Cristo y él tiene que ser nuestro paradigma de
vida. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados –dice Jesús- y yo
os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28- ss). ¿Estamos
dispuestos a dar el paso para la verdadera conversión de nuestra vida?
RECUERDA:
Más
allá de la literalidad de la interpretación de este texto, Jesús denuncia con
él la dinámica del mal que no se funda solo en el actuar, sino también en las
intenciones, en el pensamiento y en el deseo. La vida cristiana va mucho más
allá de una moralidad prescrita en la ley, ha de buscar siempre el bien del
prójimo y el máximo respecto a su dignidad, ya sea con las obras, el
pensamiento, la intención o las palabras, lo cual se refiere también a la vida
matrimonial y de pareja, a las relaciones entre hombres y mujeres en general,
sean del tipo que sea. Entre nosotros tiene que existir siempre el máximo
respeto entre unos y otros: amigos, conocidos, compañeros de trabajo, de
estudio, parejas… Sólo respetando a los demás llegaremos a dar el paso de
amarles como dios nos ama a cada uno de nosotros: hasta el punto de dar la vida
por todos y cada uno.
1.-
¿Soy consciente de que en mí se pueden dar deseos que dañan y no son buenos en
absoluto?
2.-
¿Lucho por tener un corazón limpio, sincero, respetuoso y acogedor libre de
todo pecado?
3.-
¿Soy consciente del proceso de conversión que tengo que llevar en mi vida para
vivir cada día más cerca de Cristo?
4.-
¿Qué cosas debo desterrar de mi vida para vivir más unido a Cristo?
¡Líbrame,
Señor, del deseo de utilizar a alguien en beneficio propio y de cosificar las
relaciones con los demás!