17 DE JUNIO DE 2020
MIÉRCOLES XI DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del
salterio)
¡Paz
y bien!
(Mt.
6, 1-6. 6-18)
«Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por
tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen
los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la
gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así
tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En
verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú,
en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre,
que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros
para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido
su paga.
Tú,
en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu
ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu
Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
¡Buenos días!
Al
leer las lecturas de hoy no he podido evitar acordarme de todo lo que hemos
vivido en estos pasados meses de confinamiento. Unos meses duros, difíciles,
muy cruentos podríamos llegar a decir, donde hemos visto morir a gente en
soledad, a ancianos abandonados a su suerte, un virus que sigue recorriendo
nuestro mundo sin una vacuna ni tratamiento que lo frene… vamos que han sido
meses donde, además, cuando hemos podido salir a la calle, nos hemos dado cuenta
de la gran diferencia social que han provocado: personas que se han quedado sin
puestos de trabajo, ni casas en las que vivir y, aún algo más básico, alimentos
con los que poder cenar o comer con dignidad. Como vemos unos tiempos nada
esperanzadores que pueden provocar en nosotros un sentimiento de abandono por
parte de Dios que nos lleve a preguntarnos esa misma cuestión que aparece en la
primera lectura de hoy: ¿dónde está Dios?
Como
aprendimos un día cuando hicimos la catequesis para poder tomar la Primera
Comunión: “Dios está en todos los sitios y en todas las cosas”. ¡Qué verdad más
grande! ¿no estás de acuerdo?
Dios no nos abandona
nunca y podemos encontrarlo presente en todas las cosas, en cada situación
humana, sea de alegría o de tristeza, de dolor o de gozo, en cada situación en
la que se bendiga a Dios, Él está presente.
Está presente también
en medio de nuestro sufrimiento y dolor, en nuestras obras de caridad y de
perdón hacia los demás ¡no podemos dudarlo! Siempre me habéis odio decir que
Dios no es un mago que nos quite las piedras del camino, ni los problemas o los
sufrimientos; pero lo que sí es, es nuestra fuerza para poder sobreponernos a
ellos de la mejor manera posible. Dios está siempre de nuestro lado dándonos la
fuerza y el coraje necesario para afrontar las problemáticas de cada momento.
Cristo mediante su cruz asume nuestro dolor, lo hace suyo para que no sea en
vano. Cristo sufre cuando lo haces tú. El Dios amor está siempre presente en
nuestra vida y no nos abandona jamás, no me cansaré de repetirlo una y otra
vez. Por lo tanto, para no caer en ese diálogo de si nuestro Dios es bueno o
malo, de si nos abandona o no en el sufrimiento que, como podemos ver, es algo
estéril alejado de la realidad, la pregunta acertada debe ser: ¿Dónde quiero
encontrar a Dios? Puede que yo sea de los que busca a Dios únicamente en el
placer, la comodidad, mi bienestar pensando que me está abandonando cuando las
cosas no salen como a mí me gustaría. Quizá sea de los que piensa que tengo un
Dios injusto porque no me quita los problemas que me toca vivir y eso me aleja
de él. ¿Dónde lo encuentro?
Pero
no es la única lectura que me ha recordado este tiempo de confinamiento. El
evangelio de hoy también lo ha hecho. Si recordáis, lo leímos el miércoles de
ceniza, ese día en el que comenzamos la Cuaresma. Una Cuaresma diferente que
hemos podido vivir más unidos a Cristo si la hemos aprovechado bien debido al
confinamiento. Una cuaresma que ha tenido que servirnos para vivir más la
oración y la entrega a ese Dios que no nos abandona. La lectura nos da las
pautas para vivir esa unión más férrea: la oración, el ayuno y la limosna. Tres
actitudes que no deben ser propias del tiempo cuaresmal sino de toda nuestra
vida. Tres actitudes que nos llevarán a vivir la justicia de Dios y no la
nuestra, la voluntad de Dios y no la nuestra, en definitiva, que nos harán ser
ejemplo del amor de Dios en nuestras vidas.
Mateo comienza su evangelio con unas
palabras de Jesús diciendo: “Cuidado de no practicar vuestra justicia delante
de los hombres para ser vistos por ellos”. ¿Cuál es nuestra justicia? Aquella
que da muestra de nuestras formas de vida, de nuestro pensamiento. No podemos
pretender dar testimonio de nosotros mismos sino de Dios ¿cómo vamos a lograrlo
si no vivimos una unión íntima con Él? Por eso para lograrlo lo primero que
tenemos que hacer es practicar la ORACIÓN.
Ésta debe ser constante en nuestra vida,
en nuestro día a día. Una vida orante es aquella que pone delante de Dios sus
virtudes y defectos, sus ansías y desprendimientos, sus penas y alegrías. Una
vida orante es aquella que se pregunta en cada momento: “¿qué haría Jesús en
esta circunstancia?” para poder, así, cumplir su voluntad. Sinceridad, intimidad
con el Señor, lealtad, compromiso y entrega son las características de esta
oración íntima con el Señor que nos permitirá ponernos en sus manos para
cumplir su voluntad.
En segundo lugar, el AYUNO. Mediante el
ayuno nosotros empatizamos, sentimos, vivimos y experimentamos el sufrimiento
de los que menos tienen. Nos asemejamos a ellos y somos capaces de entender su
forma obligada de vida. Estamos, afortunadamente en muchos casos, a vivir sin
pasar serias necesidades. Es cierto que muchos no tenemos una economía que nos
permita vivir con todo lujo de detalles, pero, bastante tenemos con llegar a
fin de mes ¡no debemos quejarnos! El ayuno nos recuerda que somos unos
afortunados por tener un techo, comida, ropa y todas esas cosas necesarias para
vivir con dignidad ¿cuántos no pueden decir lo mismo? Comenzaba la reflexión
diciendo que uno de los efectos de la COVID-19 es la brecha social y económica
que nos deja ¿somos conscientes de cómo nuestra sociedad, ahora más que nunca
necesita que entendamos, comprendamos a los más necesitados, identificándonos
cada día más con ellos?
Y por último, la LIMOSNA. Alguien que se
hace uno con el pobre y necesitado no puede vivir su practicarla. La limosna es
fundamental en nuestra vida, pero debemos entenderla bien. No hace muchos días
que asistíamos al evangelio de la viuda pobre donde daba más de lo que podía,
más bien, casi todo lo que tenía. Eso es la limosna compartir lo que se tiene.
Sea poco o mucho, uno ejerce la limosna cuando comparte lo que tiene, si damos
únicamente lo que nos sobra ¿qué merito tenemos? ¿verdaderamente eso es
compartir o más bien “limpiar nuestra conciencia”? La limosna debe ser un
servicio solidario con los demás ¿la entendemos así? ¿cómo la practicamos?
RECUERDA:
Vivimos
unos momentos duros donde nuestro mundo, ya no sólo nuestra sociedad, necesita
personas que vivan unidas a Dios para vivir la misma vida de Cristo movidos por
la fuerza del Espíritu Santo. Personas que practiquen la unión con ese Dios que
no nos abandona nunca y que lo encontramos en todas las personas, lugares y
circunstancias de nuestra vida. Debemos ser personas que movidos por la oración
y la intimidad con el Señor no seamos ajenos a las necesidades de los pobres y
les ayudemos en todo cuanto necesiten, practicando la limosna y la justicia, no
propia de nuestro pensamiento sino la justicia de Dios. ¿Estamos dispuesto a
ello?
1.- ¿Soy
de las personas que se pregunta ante las adversidades y contratiempos: “dónde
está Dios”?
2.- ¿Dónde
lo encuentro yo?
3.- ¿Practico
y doy ejemplo de mi justicia o de la Justicia y del amor de Dios?
4.-
¿Cómo es mi oración? ¿y mi ayuno? ¿y mi limosna?
¡Ayúdame,
Señor, vivir íntimamente unido a ti, para ser reflejo de Cristo en medio de mi
mundo motivado por la acción del Espíritu Santo!