6 DE JUNIO DE 2020
SÁBADO IX DEL TIEMPO
ORDINARIO CICLO A.
(Primera semana del
salterio).
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Marcos
(Mc.
12, 38-44)
«Esta viuda pobre
ha echado más que nadie».
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío,
les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta
pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan
los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes,
y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos
recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del
tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un
cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre
ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado
de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía
para vivir».
¡Buenos días!
Sábado del tiempo ordinario. Cuántas
semanas sin poder saborear estos días tan especiales de la semana en tiempo
ordinario: los sábados. Y digo cuánto tiempo sin saborearlos porque todos los
que participamos de la Eucaristía los sábados por la mañana tenemos la suerte,
en muchas ocasiones, de poder celebrarla en honor de la Santísima Virgen, por
eso os recomendaría que si no tenéis posibilidad de celebrar la Eucaristía el
sábado por la mañana, recéis los laudes que se realizan bajo el título de santa
María en sábado y así tener presente la figura de nuestra Madre.
Dicho lo cual, me vais a permitir que
haga referencia en el día de hoy, de nuevo, a la epístola de san Pablo a
Timoteo, como ya hice ayer. Es de una importancia y belleza tal que no puedo ni
debo dejarla pasar por alto. Por si queréis leerla os dejo la cita: 2 Tim. 4,
1-8. Dice así:
Querido hermano:
Te
conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a
muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a
tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y
doctrina.
Porque
vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de
maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y,
apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas.
Pero
tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de
evangelizador, desempeña tu ministerio. Pues yo estoy a punto de ser derramado
en libación y el momento de mi partida es inminente.
He
combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo
demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me
dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado
con amor su manifestación.
Como
nos enseña san Pablo con su propia experiencia de vida cuando pasa de perseguir
cristianos a ser perseguido por creer en Cristo, la fe no es saber de Dios,
sino, ante todo, un encuentro que cambia la vida. Un encuentro que nos
transforma que nos hace ser conscientes de nuestras limitaciones y pecados; un
encuentro que nos muestra la misericordia de Dios para con cada uno de
nosotros, un encuentro que no hace saber que somos los preferidos de Aquél que
nos da la vida: de Dios. Un encuentro que nos mueve a amarle sobre todas las
cosas y a amar a los demás como el mismo Dios nos ama a cada uno de nosotros
¿no es fascinante tener en nuestra vida experiencia de Dios? ¿Por qué no la
vivimos más profundamente y la hacemos factible para quienes nos rodean? Ahora
más que nunca, en estos tiempos duros de muertes sin despedida, de temor ante
una enfermedad desconocida. En estos momentos de incertidumbre económica,
laboral e incluso vital tenemos que tener muy presentes las palabras del apóstol
cuando afirma: “proclama la Palabra a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha,
exhorta con toda paciencia y deseo de instruir” porque la predicación de la
Buena Noticia de Jesús no se limita solo a las homilías o las catequesis, que
también, y con la necesaria preparación exegética, sino también y, sobre todo,
a hacerla Vida en nuestro entorno sin miedo ni vergüenzas, esas que a veces se
nos descubren en demasiadas ocasiones, pero tampoco con la falsedades de la
autosuficiencia porque nunca podemos olvidar que predicamos a Cristo
Crucificado por amor a todos los hombres, incluso a los enemigos. ¿Encarnamos
en cada uno de nosotros la Buena Nueva de Dios? ¿Hacemos visible este amor de
Dios en nuestra vida?
Ojalá
podamos decir con alegría: “he mantenido la fe” como hace San Pablo y saber que
no ha sido por mérito nuestro, sino por la gracia del Señor Jesús.
Si mantenemos la fe, se robustecemos esta
fe de la que estamos hablando nos será más fácil hacer tangible el amor de Dios
en nuestra vida y tendremos presente que vivir acorde a la voluntad de Aquél de
quien sabemos que bien nos ama, no es simplemente decir: “creo en Dios”, sino,
también, testimoniar ese amor y esa fe con nuestras obras. Es, en definitiva,
conseguir que nuestra fe y nuestras obras caminen por un mismo camino cogidas
de la mano y no por vías paralelas que no se encuentran nunca.
En
esta línea se mueve el evangelio de hoy. Por un lado Cristo hace referencia a
los escribas: aquellos que dicen siempre “Señor, Señor”, pero cuyas vidas no
son ejemplo ni imagen de esa fe que dicen profesar. Jesús nos recuerda que no
podemos tener actitudes como las que ellos estaban teniendo en el día de hoy,
actitudes carentes de amor, de compasión, de humildad y, sobre todo, de caridad
con el prójimo… actitudes banales que no dejan ver una verdadera unión con
Dios. No pocas veces los
cristianos somos también “escribas” de la Palabra en vez de servidores. Nos
encanta el protagonismo, hacer sentir nuestra “autoridad” en la Iglesia, sin
darnos cuenta de que solo hay un Señor y éste vivió y murió en la predicación
vital de la humildad y la caridad más absoluta, haciendo ver en el prójimo el
verdadero rostro de Dios.
En contraposición a los malos escribas, el
ejemplo de la pobre viuda anónima que deposita su ofrenda en el Templo. Nadie
repara en ella sino Jesús que ve, más que la cantidad, la fe de esta mujer, el
amor que rebosa su corazón. No da al Señor lo que le sobra, como tantas veces
nosotros, sino “lo que tenía para vivir”. Esta es la predicación del Evangelio
de Jesús que tanta falta hace en la Iglesia. ¿Es ésta la que nosotros vivimos y
llevamos a cabo o somos como los escribas: “haz lo que yo digo, pero no lo que
yo hago”?
La Fe auténtica es la que nos hace vivir y
ésta solo tiene sentido en el Amor. A las gentes que fueron a escucharles les
hablaba de la falsedad de los escribas, pero a sus discípulos les muestra la
lección de la viuda porque es su actitud de vida la que quiere para cada uno de
los que con Él y en su nombre formamos la Iglesia y tratamos con humildad de
predicar dando la limosna de amor de nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a
convertirnos en la viuda del Evangelio de hoy?
RECUERDA:
Jesús denuncia la práctica de los escribas
del templo que utilizan y manipulan la religión al servicio de su ego y de sus
intereses personales o corporativos proponiendo frente a ellos la fe de una
viuda pobre. Ella es símbolo de la entrega en totalidad, de la solidaridad no
desde lo que sobra, sino desde lo que se necesita para vivir. También como
comunidades cristianas, Jesús nos invita hoy a interrogarnos sobre nuestra fe,
si se parece más a la del escriba o a la de la viuda pobre del Evangelio. La
cercanía y la amistad con quienes menos cuentan hoy en nuestra sociedad nos
abren también no solo a su carencia, que reclama justicia, sino a la
solidaridad y a la generosidad sumergida que habita también en el mundo de los
empobrecidos.
1.- ¿Por mis actos soy más como el escriba
del templo o me comporto como la viuda pobre del evangelio?
2.- ¿Qué me impide vivir la solidaridad no
desde lo que me sobra sino desde lo que tengo?
3.- ¿Me comparto a mí mismo en la totalidad o
por el contrario me “guardo” mi vida para mis propios beneficios?
¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón libre y
generoso como el de la viuda del Evangelio!