4 DE JUNIO DE 2020

JUEVES IX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A.
(Primera semana del salterio).



¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Mateo
(Mt. 26, 36-42)

«No se haga como yo quiero, sino como quieres tú».


Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
«Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
«Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

      

¡Buenos días!

       ¡Qué bonito es el día de hoy! Me trae una cantidad de recuerdos de mi época de seminarista que, verdaderamente, son imborrables. Además, poder celebrar la fiesta de Jesucristo como sumo y eterno sacerdote es no sólo un motivo de satisfacción sino además un día en el que intento ponerme delante de Dios con mis alegrías y mis tristezas, con mis pecados y mis virtudes para pedirle que me configure, cada día, a su manera para lograr de mí en cada momento un mejor sacerdote. Dar mi vida por Cristo es lo mejor que he podido elegir y, así, quería compartirlo con vosotros.

       Pero esta fiesta no es sólo una fiesta propia de los sacerdotes. Todos tenemos que aprender de Cristo, todos estamos llamados a vivir nuestra vida en clave de sacerdocio: unos, en la clave del sacerdocio propiamente dicha y otros, desde su realidad, pero dando siempre la vida por los demás y poniéndose al servicio de los más necesitados de nuestra sociedad. De hecho, no podemos olvidar esa frase que encontramos en la Sagrada Escritura donde se nos recuerda que Dios no quiere sacrificios ni ofrendas, el culto que ama Dios es la justicia. Y ahí es donde nosotros debemos movernos, en intentar que nuestra vida sea un servicio constante a quienes nos rodean, tenemos que saber abrir nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad a los planes de Dios para que Él sea quien nos configure, nos modele como verdaderos ejemplos de amor para nuestros hermanos y hermanas.

       El Evangelio de hoy es de una belleza inconmensurable, además nos recuerda al pasaje de la Anunciación. Madre e Hijo viven tan unidos a Dios que los dos se ponen en sus manos con la misma expresión: “hágase tu voluntad”. ¿Seré, seremos capaces nosotros de llegar a decirle a Dios cada día: “hágase tu voluntad”?
No es fácil, lo sé. No es fácil, lo sabemos y lo hemos experimentado, si nos descuidamos y nos alejamos del amor de Dios acabamos pensando en nosotros mismos, en aquello que nos apetece hacer en cada momento y en lo que no. En mis beneficios y mis problemas. Acabamos pensando en el daño que me hacen o las alegrías que me proporcionan. En mi bienestar, mis vacaciones, mi trabajo… ¡mi “yo”! y como siempre digo, un corazón “atiborrado” de nuestro “yo” es un corazón que no puede acoger el “tú” de Cristo y de los hermanos que nos rodean y que más nos necesitan. Eso no es vivir al servicio del Evangelio. Eso no es ser un verdadero sacerdote o discípulo de Jesús. ¡Eso no es saber qué estamos celebrando hoy!

       Comenzaba mi reflexión diciendo que el culto que Dios ama es la justicia ¿puede haber algo más contrario a la justicia de Dios que la falta de perdón o de misericordia con nuestros prójimos? Entonces ¿por qué nos cuesta tanto practicarla? Es propio del sacerdote celebrar la Eucaristía (es la mayor y mejor fortuna que tengo en mi vida), el mismo Cristo se entrega de manera total en la Eucaristía, en ella se entrega hasta el extremo ¿Cómo podemos celebrar o acudir nosotros a la Eucaristía y no entregarnos a las necesidades de los demás, sino que vivimos de una manera ensimismada?

       Celebrar la Eucaristía es vivir instalados en el amor, instalados hasta la entrega total, hasta esa entrega que me lleve a decirle a Dios, como lo hicieron Jesús y María: “hágase tu voluntad” ¿seré capaz de conseguirlo? No es sencillo, pero tampoco podemos olvidar que no estamos solos. El pasado domingo celebramos Pentecostés, la recepción del Espíritu Santo, la presencia de Dios en nuestra vida para infundirnos valor, fe y fidelidad para vivir unidos a Cristo, de modos que le dejemos que actúe en nosotros y nos haga ser imagen suya en medio de nuestro mundo. Fijaos en la primera lectura de hoy, en ella se nos narra como Abraham, nuestro padre en la fe, escuchó la Palabra del Señor y fue a cumplir con lo que le había dicho, seguro que, con muchas dudas provocadas, en su mayor parte, por el dolor de lo que le había pedido, aun así, siguió adelante. Dios tenía claro lo que pedía, Abraham sabía perfectamente cuál era la petición y en todo momento fue haciendo lo que estaba establecido hasta que comprobando Dios la fidelidad y la entrega de Abraham le dice lo que tiene que hacer en ese momento. Dios, obviamente, no permite que le haga nada a su hijo, vio cuán grande era su fe. ¿Cuántas veces nos ha pasado a nosotros que al tener que hacer algo planteamos “miles” de preguntas antes de comenzar a hacerlo? esto es, sobre todo, cuando vemos que el resultado puede ser muy costoso. Somos expertos en ir poniendo todo tipo de inconvenientes a ver si nos libramos de hacerlo, justo lo contrario de lo que hace Abraham.  
Él no se siente solo en ningún momento, escucha la voz del Señor en cada parada, a cada instante, en toda circunstancia y eso le da la tranquilidad de que va por el camino que debe, no intenta desviarse a ver si encuentra un atajo y acaba ya con su sufrimiento ante lo que veía venir. Se olvida de sí mismo para hacer la voluntad de Dios ¿nosotros somos capaces de ello? ¿O nos dejamos vencer por lo que deseamos en cada momento, como hacen los discípulos hoy que en lugar de mantenerse en oración como les pide Jesús, se abandonan a su cansancio y duermen dejando solo al Maestro? ¿Cuántas veces dejamos solo Jesús nosotros porque no nos apetece o interesa lo que nos pide?
Puede que ahí esté el sentido del temor de Dios, no de tener miedo a Dios sino de tener siempre presente a Dios en la vida de manera que todo miedo se haga más llevadero.

       Vivir unidos a Dios y a Cristo es fundamental para ser “sacerdotes” de Dios en medio de nuestro mundo, para ser servidores de la Justicia, de la Vida, del Amor y de la Verdad. Para convertirnos en imagen del Sumo y Eterno Sacerdote que es Cristo y que hoy estamos celebrando. Francamente ¿estamos unidos a Aquél que se hizo hombre y se entregó a la muerte por nosotros o vivimos pendientes de nosotros mismos olvidándonos de todos los demás?
      
RECUERDA:

El Dios de Jesús no quiere ofrendas ni sacrificios. El culto que Él ama es la justicia. Por eso honrarle es identificarse con su voluntad amorosa: el banquete eterno del Reino, donde nadie quede excluido. Jesús es la expresión plena de esa identificación. En la Eucaristía se nos ofrece hasta el extremo. Su entrega consciente y libre no le eximió de nada. Conoció el miedo, la traición, la soledad, el abandono, hasta sudar sangre, pero su fidelidad al proyecto de Dios le hizo mantenerse hasta el fin en el amor, hasta la entrega de la propia vida. Jesús es nuestro Mediador, nuestro sumo y eterno sacerdote, como celebra la Iglesia en el día de hoy. Ser discípulo del Sumo y Eterno sacerdote nos compromete a liberar nuestra voluntad e identificarla con la suya para, sostenidos en su Espíritu, ser testigos de su gratuidad y entrega amorosa en nuestros ambientes.

1.- ¿Busco excusas para evadirme de lo que conlleva vivir una vida propia del cristiano? ¿Busco atajos para evitar mi sufrimiento?
2.- ¿Confío verdaderamente en Cristo, sumo y eterno sacerdote, teniéndolo siempre presente en mi vida?
3.- ¿Qué me impide ser imagen del Amor de Cristo en medio de mi mundo?

¡Ayúdame, Señor, a seguirte con radicalidad y libertad para se testigo de tu Reino en medio de mi ambiente!