13 DE JUNIO DE 2020

SÁBADO X DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A.
(Segunda semana del salterio).

¡Paz y bien!

(Mt. 5, 33-37)


«Yo os digo que no juréis en absoluto».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

      

¡Buenos días!

       Continuamos con el capítulo quinto de este evangelio de san Mateo. Un capítulo que constituye el famoso Sermón de la Montaña que comenzábamos el pasado lunes con las bienaventuranzas. Después, Jesús nos ha ido explicando cómo debía ser nuestro obrar: primero nos recordó que debemos vivir una vida acorde a la voluntad de Dios puesto que somos sal de la tierra y luz del mundo, de manera que, para no volvernos en tinieblas y algo soso que no dé sentido al mundo debemos vivir unidos a Aquél que nos da la vida. Continuó desgranando los mandamientos, los cuales no vino a abolir, sino a darles plenitud, como nos recordó el pasado miércoles. De esta manera nos ha hablado de cómo no debemos caer en el juicio contra los demás sino que debemos vivir desde el perdón tanto el que debemos dar siempre a nuestros hermanos como el que debemos saber pedir a los demás cuando les ofendemos con nuestros actos, palabras y pensamientos. Alguien llamado a ser sal y luz del mundo no puede acercarse hasta el altar del Señor sabiendo que su hermano tiene queja contra él. Del mismo modo que no puede vivir instalado en el adulterio, los malos pensamientos o en el repudio como vimos en el día de ayer. Hoy damos un paso más en este desgranar los mandamientos por parte de Jesús y nos centramos, de una manera concreta, en aquel que nos pide no tomar el nombre de Dios en vano y, de esta manera, no jurar en nombre de Dios.

       No podemos olvidar que Dios es compasivo y misericordioso. Jesucristo ha venido al mundo no para castigarnos sino para darnos la Vida Eterna. Con este acto de donación, además, consigue abolir los juramentos en su nombre con su consecuente castigo en caso de ser mentira, pero nos pide algo más: que no juremos nunca, ni en su nombre, ni en nombre de nada. Jesús, el cual quiere que llevemos una vida misericordiosa, nos insta a vivir desde la honradez y desde la verdad. No desde el juramento en ningún caso y, mucho menos, en su nombre en particular. ¿Te has parado a pensar qué es realmente jurar en nombre de Dios? Jurar en nombre de Dios no dejar de ser una instrumentalización de Dios en beneficio propio para ponerlo al servicio de nuestra propia credibilidad, buscando nuestro propio prestigio y beneficio. ¿Realmente esto es necesario si siempre llevásemos una vida de conducta intachable enraizada en la Verdad y en la honradez de vida? ¿No será que muchas veces caemos en la mentira o, lo que es peor, en las verdades a medias y acabamos perdiendo no sólo credibilidad sino, también, cercanía con Dios y con los demás?

       Un verdadero cristiano, una persona que pone a Cristo en el centro de su vida para poder vivir desde él es aquel capaz de vivir con un corazón limpio, alejado de toda calumnia o juramento. Es aquél cuyo corazón vive desde la autenticidad y la honradez de vida. Esto es lo que nos está recordando Jesús que debemos llevar a cabo para vivir unidos a Dios nuestro Padre. Siendo consencientes de que esto no es fácil de conseguir, no podemos cejar en nuestro empeño de perseguir siempre la verdad en lugar de buscar nuestro propio beneficio, buena fama o apariencia. Si esto fuese así, no mentiríamos y ¿qué falta nos haría jurar si siempre dijésemos la verdad? ¿Te das cuenta como utilizamos el juramento para nuestro beneficio? ¿Es justo utilizara a Dios para este fin?

       Pero además el evangelio nos pide que nuestro “hablar sea sí, sí, no, no”. Las personas tenemos una costumbre que sin darnos cuenta nos lleva no sólo a caer en el pecado, sino, además, a hacer daño a los demás: el juicio, los comentarios, las críticas están muy presentes en nuestro día a día y casi sin darnos cuenta acabamos hablando de unos o de otros, incluso, cuando no están presentes en dicha conversación ¿somos conscientes del mal que hacemos a los demás con estas actitudes? ¿somos conscientes, incluso, del daño que nos hacemos a nosotros mismos cuando caemos en estas acciones? Un día un sacerdote me contó que hablar mal de los demás es como desplumar a una gallina ¿quién puede, después, recoger todas y cada una de las plumas de la gallina sin que se vuele ninguna? ¡nadie, es imposible! Pues eso mismo pasa con los comentarios o los falsos testimonios en contra de los demás ¿cómo podemos luego devolverles su buena fama o evitar los prejuicios hacia ellos? ¡imposible! ¿nos damos cuenta de que hablar más de la cuenta es un pecado que atenta contra la dignidad de los demás?

       En definitiva, como seguidores de Cristo, como personas que viven instaladas en el amor a Dios y a los demás debemos no sólo decir siempre la verdad sino que debemos ser cautos en nuestros comentarios, buscando, siempre y en cada momento, el bien de todas las personas que nos rodean, incluso, de quienes no nos han tratado bien porque si solo amamos a nuestros amigos ¿qué mérito tenemos?

       RECUERDA:

Dios es todo compasión y misericordia. En la ley del Amor que propone Jesús, los juramentos en su nombre, con su consecuente castigo en caso de mentira, quedan abolidos. Para Jesús lo que vale es la honradez, la transparencia del corazón humano y la palabra dada sin necesidad de más garantes. Los juramentos constituyen en el fondo una forma de instrumentalizar a Dios, utilizarlo y ponerlo al servicio de la credibilidad propia, en definitiva, de los intereses personales. Lo que ha de caracterizar el culto y la práctica cristiana es la autenticidad y la limpieza de corazón.

1.- ¿Soy una persona acostumbrada a jurar en nombre de Dios o de cualquier otra cosa?
2.- ¿Soy una persona acostumbrada a hablar más de la cuenta dando siempre mis opiniones sobre los demás? ¿Caigo en el juicio y la crítica a mis hermanos?
3.- ¿Qué me impide vivir en la transparencia y limpieza de corazón?

¡Dame, Señor, transparencia y limpieza de corazón!