15 DE JUNIO DE 2020

LUNES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)

¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 5, 38-42)


«Yo os digo que no hagáis frente al que os agravia».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia.
Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».

      

¡Buenos días!

El breve evangelio de hoy es tan intenso como corto. Mateo pone encima de la mesa un tema que no pasa de nunca de moda, desgraciadamente. Jesús hoy quiere que aprendamos, de una vez para siempre, que la violencia no puede ser el “modus operandi” que utilicemos con nuestros prójimos, sea quien sea la persona con la que tratemos. Quiero decir que, aunque estemos tratando con una persona que nos está haciendo daño nuestra respuesta no puede ser nunca la de una persona violenta, la de una persona que le devuelva al otro el daño que nos está procurando.
      
Hace unos días recordábamos como Cristo no ha venido a abolir las leyes del antiguo testamento sino a darles plenitud. Afirmábamos que esa plenitud a las leyes se las daba mediante el amor: reconocer en éstas la impronta de Dios y saber que tenemos que acatarlas y obedecerlas por amor tanto a Él como a nuestros hermanos. Por lo tanto, ¿puede haber algo más contrario al amor que devolver a un hermano mío una mala contestación, una mala obra o un simple mal por el hecho de que él no me trate a mí bien? ¿tenemos que actuar todos de la misma manera?

Alguno puede estar pensando ahora mismo, motivado por las enseñanzas del mundo actual, ¿entonces Dios que quiere que seamos tontos y pongamos la otra mejilla siempre? ¿dónde queda mi dignidad? Nada tiene que ver la dignidad con el hecho de saber devolver bien por mal o por el hecho de no tratar a los demás como merecen sus pecados ¿acaso Cristo no actúa así con nosotros? ¿Acaso él nos trata como merecen nuestros pecados? Llegados a este punto no deberíamos olvidar las palabras del salmista cuando afirma que nuestro Dios no ama la maldad, ni el malvado es su huésped, ni el arrogante se mantiene en su presencia. Detesta a los malhechores, destruye a los mentirosos y aborrece a los sanguinarios y traicioneros. El pecado tiene sus consecuencias y siempre pasa factura.

Éste es nuestro Dios. Un Dios misericordioso que ama hasta el extremo, un Dios que es capaz de entregarse a la muerte a sí mismo para que nosotros, actuando mal, movidos por nuestros pecados, tengamos la vida eterna. Esto no sólo tiene que llenarnos de alegría y de orgullo, sino que tiene que suponer un esfuerzo en nuestro día a día para practicar con los demás la misericordia, la caridad, sabiendo que ellos al igual que yo, independientemente de sus pecados, también son hijos de Dios. Evidentemente tenemos que llevar a cabo y practicar la corrección fraterna con nuestros hermanos, pero nunca practicar la ley del ojo por ojo y diente por diente ¿adónde nos lleva eso? Es cierto que en la antigüedad evitó muchos abusos, pero ¿a qué precio? ¿es esta actitud compatible con el amor y el perdón que Dios practica con nosotros y que quiere que entre nosotros también la llevemos a cabo?

Vivimos una época exaltada donde prácticamente todo vale cuando tiene que ver conmigo: mi libertad, mi espacio, mi éxito, mi bienestar… y nos olvidamos de los demás. Esto nos lleva a cometer y a sufrir grandes injusticias, pero ¿vamos a actuar nosotros igual? ¿Esa es la conducta que Dios espera de nuestra parte? Ciertamente hoy es uno de esos días donde nuestra reflexión se vuelve incómoda puesto que nos preguntamos si nuestro amor y nuestro perdón alcanza con la misma profundidad a todo el mundo como lo hizo el amor y el perdón de Cristo ¿amamos y perdonamos a nuestros hermanos de la misma manera que los hace Jesús? ¿Vivo pendiente de mi orgullo herido para devolverle al otro todo el mal que me hace?

Jesús, en este evangelio, nos introduce, una vez más, en el corazón del Padre, pues de allí salimos, y nos muestra que “la medida del amor es el amor sin medida” como decía San Agustín. Jesús no sólo no quiere que no nos excedamos en la venganza, sino que no anide en nuestro corazón ningún sentimiento malo.

Es fuerte poner la otra mejilla al que te abofetea, es más, nos parece inaudito y en la mayoría de los casos, cuando nos vemos en esas situaciones, nos vence la tentación de defendernos ante la ofensa. Pero Jesús no nos pide algo por lo que él no haya pasado. Dándonos de esta manera ejemplo para que sigamos sus ejemplos y enseñanzas.

Dios es amor misericordia, esto es: amor hasta el extremo. Él nos enseñó que lo primordial en nuestra vida es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Él que vino a darle plenitud a la ley nos recuerda que no basta sólo con cumplir las normas, ni basta sólo con resistir al mal, hay que vencer al mal a fuerza de hacer y practicar el bien como diría san Pablo.

       RECUERDA:

Amar y perdonar a los enemigos constituye una de las páginas más incómodas de la Buena Noticia de Jesús, pero también de las más revolucionarias. La propuesta cristiana frente a la violencia no es responder a ella del mismo modo, sino amar de forma provocativa y creativa para hacer reaccionar a quien agrede y humilla, buscando que tome conciencia de sus acciones y poder así conseguir su recuperación como persona. Sin embargo, frecuentemente este texto ha sido interpretado como sinónimo de pasividad ante la violencia y la injusticia. Nada más lejos del sentido original. La memoria peligrosa de Jesús nos urge siempre a encarar el mal, la violencia, la injusticia, pero no desde la venganza y el odio, sino desde el amor, hecho resistencia y no violencia activa.

1.- ¿Amo y perdono a quienes me rodean como Cristo me ama a mí?
2.- ¿Vivo instalado en el “ojo por ojo”?
3.- ¿Qué me impide tener un corazón compasivo y misericordioso lento a la cólera y rico en piedad y leal como el de Jesús?

¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón compasivo y no violenta para enfrentar la injusticia y el sufrimiento humano!