19 DE JUNIO DE 2020

VIERNES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)



¡Paz y bien!

X Del Santo Evangelio según san Mateo.
(Mt. 11, 25-30)

«Soy manso y humilde de corazón».


En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera»

      

¡Buenos días!

¡Feliz día del Sagrado Corazón de Jesús! ¿No es maravilloso tener la fortuna de poder celebrar una fiesta en honor al Corazón de Jesús, al corazón de Dios? “El Señor se enamoró de vosotros y os eligió” hemos leído en la primera lectura en referencia al Pueblo de Israel. El corazón de Cristo es el símbolo de ese amor que Dios nos tiene. Un amor inmenso, inconmensurable, un amor sin límites que perdona, acoge, comprende, entiende y no abandona jamás. Un amor que es una misericordia y caridad que duran por siempre para quienes cumplen los mandatos que Dios nos da; una misericordia y caridad que le lleva a no tratarnos como merecen nuestros pecados. ¡Ese es el Corazón de Jesús! ¡Ese es el corazón que hoy celebramos! ¿Es ésta la imagen que yo tengo de Dios? ¿lo vivo y lo concibo así o aún soy de los que piensa en un Dios justiciero que nos castiga cuando no nos portamos bien?

Celebrar la fiesta de hoy no puede ser solamente algo alegre. A la misma vez, tiene que ser un día en el que reflexionemos sobre cómo vivo en mi día a día la presencia de Dios, cómo concibo y vivo su amor para así poder yo manifestarlo en mi vida con Él y con los demás. ¿Cómo es el amor de Dios?

El Deuteronomio, vuelvo a hacer referencia a él, nos dice que el amor de Dios gratuito y fiel. Dios elige a un pequeño pueblo y no por méritos propios, sino por puro amor. Es como si Dios dijera: “Amo porque no sé hacer otra cosa”. No pide nada a cambio y no exige nada, no se enfada ni abandona, siempre está pendiente de este pueblo escogido. ¿Yo vivo el amor de Dios de esta manera? ¿Soy consciente de que su Amor no me abandona nunca? Entonces ¿por qué yo no amo a los demás de la misma manera? ¿por qué me cuesta tanto perdonar a mis hermanos y quererlos tal y como son?

Pero seguimos avanzando y el salmo nos recuerda que es un amor compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. ¿Es como el nuestro? ¿nosotros también somos lentos a la ira o vivimos siempre enfadados y buscando la oportunidad o la manera de volver a nuestros prójimos el trato bueno o malo que tienen con nosotros? ¿somos más del ojo por ojo o del perdón sin medida ni condiciones?

       Y, por si nos quedaba algún tipo de duda, san Juan en su carta no sólo explica cómo es el amor de Dios sino que da un paso más y nos explica cómo tiene que ser nuestro amor con los demás. Ya no es que lo diga yo, en mi reflexión de hoy, sino que es el propio san Juan quien nos recuerda que debemos ser reflejo del amor de Dios en nuestra vida, reflejo de un amor que, como vemos, poco o nada tiene que ver con el nuestro.
De todos es sabido que el principal mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. No se puede dar lo segundo sin lo primero. ¿Cumplimos con este precepto? ¿Es ésta nuestra manera de vivir la vida, esto es: amando a Dios y a los demás? ¿O por el contrario nuestro estilo de vivir demuestra más amor por nosotros mismos que por nuestros prójimos? ¿Es a Dios a quien amo sobre todo?

       Es difícil, no podemos engañarnos; pero no estamos solos. Sabemos hasta la saciedad que Dios no nos abandona jamás y que, por lo tanto, debemos acudir a Él; debemos aprender de Jesucristo, su Hijo para poder llegar a conseguirlo. Celebrar su Sagrado Corazón supone poner de manifiesto, también, algo que Cristo dice en varias ocasiones, que él es: “manso y humilde de corazón”. Celebrar el Sagrado Corazón de Jesús es manifestar nuestra gratitud por el trato que siempre nos dispensa. La Sagrada Escritura nos lo recuerda constantemente: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” y Cristo nos perdona, Dios nos perdona, una y otra vez. No nos trata como merecen nuestras culpas, no nos desentiende jamás y siempre, absolutamente siempre está dispuesto a ayudarnos para salir adelante en las adversidades. Si esto es así, que lo es: ¿por qué no aprendemos de él y somos de la misma manera con los demás? ¿por qué no acudimos a su Espíritu Santo para que nos ayude a paliar nuestros pecados y nos damos por completo a Aquél que bien nos ama? ¿Por qué no hacemos de nuestro prójimo el objeto de nuestra actuación?
¿Podemos decir que amamos al Amor Hermoso si en nuestra vida no amamos como Dios nos ama? ¿No es cuanto menos contradictorio?

       RECUERDA:

En la cultura judía el corazón representa el centro de la persona y es sede de la sensibilidad y de las motivaciones más hondas. El corazón de Cristo es un corazón que mueve y se conmueve ante las alegrías y los sufrimientos de los más pequeños y pequeñas y se ofrece como descanso, aliento y ternura para los más agobiados. Es un corazón siempre ladeado hacia la misericordia, la reconciliación y la gratuidad del amor. Como Iglesia que somos, ¿cómo podemos hacemos posibles en nuestros ambientes esta desmesura y gratuidad del Amor que se encarna, que se hace pueblo, cultura, gesto y rostro? ¿Dónde reconocemos, hoy, el aliento de su corazón?

1.- ¿Cómo vivo yo el Amor de Dios en mi vida?
2.- ¿Cómo se refleja en mi día a día con Dios y con los demás esta vivencia?
3.- ¿Amo como lo hace Dios?

¡Ayúdame, Señor, a tener un corazón afectado por las alegrías y los sufrimientos de los últimos; de manera que me convierta en descanso y aliento para ellos!