11 DE JUNIO DE 2020

JUEVES X DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A.
(Segunda semana del salterio).

SAN BERNABÉ, apóstol. (Memoria Obligatoria)

¡Paz y bien!

(Mt. 5, 20-26)


«Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

      



¡Buenos días!

       Hoy celebramos la fiesta de san Bernabé, un apóstol que si bien no formó parte del grupo de los Doce desde sus inicios sí que se unió a ellos más tardes dando ejemplo de su entrega al seguimiento de Jesús con una predicación del mensaje de Cristo que no dejaba indiferente a nadie como podemos ver en la primera lectura del día de hoy cuando se afirma que gracias a su predicación: “una considerable multitud se unió al Señor” (Hch 11,24). Bernabé era capaz de mover los corazones de sus oyentes de manera que saliesen de sí mismos y siguiesen los pasos de Jesús poniendo sus vidas en sus manos. ¿Seremos nosotros capaces de conmover los corazones de nuestros prójimos de la misma manera? Para que nuestra predicación sea tan eficaz como la del apóstol debemos mantenernos unidos al Señor, debemos hacer de su voluntad la nuestra de modo que sea él quien habite en nosotros y mueva nuestros corazones y nuestras obras.

       Tan necesario es esta unión que debemos mantener con Cristo si queremos dar frutos de buenas obras que de lo contrario, lo único que conseguiríamos sería alejarnos no sólo de Dios sino de aquellas personas que nos rodean. ¿No será contradictorio alejarse de nuestros hermanos y hermanas y decir que amamos a Dios? ¡Lo es! Y es tan contradictorio que el mismo Jesucristo en el evangelio de hoy nos recuerda que si en el momento de acercarnos al altar alguno de nuestros hermanos tiene una queja contra nosotros, debemos dejarlo todo, pedirle perdón y después acercarnos hasta el altar del Señor, de lo contrario no tendría sentido ofrecernos a Dios, ofrecer nuestras ofrendas y tener pleitos con aquellos que nos rodean.

       Justamente en el día de ayer comentábamos que Jesús venía a darle plenitud a la Ley del Antiguo Testamento. Esa plenitud consiste en descubrir el amor de Dios en las leyes y cumplirlas no como mero precepto sino porque sabemos que en el cumplimiento estamos siendo: caritativos, justos y misericordiosos con los demás. Si queremos actuar así, no podemos tener personas que acumulen quejas contra nosotros. ¿debemos dejar nuestra ofrenda para ir a pedirle perdón a algún hermano nuestro antes de acercarnos al altar? ¿Somos conscientes de que en muchas ocasiones de manera voluntaria o involuntaria podemos llegar a ofender a los demás? ¿Estamos dispuestos a pedir perdón a aquellos prójimos nuestros que puedan tener alguna queja de nuestro trato?

       Jesús nos insiste en que, cuando experimentamos el amor del Padre, no podemos vivir encerrados en nosotros mismos. El amor va más allá de las fórmulas y recetas… nos exige creatividad, imaginación, valentía… Sí, valentía para superar los moldes de una justicia humana que sólo busca sentirse recompensada. Valentía para “dejar mi ofrenda y volver para reconciliarte con mi hermano”. Una creatividad que me lleva a dialogar y buscar otras posibilidades mientras voy de camino con quien me lleva al tribunal… Toda ofensa exige reparación, acercarme, buscar la relación, sanar heridas. ¿Cómo voy a conseguir todo esto si no es estando unido al Señor como hemos comentado al principio de nuestra reflexión? ¿Ves como es necesaria una vida de oración que me lleve a tener tal intimidad con el Señor que sea capaz de vivir practicando siempre el bien?

El evangelio de hoy resalta que hacer el bien a las personas, respetarlas, es parte de la propia dinámica del reino de Dios. La acogida y ofrecer nuevas oportunidades es propio del corazón de Dios y de todas las personas que, experimentando el amor del Padre, lo acogen y se suman a su proyecto.
Las dificultades, los conflictos, los intereses particulares o de grupitos, la sed de una justicia reivindicativa de egos y reconocimientos… son parte de la vida, de nuestra debilidad y pecado.
Jesús, el Maestro, nos enseña a vivir desde la libertad que brota del Amor a Dios. Así lo experimentó Bernabé, quien, yendo más allá de “las etiquetas”, fue a buscar a Pablo para nutrirse de sus enseñanzas y vivir anunciando el Evangelio de Cristo. ¿Estamos dispuestos a dar el paso y vivir como lo hizo el apóstol al que hoy estamos celebrando?

RECUERDA:

La justicia evangélica se adentra por los caminos de la compasión y de la reconciliación. Más allá de lo preceptual, mira el interior del corazón humano y sus actitudes más profundas. No hay comunión sin reconciliación y limpieza de corazón. El culto cristiano se realiza en el sacramento de la projimidad, por eso, como señala el texto, antes de “llevar la ofrenda al altar” hay que hacerse consciente de las fracturas y heridas que podemos estar provocando a nuestro alrededor, muchas veces “bajo capa de bien”, y buscar formas de reparación y reconciliación. Pedir y experimentar el perdón nos humaniza y nos hace más tolerantes con las debilidades de los demás. La reconciliación es un don, pero requiere el cultivo de actitudes como liberarnos de la autorreferencialidad, hacernos conscientes de la fragilidad propia y ajena, dejarnos cuestionar y afectar por el sufrimiento de los otros y buscar gestos de acercamiento y de reparación. Ante la realidad de un modo cada más más fragmentado y herido ¿cómo cuidamos el ministerio de la reconciliación?

1.- ¿Sois consciente de que debo pedir perdón, antes de acercarme al altar del Señor, a hermanos míos a los que he ofendido de alguna manera?
2.- ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Y perdonar? ¿Qué me cuesta más?
3.- ¿Cumplo la ley de Dios por mero legalismo o porque encuentro en ella el Amor del Señor y vivo dispuesto a darlo a los demás?
4.- ¿Se parece mi predicación a la de Bernabé que conmovía los corazones de quienes le escuchaban y se unían al seguimiento de Jesús?

¡Ayúdame, Señor, a ser consciente de la necesidad que tengo de pedir perdón, de perdonar y de ser perdonado!