16 DE JUNIO DE 2020

MARTES XI DEL TIEMPO ORDINARIO
(Tercera semana del salterio)

¡Paz y bien!

(Mt. 5, 43-48)


«Amad a vuestros enemigos».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

      

¡Buenos días!

Me encantan los evangelios de estos días. ¡Sí! me gustan, me gustan mucho porque incomodan. Me incomodan mucho, me hacen cuestionarme todos los pilares de mi vida, todos los pilares que fundamentan mi existencia. Y eso, lejos de llevarme a la parálisis, me hacen afrontar la vida con optimismo. Por una parte, porque me siento amado por Dios; por otra, porque sé que me da la fuerza necesaria para vivir amando a quienes me rodean y eso… eso se merece solo una respuesta por mi parte: seguir intentándolo cada día, para hacer de mi vida en lugar de acogida, de entrega, de amor, de compasión, de perdón. Hacer de mi vida, para los demás, un lugar de encuentro con el Señor ¿no es maravilloso vivir en este mundo dedicado a todos los demás sin excepción? ¡Lo es!

Continuamos con el sermón de la montaña que comenzábamos a leer la semana pasada y llegados a este punto, Jesús eleva a su máxima expresión los mandatos de la ley. “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo...” Esto parece que tiene carta de ciudadanía, es algo que está muy extendido en nosotros. ¿No te das cuenta que nos limitamos a atender a los que son “de los nuestros”? ¿No te das cuenta que tendemos a favorecer a los que piensan y sienten como nosotros? Nos puede ocurrir lo que a los letrados y fariseos: desconocen la misericordia y se centran en los que son sus disposiciones y tradiciones. Hay que amar a los que nos persiguen y calumnian. Hay que amar a todos. No podemos olvidar que amar es amar y a todos, significa a todos sin excepción. ¿Podemos vivir amando teniendo enemigos? ¿Estamos amando cuando si rascamos en nuestro corazón diferenciamos entre aquellos que nos caen bien y los que no; los que piensan como nosotros o los que piensan diferente a mí? ¿Quién no ha diferencia, alguna vez, entre buenos y malos, convirtiéndose en juez de la sociedad?

Ciertamente no estamos ante algo que sea fácil de conseguir ¡no lo es! Pero ¿vamos a dejar de intentarlo porque es algo difícil? ¿A dónde queda mi vocación a la santidad? ¿Estoy solo en este mundo para conseguir tal fin?
No estamos solos. Jesús nos envió a su Espíritu Santo para que tuviésemos dentro de nosotros toda su fuerza, todo el coraje necesario para lograr hacer de nuestra vida lo que dios espera de ella; y no podemos olvidar que lo que Dios espera de cada uno de nosotros es que le amemos a Él y a nuestros hermanos. ¿Por qué no dejamos que el Espíritu Santo habite y actúe en nosotros? ¿Por qué no dejamos de hacer siempre nuestra voluntad y nos centramos más en la Dios para llegar, de esta manera, a alcanzar la santidad? ¿podemos llegar a ser santos teniendo nuestro corazón lleno de enemigos? Se trata de seguir el ejemplo que nos da Dios que, en Jesucristo, en él se ha revelado como la norma de vida para todo ser humano. No puede ser de otra manera: “sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo” nos dice Jesús. ¿Qué norma rige mi vida? ¿la mía o la de Cristo? Si mi  vida está regida por mis normas no puede extrañarnos que nos dediquemos a amar sólo a aquellos que se portan bien con nosotros o que nos pueden reportar algún beneficio, no sucediendo lo mismo con aquellos que catalogamos de “enemigos” y de los cuales ya comenzamos a hablar ayer.   

Mirándose en Cristo, podemos descubrir que nuestra vida es su vida y esto significa que seremos capaces que amándole a él seremos capaces de amar a los demás, sobre todo a aquellas personas que por la razón que sea nos cuesta más; si por el contrario no ponemos nuestra vida en sus manos, siempre nos dejaremos llevar por nuestro egoísmo, nuestro orgullo o vanidad; por nuestros celos, recelos y juicios.  Si vivimos pegados a Dios reconoceremos la plenitud de la ley en el amor a todos. De esta manera, lograremos darle un sentido nuevo a nuestra vida y llegaremos a amar a los demás como nosotros somos amados por Dios.

Hoy tenemos un reto: mostrar que la perfección consiste en amar a todos como Dios nos ama. No hay distinciones posibles en la determinación de amar: o amo o no amo, pero no puedo tener un amor selectivo. No amo desde mis planteamientos, sino que el deseo de amar se asienta en el mismo amor de Dios. Él va abriendo camino. El que es perfecto es el único modelo válido. No valen otros modelos. Él que no nos abandona jamás no sólo nos da su ejemplo en Cristo, sino que además nos deja su Espíritu para que cada día avancemos más y mejor por las sendas del amor de Dios a nuestros hermanos.

       RECUERDA:

El Espíritu de la no violencia atraviese el Evangelio, siendo este texto uno de los más representativos. El deseo de venganza y de odio ante el mal padecido, aunque son emociones humanas, no son cristianas. Deshumanizan profundamente a las personas y reproducen la cadena de la violencia. La propuesta de Jesús es bien distinta. No se trata tanto de vencer al opresor o al violento, sino de desenmascararlo y desarmarlo ante las consecuencias que genera su acción y desde ahí poder recuperarlo como persona. Pero esto sólo será posible si permitimos que la misericordia atraviese nuestro dolor y renazcamos desde ello, como hizo Jesús, a una nueva sensibilidad y mirada.

1.- ¿Busco la perfección amando como Dios ama?
2.- ¿Soy capaz de amar a mis enemigos o sólo a aquellos que me resulta fácil o me aportan algún beneficio?
3.- ¿Qué me impide tener un corazón compasivo y misericordioso como el de Jesús?

¡Ayúdame, Señor, a desarmar mi corazón!