31 de enero de 2020.
VIERNES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 4, 26-34.

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».



Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.



Podemos comenzar diciendo que este evangelio de hoy choca de frete con la realidad que, en la actualidad, vivimos en nuestra sociedad.

No cabe duda, que vivimos inmersos en la cultura de la modernidad y de la posverdad. Todo aquello que no sale y, por lo tanto, no tiene visibilidad en los medios de comunicación de masas no sólo no existe, sino que, además, la realidad se inventa o se deforma en base a su visibilidad mediática. Hemos oído, en más de una ocasión, aquello de: “quien no está en las redes sociales no existe”. Pero la realidad es otra, totalmente, diferente. Casi siempre lo esencial empieza de forma imperceptible, sin darnos cuenta. Lo nuevo siempre nace pequeño y en vulnerabilidad, tiene forma de semilla. Por eso, porque no hay nada más esencial en nuestra vida que la fe, Cristo la presenta como un grano, incluso, llegará a decir que es como un grano de mostaza: ínfimo, minúsculo pero cuyo fruto es grande y robusto ¿nuestra fe es igual?

Mirad, hace tiempo que caminamos junto a Jesús. Hace tiempo, Pues, que nos hemos dado cuenta de que sin él no podemos nada, que somos capaces de hacer las cosas gracias a la fuerza que Él nos da. Gracias a ese Espíritu Santo que no nos abandona nunca, precisamente para que nuestros frutos sean grandes y robustos. Sean frutos de amor. Pero ¿dejamos que el Espíritu trabaje en nosotros? ¿Confiamos en Dios hasta el punto de dejarle que trabaje nuestras vidas como el alfarero trabaja el barro? Las parábolas del evangelio de hoy insisten en el papel de Dios. Es Él el que da el crecimiento, el que hace que la semilla del Reino de Dios vaya germinando después de que el sembrador haya echado la simiente en la tierra. En definitiva, que nosotros, junto con su ayuda, somos los trabajadores que tenemos que hacer que esa semilla vaya dando fruto. Sabemos por experiencia que lo nuestro es trabajar con él. Que él tiene su parte y nosotros la nuestra. Repito, que nosotros solos, con nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada: “Sin mí no podéis hacer nada” nos recuerda Cristo en la Sagrada Escritura, por lo tanto, preguntante: ¿Él sigue siendo el protagonista de mi vida y de mi actuación? ¿Confiamos más en nosotros mismos que en su fuerza? A menudo caemos en el error de la vanidad, de la soberbia, del engreimiento y eso nos hace pensar que nosotros podemos hacerlo todo, lo cual tiene como resultado el fracaso. Ese fracaso que se apodera de nuestra vida porque nos apoyamos en factores externos que poco tienen que ver con Dios y que no tienen la fuerza necesaria para mantenernos fuertes en esta vida de fe y coherencia propia de los seguidores de Jesús. Una vida que, como experimentamos día tras día, si queremos vivir en coherencia es algo difícil que conlleva un esfuerzo diario por nuestra parte, ese trabajo del que hablábamos anteriormente en nuestra reflexión.

Tenemos que preguntarnos hoy, si queremos avanzar en este camino, cómo es nuestra confianza en el Señor. Si verdaderamente me dejo guiar por él, dejo que él actúe en mi vida para yo poder dar frutos de amor. O si, por el contrario: uno, “paso de él” viviendo mi propia vida y sin ayudarle, o dos; confío tanto en mí que no dejo que sea él quién me ayude a mí.

No podemos olvidar, tampoco que hay momentos en que los cristianos tenemos que parar en nuestra actividad evangelizadora, dormir de noche, sabiendo que “la semilla germina y va creciendo sin que el sembrador sepa cómo”. San Pablo nos dice lo mismo: “Pablo plantó, Apolo regó, pero el que da el crecimiento es Dios”.
Ojalá que dejemos a Dios hacer su tarea. Ojalá, que nosotros hagamos la nuestra: sembrar, abonar, cuidar la tierra sembrada, acoger a Cristo, cultivar la amistad con Él, seguir sus indicaciones, predicar y ser testigos de su evangelio, dormir, descansar. Además de la colaboración de los hermanos. No podemos olvidar que lo nuestro, siempre, es cosa de dos… ¡de Dios y mía!


RECUERDA:

1.- ¿Tengo fe aunque sea como un grano de mostaza?
2.- ¿Confío de tal manera en el Señor que dejo que me modele Él a mí como el alfarero modela el barro?
3.- ¿Le ayudo en la tarea de abonar la semilla del Reino de Dios en medio de nuestro mundo?

¡Ayúdanos, Señor, a ser sembradores de tu Reino! ¡Ayúdanos, Señor, a dejarnos ayudar y modelar por ti!


30 de enero de 2020.
JUEVES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 4, 21-25.

En aquel tiempo, Jesús dijo al gentío:
«¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga».


Les dijo también:
«Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene».
 


Hoy, Marcos nos trae un discurso de Jesús que conocemos como el discurso de la parábola de la lámpara. Un discurso que no sólo nos habla del Reino de Dios sino que nos pide, nos exige un estilo de vida coherente con la fe que decimos profesar. Por lo tanto es un texto que si, verdaderamente, lo escuchamos y lo meditamos en nuestro corazón nos llevará a darnos cuenta que nosotros también solemos esconder esa Palabra de Dios.

El discurso nos presenta una imagen de Jesús que a mí verdaderamente me encanta: un Jesús que desde el respeto y la empatía es irónico. Siempre he pensado que el sentido del humor y la ironía sana, sin doblez ni “mala baba” es propia de la gente inteligente. Cristo lo era y por eso es portador de una fina ironía que lejos de dañar nos hace darnos cuenta de cómo actuamos cuando nos dejamos llevar por el pecado.

Digo lo de la ironía porque el ejemplo que nos pone Jesús, cuanto menos, llega a alcanzar la ridiculez: ¿quién enciende una lampara para guardarla y que no dé luz a pesar de estar encendida?
Está claro que Jesús está haciendo referencia a la fuerza que tiene su Palabra, a esa fuerza interna y expansiva de la Palabra de Dios que es como una luz potente que no se puede esconder. Con lo que Jesús nos está Interpelando, sin duda alguna, sobre la responsabilidad que tenemos de dejar pasar la luz de Su Palabra a través de nuestra vida y de nuestro testimonio. Pero acaso algunas veces ¿no tenemos la tentación de esconderla bajo el celemín del tener, de nuestros intereses, de nuestras apetencias y de nuestros egoísmos y vanidades? ¿no tenemos la tentación de poner su Palabra bajo la cama de la comodidad, la instalación en nuestras rutinas...? ¿No será que, a pesar de ser ridícula la situación de encender una lámpara para esconderla simultáneamente, nosotros caemos en ese error movidos por nuestras debilidades y pecados? Dicho de otra manera ¡muchas veces no damos ejemplo ni vivimos una vida coherente con nuestra fe cristiana! Y sí, nos dejamos llevar por nuestros placeres, orgullos, satisfacciones, gustos, voluntades, comodidades… y ese largo etcétera que nos aleja de la voluntad de Dios y de ser luz para los que caminan a nuestro alrededor.

    «El que tenga oídos para oír, que oiga». Nos dice Jesús a continuación. ¡NO ES UNA AMENAZA! Si Dios es amor JAMÁS PUEDE AMENAZAR. Es una llamada de atención para que estemos atentos, para que prestemos atención a aquello que nos está pidiendo: que seamos luz en medio de nuestro mundo que ilumine a los demás. Algo que debe parecernos maravilloso, como siempre digo, porque significa ser ayudantes del Señor y eso… eso, a mí, me parece la tarea más admirable que cualquier ser humano puede tener encomendada en su vida: ser ayudante del Amor Hermoso.
    Pero además nos pide que prestemos atención porque «la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces». Es decir, Jesús no está recordando que todo lo que aporte a mi entorno, a la sociedad, de comprensión, de capacidad de reconciliación, de serenidad y esfuerzo para evitar todo rechazo o discriminación, eso me revertirá; porque en el amor, en la entrega, y en la generosidad, cuando más se da, más se posee. Por lo tanto, preguntante en el día de hoy: ¿Acepto el reto de dar? Porque, como dice Jesús, “al que tiene se le dará”.

No cabe duda de que, con mucho sentido del humor e ironía, en este pasaje, Cristo nos brinda un espacio para poner a punto nuestra responsabilidad, compromiso e implicación en el anuncio del Reino. Ser luz hoy frente a tanta sombra y oscuridad. Apostar por la cultura de la vida, de la paz, del amor ¡no dejes pasar esta oportunidad! ¡Dios que todo lo puede, quiere necesitar de ti!


RECUERDA:

1.- ¿Escuchamos la Palabra de Dios para no ponerla en práctica como aquella persona que enciende una lámpara para guardarla encendida y no servirse de su luz?
2.- ¿Ilumino el camino de los que me rodean o más bien les llevo por la oscuridad y las tinieblas?
3.- ¿Acepto el reto que Jesús me pone delante hoy?

¡Ayúdanos, Señor, a ser ejemplos de Vida, Paz y Amor para los demás! ¡Ayúdanos a ser luz para los pasos de nuestras hermanas y hermanos!
29 de enero de 2020.
MIÉRCOLES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san ñ.

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó, y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñó muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron y no dio grano. El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó a solas, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.


Él les dijo:
«A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».
Y añadió:
«¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a conocer todas las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».

Gracias a Jesús y al evangelista Marcos, que hoy nos presenta la Palabra del Señor, asistimos a una magistral clase de pedagogía. Y es que, no tenemos que tener miedo al afirmar, el mejor pedagogo que ha habido en todos los tiempos es Jesús de Nazaret, de hecho, si analizamos sus discursos vemos que cumplen a la perfección con la regla de oro que nos indica que todo discurso debe ser breve, claro, bueno y conciso.  Cristo lo cumple a la perfección sin duda alguna.

Dicho lo cual pasemos al humilde análisis o reflexión del Evangelio de hoy. Un pasaje que nos llama a la escucha, en primer lugar. Estamos muy acostumbrados a hablar sin parar, a contarle a los demás nuestros problemas y alegrías como si fuesen lo único importante en nuestra vida, olvidándonos de las diversas realidades que nos envuelven. Sin embargo, Jesús está hablando hoy y cuando termina su relato nos dice: «… el que tenga oídos para oír, que oiga». Nosotros ¿oímos la Palabra de Dios? ¿la escuchamos? Porque no estamos muy acostumbrados, por desgracia, a escuchar. Escuchar conlleva saber frenar y prestar toda la atención posible a aquello que nos están contando de modo que podamos hacerlo nuestro, vivirlo y dependiendo de aquello que nos cuenten o bien ayudar, o bien acompañar, o en el caso de los discursos de Cristo, ponerlo en práctica. Por eso reiteramos la pregunta: ¿Escucho a los que me rodean cuando necesitan contarme algo, o soy de los que juzga y piensa: “vaya tontería” con los problemas que yo tengo o con todo lo que me ocurre a mí? ¿Y con respecto a Dios? ¿oigo su Palabra o la escucho haciéndola mía y poniéndola en práctica?

Y aquí, nos encontramos la siguiente enseñanza del evangelio de hoy. Con respecto a la escucha de la Palabra de Jesús que actitud tomamos, o, mejor dicho, deberíamos tomar.
La parábola, de sobra conocida por todos, no deja lugar a duda y, desgraciadamente, define a la perfección cuál es nuestra actitud frente a la Palabra de Dios ¿cuál es la tuya? (Digo desgraciadamente porque nos damos cuenta, cuando leemos el evangelio, que no siempre escuchamos su Palabra y la ponemos en práctica como bien define Jesús) Vamos por parte y la analizamos.

En primer lugar, Jesús en esta parábola nos habla de esa Palabra, de esa semilla que se siembra en el borde del camino. Naturalmente no tiene tierra buena, queda toda en la superficie, vienen los pájaros y se la comen. Evidentemente esta semilla no puede germinar y por lo tanto no da fruto ¿nos resulta extraño o lejano este ejemplo? ¿No es esto lo que nos ocurre a nosotros cuando escuchamos la Palabra de Dios, pero no le hacemos ni caso porque estamos más pendientes de nosotros mismos y de las circunstancias que nos envuelven que de acoger el mensaje de Cristo? ¿No es nuestro corazón, en esos momentos, como ese borde del camino donde no puede germinar nada? Un corazón duro, incapaz de empatizar, un corazón egoísta y engreído entre otros muchos pecados que pueden envolverlo. Desgraciadamente, esto, también, nos pasa a nosotros.
En segundo lugar, nos habla de esa semilla que cayó en terreno pedregoso. Como no era profunda la tierra, sí brotó enseguida, pero tan pronto como salió se secó y murió sin dar fruto ¿y esto te resulta extraño? ¿no es esto parecido a esos momentos en los que escuchamos la Palabra de Dios en la Eucaristía y salimos decididos a hacer el bien, pero nada más salir de la Iglesia nos dejamos llevar por el ruido de nuestra sociedad? ¿o no nos recuerda a esos momentos en los que rezamos y rezamos, vivimos la euforia, pero al encontrarnos con las primeras contradicciones y decisiones nos dejamos llevar por la comodidad y por nuestros gustos y apetencias en lugar de cumplir con la voluntad de Dios en nuestra vida y vivir íntegramente su Palabra? ¡Desgraciadamente, también, suele pasarnos o puede pasarnos!
En tercer lugar, nos presenta otro ejemplo nada extraño. Esa semilla que cae entre abrojos, la ahogan, se seca y muere. Ese momento en el que nuestro pecado, nuestra zona de confort tiene más valor que la Palabra de Dios. Ese momento donde nos sabemos creyentes pero preferimos mirar para otro lado por miedo al compromiso con el Señor ¿no te has sentido ahogado en alguna ocasión tú también?.
Por último, Jesús nos habla del estado deseable. Aquél que, no me cabe duda, nosotros cumplimos en muchos momentos de nuestra vida pero que debería ser una constante en nuestro día a día. Esa semilla que cae en tierra buena, fecunda y crece dando mucho, muchos frutos; una vez treinta, otra sesenta… ¡pero frutos al fin y al cabo! Todos tenemos experiencia de cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida, todos sabemos como nuestra vida se convierte en esa brújula que puede ayudar a dirigir la vida de los demás hacia Dios. Cuando esto ocurre, nosotros mismos nos convertimos en luz para los demás, en esa luz que ilumina el camino que lleva al Padre. Ese ese momento en el que como santa Teresa, nosotros podemos afirmar: “Es Cristo quien vive en mi”.



RECUERDA:

1.- ¿Somos de los que escuchamos la Palabra de Dios o simplemente la oimos?
2.- ¿De qué tipo de tierra está hecho tu corazón para acoger la semilla que siembra Cristo cada día en nosotros mediante su Palabra?
3.- ¿Qué es lo que evita que dé frutos y los dé en abundancia?

¡Ayúdanos, Señor, a tener un corazón de tierra buena y fecunda que acoja la semilla de tu Palabra para que dé constantes frutos de amor!
28 de enero de 2020.
MARTES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 3, 31-35.

En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenia sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre»


 


«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». Quien me conoce bien sabe que tengo una especial predilección por este pasaje de la Sagrada Escritura. Me encanta porque Jesús, una vez más, muestra su amor a todos los que le rodean, muestra como es cercano y como ama a todos los hombres y mujeres de la misma forma sin predilección alguna.

    Antes de comenzar, debemos advertir la gran importancia que tenía para los judíos todo lo relativo a la familia y los vínculos que esto generaba. Algo que en la sociedad de hoy en día no se tiene en cuenta. Es por ello que a Jesús le advierten de la llegada al templo de su familia.

    Sin embargo, no podemos olvidar que en Jesús todo se hace nuevo. Por eso no puede extrañarnos que la pregunta de Jesús provoque una gran reflexión sobre la novedad de las relaciones interpersonales que ha venido a realizar. Si en él todo se transforma, como digo, se hacen nuevas todas las cosas, no podían quedar al margen las relaciones personales. Más aún, el vínculo que une a los discípulos es más fuerte y determinante que los lazos de la sangre ¿no es maravilloso? Jesús nos ama a todos por igual, como a su madre. No hace diferencia de personas ni acepciones ¿no es gratificante a la vez que tiene que ser un motivo de esfuerzo en mí para no defraudarle?
Jesús pasa por encima de esa relevancia de la que hablamos y que tenía la familia y origina una novedad de gran valor. ¡ojo no es que tire por tierra la institución familiar, nada más lejos de la realidad! ¡Jesús hace familia suya a todos aquellos que le siguen! «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

    Y ahora viene la pregunta de hoy ¿puedo considerarme yo hermano, hermana o madre de Jesús? Dicho de otra manera ¿soy de los que cumplen la voluntad de Dios en mi vida? ¿soy de los que viven esa voluntad y la ponen en práctica?
Se nos abre un mundo para analizar, el mundo de nuestra existencia. Hoy es momento para que nosotros nos preguntemos sobre nuestra vida como cristianos y para que no solo vivamos esta “adopción” por parte de Cristo con inmensa alegría, sino que, además, la vivamos con madurez y responsabilidad. Si él abre los esquemas de los lazos familiares, si él me ama como miembro de su familia ¿qué me falta en mi vida y en mis actos para poder cumplir la voluntad de Dios y poner en práctica su Palabra?

    Tenemos el reto de amar a Dios sobre todas las cosas y de amar a los demás como familiares nuestros, siempre lo digo, sin caer en la tentación de los favoritismos ni acepciones, sino amando como Jesús nos amó.
Tenemos, por delante, el reto de vivir como familiares de Cristo sabiendo que eso sólo va a depender de nosotros y de la actitud que tomemos en nuestra vida por lo tanto pongámonos en marcha y esforcémonos por vivir como hermanos, hermanas y padres de este Cristo que ha venido al mundo para nuestra salvación.


RECUERDA:

1.- ¿Quiénes son para nosotros nuestros hermanos, nuestras hermanas y nuestras madres?
2.- ¿Cómo podemos testificar nosotros en nuestros ambientes con hechos y palabras la universalidad de los vínculos del amor cristiano y que van más allá del sexo, la raza, la religión, el lugar donde se ha nacido o la situación económico-social de cada uno?
3.- ¿A qué nos reta el Evangelio de hoy?

¡Ayúdanos, Señor, a crear familia humana y fraternidad más allá de toda frontera!
27 de enero de 2020.
LUNES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 3, 22-30.

En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.


En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
 
Vemos un giro radical en el evangelio de hoy. Comienzan los enfrentamientos entre las autoridades del Templo y Jesús. Los escribas estaban convencidos de poseer la “verdad absoluta”, y se lanzan contra Jesús acusándole de estar endemoniado: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios» afirman de Cristo sin reparo y con total contundencia. Esa es su manera: la ofensa.

Vamos como las autoridades del Templo no utilizan argumentos, sino ofensas. Se trata de desprestigiar a Jesús, de desacreditar su enseñanza, de quitarle autoridad, de condenarlo de antemano. Es la táctica de la intolerancia: “ofender más que defendernos con razones”; aplicar a lo diferente, a lo nuevo, la etiqueta de sospechoso. Atribuir al enemigo todo lo que amenaza “lo habitual”, lo que “se ha hecho siempre”. Tratar de neutralizar las voces o las presencias más incómodas acusándolas de venir de las sombras ¿esto nos resulta ajeno? ¿Acaso nosotros no caemos en este error cuando sentimos cerca de nosotros una necesidad de los demás que nos va a llevar a salir de nuestra zona de confort y que por lo tanto no lo vivimos en clave de servicio sino como una amenaza a mi paz y tranquilidad? ¿no nos ocurre esto mismo cuando el mensaje de Cristo deja al descubierto mi debilidad y pecado y me hace sentirme pobre, humilde y limitado? ¡Sí!

Es posible que nosotros no llamemos a Jesús “hijo de Belzebú” o que lo considermos como tal, pero no es menos cierto que nos cerramos a su Palabra, a su Mensaje, que nos desviamos de su camino y voluntad y pasamos a vivir según nuestros propios antojos y propias leyes.
Y ya no sólo contra Dios, esto mismo nos ocurre, también, con los que nos rodean. Cuando sentimos a los demás como una amenaza de nuestra zona de confort entonces acudimos a los descalificativos e insultos con toda vehemencia y contundencia, incluso cuando el que tenemos enfrente piensa lo contrario de lo que pienso yo o cree en algo totalmente diferente a lo que creo yo. Tendemos a afirmar rápidamente: “esto me parece bien o no me lo parece y necesito que lo sepas”, “no te entiendo”, “me parece una chorrada o una tontería” … y nos olvidamos de empatizar con nuestro hermano y hermana e intentar no sólo comprender su situación sino también, acogerlo desde su propia realidad y con sus propias necesidades.

Sin embargo, Jesús siempre rebate con argumentos a sus acusadores, y proclama solemnemente el gran pecado: el pecado contra el Espíritu Santo, que supone el rechazo total de Dios.

¿Es este pecado ajeno para nosotros, o caemos con cierta frecuencia? Vale que todos, en mayor o medida, creemos en Cristo, pero hay muchas maneras de atentar contra el Espíritu Santo, hay muchas maneras de negar a Dios en nuestra vida.
Por ejemplo, cerrarse obstinadamente a la actuación del Espíritu que anima la predicación del Evangelio. O también, rechazar el perdón y la salvación que Dios nos ofrece. El no sentirse necesitado de salvación alguna, es no sentirse pecador, esto también es atentar contra el Espíritu Santo puesto que quien no se reconoce pecador se cierra al ofrecimiento del perdón y a la conversión que le llevaría a librarse de su pecado y, aún más, cierra a los demás y los aleja de su propio perdón, costándole, cada día más, perdonar a sus hermanos y hermanas.

    Frente a esta actuación nuestra, propia del ser humano, tenemos la reacción de Jesús, quien a pesar de ser hombre sabe reconocer siempre en los demás la impronta de Dios que todos tenemos y les lleva a amarlos sin medida, incluso a aquellos que viven instalados en el pecado y la ofensa. La misma Sagrada Escritura nos recuerda esto: “Donde abundó el pecado, sobreabundo su Gracia”. Esto es algo que nosotros debemos, no sólo, aprender sino, también, vivir y transmitir a los que no rodean, convirtiendo nuestra existencia en un lugar de amor preponderante donde, no sólo, nosotros nos encontremos con Cristo, sino que los demás puedan encontrarse, gracias a nosotros, con el Autor de la Vida.


RECUERDA:

1.- ¿Caemos en la trampa de la ofensa cuando sentimos que alguien pisa nuestro terreno?
2.- ¿Condenamos en lugar de abrirnos a la escucha y comprensión del otro?
3.- ¿Nos resistimos a la acción del Espíritu Santo?

¡Ayúdanos, Señor, a aprender de ti a afrontar los conflictos con espíritu evangélico!
26 de enero de 2020.
DOMINGO DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
PRIMER DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS (DÍA INSTITUIDO POR EL PAPA FRANCISCO)
¡Paz y bien!

Evangelio según san Mateo 4, 12-23.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.


Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.


«…Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos…», «…Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres…». Son dos de las muchas frases que nos presenta el Evangelio de hoy y que, sin duda alguna, deben hacernos salir de nuestra comodidad, de nuestra zona de confort y cuestionarnos si verdaderamente ese es el estilo de vida que yo estoy llevando. Debo de cuestionarme este domingo si yo, también, puedo ser considerado como un discípulo de Jesús.

    Venimos varios días analizando esta idea, concretamente, desde que el pasado viernes leíamos la llamada de los apóstoles de Jesús. Ayer mismo, Jesús nos decía que debíamos ir al mundo entero y proclamar su Evangelio y hoy… ¡hoy redunda en esa idea!
Debemos tener claro que si no seguimos a Cristo, que si nuestra vida no es un caminar por el camino que Dios nos traza, que no es otro que aquel camino que está iluminado por la Palabra y el Amor de Jesucristo, no podemos considerarnos cristianos.
Vivimos en una sociedad donde estamos muy acostumbrados a escuchar expresiones del tipo: “yo soy creyente, pero a mi manera”, “yo soy cristiano, pero no creo en la Iglesia o en la Eucaristía”, etc.
¿Verdaderamente se puede ser cristiano sin escuchar la Palabra de Dios y comulgar el Cuerpo de Cristo? ¿Verdaderamente podemos considerarnos cristianos cogiendo, en cada momento, lo que más nos guste de la religión amoldándola a nuestra voluntad y justificando acciones que sabemos son contrarias a los pensamientos de Cristo? Una vida que no pone en el centro de su existencia a Cristo, una vida que no camina la senda de la paz y del amor de Dios, no puede ser considerada cristiana. Puede ser una vida correcta, intachable, incluso moralmente excelente pero no puede considerarse cristiana. Ninguno de nosotros, si realmente somos cristianos, lo es sino porque sigue a Jesucristo allá a donde Él va. Pero muchos cristianos de hoy en día nos enredamos en divisiones por liderazgos decadentes, intereses variados, adaptaciones cómodas y mensajes equivocados... Nos encantan los líos y las cosas raras… en realidad parece que nos guste tirar cada uno por su camino, excusados en los halagos, “trepismos” y débitos interesados y acabamos olvidándonos tanto de Dios como de los que nos rodean, caminando por el único camino que me es válido en cada momento, aquel que como digo justifica mis actuaciones.

    Para acabar con todo esto, como decíamos ayer, lo primero que debemos vivir es un proceso de conversión continua. Recordaba en la reflexión que cada día es una nueva oportunidad para llevar a cabo en nosotros esta conversión. Una nueva oportunidad para poner nuestra vida en ese orden que Dios quiere, en ese camino que Cristo nos recomienda seguir y, así, poder dar la vida por aquellos que nos rodean. Debemos dejarnos de lamentaciones absurdas, porque, obviamente, caeremos, nos equivocaremos y volveremos a fallar. Pero lo verdaderamente importante es darse cuenta, reconocerlo desde la humildad y la sencillez, pedir perdón a Jesús y volver a ponerse en camino. En definitiva, lo primero de todo y más necesario y urgente es un cambio personal. No mantenerse en el camino equivocado y tomar la decisión de ponerse en la dirección correcta, que es la de Jesús que siempre va delante. De lo mío hacia lo de Él para implicarnos en lo suyo, que es la cercanía del Reino de Dios, que se hace vida de todos.
Varias palabras del evangelio de hoy iluminan esta elección: convertíos… ven… sígueme… dejarlo todo inmediatamente… recorrer los caminos… anunciar el Reino… sanar las dolencias del pueblo.
Como vemos, verbos que nos llevan a ponernos en acción para hacer de nuestra vida un lugar habitable para el Señor donde quepan todas las personas que me rodean sin excepción ni favoritismos y donde todos y cada uno puedan ver reflejados en mí y en mis obras el Evangelio de Dios que estoy llamado a predicar.

RECUERDA:

1.- ¿Vivo mi vida como un proceso de conversión continuo?
2.- ¿Soy ejemplo de vida según el Evangelio de Cristo?
3.- ¿Doy mi vida por todo el mundo sin excepción o tengo favoritismos?

¡Ayúdanos, Señor, a acoger la luz del Evangelio en mi vida y a contagiarla a todos los que me rodean!

MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Octavo día


Hoy es el último día de este material de la Conferencia Episcopal Española por si podéis / queréis llevarlo a la oración.

¡MUCHAS GRACIAS POR TANTO!



Generosidad: Dar y recibir
Hechos 28, 8-10
«Se daba la circunstancia de que el padre de Publio estaba en cama aquejado por unas fiebres y disentería. Pablo fue a visitarlo y, después de orar, le impuso las manos y lo curó. A la vista de esto, acudieron también los demás enfermos de la isla, y Pablo los curó. Fueron muchas las muestras de aprecio que nos dispensaron los isleños que, al hacernos de nuevo a la mar, nos suministraron todo lo necesario».
Salmo 103, 1-5
Mateo 10, 7-8
Reflexión
Esta historia está llena de dar y recibir. Pablo recibe una solicitud poco común de parte de los isleños; Pablo ofrece curación al padre de Publio y a otros; habiendo perdido todo en la tempestad, los 276 reciben abundantes provisiones al hacerse de nuevo a la mar. Como cristianos estamos llamados a una solicitud poco común. Pero para poder dar tenemos que aprender primero a recibir –de Cristo y de los demás–. Con más frecuencia de lo que pensamos, somos receptores de actos de cariño de personas que diversas a nosotros. Estos actos apuntan hacia la generosidad y la sanación de nuestro Señor. Los que hemos sido sanados por el Señor somos responsables de transmitir lo que hemos recibido.
Oración
Dios, dador de vida, te damos gracias por el don de tu amor compasivo que nos consuela y nos fortalece. Pedimos que nuestras Iglesias estén siempre abiertas para recibir tus dones de las demás .Concédenos un espíritu de generosidad hacia todos mientras caminamos juntos por la senda de la unidad de los cristianos. Te lo pedimos en el nombre de tu Hijo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo. Amén.
25 de enero de 2020.
SÁBADO DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
ÚLTIMO DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 16, 15-18.

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.


El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
 


 «… Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación…» dice el Evangelio.
¡Buenos días! Si ayer hablamos de la elección de los discípulos por parte de Jesús y del seguimiento por parte de estos, hoy el Evangelio nos dice cuál debe ser nuestra función como seguidores de Cristo: Anunciar su Evangelio ¿no es fantástico ser portadores de un mensaje de amor, misericordia, perdón y esperanza como lo es el Evangelio de Cristo? ¿o es que posiblemente nosotros no vivimos el mensaje de Cristo de esta manera? ¿Cómo vives tú la Palabra de Dios en tu vida? Sería lo primero que deberíamos preguntarnos en el día de hoy. Como siempre decimos, dependiendo de la experiencia de Dios que cada uno tenga en su propia vida así será su testimonio a los demás.

    Hoy celebramos la conversión de san Pablo. Ese apóstol que pasó de ser perseguidor de cristianos y darle muerte, por creer en Jesús, a ser perseguido y morir, él, por dar testimonio del nombre de Jesús, por creer fielmente en Aquél que nos devolvió la vida. ¿nosotros creemos en Jesús de la misma manera que Pablo?

    Como podemos ver las preguntas que lanzo hoy van todas dirigidas a nuestra experiencia de fe. Tener una fiesta como la de hoy tiene que ser un motivo para nosotros de alegría, pues aunque reconocemos que nuestra fe tiene fisuras y no es tan fuerte como la del santo cuya conversión hoy estamos celebrando, se nos abre un futuro esperanzador: cada día es un nuevo momento, una nueva oportunidad de convertir nuestra vida en el mero y puros seguimiento a Cristo, en ese lugar de encuentro donde nos encontremos con el autor de la Vida para poder convertirnos nosotros, también, en esos otros “cristos” que sean capaces de amar como él amó, de dar la vida como él la dio: muriendo por nuestra salvación.
No podemos sentirnos tristes por no ser fieles seguidores de Cristo. Debemos asumirlo con total humildad para desde ahí ponernos en camino y ser verdaderos portadores de ese Evangelio que Cristo nos pide hoy que acerquemos a los demás, a todos los que nos rodean. Mañana celebraremos el día de la Infancia Misionera, ese día en el que nos volcamos por enseñar a los más pequeños que ellos también, desde su realidad, tienen que ayudar a sus amigos a conocer a Jesús ¿cómo vamos a enseñarles esto si nosotros somos también incapaces de hacerlo?
Por eso, hoy, es un día de alegría porque desde nuestro examen de conciencia diario vamos a poner en “jaque” qué cosas nos alejan de la conversión para poder llevarla a cabo y poder ser seguidores de Cristo y portadores de este mensaje de misericordia, amor y esperanza que es el Evangelio de Cristo.
   
Hoy es un día para recordar que creer no es sino ver el mundo y a los hombres con los ojos de Dios. Pero necesitamos, como los apóstoles, experimentar la Pascua como un verdadero acontecimiento de Salvación. Contamos con la Gracia, pero a veces nuestra dureza de corazón y nuestros miedos nos atemorizan. Jesús está con nosotros, compartimos su mesa, comemos y bebemos su Cuerpo y su Sangre y somos enviados cada domingo a hacer Vida lo que hemos experimentado con nuestros hermanos los hombres. Solo así llegarán los signos, los milagros, la evidencia de que el Reino ya está entre nosotros ¿seremos capaces de aceptar este maravilloso reto que llena la vida de los demás?

RECUERDA:

1.- ¿Soy mensajero de Cristo en medio de mi mundo?
2.- ¿Qué experiencia tengo yo de Dios?
3.- ¿Estoy dispuesto a llevar una vida acorde a la voluntad de Dios? ¿Qué me lo impide?

¡Ayúdanos, Señor, a estar atentos a la vida y a comprometernos contigo en el cuidado de los más frágiles y amenazados de nuestro mundo!




MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Séptimo día



Por si os sirve os dejaré durante los ocho días de oración por la Unidad de los Cristianos este material de la Conferencia Episcopal Española por si podéis / queréis llevarlo a la oración.

¡MUCHAS GRACIAS POR TANTO!


Conversión: Cambiar nuestro corazón y nuestra mente
Hechos 28, 3-6
«Pablo había recogido también una brazada de leña; al arrojarla a la hoguera, una víbora, huyendo de las llamas, hizo presa en su mano. Cuando los isleños vieron al reptil colgando de la mano de Pablo, se dijeron unos a otros: “Este hombre es realmente un asesino; aunque se ha librado de la tempestad, la justicia divina no permite que viva”. Pablo, sin embargo, se sacudió el reptil arrojándolo al fuego y no experimentó daño alguno. Esperaban los isleños que se hinchara o que cayera muerto de repente. Pero, después de un largo rato sin que nada le aconteciese, cambiaron de opinión y exclamaron: “¡Es un dios!”».
Salmo 119, 137-144
Mateo 18, 1-6
Reflexión
Los isleños se dieron cuenta de que se habían equivocado al juzgar a Pablo como asesino y cambiaron su forma de pensar. El hecho extraordinario de la víbora hizo posible que los isleños vieran las cosas de un modo nuevo, un modo que quizás podía prepararlos para escuchar el mensaje de Cristo a través de Pablo. En nuestra búsqueda de la unidad de los cristianos y de la reconciliación, con frecuencia se nos desafía a repensar nuestro modo de percibir las demás tradiciones y culturas. Esto exige una conversión continua a Cristo a través de la cual las Iglesias aprenden a superar su percepción del otro como una amenaza. Como consecuencia, nuestra imagen negativa de los demás desaparecerá y estrecharemos nuestros lazos de unidad.

Oración

Dios todopoderoso, nos volvemos hacia ti con un corazón arrepentido.
 En nuestra búsqueda sincera de tu verdad, purifícanos de nuestros prejuicios hacia los otros
 y lleva a las Iglesias a crecer en la comunión.
Ayúdanos a abandonar nuestros miedos, para que podamos comprendernos mejor unos a otros y al extranjero que está en medio de nosotros.
 Te lo pedimos en el nombre del único Justo, tu Hijo amado, Jesucristo.
Amén.
24 de enero de 2020.
VIERNES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
7º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 3, 13-19.

En aquel tiempo, Jesús, mientras subía al monte, llamó a los que quiso, y se fueron con él.
E instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios.
Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.

 



    “… mientras subía al monto, llamó a los que quiso, y se fueron con él…” dice el Evangelio.
¡Buenos días! El Evangelio del día de hoy nos presenta, para comenzar, la grandeza de un Dios que cada día, a mí al menos, nos desconcierta más.

    Hoy estamos leyendo un pasaje de la Sagrada Escritura muy manido, al que estamos muy acostumbrados. Además, un pasaje breve y que nos puede parece una mera lista de nombre de personas que fueron llamadas por Jesús y le siguieron. Pero este breve pasaje de la Sagrada Escritura tiene mucho que enseñarnos, y nosotros, de este breve pasaje de la Escritura tenemos, también, mucho que aprender.

    En primer lugar, esa afirmación que dice: “llamó a los que quiso” ¿y quién quiso? Pues doce hombres que no pasarán a la historia por su inteligencia, saber estar… quizá tampoco por su fidelidad o por su fe fuerte, al menos en un principio.
Jesús llamó a doce personas, de lo más normal posible, como tú y yo. Con sus virtudes y con sus defectos: ninguno tenía carrera universitaria, uno le traicionó, otro le negó en su pasión, dos querían los primeros puestos, todos, menos uno, el resto le abandonaron en el momento de su muerte… pero, sin embargo, él quiso que fuesen ellos quienes le siguiesen, él quiso que sus discípulos fuesen cada uno de ellos, incluso el que acabó traicionándole. Por eso digo que Jesús nos desconcierta cada día más, porque, hoy, él quiere que tú y yo también le sigamos. ¡Sí! Nos quiere a cada uno de nosotros, quiere, siendo todopoderoso y omnipotente, que tú y yo, que todos le sigamos. Con nuestras virtudes, también con nuestros defectos, con nuestras faltas de fe, de constancia, de amor a los demás… ¡porque las tenemos! pero a pesar de todo ello quiere que le sigamos, que nos hagamos colaboradores suyos, que demos la vida por su evangelio ¿no es maravilloso que Dios nos necesite? ¿no es maravilloso que Dios te llame para ser discípulo suyo? Entonces… ¿por qué no le sigues? ¿por qué nos cuesta tanto abandonar nuestras zonas de confort y entregarnos a su mensaje, a su Palabra y a su llamada? ¿por qué nos cuesta tanto colaborar con él e intentar mejorar cada día nuestros defectos? A veces me da la sensación de que al sentirnos queridos por él, “como nos hizo así para que cambiar” ¿este conformismo no es un error? ¿No será pecado no intentar mejorar mis debilidades para que mi acción sea cada día más ejemplarizante y dé un mejor testimonio de mi vida como cristiano?

    Por eso tenemos que fortalecer nuestras virtudes día a día, por eso tenemos que ir mejorando nuestras debilidades: falta de respeto a los demás, de tolerancia, de amor, de perdón, de entrega. Nuestras faltas de fe y de confianza en el Señor. En definitiva, tenemos que ir cada día abriéndonos más a su Palabra, acogiendo su llamada y haciéndonos ejemplo de su amor en medio de este mundo que necesita conocer a Dios. Jesús nos llama para una misión muy importante: ser las manos, los ojos, el corazón de Dios en medio de nuestro mundo, para hacer realidad su amor en la tierra. Por todo ello, a la hora de cumplir con la misión que Jesús nos ha encargado de extender su buena noticia, nos tenemos que preguntar si nos predicamos a nosotros mismos o a Jesús de Nazaret. Esto es, si nuestras obras son un reflejo de Dios o un reflejo de lo que nosotros pensamos, vivimos y decimos. En definitiva, como decíamos en el evangelio de ayer, si acompañamos nuestra vida de obras que la doten de todo sentido.

    Pero hay otra cosa que llama la atención del Evangelio de hoy. “Y ellos le siguieron”.
Es verdad que ninguno es un superhombre, ni perfecto. Es verdad, como hemos dicho que no pasarán a la historia por su fidelidad y sensibilidad. Pero por lo que sí que pasan los apóstoles a la historia es por dejar todo lo que tenían y seguir a Jesús.
Y ese es el paso que nosotros debemos dar hoy ¡seguir a Jesús! Hacernos colaboradores suyos y reflejo de su amor. Ser capaces de dejar nuestros apegos para seguir su camino, sus huellas. Para poder responderle con una entrega ejemplar a su llamada.  Debemos convertirnos en personas que demos la vida por los demás, que respetemos a los demás en sus decisiones y formas de pensar. Que sepamos perdonar, acoger, no hacer diferencias entre unos y otros. En definitiva, comportarnos con la misma misericordia y caridad con las que lo hacía Jesús ¿Estás dispuesto o dispuesta a aceptar el reto de seguirle?

RECUERDA:

1.- ¿Atiendo y escucho la llamada de Jesús?
2.- ¿Soy consciente de mis debilidades y pecados para mejorarlos día tras día de modo que mi seguimiento a Jesús sea cada vez más fuerte y fiel?
3.- ¿Quiere seguirle? ¿Qué me lo impide?

¡Ayúdanos, Señor, a distinguir tu llamada entre tantas consignas de nuestra sociedad que nos ensordecen y bloquean la sensibilidad!

MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Sexto día



Por si os sirve os dejaré durante los ocho días de oración por la Unidad de los Cristianos este material de la Conferencia Episcopal Española por si podéis / queréis llevarlo a la oración.

¡MUCHAS GRACIAS POR TANTO!



Hospitalidad: Mostrar una solicitud poco común
Hechos 28, 1-2. 7
«Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los isleños nos trataron con una solicitud poco común; y como llovía sin parar y hacía frío, encendieron una hoguera y nos invitaron a todos a calentarnos… Cerca de aquel lugar había una finca que pertenecía a Publio, el gobernador de la isla, quien se hizo cargo de nosotros y nos hospedó durante tres días».
Salmo 46
Lucas 14, 12-24

Reflexión
Después de las dificultades y los contratiempos de la tempestad en mar abierto, la ayuda práctica ofrecida por los isleños se experimenta como una solicitud poco habitual por los náufragos que habían sido llevados por las olas hasta la orilla. Tal solicitud demuestra nuestra común humanidad. El evangelio nos enseña que cuando somos solícitos con los que pasan necesidad estamos mostrando amor al mismo Cristo (cf. Mt 25, 40). Más aún, cuando mostramos una solicitud amorosa hacia los débiles y los desposeídos, estamos afinando nuestros corazones con el corazón de Dios en el que los pobres tienen un lugar especial. Acoger a los de fuera, tanto si son personas de otras culturas o creencias, inmigrantes o refugiados, es a la vez amar al mismo Cristo y amar como ama Dios. Como cristianos, estamos llamados a dar un paso adelante en la fe para llegar, con el amor de Dios que todo lo abarca, también a aquellos que nos cuesta amar más.

Oración

Dios del huérfano, de la viuda y del extranjero,
inculca en nuestros corazones un sentido profundo de hospitalidad.
Abre nuestros ojos y nuestros corazones cuando nos pides alimentarte, vestirte y visitarte. Que nuestras Iglesias sean activas en acabar con el hambre, la sed y el aislamiento, y en superar las barreras que impiden acoger a todas las personas.
Te lo pedimos en el nombre de tu Hijo, Jesús, que está presente en el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas.
Amén.
23 de enero de 2020.
JUEVES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
6º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 3, 7-12.

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.
Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban:
«Tú eres el Hijo de Dios».
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
 

Resultado de imagen de Marcos 3, 7-12

    “… Y le siguió una gran muchedumbre…” dice el Evangelio.
¡Buenos días! El Evangelio del día de hoy nos presenta, para comenzar, un escenario totalmente diferente y contrario al escenario que hemos visto y vivido junto a Jesús los pasados días.
Frente a ese discurso despiadado de los fariseos, de los herodianos, de todos aquellos que tenían el poder civil y religioso de la época de Jesús, un discurso que les lleva a enfrentarse constantemente con Jesús por miedo, no a la presencia de Dios, sino por miedo a perder su credibilidad, su poder en la sociedad, por celos, envidias, egos desmedidos… frente a eso, está la actitud de aquella muchedumbre de Galilea que hoy le siguen, le siguen atraídos por su mensaje, por sus actos, por su entrega a los demás, por su estilo de vida. Un estilo de vida que a algunos los echa para atrás, como hemos visto, pero que a otros les atrae hacia él. Con lo cual la pregunta de hoy no se hace esperar: ¿nosotros somos de los que nos acercamos a él atraídos por su mensaje y vida o, por el contrario, nos enfrentamos a ese Dios que con ese estilo de vida denuncia nuestra falta de empatía con los que nos rodean?

    Pues la verdad es que, pienso, que todos tenemos un poco de ambas cosas. Cierto es que nos sentimos atraídos por él y por eso profesamos esta fe, pero, al mismo tiempo, cuando esa actitud de Jesucristo deja en evidencia nuestra falta de afección, cariño y entrega por los demás, solemos dar un paso atrás en nuestra relación con Jesús y acabamos enfrentándonos a Él y alejándonos de su mensaje.

    Seguir a Jesús a seguir un estilo de vida muy definido. Como vemos, en el día de hoy, él daba la vida por todos sin excepción, pero de una manera muy peculiar atraía sobre todo a los más pobres, necesitados, desamparados, los rechazados en la convivencia… atraía hacia sí a los más desfavorecidos de la sociedad, aquellos con los que el mundo era más cruel y despiadado. Esto es ser imitadores del amor de Dios, esto es lo que significa ser discípulo de Cristo, como decíamos ayer, festividad de san Vicente mártir, “aborrecer nuestra propia vida para gustar la vida de Cristo” “perder nuestra vida para ganar la Vida” ¿Haces esto o solo lo predicas dando mensajes vacíos de verdad y de testimonio?

    Otra cosa que deja de manifiesto san Marcos es ver cómo la gente se acerca a Jesús no por lo que dice, únicamente, sino por lo que hace. Los gestos, las acciones, el ejemplo de vida que uno transmite con sus hechos son tan importantes, sino más, que el mero mensaje que podamos transmitir. Siempre lo digo, no me retraigo a la hora de hacerlo, una vida que sólo ejemplifica con el discurso, con la palabra, es una vida vacía de verdad, de contenido, de ejemplo. Es una vida que no “engancha” a los que nos rodean, que acaba siendo un “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”, en definitiva, es una vida poco atractiva para los que nos rodean. Siempre pongo el mismo ejemplo: ¿cuántas veces cuando escuchamos a los políticos hablar pensamos: “qué está diciendo si luego ellos hacen todo lo contrario”? ¿no os ha pasado más de una vez (y no sólo con los políticos sino con la gente que nos rodea)? “dicen una cosa y hacen la contraria” Eso es algo en lo que no podemos caer, es algo que empobrece nuestra vida y seguimiento a Jesús. Por eso, también, debemos preguntarnos hoy ¿mi vida ejemplifica lo que creo? ¿soy más de los que hablan o de los que hacen?

    Y por último, una frase que tiene que hacernos pensar y reflexionar. A todos nos gusta que la gente alabe nuestra labor, sin embargo, cuando la gente reconoce que Jesús es el Hijo de Dios y comienzan a jalearle, a alabarle, él en lugar de vivirlo desde la vanidad y la soberbia, lejos de engreírse y aprovechar esa buena fama, de la que ahora goza, y pedir que lo transmitan a todos sus paisanos ¿qué hace? “él les prohibía severamente que lo diesen a conocer”

    Jesús quiere que sea cada uno, personalmente, quien le conozca, quien le siga. No quiere algarabía, ni vanidades. Jesús lo único que quiere es seguir haciendo el bien y que la gente que tenga experiencia de Cristo en su vida, le siga desde su libertad ¿Tenemos nosotros, también, esta sensibilidad y humildad para no “endiosarnos” cuando hablan bien de nosotros? O quizás ¿sustentamos nuestra vida en la buena fama que queremos tener y alcanzar en medio de nuestro grupo de amigos, familia y compañeros de trabajo o de comunidad?

    La verdad es que hoy el evangelista san Marcos viene para darnos una buena “tunda” de humildad. En mi caso, bienvenida sea.

RECUERDA:

1.- ¿Sigo a Jesús o me enfrento a él porque su mensaje denuncia mi falta de entrega a los demás?
2.- ¿Mi vida son los actos que dan testimonio de mi amor a Dios y a los demás, o por el contrario solo es palabra y mensaje vacío de verdad y de contenido?
3.- ¿Me gusta tener buena fama hasta el punto en el que se convierte en un pilar fundamental de mi vida?

¡Gracias, Señor, porque es en la vida donde nos enseñas y nos citas al encuentro contigo para acoger tu liberación y ser testigos de ella en nuestros ambientes!









MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Quinto día



Por si os sirve os dejaré durante los ocho días de oración por la Unidad de los Cristianos este material de la Conferencia Episcopal Española por si podéis / queréis llevarlo a la oración.

¡MUCHAS GRACIAS POR TANTO!


Fortaleza: partir el pan para el viaje
Hechos 27, 33-36
«En tanto amanecía, rogó Pablo a todos que tomaran algún alimento: “Hoy hace catorce días —les dijo— que estáis en espera angustiosa y en ayunas, sin haber probado bocado. Os aconsejo, pues, que comáis algo, que os vendrá bien para vuestra salud; por lo demás, ni un cabello de vuestra cabeza se perderá”. Dicho esto, Pablo tomó un pan y después de dar gracias a Dios delante de todos, lo partió y se puso a comer. Los demás se sintieron entonces más animados, y también tomaron alimento».
Salmo 77
Marcos 6, 30-44
Reflexión
La invitación de Pablo a comer es una exhortación a los que están en la barca a fortalecerse para lo que les espera. Este tomar el pan marca un cambio de actitud, ya que los que están en la barca pasan de la desesperanza al valor. De un modo parecido, la Eucaristía o la Cena del Señor nos provee de pan para el viaje y nos reorienta a la vida en Dios. Nos fortalece. El partir el pan —que está a la base de la vida y del culto de la comunidad cristiana— nos edifica mientras nos comprometemos con el servicio cristiano. Anhelamos el día en que todos los cristianos podamos compartir en la misma mesa de la Cena del Señor y fortalecernos con un mismo pan y un mismo cáliz.
Oración
Dios de amor, tu Hijo Jesucristo partió el pan y compartió el cáliz con sus amigos la víspera de su pasión. Que podamos crecer juntos en la comunión. Siguiendo el ejemplo de Pablo y de los primeros cristianos, fortalécenos para construir puentes de compasión, solidaridad y armonía. En el poder del Espíritu Santo, te lo pedimos en el nombre de tu Hijo, que entregó su vida para que todos tengamos vida. Amén.
22 de enero de 2020.
MIÉRCOLES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
5º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Juan 12, 24-26.

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.
 



    Hoy es día de fiesta. Para los que viven en Valencia ciudad, además, es Solemnidad y por lo tanto precepto. Para los que estamos en otros pueblos, una fiesta para tener en cuenta puesto que el evangelio nos va ayudar a reflexionar, hoy, de una manera muy especial sobre cómo es nuestra entrega. Sí, cómo es la entrega de nuestra vida, no sólo a Dios sino, también, a todos los hombres y mujeres que nos rodean.

    Pero pongámonos en situación. Jesús está hablando con sus apóstoles y está utilizando un símil, una comparación: la del grano de trigo. Si éste no cae en tierra no germinará y por lo tanto no dará fruto ¿qué les está diciendo a sus discípulos? Que si el Hijo del Hombre, osea él, no muere (no cae en tierra) es imposible que dé fruto. Es imposible que el amor venza el mal y la muerte, es imposible que la Vida Eterna que habíamos perdido se restaure de nuevo ¿Lo entendieron sus apóstoles? A la vista de lo acontecido el día de viernes de santo podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que no.
Si lo hubiesen entendido ¿qué sentido tiene que lo dejasen solo morir en la cruz? ¡ninguno!

    Pero, hoy, tenemos que dar un paso más allá. Porque una vez explicado nosotros sí podemos entenderlo más fácilmente, pero Cristo no quiere quedarse ahí. Con esta parábola Cristo nos está pidiendo algo más. Qué nos está pidiendo: es muy fácil.
¿Os acordáis de aquella otra afirmación que Jesús lanza varias veces a lo largo de su vida y que dice así: “quien quiera guardar su vida la perderá, mientras que aquel que la pierda la ganará”?
Pues bien, esa afirmación y la de hoy son idénticas. Si tu guardas tu vida, si no caes en tierra no puedes dar fruto, con lo que la pierdes. Dicho de una manera más fácil y en castellano llano: si no damos la vida por los demás, si sólo vivimos para nosotros solos, no sólo no daremos fruto sino que perderemos la Vida, la Vida con mayúsculas, la Vida eterna. Así que preguntante: ¿yo pierdo la vida poniéndola en disposición de quien más la necesite?

    Es muy egoísta y un sin sentido estar celebrando la figura de san Vicente, mártir, en el día de hoy y no hacerse esta pregunta. Hoy celebramos a un hombre que entregó su vida por dar a conocer el Evangelio de Cristo. De hecho, llegó a ser diácono, él quería ser ejemplo de Cristo en el mundo. Quería hacer visible con sus actos el amor que Dios nos tiene. Puso a Jesús en el centro de su vida. Tanto es así que no dudó en morir, literalmente, dejó que lo mataran en lugar de renunciar a su fe, a su credo.
Sin embargo, nosotros siempre andamos ocultando nuestra condición de cristianos por miedo a que nos insulten, a que se rían de nosotros, por miedo a que dejen de hablarnos. Nosotros ern lugar de dar nuestra vida por Cristo y por los demás, preferimos vivir tranquilos, vivir bien, a nuestro aire sin tener que involucrarnos, no sólo con la palabra de Dios sino también con las necesidades de los demás.
¿Puedo afirmar que esto es la vida propia de un cristiano? ¿puedo decir que, como el trigo, estoy cayendo en tierra para dar fruto? ¿no será más bien que ando guardando mi vida por miedo a perderla?

Ojalá que el Señor nos dé la fuerza necesaria para pasar nuestra vida poniéndola al servicio de los demás.

RECUERDA:

1.- ¿Pongo la Palabra de Dios en el centro de mi vida?
2.- ¿Antepongo a los demás y sus necesidades a todas las cosas en mi vida?
3.- ¿Qué cosas ajenas a Dios llenan nuestro corazón?

¡Señor, contágianos tu misericordia y prácticas compasivas!













MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Cuarto día


Por si os sirve os dejaré durante los ocho días de oración por la Unidad de los Cristianos este material de la Conferencia Episcopal Española por si podéis / queréis llevarlo a la oración.

¡MUCHAS GRACIAS POR TANTO!


Confianza: No temáis, creed
Hechos 27, 23-26
«Pues anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y sirvo, y me dijo: “No temas, Pablo. Has de comparecer ante el emperador, y Dios te ha concedido también la vida de tus compañeros de navegación”. Por tanto, amigos, cobrad ánimo, pues confío en Dios, y sé que ocurrirá tal como se me ha dicho. Sin duda, iremos a parar a alguna isla».
Salmo 56
Lucas 12, 22-34
Reflexión
En medio de la tempestad el ánimo y la esperanza de Pablo contradecía el miedo y la desesperanza de sus compañeros de viaje. Nuestra vocación común a ser discípulos de Jesucristo conlleva ser signo de contradicción. En un mundo desgarrado por los miedos, somos llamados a permanecer firmes como testigos de esperanza poniendo nuestra confianza en la providencia amorosa de Dios. La experiencia cristiana nos enseña que Dios escribe recto con renglones torcidos y sabemos que, contra todo pronóstico, no nos ahogaremos ni perderemos, ya que el amor fiel de Dios permanece para siempre.
Oración

Dios todopoderoso, nuestro sufrimiento personal nos lleva a gritar de dolor
y nos estremecemos de miedo cuando experimentamos la enfermedad,
la angustia o la muerte de los seres queridos.
Enséñanos a confiar en ti.
Que las Iglesias a las que pertenecemos sean signos de tu solicitud providente.
Haznos verdaderos discípulos de tu Hijo que nos enseñó a escuchar tu palabra
y a servirnos unos a otros.
Te lo pedimos con confianza,
 en el nombre de tu Hijo y en el poder del Espíritu Santo.
 Amén.
21 de enero de 2020.
MARTES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
4º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 2, 23-28.

Sucedió que un sábado Jesús atravesaba un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas.
Los fariseos le preguntan:
«Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?».
Él les responde:


«¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, como entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que sólo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a los que estaban con él?».
Y les decía:
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado».


    El Evangelio de hoy nos presenta un tema apasionante. Una dicotomía que está muy presente en nuestra vida: ¿Hemos de vivir ateniéndonos constantemente a las leyes, y por lo tanto, llevar una vida esclavizados por ellas? O, por el contrario, ¿tenemos que vivir al margen de toda ley?
Estas preguntas nos las hemos formulado constantemente en nuestra vida, no me cabe duda alguna. Es más, no me equivoco si afirmo que en esta dicotomía es donde se juega nuestro presente.
¿Cómo superar esta eterna batalla? ¡Mirando el actuar de Jesús!
 No es nada fácil, pero es lo que nos corresponde como seguidores suyos. Y no es fácil porque si miramos el actuar de Jesús y queremos ser coherentes en nuestra vida esto nos llevará al mismo tiempo a ser muy exigentes, a tener que hacer un gran esfuerzo por no caer en la incoherencia de vida y por lo tanto ya que miramos el actuar de Jesús, llevarlo a cabo nosotros también.
Jesús siempre mira el bien de las personas y lo único que desea es favorecer a quien encuentra necesitado, aunque sea yendo más allá de la ley. Su única ley es el amor. San Agustín lo concretó en esa célebre frase: “ama y haz lo que quieras”.

Por lo tanto, nuestra primera pregunta de hoy no se hace esperar: ¿nosotros también vivimos centrados en favorecer a nuestros hermanos y hermanas? O, por el contrario, ¿nuestro corazón está lleno de cosas ajenas a Dios? Cuando esto ocurre, cuando llenamos nuestro corazón con cosas ajenas al amor de Dios, con cosas ajenas a su Palabra, abundan, en nosotros, los juicios a los demás, olvidando que Dios es el único que sabe lo que hay en cada uno.
Por lo tanto, dirijamos nuestra mirada al Padre y dejemos que sea Él quien mire cada corazón. También puede haber rencores que nos alejan de determinadas personas. Rechazos instintivos a otros…Es preciso, como seguidores de Jesús, examinarnos desde el fondo del corazón y buscar ser fieles a lo que Él espera de nosotros. Ese es Dios: alguien que desea ver en el corazón de cada uno el reflejo de su amor y encontrar en cada uno la fidelidad fruto de ese amor nuestro.
Por eso, no duda en anteponer el hombre y sus necesidades a las leyes. Porque él mira el por qué y el para qué de las leyes, mira las necesidades de los demás y sabe que no pueden existir leyes contrarias al amor y a la donación, contrarias al perdón, a la vida y a la misericordia por y para los demás.

No se trata de caer en un relativismo o relajación moral, un mal muy extendido en nuestra sociedad. Se trata de entender y vivir la ley, como Jesús la vivió. Él no es de la escuela del relativismo; tampoco del legalismo. Él es esclavo de hacer el bien a las personas. Su actuación está dirigida por el amor. A ello nos invita constantemente en su evangelio y esa debe ser muestra opción preferencial a lo largo de nuestra vida: amar a los que viven a nuestro lado y buscar constantemente su bien, su felicidad ¿Cómo lograremos esto? Amando a Dios sobre todas las cosas y como decíamos al principio de la reflexión de hoy, poniendo su Palabra en el centro de nuestro corazón y llenándonos de ella.

RECUERDA:

1.- ¿Pongo la Palabra de Dios en el centro de mi vida?
2.- ¿Antepongo a los demás y sus necesidades a todas las cosas en mi vida?
3.- ¿Qué cosas ajenas a Dios llenan nuestro corazón?

¡Ayúdanos, Señor, a que aprendamos de Jesús a vivir con libertad y confianza evangélicas!


MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Tercer día.





Esperanza: El mensaje de Pablo
Hechos 27, 22.34
«De todos modos, os recomiendo ahora que no perdáis el ánimo, porque ninguno de vosotros perecerá, aunque el buque sí se hundirá… ni un cabello de vuestra cabeza se perderá».
Salmo 27
Mateo 11, 28-30
Reflexión
Como cristianos pertenecientes a Iglesias y tradiciones que no están plenamente reconciliadas unas con otras, frecuentemente nos desanimamos por la falta de avance en nuestra caminar hacia la unidad visible. Incluso algunos han abandonado toda esperanza y ven esta unidad como un ideal inalcanzable. Otros ni siquiera ven la unidad como parte necesaria de su fe cristiana. Recemos por el don de la unidad visible con fe perseverante, paciencia constante y esperanza firme, confiando en la providencia amorosa de Dios. La unidad es la petición del Señor para la Iglesia y él nos acompaña en este viaje, por eso no dejará que nos extraviemos.
Oración

Dios de misericordia, perdidos y desalentados nos volvemos hacia ti.
Infunde en nosotros el don de la esperanza.
 Que nuestras Iglesias esperen y se esfuercen por la unidad
 por la que oró tu Hijo en la víspera de su pasión.
Te lo pedimos por Jesucristo que vive y reina contigo y el Espíritu Santo
 por los siglos de los siglos.
Amén.
20 de enero de 2020.
LUNES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
3º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 2, 18-22.

En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:


«¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al novio, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
 


    Hoy podemos disfrutar de este evangelio de san Marcos que es, sin duda alguna, belleza exquisita. La Palabra, el Verbo, el propio Jesucristo aparece, hoy, compartiendo la vida con nosotros como “novio”. ¡Como aquel que hace posible que la vida humana tenga su banquete! “¿es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”

Vamos con una pequeña clase de filología (Hna. Begoña, prepárese que vamos a recordar viejos tiempos no tan lejanos). Etimológicamente la palabra novio viene del latín Novius y ésta a su vez de Novus, que significa nuevo o nueva. Visto lo cual, al adaptarla al español se define como la “nueva persona en la vida de alguien”. ¡INSUPERABLE!, el deseo de Dios de tocar y embellecer el corazón del ser humano, le lleva a volcarse y estar presente en su vida hasta hacerse historia, la única historia creíble que da sentido y la hace digna. La manera que tiene de hacernos hombres y mujeres nuevos, de hacernos “novios y novias” para el mundo entero, para los demás, sobre todo, para aquellos que más nos necesitan ¿no es maravilloso?

Jesús se presenta como el Novio. La novedad está en que habiendo tomado nuestra debilidad (el odre viejo) entra en nuestra realidad “como esa persona nueva” y la transforma (odres nuevos), la hace fiesta. Nos hace hombres y mujeres que hemos muerto para el pecado y nacido para la Vida Nueva. El viejo Adán y la vieja Eva han dado paso a Cristo, “el Hombre Nuevo”. Ese hombre nuevo que nos da la Vida. La Vida que no pasa, la vida que está abierta al amor, la vida abierta a dar testimonio de la experiencia de Dios en toda nuestra existencia. Gracias a este novio, hombre nuevo, que es Cristo recibimos esta invitación a la fiesta del Reino. Una invitación, eso sí, que conlleva más que sacrificios y holocaustos, un amor desinteresado hasta las últimas consecuencias. Unas consecuencias que todos conocemos. Esas consecuencias quedan selladas en la cruz “cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí”.  Pero selladas por amor. ¿Estamos dispuestos a aceptar esta invitación que nos hace hoy Jesús?

Aceptar esta invitación requiere que nos alejemos de esa actitud tan humana que vemos en la primera lectura del día de hoy y que os invito a leer para poder reflexionar (Samuel 15, 16-23). En ella vemos la actitud tan típica nuestra del “yo quiero, yo puedo, yo hago”. Lo que podemos llamar el “síndrome del poder”. Todo lo hago por mí: por mi propia fuerza, por mi propia sabiduría, por mi propio bien… en definitiva, vivimos una vida pensada en nosotros donde nos olvidamos de los demás, tanto nos olvidamos de los demás que nos acabamos olvidando del mismísimo Jesucristo. Algo así le pasa, hoy a Saul, en la lectura del libro de Samuel. Éste le recrimina que, habiendo sido el hombre escogido por Dios para guiar a su pueblo, se centra sólo en sí mismo, en su propio éxito, olvidándose, no sólo de Dios sino, también, del pueblo que se le ha dado como heredad para poder guiar. Cuando esto nos sucede, y no podemos obviar que nos pasa a todos y todas muy a menudo, nuestra alianza (entendiendo por alianza ese pacto que adquirimos con Dios de convertirnos en testigos y testimonios de su amor), como digo, esa alianza que en un principio es de Amor: de Dios a mí y de mi parte a Él y a todos los que me rodean, acaba mirando sólo en una dirección, en la dirección del “yo mismo” y sí, es cierto, aunque nos puede llevar a la fama no podemos dejar pasar que nos oscurece el corazón ¿es eso lo que queremos?

Cuando sólo vivimos preocupados por dejar constancia de lo que hacemos, nuestra vida se convierte en un “mercado central” o una “feria de muestras”, donde presentamos el muestrario de nuestra valía, de nuestros esfuerzos, exigiendo como garantía el reconocimiento y la aprobación. Pero para Dios la vida sólo puede tener una meta: ser alcanzados en el corazón por el Dios de las promesas, el que nos acompaña en nuestro día a día invitándonos a ser un “hombre o una mujer NUEVOS” para ser lugares de acogida, perdón, misericordia, asequible para el que pasa o está a nuestro lado.
Por eso “no ayuna el amigo del novio”, porque al lado de Cristo nada nos falta ni an nosotros, que todo lo recibimos de él, ni a los que nos rodean puesto que nosotros, también, nos comportamos como esos otros “cristos” que nuestra sociedad necesita para hacer presente el amor de Dios en nuestra vida.

RECUERDA:

1.- ¿Vivo el síndrome del poder?
2.- ¿Acepto la invitación de Cristo de convertirme en el novio y novia de la gente que me rodea?
3.- ¿Vivo mi relación con Dios como el mi verdadero novio o novia de modo que me transforme en ese hombre nuevo que dé la vida por los demás?

¡Ayúdanos, Señor, a vivir y agradecer cada día como oportunidad de crecimiento y de cambio!

MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Primer día.




Reconciliación: Tirar la carga por la borda
Hechos 27, 18-19. 21
«Al día siguiente, como arreciaba el temporal, los marineros comenzaron a aligerar la carga. Y al tercer día tuvieron que arrojar al mar, con sus propias manos, el aparejo de la nave… Hacía tiempo que nadie a bordo probaba bocado; así que Pablo se puso en medio de todos y dijo: “Compañeros, deberíais haber atendido mi consejo y no haber zarpado de Creta. Así hubiéramos evitado esta desastrosa situación”».
Salmo 85
Lucas 18, 9-14
Reflexión
Como cristianos de diferentes Iglesias y tradiciones tenemos que lamentar que a lo largo de los siglos hemos ido acumulando una carga excesiva de desconfianza mutua, de amargura y de recelo. Damos gracias a Dios por el nacimiento y el crecimiento del movimiento ecuménico en el siglo pasado. Nuestros encuentros con cristianos de otras tradiciones y nuestra oración común por la unidad nos animan a buscar el perdón mutuo, la reconciliación y la aceptación. No debemos permitir que la carga de nuestro pasado nos impida acercarnos unos a otros. ¡Es voluntad de Dios que soltemos la carga para dejar que Dios actúe!
Oración
Dios que perdonas, líbranos de nuestra memoria herida por el pasado, que daña la vida de nuestras Iglesias. Condúcenos a la reconciliación, para que, a través del Espíritu Santo, podamos superar el odio con amor, la ira con amabilidad y los prejuicios con confianza.
Lo pedimos en el nombre de tu Hijo amado, nuestro hermano Jesús.
 Amén.

MATERIAL PARA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Segundo día.



Iluminación: Buscar y mostrar la luz de Cristo
Hechos 27, 20
«El sol y las estrellas permanecieron ocultos durante muchos días y, como la tempestad no disminuía, perdimos toda esperanza de salvarnos».
Salmo 119, 105-110
Marcos 4, 35-41
Reflexión
Cristo es nuestra luz y nuestro guía. Sin la luz y la guía de Cristo nos desorientamos. Cuando los cristianos pierden de vista a Cristo, se vuelven miedosos y se separan unos de otros. Por otro lado, muchas personas de buena voluntad que están fuera de la Iglesia no son capaces de ver la luz de Cristo, ya que a causa de nuestras divisiones los cristianos reflejamos la luz de Cristo con menos claridad y, a veces, incluso la ocultamos. Al buscar la luz de Cristo, nos vamos uniendo más unos a otros y reflejamos mejor esta luz, volviéndonos verdaderamente un signo de Cristo, luz del mundo.
Oración
Oh, Dios, tu palabra es luz para nuestros pasosy sin ti nos perdemos y nos desorientamos.Ilumínanos, para que por medio de tu palabra podamoscaminar por tu senda.Que nuestras Iglesias anhelen tu presencia que guía, consuela y transforma.Danos honestidad para reconocer aquellos momentos en que hacemos difícil que otros puedan ver tu luz;y danos la gracia que necesitamos para compartir tu luz con los demás.Te lo pedimos en el nombre de tu Hijo,que nos llama a nosotros, sus discípulos, a ser luz del mundo. Amén.
19 de enero de 2020.
DOMINGO DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
2º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Juan 1, 29-34.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo:


«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.
Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».


    Volvemos a situarnos instantes después del bautismo de Jesús que celebrábamos y escuchábamos la semana pasada. En los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, el bautismo que celebra Juan con Jesús está claramente definido como un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Pero en el cuarto evangelio, (que es el que nos corresponde hoy, el del evangelista san Juan, la principal función que asigna a el Bautista no es la de bautizar, (de hecho, ni siquiera se dice que bautice a Jesús), ni la de predicar el cambio de orientación a la vida, ¡convertíos!, ni la de ser el héroe que denuncia a los príncipes y muere mártir. La función que se asigna, una vez recibido el bautismo, es la de dar testimonio de Jesús.

    Si nos fijamos en la figura de Juan el Bautista es la primera persona a la que el cuarto Evangelio presenta como testigo de lo que experimentó con Jesús en el bautismo. De hecho en la lectura de hoy podemos ver tres afirmaciones cruciales que nos presentan a Jesús como nuestro Salvador: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; “He visto al Espíritu bajar, como una paloma que viene del cielo, y permanecer sobre él”; “Y yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios”. Por lo tanto, lo que está haciendo es presentarnos, una vez más, a Jesús como el verdadero Mesías.  Pero… y nosotros ¿somos capaces de reconocer que Jesús es nuestro salvador porque nuestro Dios Padre, que se manifiesta humanamente en él, es salvador definitivo del mundo? Nosotros que también hemos recibido el bautismo ¿nos hemos convertido en verdaderos testigos del amor que Dios nos tiene? o por el contrario ¿sólo concebimos el bautismo como un sacramento que me limpia de mis pecados pero que no ejerce ninguna otra función en mí?

    Llama la atención ver como después del acontecimiento del Bautismo de Jesús, Juan narra la llamada y la vocación de los discípulos de Jesús. Teniendo en cuenta que en los evangelios además de narrar la vida de Jesús se busca educar a los primeros cristianos y que todo se ve a la luz de la Resurrección de Jesús, porque hasta entonces nada tenía sentido, no cabe duda que el evangelista de hoy, san Juan, busca que nosotros tomemos conciencia de esta “característica apostólica” que tiene el bautismo y como nos tiene que llevar a dar nuestra vida por ser testigos del amor de Cristo en nuestra vida. Quiere sin duda que tomemos conciencia que gracias al Bautismo nosotros, como el Bautista, también, recibimos la fuerza necesaria para ser sus discípulos. Ahora sólo cabe preguntarse si estamos dispuestos a ello.

    Debemos tomar conciencia que el mesianismo de Jesús es un mesianismo entrañable, esto es, dar la vida por los demás, por los más necesitados y atribulados. Es la máxima expresión de la ternura y del amor de Dios, de ahí que afronte sin cortapisas la violencia, la injustica, la experiencia del mal y del pecado de los demás; de ahí, que la manera de afrontar esto sea desde la bondad del corazón y desde la oferta de la conversión y la reconciliación. Esa es la verdadera dimensión del discípulo: amar a los demás, perdonar y dar testimonio. Esa es la dimensión y la función que nosotros, también, recibimos en el bautismo como hoy estamos viendo gracias a este Evangelio, pero ¿vivo en esta clave mi apostolado? ¿me siento verdadero discípulo de Jesús?

    Ojalá que como Jesús, gracias a este sacramento recibido, nosotros, también, seamos personas que desde la sencillez, desde la vulnerabilidad y debilidad asumidas y desde el espíritu de la no violencia, nos convirtamos en signos de misericordia y contradicción que escandalizan a aquellos que actúan desde la violencia, la negación de Dios, el egoísmo o la vanidad.
Ojalá que nosotros seamos un testimonio vivo del amor de Dios en nuestra vida para que todo aquel que entre en contacto con nosotros, sea capaz de reconocer en nuestra persona que somos luz, imagen y reflejo de ese Dios que en Jesucristo se hizo hombre para demostrarnos su infinito amor y darnos su salvación.

RECUERDA:

1.- ¿Vivo el bautismo en clave del apostolado?
2.- ¿Puedo ser considerado un verdadero discípulo de Jesús?
3.- ¿Pongo mi vida a disposición de quien más me necesite en cada momento olvidándome de mí y negándome a mí mismo como hace el propio “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”?

¡Ayúdanos, Señor, a no escandalizarnos del Evangelio, sino a dejarnos seducir por él!
18 de enero de 2020.
SÁBADO DE LA I SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
COMIENZA EL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 2, 13-17.

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice:
«Sígueme».
Se levantó y lo siguió. 


Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían.
Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:
«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y les dijo:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».


    Sin duda estamos ante uno de los evangelios más hermosos con los que podemos encontrarnos, el evangelio de la vocación o de la llamada de Leví.
Es un texto que sin duda alguna pone de manifiesto cosas importantes que aunque damos por sabidas en nuestra vida y a la hora de vivir y de experimentar nuestra fe, debemos recordar, a menudo, pues lo que más sabemos más pronto solemos olvidarlo.
Con la llamada de Jesús a Leví estamos recordando que Jesús. También, nos llama a todos y cada uno de nosotros. Hoy nosotros somos ese Leví al que Jesús visita y le dice: “Ven y sígueme”. Él hoy te está llamando por tu nombre, se hace presente en medio de tu vida, de tu realidad específica para que le sigas, para que lo dejes todo y vayas en pos de él. Eso… eso debe hacernos sentirnos afortunados, no porque sea motivo de vanidad sino de orgullo, de satisfacción. El orgullo y la satisfacción que nos da el sabernos tan amados y respetados por Dios que quiere necesitar de nuestra ayuda para hacerle presente en medio de nuestro mundo. Pero claro, ahora debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a abrirle las puertas de mi vida y aceptar el reto de seguirle? ¿recibes al Señor? ¿te haces el loco ante su llamada para no tener que responderle?
Jesús sale a nuestro encuentro cada día, en nuestra realidad concreta y específica. Sale en las pequeñas cosas, en medio de nuestras limitaciones, debilidades y pecados. No quiere grandes cosas de nosotros, tan solo marcarnos cuál es el camino que debemos seguir si queremos llegar a Dios. Decirnos por dónde debemos caminar si no queremos desviarnos de su amor. Luego desde nuestra más estricta libertad nosotros le seguiremos o no, pero no debemos dudar de que él cada día sale a nuestro encuentro, que nos quiere tal como somos y que donde abunda nuestro pecado sobreabunda su gracia de modo que no se separa de nuestro lado, no nos abandona jamás y siempre está pendiente de nuestras necesidades, dándonos todo aquello que necesitamos para poder llevar a buen término esta labor que él nos propone: “Seguirle”. De hecho, él lo recuerda en el Evangelio de hoy: “no necesitan médico los sanos sino los enfermos”, de manera que sabiendo de nuestras limitaciones no quiere abandonarnos jamás. Entonces… ¿por qué nos cuesta tanto abandonarnos a él?

Pero el Evangelio pone de manifiesto más realidades que no debemos obviar en el día de hoy. Y éstas están muy relacionadas con esta última afirmación de Jesús a esos publicanos que se escandalizaban de ver a Jesús comiendo con publicanos y pecadores. Porque si está claro que “no necesitan médico los sanos sino los enfermos”, ¿por qué nos escandaliza que Jesús nos ame a todos por igual? ¿por qué nos duele que Dios nos ame a todos sin excepciones y dé la vida por todos los hombres y mujeres de este mundo?

Pero esta afirmación de Jesús, también, debe hacer que nos cuestionemos cuál es nuestra relación con los demás. Seguir a Jesús es hacer presente su amor en medio de este mundo, y hacerlo presente amando a TODOS LOS QUE NOS RODEAN COMO ÉL NOS AMA A CADA UNO DE NOSOTROS ¿por qué nos cuesta tanto amar a todas las personas? ¿por qué siempre estamos haciendo separaciones y distinciones entre unos y otros? Esto es totalmente contrario a lo que Dios nos pide por medio de Jesús cuando nos dice: “Ven y sígueme”.
Nos pide que vayamos a las fronteras, a los límites de lo que la sociedad considera aceptable. Por lo tanto, debemos fijar nuestra atención en quien verdaderamente lo necesita, imitar a Jesús e ir en busca de los excluidos, los marginados, los olvidados. Debemos ser como Levi, rápidos en nuestra respuesta a la llamada de Dios. Y no debemos tener miedo de que nos juzguen por frecuentar lo que algunos llaman “malas compañías” porque precisamente ahí es donde más falta hace la presencia del Evangelio.

RECUERDA:

El Señor nos llama, debemos estar dispuestos a seguirle con presteza y, a imitación de Cristo, atender a quienes lo necesitan y, por desgracia, en nuestros días son muchos: refugiados, parados, toxicómanos, mayores que viven solos, jóvenes que no encuentran el camino… ¿Estamos dispuestos a aceptar este reto?