28 de enero de 2020.
MARTES DE LA III SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Marcos 3, 31-35.
En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenia sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre»
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». Quien me conoce bien sabe que tengo una especial predilección por este pasaje de la Sagrada Escritura. Me encanta porque Jesús, una vez más, muestra su amor a todos los que le rodean, muestra como es cercano y como ama a todos los hombres y mujeres de la misma forma sin predilección alguna.
Antes de comenzar, debemos advertir la gran importancia que tenía para los judíos todo lo relativo a la familia y los vínculos que esto generaba. Algo que en la sociedad de hoy en día no se tiene en cuenta. Es por ello que a Jesús le advierten de la llegada al templo de su familia.
Sin embargo, no podemos olvidar que en Jesús todo se hace nuevo. Por eso no puede extrañarnos que la pregunta de Jesús provoque una gran reflexión sobre la novedad de las relaciones interpersonales que ha venido a realizar. Si en él todo se transforma, como digo, se hacen nuevas todas las cosas, no podían quedar al margen las relaciones personales. Más aún, el vínculo que une a los discípulos es más fuerte y determinante que los lazos de la sangre ¿no es maravilloso? Jesús nos ama a todos por igual, como a su madre. No hace diferencia de personas ni acepciones ¿no es gratificante a la vez que tiene que ser un motivo de esfuerzo en mí para no defraudarle?
Jesús pasa por encima de esa relevancia de la que hablamos y que tenía la familia y origina una novedad de gran valor. ¡ojo no es que tire por tierra la institución familiar, nada más lejos de la realidad! ¡Jesús hace familia suya a todos aquellos que le siguen! «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Y ahora viene la pregunta de hoy ¿puedo considerarme yo hermano, hermana o madre de Jesús? Dicho de otra manera ¿soy de los que cumplen la voluntad de Dios en mi vida? ¿soy de los que viven esa voluntad y la ponen en práctica?
Se nos abre un mundo para analizar, el mundo de nuestra existencia. Hoy es momento para que nosotros nos preguntemos sobre nuestra vida como cristianos y para que no solo vivamos esta “adopción” por parte de Cristo con inmensa alegría, sino que, además, la vivamos con madurez y responsabilidad. Si él abre los esquemas de los lazos familiares, si él me ama como miembro de su familia ¿qué me falta en mi vida y en mis actos para poder cumplir la voluntad de Dios y poner en práctica su Palabra?
Tenemos el reto de amar a Dios sobre todas las cosas y de amar a los demás como familiares nuestros, siempre lo digo, sin caer en la tentación de los favoritismos ni acepciones, sino amando como Jesús nos amó.
Tenemos, por delante, el reto de vivir como familiares de Cristo sabiendo que eso sólo va a depender de nosotros y de la actitud que tomemos en nuestra vida por lo tanto pongámonos en marcha y esforcémonos por vivir como hermanos, hermanas y padres de este Cristo que ha venido al mundo para nuestra salvación.
RECUERDA:
1.- ¿Quiénes son para nosotros nuestros hermanos, nuestras hermanas y nuestras madres?
2.- ¿Cómo podemos testificar nosotros en nuestros ambientes con hechos y palabras la universalidad de los vínculos del amor cristiano y que van más allá del sexo, la raza, la religión, el lugar donde se ha nacido o la situación económico-social de cada uno?
3.- ¿A qué nos reta el Evangelio de hoy?
¡Ayúdanos, Señor, a crear familia humana y fraternidad más allá de toda frontera!