VII DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD.
31 de diciembre de 2019.
TIEMPO DE NAVIDAD - CICLO A - AÑO PAR
¡Paz y bien!

Evangelio según san Juan 1, 1-18.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


    Ponemos punto final a este año que hoy acaba. Año civil, porque nuestro año cristiano comenzó con el Adviento, pero como vivimos dentro de una sociedad debemos, también, cumplir con nuestras normas, como hicieron María y José a lo largo de su vida. De hecho el nacimiento de Jesús les sorprendió cumpliendo con su obligación de empadronarse como todos los ciudadanos de la ciudad.

    Así pues, antes de finalizar este año debemos de situarnos de nuevo ante nuestra realidad de cristianos y preguntarnos cómo vivimos esta condición inherente a nuestra persona. Dicho de otra manera (que hoy estoy muy enrevesado) ¿vivo verdaderamente en mi vida la Encarnación del Hijo de Dios? No es circunstancial que hoy volvamos a escuchar el evangelio en le que Juan nos narra el nacimiento del Hijo de Dios.  Y hoy deberíamos poner el acento en dos ideas que Juan remarca en su texto.

La primera de ella: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”.
Vivimos en un momento donde sólo aquello que es palpable, comprobable, medible… es real. Lo demás queda en el mundo de las ideas y lejos de lo que decía Platón para nosotros no existe. Sin embargo, Dios trasciende todo lo tangible. Dios es Amor, Justicia, Perdón, Acogida, Entrega y aunque eso no se puede medir, tocar ni palpar cuando se hace presente en nuestras vidas si que nos transforma, sí que nos ayuda a vivir como verdaderos hijos de Dios, por lo que debemos preguntarnos: ¿verdaderamente yo vivo esta condición de Dios en mi vida? ¿Concibo a Dios como la Misericordia sin medida, como Aquél que se entrega de una manera desinteresada por mi salvación? ¿Es Dios quien ilumina mi vida, mis obras y mi manera de amar y de mirar a los demás?
Si no vivo a Dios como mi modelo de vida, sino acojo su Palabra como esa semilla que me transforme, de nada sirven estos días de fiesta que estamos celebrando.
Si por el contrario acogemos la Palabra de Dios, vivimos según la voluntad de Dios, no sólo estamos cumpliendo con nuestra condición de cristianos, sino que además hacemos honor a la segunda idea que san Juan remarca en su evangelio de hoy.

    La segunda idea es: “Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios”.
Con ella, Juan, no sólo se refiere a los pastores que acogieron el mensaje de los ángeles y dieron testimonio del nacimiento de Jesús, sino que además se refiere a cada uno de nosotros.
No podemos olvidar que nosotros hemos nacido de Dios y que por lo tanto nuestra manera de obrar en la vida debe reflejar esa condición nuestra.

Juan quiere recordar que todos aquellos que “han nacido de Dios”, asumen un modo de ser que surge de la acogida de su Palabra y de su Amor y se manifiesta con idénticas actitudes que Jesús, el Verbo eterno hecho humano, dicho de otra manera: nos convertimos en imagen de Cristo, en reflejo de la luz de Dios, o como a mí me gusta expresar: “en esos otros “cristos” que nuestra sociedad necesita con urgencia para conocer el amor que Dios nos tiene”.
 “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Esta humanización del Verbo, el Hijo eterno del Padre, marca la radical renovación de la condición humana. No se puede entender la vida del bautizado si se olvida esta realidad. Lo cristiano está marcado por el misterio del Verbo encarnado que hace de cada uno de los que le acogen, un signo de su presencia. Unidos a Jesucristo vivimos como personas realmente nuevas, que actúan abriendo caminos nuevos.

En resumen, la Navidad debe ser para nosotros una experiencia sacramental de la obra de la salvación llevada a cabo por el Jesús (el Verbo de Dios), nacido verdaderamente humano de María Virgen, que nos une a sí mismo y no impulsa a ser y actuar como él. El misterio de la Natividad nos afecta en lo más íntimo del ser y afecta a todo nuestro mundo de relaciones y compromisos, siendo todos ellos un claro ejemplo en nosotros de la misma obra de la salvación.

RECUERDA:
1.- ¿Vivo así la Navidad?
2.- ¿Me convierto en acogida y amor para los que me rodean?
3.- ¿Podemos y queremos hacer partícipes a los demás de la tierna hondura de la presencia de Jesús entre nosotros?

¡Alégrese el cielo, goce la tierra!
¡FELIZ NAVIDAD!

Hilario Javier