13 de enero de 2020.
LUNES DE LA I SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 1, 14-20.

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo:

«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación, los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.



    Comenzamos el tiempo Ordinario de este año litúrgico. Un tiempo donde no celebramos nada especial pero que no puede llevarnos, por ese motivo, a vivir en la rutina y la desidia. Al contrario, tenemos la suerte de poder celebrar cada día la Eucaristía y de vivir junto a Jesús su día a día, su cotidianeidad, una cotidianeidad que nos llevará  a conocerle mejor, conocer mejor a él y su mensaje del reino de los cielos. Y que mejor manera de empezar este tiempo ordinario que escuchando esa llamada que hoy nos hace a seguirle.

    De hecho, hoy, nosotros también somos llamados como lo fueron sus discípulos y que san Marcos nos relata de una manera maravillosa en este evangelio. Tú hoy eres ese Simón, Andrés, Santiago y Juan que han sentido la llamada de Jesús a seguirle mientras estaban trabajando.

    Y es que la llamada de Jesús no tiene porque ser algo espectacular, lleno de artificios. Nuestro Dios con lo humilde que es nos llama desde la sencillez, desde lo pequeño. Nos llama en nuestro día a día a seguirle y poder dar la vida por Él. No es necesario que tú tampoco hagas grandes cosas, majestuosas, extraordinarias y artificiosas. Vale con que, en tu entorno, en medio de aquellos que te rodean lo hagas presente con tus gestos, con tus palabras y con tus obras; no podemos olvidarnos de nuestras obras. Ellas dotan de sentido nuestro discurso y nos hacen no caer en la mera palabrería y charlatanería. Estamos muy acostumbrados a escuchar a personas cuyas vidas poco o nada demuestran el discurso que luego intentan transmitir, de modo que no convencen ¿podemos permitirnos nosotros este lujo en nuestro día a día? ¡No!

    Y para que esto no ocurra, no nos ocurra lo primero que tenemos que vivir es una transformación de nuestra vida, de nuestro día a día. Es transformación se dará si vivimos como hombres y mujeres de Dios. Si convertimos nuestra vida en el Evangelio de Cristo vivido por mí. De ahí, que lo primero, que Cristo nos pide es que nos “Convirtamos y creamos en el Evangelio”. Si esto no se da en nuestra vida ¿cómo vamos a enseñar a los demás el infinito amor que Dios nos tiene? ¿cómo vamos a transmitir a los que nos rodean la verdadera paz y felicidad que como cristianos debemos vivir? ¡IMPOSIBLE! Por todo esto, lo primero que debo preguntarme es si me creo y vivo el Evangelio de Cristo. 


    En segundo lugar, y si verdaderamente vivo y creo la Palabra de Dios, tengo que dejarlo todo y seguir al autor de la vida. Debo seguir a Dios desde ese Cristo que ha venido a nuestro encuentro.

    Aquí nos encontramos, en mayor o menos manera, con dos problemas. El primero, La exigencia de dejarlo todo ¿estoy dispuesto a dejarlo todo por el seguir a Jesucristo? Y para Cristo, dejarlo todo significa, eso, dejarlo todo: riquezas, comodidades, tierra, casa, hogar… todos esos apegos que nos llevan a vivir una vida que en muchas ocasiones está muy alejada del infinito amor que Dios nos tiene. No significa que despreciemos a nuestros, padres, madres, hijos, amigos… ¡eso es impensable para Dios! Pero sí significa que ellos tienen que ser lo primero por lo que demos nuestra vida al igual que debemos darla por todas las demás personas. Muchas veces vivimos cobijados en nuestra familia olvidándonos de los que tenemos a nuestro alrededor, posiblemente por comodidad: mar a los que te aman es más fácil que amar a los que no lo hacen. Quizá por miedo, por no “complicarnos la vida con gente externa a nosotros” o posiblemente porque no nos apetezca. Eso es TOTALMENTE CONTRARIO A DEJARLO TODO POR SEGUIR A CRISTO. Si verdaderamente seguimos a cristo como primea opción en nuestra vida no puede cabernos la menor duda que después amaremos más y mejor a los demás.
Dejarlo todo, también, es dejar egoísmos, avaricias, bienestar, riquezas… en definitiva, hablamos del seguimiento radical a Jesús.

    El segundo problema, es seguir a Jesús. Verdaderamente tengo la confianza necesaria en Jesús como para abandonarme a sus manos sin pedirle nada a cambio sino agradeciéndole siempre esa entrega que ha hecho por mí. De lo contrario, viviré mi seguimiento con miedo, recelos, condiciones y limitaciones… y eso poco o nada tiene que ver con el vivir confiados en Cristo.

Así pues, vivamos con alegría esta llamada que Cristo nos hace a seguirle. Hagámoslo con paz y confianza porque al lado del Autor de la Vida nada nos puede faltar.



RECUERDA:

1.- ¿Creo en el Evangelio de Cristo?
2.- ¿Estoy convencido a dejarlo todo por Él? ¿Qué es lo que me resulta más difícil dejar?
3.- ¿Sigo a Jesús en mi día a día?

¡Ayúdanos, Señor, a abandonar nuestras zonas de confort para seguirte con mayor libertad y generosidad!