VI DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD.
30 de diciembre de 2019.
TIEMPO DE NAVIDAD - CICLO A - AÑO PAR
¡Paz y bien!
Evangelio según san Lucas 2, 36-40.
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Volvemos al evangelista Lucas para ir conociendo los pocos detalles que tenemos del niño Jesús. No hay un evangelista como Lucas para narrar los acontecimientos que vivió Jesús en su infancia.
Pero antes permitidme que os haga una consideración. Está relacionad con la carta del apóstol san Juan, cuyos dos primeros capítulos, podéis leer como primera lectura de las Eucaristías de esta octava de Pascual que estamos viviendo. Ayer, ya hice mención a la misma y es que me parece una carta espectacular que nos enseña a cómo “Caminar en la Luz”, “Vivir como Hijos de Dios” y a hacerlo desde “Las Fuentes de la Caridad y la Fe”. De hecho, si en días anteriores vivimos como debíamos romper con el pecado y guardar los mandamientos, hoy, nos enseña a cómo no caer en las tentaciones del mundo, en palabras del apóstol: “guardarnos de este mundo”.
Así pues, desde aquí os invito a que reflexionéis también y llevéis a la oración estos primeros capítulos de san Juan.
Volviendo al evangelio que hoy nos ocupa, son dos lo momentos que podemos encontrar en él y que nos van a llevar a hacernos una pregunta que ya estuvimos planeándonos en los últimos días del Adviento: ¿Qué Mesías estoy esperando? ¿En qué tipo de Mesías creo?
Estas dos preguntas son de una gran importancia porque como la profetisa Ana que hoy aparece en el Evangelio nosotros, también, estamos llamados a ser testigos y predicadores de la Palabra y del Amor de Dios en nuestras vidas por lo tanto lo primero que tenemos que cuestionarnos es si estamos dispuestos a llevar a cabo esta tarea que Jesús nos propone.
Ana al igual que los pastores son un claro ejemplo de aquello que un día dijo Jesús: “Te doy gracias, Padre, porque has querido revelar estas cosas a los humildes y sencillos”. Sí, hoy ha sido a Ana; una mujer anciana que vivía para anunciar la llegada del Mesías día y noche. Pero, el veinticinco de diciembre fue a unos pastores; gente pobre y humilde, también, los primeros que recibieron el anuncio del ángel para ir a adorar al niño. Con lo que vemos, una vez más, la predilección de Jesús por la humildad y sencillez. Por eso hoy te llama a ti, me llama a mí. Porque a pesar de nuestras limitaciones, a pesar de nuestros pecados, de nuestras dudas de fe, de nuestras perezas y miedos, Jesús quiere que nosotros demos testimonio, a lo largo y ancho de este mundo, de él. Jesús quiere necesitar de nuestra ayuda y eso, francamente, es maravilloso y muy grande. Por eso debes de hacerte esas dos cuestiones: ¿Estoy dispuesto a ayudar a Dios en esta tarea? ¿En que Dios creo? No podemos olvidar que dependiendo del Dios en que creamos, del Mesías que estemos esperando y que en estas Navidades hayamos recibido, así, será nuestra predicación. ¡Es hora de abandonar nuestra comodidad! ¡Es hora de salir al encuentro de los más necesitados de la Palabra de Dios y de su Amor y darlo a conocer!
El segundo momento del Evangelio es aquel en el que vemos, lo que se ha llamado “la vida oculta de Jesús”, son unas breves pinceladas, pero las suficientes para darnos cuenta de cómo Jesús iba creciendo al lado de María y José, en el seno de esa Sagrada Familia que ayer mismo celebrábamos. En estas breves pinceladas de la infancia de Jesús vemos como el “Mesías esperado” vive en la cotidianidad de la vida. Vemos la naturalidad de su desarrollo y evolución como un niño cualquiera sometido a sus padres y al cumplimiento de la ley. Así pues, el texto nos muestra el misterio de la Encarnación de Dios que desmonta todas las falsas imágenes y expectativas que podemos tener de Él. Nada de grandilocuencias ni momentos espectaculares y mágicos. Jesús es un Mesías que adopta nuestra humildad y sencillez, es un Mesías que se iguala a nosotros en todo, excepto en el pecado, con la finalidad de salvarnos sin pedirnos nada a cambio ¿Es ésta la imagen que tú tienes de nuestro Salvador?
Ojalá que en estos días de Navidad el Señor nos otorgue un corazón humilde y sencillo, como el de los pastores o el de Ana, para poder ACOGERLE en la cotidianeidad de nuestra vida. Para poder VERLE entre cada uno de nosotros. Para poder PREDICARLE en medio de nuestro mundo.
RECUERDA:
1.- ¿No serán sagradas tantas familias que lo arriesgan todo por sus hijos emigrando, desplazándose, protegiendo a sus hijos frente a los Herodes de hoy?
2.- ¿No serán sagradas las familias que educan a sus hijos en la solidaridad, en el compartir, en la tolerancia?
3.- ¿No serán sagradas las familias sufrientes y doloridas por tantos proyectos educativos frustrados, porque la vida pega muchos arañazos, pero que asumen con dignidad el ser señaladas por las familias que presumen de armonía y bienestar?
¡Alégrese el cielo, goce la tierra!
¡FELIZ NAVIDAD!
Hilario Javier