20 de enero de 2020.
LUNES DE LA II SEMANA.
TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
3º DÍA DEL OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
¡Paz y bien!

Evangelio según san Marcos 2, 18-22.

En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:


«¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al novio, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
 


    Hoy podemos disfrutar de este evangelio de san Marcos que es, sin duda alguna, belleza exquisita. La Palabra, el Verbo, el propio Jesucristo aparece, hoy, compartiendo la vida con nosotros como “novio”. ¡Como aquel que hace posible que la vida humana tenga su banquete! “¿es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”

Vamos con una pequeña clase de filología (Hna. Begoña, prepárese que vamos a recordar viejos tiempos no tan lejanos). Etimológicamente la palabra novio viene del latín Novius y ésta a su vez de Novus, que significa nuevo o nueva. Visto lo cual, al adaptarla al español se define como la “nueva persona en la vida de alguien”. ¡INSUPERABLE!, el deseo de Dios de tocar y embellecer el corazón del ser humano, le lleva a volcarse y estar presente en su vida hasta hacerse historia, la única historia creíble que da sentido y la hace digna. La manera que tiene de hacernos hombres y mujeres nuevos, de hacernos “novios y novias” para el mundo entero, para los demás, sobre todo, para aquellos que más nos necesitan ¿no es maravilloso?

Jesús se presenta como el Novio. La novedad está en que habiendo tomado nuestra debilidad (el odre viejo) entra en nuestra realidad “como esa persona nueva” y la transforma (odres nuevos), la hace fiesta. Nos hace hombres y mujeres que hemos muerto para el pecado y nacido para la Vida Nueva. El viejo Adán y la vieja Eva han dado paso a Cristo, “el Hombre Nuevo”. Ese hombre nuevo que nos da la Vida. La Vida que no pasa, la vida que está abierta al amor, la vida abierta a dar testimonio de la experiencia de Dios en toda nuestra existencia. Gracias a este novio, hombre nuevo, que es Cristo recibimos esta invitación a la fiesta del Reino. Una invitación, eso sí, que conlleva más que sacrificios y holocaustos, un amor desinteresado hasta las últimas consecuencias. Unas consecuencias que todos conocemos. Esas consecuencias quedan selladas en la cruz “cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí”.  Pero selladas por amor. ¿Estamos dispuestos a aceptar esta invitación que nos hace hoy Jesús?

Aceptar esta invitación requiere que nos alejemos de esa actitud tan humana que vemos en la primera lectura del día de hoy y que os invito a leer para poder reflexionar (Samuel 15, 16-23). En ella vemos la actitud tan típica nuestra del “yo quiero, yo puedo, yo hago”. Lo que podemos llamar el “síndrome del poder”. Todo lo hago por mí: por mi propia fuerza, por mi propia sabiduría, por mi propio bien… en definitiva, vivimos una vida pensada en nosotros donde nos olvidamos de los demás, tanto nos olvidamos de los demás que nos acabamos olvidando del mismísimo Jesucristo. Algo así le pasa, hoy a Saul, en la lectura del libro de Samuel. Éste le recrimina que, habiendo sido el hombre escogido por Dios para guiar a su pueblo, se centra sólo en sí mismo, en su propio éxito, olvidándose, no sólo de Dios sino, también, del pueblo que se le ha dado como heredad para poder guiar. Cuando esto nos sucede, y no podemos obviar que nos pasa a todos y todas muy a menudo, nuestra alianza (entendiendo por alianza ese pacto que adquirimos con Dios de convertirnos en testigos y testimonios de su amor), como digo, esa alianza que en un principio es de Amor: de Dios a mí y de mi parte a Él y a todos los que me rodean, acaba mirando sólo en una dirección, en la dirección del “yo mismo” y sí, es cierto, aunque nos puede llevar a la fama no podemos dejar pasar que nos oscurece el corazón ¿es eso lo que queremos?

Cuando sólo vivimos preocupados por dejar constancia de lo que hacemos, nuestra vida se convierte en un “mercado central” o una “feria de muestras”, donde presentamos el muestrario de nuestra valía, de nuestros esfuerzos, exigiendo como garantía el reconocimiento y la aprobación. Pero para Dios la vida sólo puede tener una meta: ser alcanzados en el corazón por el Dios de las promesas, el que nos acompaña en nuestro día a día invitándonos a ser un “hombre o una mujer NUEVOS” para ser lugares de acogida, perdón, misericordia, asequible para el que pasa o está a nuestro lado.
Por eso “no ayuna el amigo del novio”, porque al lado de Cristo nada nos falta ni an nosotros, que todo lo recibimos de él, ni a los que nos rodean puesto que nosotros, también, nos comportamos como esos otros “cristos” que nuestra sociedad necesita para hacer presente el amor de Dios en nuestra vida.

RECUERDA:

1.- ¿Vivo el síndrome del poder?
2.- ¿Acepto la invitación de Cristo de convertirme en el novio y novia de la gente que me rodea?
3.- ¿Vivo mi relación con Dios como el mi verdadero novio o novia de modo que me transforme en ese hombre nuevo que dé la vida por los demás?

¡Ayúdanos, Señor, a vivir y agradecer cada día como oportunidad de crecimiento y de cambio!