30 de abril de 2020.

JUEVES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 44-51)


“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”



En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

      
      
Día número cuarenta y siete de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Ya queda un día menos. Además, acabamos el mes de abril, último día de este mes que hemos pasado completamente confinados. Todo va a ser para bien, así que no debe de malhumorarnos todo el esfuerzo que estamos haciendo estos días. Por lo que podemos ver, ya va tomando forma la nueva forma de vida que vamos a ir llevando hasta que tengamos la vacuna o el tratamiento que nos ayude a no ser presas fáciles de esta enfermedad. Ahora debemos poner todo el sentido común que la mayoría hemos demostrado en este confinamiento y acostumbrarnos a mantener distancia social, evitar los saludos, las aglomeraciones y demás. Este nuevo estilo de vida, nos guste más o menos, nos ayudará a no caer enfermos y a no contagiar a los demás. Así que todos tenemos que aprender a esta nueva forma de vida. Ni mejor ni peor, sino diferente.
Como siempre digo, pidamos y oremos por todos los fallecidos, familiares y amigos que tan mal lo están pasando. Y por todos aquellos que ponen en riesgo su vida trabajando sin descanso en estos días.

       En cuanto a nuestra reflexión del Evangelio, tras el paréntesis del día de ayer, volvemos a discurso del “Pan de Vida” que estamos leyendo en san Juan. Un discurso que, como veíamos el pasado martes, nos lleva a preguntarnos sobre la importancia de Jesús en nuestra vida. Jesús ese pan que nos sacia tanto a nivel físico como a nivel espiritual. Jesús debe ser ese alimento del cual nos nutramos cada día tanto en la mesa de nuestro hogar, como en la mesa de la Eucaristía. Debe ser ese alimento que nos dé las fuerzas para seguir adelante; pero al mismo tiempo, debe ser el alimento que nosotros también ofrezcamos a los demás, a cuantos nos rodean, de manera que nuestras palabras, obras y sentimientos sean un reflejo de las Palabras, Obras y Sentimientos de Cristo hacia cada uno de nosotros. ¿Nos alimentamos de este pan de vida?

       En estos momentos donde vivimos sentimientos encontrados, por un lado la alegría de la Pascua, por el otro, el miedo o la incertidumbre ante una pandemia hasta ahora desconocida por todos nosotros debemos hacernos una pregunta: ¿Quién es ese Jesús que atrae de esa manera, que llena de alegría y es fuente de vida, una vida nueva e imparable? No podemos olvidar que celebrar la Pascua de Cristo nos tiene que llenar de alegría, él ha dado la vida para que seamos felices para que gocemos de su presencia y ante esta situación no cabe el desánimo, la tristeza o el titubeo. Esta misma manera de afrontar la Pascua es la manera de afrontar este tiempo del coronavirus: desde la tranquilidd que debe darnos el sabernos amados y salvados por Dios, por ese Dios que se ha hecho hombre en Jesucristo y que hoy nos recuerda que es el “Pan de Vida”.

El texto del evangelio de Juan se sitúa en el centro del discurso sobre el Pan de Vida. Toda gira en torno a una de esas siete frases que presentan diferentes imágenes de Jesús como fuente de vida: “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo”. Del escenario del monte, donde había sido la multiplicación de los panes, se cambia ahora a Cafarnaúm. Este discurso, como dije el martes, tiene dos partes: la primera se centra en Jesús como enviado, y cómo la fe es don de Dios y es el camino para llegar al Padre; en la segunda, Jesús es el pan de la vida, el pan eucarístico ofrecido por la vida del mundo, fuente de vida y de comunión.

¿Verdaderamente yo acepto que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Creo en Cristo como Dios hecho hombre para nuestra salvación? ¿Sí? Entonces ¿qué sentido tienen nuestros miedos? ¿Serán falta de fe? ¿será que nos alimentamos de un pan que no es Cristo, sino la buena fama, el dinero, los bienes materiales, mi bienestar particular, mi propio beneficio, mi yo por encima de los demás?
Jesús es enviado por Dios para que nos salve, para que haga tangible su amor hacia nosotros y de nosotros va a depender acogerlo o cerrarle las puertas de nuestro corazón. ¿Lo acogemos como tal? De nuestra libertad va a brotar una respuesta a esta pregunta, solo nosotros vamos a ser los responsables de nuestra respuesta. ¿Tú qué dices?

       Pero, por otra parte, Cristo es el pan Eucarístico. El alimento y sustento de nuestra alma, de nuestro espíritu. Si verdaderamente queremos acogerlo como Hijo de Dios, si verdaderamente queremos poner nuestra vida al servicio de su voluntad y de las necesidades de los demás tenemos que ahondar en nuestra fe. Es muy difícil entregarnos a nuestros hermanos si no lo hacemos desde la fe. De ahí, la importancia de la Eucaristía, del sacramento de nuestra fe. De ahí la importancia de acercarnos con un corazón limpio hasta la mesa del Pan y de la Palabra del Señor, porque es el sacramento que nos va a dar la fuerza necesaria para reconocer en los demás la dignidad, que todos tenemos, de hijos de dios. Porque gracias a este sacramento vamos a poder entregarnos a la Voluntad de Dios, vamos a saber perdonar, amar, no juzgar, ayudar siempre, no hacer acepción ni excepción de personas o de circunstancias. Gracias a ella vamos a saber desprendernos y negarnos a nosotros mismos para vivir en las manos de Aquél que ha venido al mundo para nuestra salvación y desde Él poder servir a todos nuestros prójimos. ¿Cómo me acerco yo a la Eucaristía? ¿Cómo vivo cada día o cada semana el Sacramento de nuestra fe? ¿para mí es la Eucaristía una nueva oportunidad de vivir cada vez más unido a Cristo y a los demás? O por el contrario ¿la vivo para mi propio beneficio y bienestar?

       Cristo es el “Pan vivo que ha bajado del cielo” ¿estoy dispuesto a alimentarme de él?



RECUERDA:

       Jesús es el pan de vida que calma nuestra hambre de sentido, de justicia, de comunión y que nos nutre internamente para humanizar la vida. No es un pan “selecto” que se esconde en una alacena como propiedad de unos pocos elegidos, sino el pan accesible que se arriesga, se parte y reparte para la vida del mundo. La sociedad de consumo nos ofrece otros alimentos sucedáneos que terminan por hacernos sus esclavos sin colmar nuestras ansias de comunión y de plenitud. Este texto tiene unas profundas resonancias eucaristías y nos lleva a hacernos, como comunidades cristianas, preguntas incomodas:

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Cómo nutro yo mi fe? Como comunidad cristiana ¿cómo nutrimos nuestra fe y seguimiento a Jesús?
3.- ¿En qué medida hace este pan de mí una persona cuya vida se entrega con sencillez y alegría a las necesidades del mundo que me rodea y en el que vivo?

¡Ayúdame, Señor, a tomarte cada día como lo que eres: ese pan accesible que se convierte en sustento y alimento de nuestra cotidiana! 



29 de abril de 2020.

MIÉRCOLES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

FIESTA DE SANTA CATALINA DE SIENA, VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA, PATRONA DE EUROPA.

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Mateo (Mt. 11, 25-30)




En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

      
      
Día número cuarenta y seis de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Ya queda un día menos. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Escuchar estas palabras tras todos estos días que llevamos encerrados en casa, tras las muertes que estamos padeciendo, la pandemia que estamos viviendo, el caos financiero que se nos acerca, etc. tienen que ser para nosotros un motivo de esperanza porque sabemos que no estamos caminando solos. Que caminamos unidos a Aquel que tanto nos ama, que mandó a su hijo por nuestra salvación y que venció la muerte para que nosotros no sucumbiésemos a ella. Dios no nos abandona jamás, de hecho, nos pide que acudamos a Él siempre y en todas las circunstancias. Sigamos adelante sin desfallecer porque nada ni nadie puede separarnos de su infinita misericordia. ¡Ánimo que todo esto lo podemos con el Señor! Y como digo cada día pidamos y recemos por aquellos que peor lo están pasando en la actualidad, por todos aquellos que han fallecido y por los que siguen, de manera imparable, trabajando por nuestro bien.

Hacemos, hoy, un alto en el discurso del Pan de Vida que Cristo está pronunciando en estos días y que podemos seguir gracias a la lectura del Evangelio de san Juan y disfrutamos, en esta ocasión de san Mateo. Hoy es la fiesta de santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia que nos deja como legado una vida, totalmente, entregada a la voluntad de Dios, además de valiosos escritos donde se deja ver no sólo su cercanía a Jesús sino su vasto conocimiento sobre él. Un conocimiento que le llevará a saber abandonarse a sus manos con fe profunda y fidelidad constante a lo largo de su vida. Un conocimiento como el que el evangelio de hoy quiere dejar claro en nosotros para que podamos vivir plenamente abandonados a las manos de Aquél de quien sabemos que “bien nos ama”. Fue una incansable luchadora de la unidad de la Iglesia dividida entre Roma y Aviñón, lográndolo por su íntima convicción y confianza en Jesús.

       Conocer a Cristo, como decíamos ayer, nos lleva a reconocerle como el Pan nuestro de cada día, como nuestro alimento no sólo corporal sino, también, espiritual. Pero, además, se nos propone en esta ocasión como el lugar de nuestro descanso, como el lugar donde podemos reparar nuestras fuerzas. La petición de Jesús es muy expresa: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. ¿No es esperanzador y tranquilizador saber que Dios está esperando que recurramos a él para poder descansar? ¿No te hace feliz, plenamente feliz, saber que Dios no nos abandona nunca incluso aunque nos cueste verlo en los momentos más difíciles de nuestra vida? Si esto es así ¿por qué nos cuesta tanto confiar en estas palabras que hoy nos da? ¿por qué dudamos de su presencia en medio de nosotros cuando las cosas no van todo lo bien que desearíamos?

En el evangelio encontramos la respuesta. Él, que ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos, termina mostrándoselas a quienes sabiéndose pequeños y necesitados de su presencia y de su ayuda, saben confiar, esperar. ¿Podemos considerarnos nosotros unos de esos afortunados a quien Dios le ha revelado todas estas cosas? ¡SÍ! Sí porque tenemos experiencia de Dios en nuestra vida. ¿Por qué, entonces, nos cuesta confiar en él? ¿No nos damos cuenta que Jesús es una Buena Noticia para los cansados y agobiados si vamos hacia Él? Hoy Cristo nos invita, no nos fuerza a ir hacia su hombro amigo, donde encontraremos el descanso necesario para nuestro cansancio y agobio ¿qué necesitas para ponerte en camino?

Jesús es yugo llevadero y carga ligera. Por eso suele decirse y es verdad: Dios no da más cargas que las que podamos soportar. Sabe de nuestras fortalezas y de nuestras debilidades; pero sabe también que Él tiene parte en ellas y no abandona a los suyos.
Él nos conoce y por eso se muestra como el que arrima el hombro, la palabra animosa, el silencio respetuoso. Él es el salvador que levanta a cada uno que a Él acude desde la postración y la experiencia del necesitado de ayuda. Esa debe ser nuestra actitud pascual, la de la sensatez, la de la confianza, la de quien pone los ojos en quien inspira toda la confianza y no en otros que llenan de promesas su boca y al final nada hacen. ¿No nos damos cuenta que acabamos confiando más en “charlatanes” que en el mismo Dios que es Palabra de Vida Eterna? Si esto nos ocurre ¿qué testimonio podemos dar de Dios en nuestra vida si vivimos en un constante desconcierto por no confiar plenamente en Él? ¿Por qué no nos abandonamos, de una vez para siempre, a su voluntad y vivimos la verdadera alegría pascual en nuestra vida todos los días del año? ¿no nos damos cuenta que sería no sólo la mejor manera sino la más sensata de pasar este tiempo durísimo de pandemia?

No se trata tan solo de que acudamos solamente a Él para que nos ayude y ponga su hombro, sino de que nosotros seamos continuadores de esa actitud. Se trata también, no podemos olvidarlo, de poner, nosotros también, nuestro hombro, toda nuestra ayuda para que otros se apoyen y encuentren el consuelo anhelado. Todo aquello que hagamos por otros es justo lo que da sentido a nuestra vida. ¿Qué esperamos, pues, para convertirnos en ese “yugo llevadero y carga ligera” para cuantos nos rodean? ¿No es esto ser imagen, testigos y testimonio de Cristo?

RECUERDA:

       Jesús es la revelación de Dios en la historia de la humanidad, su voluntad hecha Palabra y Obra concreta y cotidiana. Por eso, para adentrarnos en el conocimiento de Dios es necesario adentrarnos en el conocimiento interno de Cristo, de modo que todas nuestras obras queden impregnadas de Evangelio. Jesús es nuestro camino para llegar a Dios y no quiere que nos quedemos sin ese abrazo del Padre. Esto es precisamente lo que debemos vivir nosotros y hacer vivir a los demás. Estamos llamados a hacerlo en el lenguaje de la gente más sencilla de nuestros ambientes, con palabras y obras que sean entendidas en el día a día. Jesús no da a nadie por perdido y nos busca siempre para que gocemos de su presencia ¿vamos a permitir que otros se pierdan esta presencia de Cristo en sus vidas?

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Descanso en Cristo ante mis problemas? ¿Acudo a él cuando estoy cansado y agobiado o busco otros lugares, otras cosas y personas en las que apoyarme?
3.- ¿Soy ese hombre cercano, necesario y reconfortante para quienes me rodean?

¡Ayúdame, Señor, a tener un conocimiento interno de ti para anunciar con mi vida que nadie queda fuera de tu brazo y de tu misericordia! 




28 de abril de 2020.

MARTES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 30-35)


“No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo”


En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en
el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

      
¡Buenos días!
      
Día número cuarenta y cinco de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Ya queda un día menos. No sabemos cuándo, pero lo cierto es que vamos hacia el final de esta mala época. Pero no perdamos más energía en hablar de lo que estamos cansados, máxime cuando no podemos hacer mucho más. Vivamos estos días desde la oración y la unión a Cristo. Es momento de alegría y de fiesta, no podemos olvidar el mensaje de Cristo el día de su Resurrección ¿os acordáis? ¡ALEGRAOS! Eso es lo que debemos conseguir a pesar de la situación. Vivir alegres porque sabemos que no estamos solos, que Dios ha resucitado para que la muerte no tenga poder sobre nosotros. Por eso no tenemos que tener miedo, tenemos que seguir hacia delante. Y rezar. Rezar mucho por todos los que están viviendo esta situación desde el dolor y el sufrimiento de haber pedido a un ser cercano, por los fallecidos y por todos aquellos que no han descansado de su trabajo poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familias para que nosotros podamos seguir adelante. Esta es la mejor manera de vivir y de invertir el tiempo en esta época de pandemia y confinamiento: orando para estar cerca de Jesús.

Y situándonos ya en el Evangelio de hoy, leemos el evangelio de Juan donde una vez más se reconoce a Cristo como el pan de vida. Un evangelio que la primera pregunta que va a presentarnos es si Jesús es el alimento del que nosotros nos alimentamos verdaderamente cada día o si lo sustituimos por cualquier otro que aparentemente nos da la felicidad pero que, acabamos descubriendo, nos aleja cada día más de Dios. Pero, además, no podemos olvidar, no es simplemente el Pan de vida en referencia a comida, sino que además hace referencia al Pan de la Eucaristía. Al pan que nos da la Vida Eterna. Jesús tiene que ser nuestro sustento en todos los sentidos.

El fragmento de hoy se refiere al pan de vida. Cristo como pan Eucarístico lo trataremos más adelante, pero no quería dejar pasar esa percepción para tenerla siempre presente. Hoy, Jesús dice de sí mismo que es “el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo”. Es decir, procede del cielo, de Dios, viene de parte de él; y es pan, es alimento. Dicho más en concreto: Dios envía a alguien para que nos dé de comer, nos da pan para que con él nos alimentemos y podamos vivir. Y ese pan es su propio Hijo. ¿lo reconocemos como tal? ¿nos alimentamos de él? Quiero decir ¿es nuestra esperanza, nuestra meta a alcanzar o nuestra voluntad a cumplir? ¿lo tenemos como el camino que nos lleva al Padre?

Frente a esta actitud de tener a Cristo como alimento verdadero podemos tener la actitud de todos aquellos que de una manera incrédula hoy se acercan a Jesús para pedirle “signos” en los que basar su fe y poder creer en él. Podemos decir que dudan de su testimonio, de su Palabra y le ponen a prueba. ¿No nos ocurre eso a nosotros cuando le pedimos un signo de su presencia en nuestro mundo? ¿no nos ocurre lo mismo cuando no nos concede aquello que ansiamos tener y dudamos de su presencia? En el Antiguo Testamento podemos ver como Dios había dado un pan bajado del cielo –el maná- a los israelitas hambrientos en el desierto. Y precisamente, hoy, aquellos que le escuchan hablar del pan de vida le piden que demuestre que también él es un maná como aquel de antaño; sólo así le creerán. ¿te encuentras reflejado en esta actitud?

Jesús no puede permanecer callado y les dice que así como el Padre del cielo alimentó al pueblo en el desierto, también ahora lo sigue alimentando; pero con la diferencia de que quien coma ahora de este pan –que es él mismo-, es decir, quien lo acepte y crea en él nunca más pasará hambre. ¿por qué no tomamos nota? ¿por qué no nos alimentamos de él? ¿por qué buscamos sustituirle por dinero, fama, seguridad, bienestar… y todas esas cosas que nos alejan de él?
Hoy debemos cuestionarnos cuál es nuestro alimento. En qué o quién ponemos nuestra vida y nuestro corazón. Hoy debemos preguntarnos quién es el fundamento de nuestra existencia. En otras palabras, quien tenga fe en Jesús como enviado de Dios quedará saciado para siempre. ¿No es esta una oferta tentadora? ¿Quién será tan insensato que se atreva a despreciar esta oferta que Jesús nos hace?

RECUERDA:

       Lo mismo que en el camino de su liberación el Pueblo de Israel fue sostenido por Dios con el maná, Jesús es el alimento y el sostén de la Iglesia. Es el “pan de vida que baja del cielo y da la vida al mundo”. Cuando en lugar de nutrir nuestras vidas con su Palabra lo sustituimos por el dinero, la seguridad o la búsqueda del propio bienestar a costa de los otros, estamos negando las obras del Amor y, por tanto, negamos a dios con nuestras actitudes y prácticas, aunque lo confesemos con nuestras palabras. Tenemos que acoger al Dios encarnado en Jesús y eso significa acogerlo como el pan de vida para poder compartirlo con la nuestra a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Es Cristo el pan del que me nutro cada día?
3.- ¿Lo comparto con todos los que me rodean sin excepción?

¡Ayúdame, Señor, a nutrir mi vida con tu Palabra para que dé frutos de amor, solidaridad y justicia! 




27 de abril de 2020.

LUNES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 22-29)


“Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna”


Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

       ¡Buenos días!
      
Día número cuarenta y cuatro de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Y avanzamos bien, aunque lo tomemos con cautela y haciendo caso relativo a las cifras que, como todos sabemos no se ajustan a la realidad, los fallecidos bajan al igual que el número de personas ingresadas en la UCI. Eso es lo que debe motivarnos, el hecho de que los hospitales se vayan descongestionando y puedan seguir dando servicio normalizado ante esta enfermedad y las que todos padecemos día tras día. Así pues, empezamos la semana con buenas noticias, con los niños saliendo a pasear y nosotros empezando a ver luz al final del túnel. Un túnel largo y que será costoso pero que no andamos solos, sino que nos ayuda Aquél que murió por nuestra salvación: ¡DIOS! ¿A qué le tenemos miedo? Como digo cada día recemos por los fallecidos, familiares y amigos. Por todos aquellos que no han parado de trabajar para hacernos la vida más fácil y, como no, por todos nosotros para que pasemos, de la mejor manera posible, este mal trago.

Pero centrémonos en el evangelio de Juan de hoy al que hemos vuelto después de unos días. Nos vuelve a situar a continuación del episodio de la multiplicación de los panes y los peces que vivíamos el pasado día ¿os acordáis? Jesús fue capaz de abrir el corazón de todos aquellos que le escuchaban y logró que compartiesen todo cuanto tenían para poder comer una gran multitud de personas.
Pues bien, esa multitud, cuando Jesús se va con sus discípulos hacia otro lugar porque aquellos querían coronarle rey, esa multitud es la que hoy va tras Jesús y le buscan para volver a encontrarse con él. Esa multitud es a la que Jesús cuestiona con la pregunta que hemos podido leer en el evangelio y que, esta misma mañana, nos traslada a cada uno de nosotros: ¿me buscáis por mis signos o porque comisteis pan hasta saciaros? ¿Por qué buscamos cada uno de nosotros a Jesucristo? Esa es la pregunta que nosotros nos formulamos este lunes de Pascua. Una pregunta que entronca con el misterio que estamos celebrando, la Resurrección.
       Si verdaderamente buscamos a Cristo por sus signos no nos resultará complicado abrirnos a su Palabra, a su Mensaje. No tendremos problemas en negarnos a nosotros mismos y cumplir siempre su voluntad en nosotros.
Buscar a Jesús por sus signos significa reconocerle como verdadero hijo de Dios y por lo tanto abrirle nuestro corazón y nuestro espíritu, abrirle nuestra vida para poder convertirnos en aquello que nuestra sociedad más necesita siempre, pero de una manera muy especial en estos momentos que estamos viviendo todo el mundo: otros “cristos” que den testimonio del Mensaje de Dios y de su Amor. Un Mensaje y un Amor que alcanza a todos los lugares de la tierra, a todas sus gentes. Un Mensaje y un Amor que no son excluyentes sino acogedores y tolerantes. En definitiva, un Mensaje y un Amor que sin hacer acepción ni excepción de personas nos dan a todos la Vida Eterna que habíamos perdido y que Jesús, con su Muerte y Resurrección, nos ha devuelto de una manera gratuita. ¿Es por todo esto por lo que buscamos al Hijo de Dios en nuestra vida?

       Lo contrario de buscar a Dios por todo lo expuesto es buscarle porque nos sació, porque nos dio de comer en abundancia. Dicho de otra manera, porque colma aquello que queremos en cada momento, porque nos da cuanto le pedimos y porque por decirlo de alguna manera es ese “mago” que solo nos aporta cuanto yo creo necesitar en cada momento. Busco a Dios porque si le pido salud me la da, si le pido dinero me lo ofrece, si le pido trabajo me lo encuentra, en definitiva, porque me da cuanto le estoy rogando. Vale, es cierto; el Señor dijo: “pedid y se os dará”, pero, el día que no nos dé cuanto le hemos pedido ¿se habrá convertido en malo? ¿me habrá abandonado? ¿se habrá olvidado de mi o me estará castigando? ¿Habrá pasado de ser un “Dios justo y bueno” a un “dios castigador e injusto conmigo”?
Cuando el hombre tiene todas sus necesidades básicas cubiertas le es más difícil elevar los ojos al cielo y buscar al Dios de la vida que Jesús vino a manifestarnos. De ahí, la denuncia de Jesús en este evangélico. Una denuncia que es muy clara y que deja claro que no podemos buscar a Dios tan sólo para cubrir nuestras necesidades humanas, que también son necesarias, pero no única y exclusivamente. Esa claridad con la que habla Jesús la encontramos en la última frase del texto que se proclama hoy. Cuando la multitud le pregunta qué deben hacer para realizar la obra de Dios, Jesús les responde: “la obra de Dios es que creáis en el que Él ha enviado”. Y ahora yo pregunto: ¿quién es el que ha enviado Dios para que creamos en Él? ¡Jesús! ¿Cómo creo en Jesús? ¿por sus signos o porque me sacia? ¿Cómo se traduce esto en mi vida? Si creo en Jesús por sus signos ¿por qué muestro desconfianza en él en los momentos de dificultad? ¿por qué me cuesta abandonarme a su Voluntad y aceptar lo que él quiere para mí? ¿por qué le digo lo que debe darme en cada momento? Un paso más, si amo a Jesús por sus signos ¿por qué no amo a los que me rodean como Cristo me ama a mí?

RECUERDA:

       En el Evangelio de Juan, a partir de la multiplicación de los panes y de los peces, Jesús es reconocido como el pan de vida. Jesús sabe captar el hambre de la muchedumbre del mismo modo que sabe captar la nuestra. Un hambre, una necesidad no sólo física, sino también hambre de sentido, de un horizonte vital, hambre de justicia, de amor y de plenitud. Ante esta necesidad, Jesús responde cada día, nos sacia cada día pero no desde nuestra lógica y desde nuestra mentalidad materialista y del dinero. Lo hará desde la lógica del Amor, esto es: desde el compartir los dones, los bienes y la propia vida. Cuando todos entendemos y vivismo desde esta lógica, hay abundancia para todos llegando incluso a sobrar, y sobrar en abundancia ¿Sé reconocer las necesidades de los que me rodean? ¿Qué dones y bienes estoy llamado a compartir?

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Busco a Cristo porque sacia mi hambre de dinero, fama, mi voluntad, mis caprichos…? O tal vez ¿busco a Dios por sus signos?
3.- ¿Comparto mis bienes y dones con los que me rodean?

¡Ayúdame, Señor, a tener saciada mi hambre de justicia y plenitud para poder saciar la de los demás! 




26 de abril de 2020.

DOMINGO III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Lucas (Lc. 24, 13-35)


“Lo habían reconocido al partir el pan”


Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

      

¡Buenos días!
      
Día número cuarenta y tres de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Hoy es el día D y la hora H en la que nuestras vidas sufren un pequeño cambio que nos lleva hacia esa desescalada que tan famosa se ha hecho en nuestras vidas. Hoy los más pequeños de nuestra casa pueden volver a salir a la calle. Una hora, sí, pero empezamos a cambiar y a mejorar nuestra situación. Las cifras de contagiados y víctimas, aunque siguen siendo muy duras y tristes, demuestran esa mejoría. Así que vamos por el buen camino. ¡NO PODEMOS DESFALLECER! Como veis el confinamiento tiene su recompensa. Pero además nos va a traer más beneficios, nos tiene que hacer mejorar como personas, nos tiene que acercar a Dios y a los demás si verdaderamente lo vivimos desde Dios. Por eso, como cada día, os animo a seguir adelante. También os animo a que continuemos rezando, como cada día, para que todo esto transforme nuestras vidas y nos haga ser más humanos. Y no, no podemos olvidarnos de aquellos que han perdido la vida, de sus familiares y amigos. Pidamos por todos los que están trabajando para que esto pase de la mejor manera posible. En definitiva, pidámosle a Dios que nos ayude a atravesar esta pandemia que nos ha tocado vivir pero que nos va a hacer más humanos y personas más cercanas a Dios, que nos habíamos alejado un poco.

       Es domingo. Tercer domingo del Tiempo de Pascua. Volvemos a revivir, a actualizar ese domingo de Resurrección que vivíamos hace tres semanas y que es el día más grande de todos los cristianos. El día en el que Cristo nace a la Vida Eterna. Resucita para que la muerte no tenga poder alguno sobre nosotros. Resucita para darnos la Vida Eterna que por nuestros pecados y nuestra distancia de Dios habíamos perdido ¿no es grandioso poder celebrar un día en el que Cristo, por amor y sin pedirnos nada a cambio, nos da lo más grande que tenemos los cristianos?

       Pues en este tercer domingo de Pascua recorremos el camino de Emaús. Acompañamos a esos dos discípulos que caminaban apesadumbrados. ¿Caminamos nosotros como lo hacen ellos? ¿Caminamos desesperanzados, tristes, anclados en el pasado? ¿Caminamos por la vida desconfiando de la Palabra de Jesús, de su vida, de sus actos? ¡Eso es lo que le ocurre a los discípulos! Si recordáis, ellos se van corriendo cuando Cristo muere en la cruz. Desde ese día vivirán en el desencanto hasta el momento en el que empiecen a ver signos, su fe débil les lleva a dudar y a no confiar en todo lo que había vivido junto al Maestro. Ese es precisamente el riesgo que nosotros corremos: dejarnos llevar por los acontecimientos de nuestros días, dejarnos llevar por nuestros pecados, por nuestras debilidades y alejarnos de Dios, dudar de Él. Esto nos lleva, como a sus discípulos, a vivir en la desconfianza, en la tristeza. Nos lleva a vivir anclados en el pasado sin abrirnos al presente. Nos lleva a no salir de nosotros mismos y por lo tanto a no darnos a los demás como deberíamos hacerlo día tras día, viviendo ensimismados en nuestros problemas, en nuestros agobios y desánimos. ¿Hay algo más contrario para un cristiano que vivir de esta manera? ¿Qué sentido tiene que haya resucitado Cristo si somos incapaces de vivir con alegría, fe y confianza ese acontecimiento?

       Acompañar a los discípulos camino de Emaús tiene que ser para nosotros un motivo de cuestionarnos ¿cómo caminamos por el camino de la vida? ¿Qué actitud tenemos ante la vida y en la vida? Los discípulos son incapaces de reconocer a Jesús en ese caminar. Son incapaces de ver cómo Jesús se hace el encontradizo con ellos, como Jesús se hace presente en medio de sus vidas desde la sencillez, en medio de un camino árido. Una presencia sin estridencias, sin grandes acontecimientos: ¡NADA DE ESO! Cristo se aparece silencioso, se aparece como un compañero de viaje que está a nuestro lado, caminando junto a nosotros, en definitiva, no abandonándonos. ¿Somos capaces de reconocerle en esa sencillez de nuestro día a día? Para conseguirlo, como decía anteriormente, debemos salir de nosotros mismos. Dejar de lado nuestro “yoísmo” que nos impide reconocer a los demás en nuestra vida y sus necesidades. ¿Estamos dispuestos a salir de nosotros mismos para conseguirlo?

       Además, junto a salir de nosotros mismos también debemos escuchar la Palabra de Jesús. Fijaos, los discípulos lo empiezan a reconocer cuando habla Jesús, cuando habla de las Escrituras. ¿Reconocemos la importancia de leer y escuchar la Palabra de Dios? Es, también, ese “pasaporte” que nos acerca al Padre. ¿Por qué nos cuesta tanto abrirnos a la Palabra de Dios? Escucharla, guardarla en el corazón, meditarla y ponerla en práctica debe ser primordial en nuestra vida si verdaderamente queremos vivir cerca de Jesús, reconocerle en nuestra vida para, después, poder dar testimonio de su Resurrección; para poder vivir la alegría de la Resurrección.

       Y por supuesto: ¡COMPARTIR SU PAN! La Eucaristía: lugar primordial del encuentro entre los hombres y mujeres con Jesús. Momento histórico en la vida de un cristiano. ¡EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE! El alimento que nos llena de Vida. El alimento que da sentido a nuestra vida ¿cómo lo vivimos? ¿forma parte fundamental de nuestro día a día? ¿lo vivo desde la fe o desde la idea de cumplimiento? Fue al partir el pan cuando los discípulos terminan de reconocerle, cuando le reconocen a la perfección, cuando ven que Cristo Resucitado no les ha engañado, no les ha abandonado. Reconocen, recuerdan y vuelven a vivir el momento de donación y resurrección de Cristo. Eso es lo que debe ocurrirnos también a nosotros cada vez que celebremos la Eucaristía: reconocer a Cristo, revivir, actualizar ese Jueves Santo que sustenta nuestra vida para poder transmitir a los demás el infinito amor que Dios nos tiene. Un amor que le lleva a morir por nosotros, a no abandonarnos, a resucitar por cada uno de nosotros sin pedir nada a cambio. Nosotros debemos morir por los demás, debemos amar a todos sin excepción, perdonar sin limites ¿cómo lo vamos a conseguir si no vivimos cerca de Jesús? ¿cómo lo vamos a conseguir si no somos capaces de reconocer a Dios en nuestra vida?

RECUERDA:

       Vivimos una época dura que podemos recorrerlo desde el desánimo, la melancolía de nuestra vida antes del confinamiento. Podemos vivirla pensando que Cristo nos ha abandonado, que no se acuerda de nosotros, que su Resurrección es una invención. O por el contrario este tiempo de pandemia tiene que ser para nosotros ese camino de Emaús que nos lleve a reconocer que Cristo no nos abandona, que camina junto a nosotros en estos duros días. Pensando que su Resurrección es la que, precisamente, da sentido a épocas como la actual.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Escucho la Palabra de Dios meditándola en el interior de mi corazón y poniéndola en práctica?
3.- ¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿Reconozco la presencia de Cristo en ella y en mi vida?
4.- Este tiempo de confinamiento y pandemia ¿está siendo un tiempo de desesperanza, tristeza, miedo, falta de fe y de lejanía con el Señor? O por el contrario ¿lo recorro como el Camino de Emaús: un camino que me da la oportunidad de reconocer a Cristo en mi vida para que los demás puedan reconocerlo, por mí, en la suya?

¡Ayúdame, Señor, a reconocerte en el camino de mi vida para poder hacer que los demás te reconozcan en el caminar de la suya!