12 de
abril de 2020.
DOMINGO
DE RESURRECCIÓN
COMIENZA
EL TIEMPO DE PASCUA
CICLO
A
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Juan (Jn. 20, 1-19)
“VIO Y CREYÓ”
El primer día de la semana, María la
Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa
quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón
Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y
no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo
camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más
que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los
lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y
entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido
la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
¡Buenos días!
Vigésimo noveno día de confinamiento. Todo
sigue igual, esto es, por el buen camino. No desfallezcáis que ya queda un día
menos. Además, a partir de hoy nuestra vida cambia. Es DOMINGO DE RESURRECCIÓN.
Nada puede ser igual puesto que Jesús vive con nosotros, ha resucitado. ¿A qué
le vamos a tener miedo?
Como digo hoy no es un día cualquiera. No
es un domingo más. Hoy es el domingo de todos los domingos. El resto de
domingos del año serán, no sólo un recuerdo de éste, sino también, una
actualización, una nueva celebración de lo que hoy se está viviendo. Hoy CRISTA
HA RESUCITADO. Vivimos el día más grande de los cristianos: el DOMINGO DE
RESURRECCIÓN. Por lo tanto, nuestra actitud tiene que ser no sólo de alegría
sino también, de fiesta, de algazara, de agradecimiento y de entrega al Señor.
A partir de hoy no caben excusan, los pretextos no existen. Cristo, el Hijo del
Hombre, aquél que murió inocentemente como un villano en la cruz, el pasado
viernes, ha vuelto a cumplir su palabra. No nos ha mentido, no nos ha
defraudado. Ha resucitado, se ha levantado y abandonado los infiernos para que
tú y yo, para que nadie los pruebe. ¿Vamos a quedarnos impasibles? ¿Va a ser
otro domingo cualquiera? ¿No sería cuanto menos injusta esa actitud nuestra con
quien tanto ha padecido por nuestra salvación?
Hoy la Iglesia tiene que convertirse, y
nosotros con ella puesto que formamos parte de la misma en presencia de este
Resucitado en medio de nuestro mundo. Eso significa, también, celebrar las
fiestas de la Pascua. Ese compromiso de entrega del que hablaba al principio de
la reflexión de hoy. Dios ha dicho que
“sí” a Jesús de Nazaret, ha dicho que “si” a todas y cada una de sus palabras,
a su obra en este mundo. Y lo ha hecho rescatándolo de la muerte, por eso lo ha
resucitado, porque Dios ha afirmado cada una de las acciones de Jesús. Y porque
hay Resurrección, el mensaje de Dios sigue presente en nuestro mundo y por eso
nosotros no podemos quedarnos de brazos cruzados, sino que debemos salir de
nuestras zonas de confort y ser testigos de esa Resurrección. De esa
“confirmación” por parte de Dios de la obra de Jesús.
Pero ¿qué significa ser presencia de Cristo
resucitado? ¿Qué significa ser presencia del mensaje de Dios en medio de
nuestro mundo?
Lo primero, CONFIAR EN EL SEÑOR. El Evangelio
de hoy es muy plástico: “vio y creyó” afirma. Aquellos dos discípulos,
Simón Pedro y Juan (el que tanto amaba Jesús, nos recuerdan las Escrituras)
corrieron hacia el sepulcro alertados por María Magdalena que no había
encontrado el cuerpo de Jesús en él. Aquellos discípulos que se habían marchado
tristes y desolados, sobre todo Pedro tras las negaciones a Cristo, el viernes
santo, ante lo que estaban viendo ahora, ¡creyeron! Entendieron el mensaje de
Jesús, su maestro. Entendieron la famosa frase de: “al tercer día regresaré
del lugar de los muertos” o aquella que afirmaba “a los tres días
reconstruiré el templo de mi Padre”. Al entrar al sepulcro y no ver el
cuerpo de Jesús, no sintieron miedo ni dudas. No titubearon. ¡CREYERON!
Creyeron en el Maestro y comprendieron que nuestro Dios no es un Dios de
muertos sino de vivos. Es el Dios de la Vida. El Dios de la Vida que no pasa,
de la vida Eterna. De esa Vida que hoy recibimos, de nuevo, tras haberla
perdido por nuestros pecados. Una Vida que nos ha sido entregada libre y
gratuitamente por amor.
Y de ello debemos dar testimonio, segunda de
las condiciones de lo que significa ser presencia de Dios en el mundo. Debemos
ser testimonio vivo, como anuncia Pedro en el libro de los Hechos, de que el
Señor sigue vivo, presente y resucitando en ti, en nosotros, en cada hombre y
persona independientemente de su credo y actuación. Jesús resucita en todos y
cada uno; y resucita cuando nos acercamos al otro con un gesto de perdón;
resucita cuando tengo tiempo que dedicar a quien quiere hablar, desahogarse;
resucita en nosotros cuando comparto no sólo palabras sino también bienes con
los más necesitados; resucita cuando poco a poco nos vamos pareciendo a Él y
nos hacemos inconformistas buscando siempre “los bienes de allá arriba”
(Colosenses) y dejando los de aquí abajo, cuando nuestra vida la vamos
configurando con el Señor.
Eso significa ser presencia de Dios. Esa es
nuestra labor como cristianos y por lo tanto como Iglesia: dar testimonio de lo
que el Señor obra en nosotros, mostrar a los demás que el Señor lo es de la
vida y jamás de la muerte ni de la tristeza. Que Dios es Padre de la alegría y
jamás de la pena o del dolor. Y ello no lo decimos sólo de palabra, sino que lo
corroboramos con la vida, con nuestro estilo de vida, porque si algo
caracteriza al creyente, al redimido por el Señor, es la alegría de vivir, el
gozo de compartir, de ser comunidad reunida, agradecida y convocada en el
nombre del resucitado, de ser una comunidad resucitada en el Señor. Y por ello
le damos gracias. Por ello vivimos con alegría este acontecimiento en nuestras
vidas y nos preguntamos ¿estamos dispuestos a testimoniar tan singular regalo
para que nadie se quede sin disfrutarlo?
RECUERDA:
Hoy celebramos la resurrección e Jesús.
Se nos recuerda que Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Ese debe ser
nuestro testimonio ante el mundo. Como señala el papa Francisco: “no huyamos
nunca de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pasa,
que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia delante, porque nadie queda
excluido de la alegría que nos reporta el Señor”. Por eso necesitamos una mira
de fe para que fortalezcamos nuestra misión misionera para ser parte de una
Iglesia que tenga siempre las puertas abiertas. Unos cristianos con el corazón
abierto a los demás para que seamos capaces de salir al encuentro de los
hermanos y hermanas más heridos por la sociedad sin miedo a mancharnos ni a
quedar salpicados por nada ni nadie.
1.- ¿Cómo he vivido este camino de Semana
Santa hacia el Gólgota acompañando a Jesús?
2.- ¿Cómo voy a vivir la Resurrección de
Cristo en mi vida?
3.- ¿Qué sentimientos provoca en mi vida este
acontecimiento? ¿Cómo los voy a hacer visibles?
4.- ¿Verdaderamente, estoy dispuesto a
testimoniar este hecho tan importante en mi vida con mi vida?
¡Ayúdame,
Señor, a ser testigo de tu Resurrección!