21 de abril de 2020.

MARTES II DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 3, 7b-15)


“EL QUE NO NAZCA DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU NO PUEDE ENTRAR EN EL REINO DE DIO”


En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?».
Le contestó Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».

      


¡Buenos días!
      
       Trigésimo octavo día de confinamiento. Vislumbramos un posible escenario de desescalada, de desconfinamiento. La verdad es que la vida nos ha cambiado tanto en tan poco tiempo que estamos acuñando términos desconocido por nosotros hasta el momento. ¿Quién nos iba a decir a nosotros hace unos meses que íbamos a estar pensando en desescalar una situación de emergencia sanitaria mundial, que nos íbamos a ver confinados en nuestros domicilios, que íbamos a ser llamados a tener una conciencia social de no contagio o que a partir de ahora nuestra relación con los demás se llevará a cabo manteniendo una distancia social? ¡Cómo nos ha cambiado la vida en tan poco tiempo! Sin embargo, aunque es verdad que nos ha cambiado la vida, no podemos olvidar que lo esencial permanece en nosotros. ¿Qué es o qué debería ser lo esencial en nosotros? ¡CRISTO!
Cristo debe seguir vivo en cada uno de nosotros. Cristo debe ser el motor que alimente nuestra vida, Cristo debe ser nuestro día a día, nuestro motivo para seguir adelante. Él debe ser quien ilumine nuestros pasos y cada una de nuestras actuaciones. Sólo así, lograremos sacar el mayor beneficio a la situación actual que estamos viviendo.
Por Cristo y por amor a nuestros hermanos, como digo cada día, debemos seguir rezando por todos aquellos que más lo necesitan en una situación como la actual. ¡NO DESFALLEZCAMOS!

       En cuanto a la lectura del Evangelio de hoy, continuamos con el evangelio de Juan que leíamos ayer, por eso comprenderéis el porqué de mi envío de los dos evangelios el día de ayer. Para no perder el hilo conductor de este tiempo de Pascua.

Como digo, continuamos con Nicodemo. En él se nos plantea la continuidad de una ley que no puede salvar y en la que muchas veces estamos instalados (como hombres viejos) frente a un nuevo nacimiento que dará lugar a una ley nueva. Recordad las palabras de Jesús: “Tenemos que nacer del Agua y del Espíritu”, sólo así llegaremos a ser hombres y mujeres nuevos, hombres y mujeres capaces de poder llevar a cabo esa nueva ley que Jesús nos propone. Y ese es el dilema: o nos lanzamos a vivir la novedad del evangelio, que va más allá de toda norma, para situarnos en Jesucristo como la única Norma de vida para el cristiano, o no habremos entendido nada. ¿Dónde me posiciono yo?
Jesús los renueva todo y todo se ha de interpretar desde él, que es camino, verdad y vida, pero ¿estoy dispuesto a hacerlo así en mi vida? ¿Estoy dispuesto a dar visibilidad con mis actos y palabras al amor que Dios me tiene?

Nosotros estamos llamados, como decimos desde hace varios días, a anunciar el evangelio de Cristo, llamados a transmitir y manifestar lo que Jesús ha realizado y esto lo conseguimos danto testimonio de nuestra experiencia de Dios, de su presencia en nuestra vida. Para tener presencia en nuestra vida, debemos abrirnos a su espíritu, dejar que obre en nosotros, si no es así ¿qué tipo de testimonio vamos a dar? ¿vamos a hablar de nosotros mismo? ¿qué mensaje vamos a dar a conocer a nuestro entorno? Tenemos que hablar de aquello que sabemos y vivimos, es decir, el cristiano o habla desde la experiencia de la salvación realizada por Jesucristo o no tiene nada que decir. Y esto se conecta con la vida real. Con el momento presente.
En medio de una situación excepcional como la que estamos viviendo, en la que la cuaresma y la Semana Santa han sido absolutamente diferentes, todo ha tenido que ser replanteado. Hemos tenido que redescubrir en nuestra vida lo más interior y valioso de la experiencia cristiana: la cercanía de Dios, su compañía perpetua, su no abandono a cada uno de nosotros. De no haber experimentado esto ¿cómo seríamos capaces de sobrevellar esta situación repleta de tantas malas noticias diarias?

Desde esta experiencia de Dios, desde este redescubrimiento de su presencia en mi vida, incluso en esos momentos donde nada parece ir bien, desde ahí tengo que ver como la Resurrección de Cristo nos lleva a estar más pendientes los unos de los otros y a procurar compartir lo que tan generosamente hemos recibido. Eso es renacer del Espíritu: compartir, acoger, dar la vida por los demás.
Esa es la novedad pascual: un nuevo nacimiento. Una nueva forma de ser que tiene como consecuencia una nueva forma de vivir, de verlo todo y de entenderlo todo. Y cuando esto ocurre, las situaciones se viven de otra manera. Es la solidaridad afectiva y efectiva, es la consecuencia del “Amaos como yo os he amado” como dijo Jesús.

Como decía al principio de la reflexión, a partir de ahora, nada será igual. Pero no solo porque nosotros vayamos a comportarnos de modo diferente, sino porque la consecuencia de la Pascua marcó para siempre el sendero de la Humanidad: somos hombres y mujeres SALVADOS POR EL AMOR DE DIOS EN NUESTRA VIDA. Desde ese momento el ser humano es ya una criatura nueva. ¿Lo vivo así? ¿me siento así? Si es así, ese sentimiento tendrá que ser reconocida, asumida y vivido de una manera consciente en momentos como los actuales. Las circunstancias nos llevan a imprimir el sello de la novedad pascual: ser testigos y testimonio de la resurrección.

RECUERDA:

       Las transformaciones más profundas del ser humano no nacen del conocimiento de la ley o de las tradiciones sino de la experiencia de Dios, de su conocimiento interno, del conocimiento y de la unión con Cristo y con su Espíritu. La experiencia interna del amor de Dios es lo que nos salva, lo que nos hace partícipes de la Resurrección que estamos celebrando.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Cuál es y cómo es la experiencia de Dios en mi vida?
3.- ¿Estoy dispuesto a ser testigo y testimonio de esta experiencia de Dios en mi vida?

¡Ayúdame, Señor, a aceptar tu invitación y llegar a ser palabra viva de tu amor!