3 de abril de 2020.
VIERNES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
(TRADICIONALMENTE VIERNES DE DOLORES)
CICLO A
¡Paz y bien!


Evangelio según san Juan 10, 31-42.

“El Padre está en mí y yo en el Padre”.


En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.




    ¡Buenos días!

    Vigésimo día de confinamiento. Las informaciones que van llegando, siguen ahondando en la idea de que la cosa se va ralentizando, esperemos que así sea. Ayer fue en día negro en cifras a pesar de esa ralentización: contagiados, muertes, UCI’s… Pero además se nos sumó los datos del paro. Los temidos datos de ese parón económico que todos, en mayor o menor medida, estamos ya experimentando. Tenemos que rezar por ello. Tenemos que rezar por toda esa gente que se ha quedado sin trabajo, por todos aquellos que han visto como su economía, utilizando el argot propio de este tema, ha entrado en recesión. Recemos para que la crisis económica que hemos empezado a sufrir no sólo sea breve, sino que, además, no deje a gente en la cuneta de la vida. No deje a gente tirada en la pobreza, como estamos acostumbrados a que suceda.
En cuanto se levante el confinamiento que, como nos están indicando las Autoridades, será lento y paulatino, os invitaré a todos en la Parroquia a hacer una gran recogida de alimentos. Algo a lo que estos días le he dado muchas vueltas. Será entonces, cuando en pleno verano, más o menos, y aunque no estemos acostumbrados porque parece que solo comemos en Navidad, tendremos que recoger alimentos para ayudar a abastecer a Cáritas, porque si hay cosas que me quitan el sueño estos días, es pensar cómo poder ayudarles a estos voluntarios a que puedan dar prestación a todos aquellos que más lo necesiten. Así que hoy, junto a los sanitarios, enfermos, fallecidos, sus familiares y amigos, cuerpos de seguridad y demás personas que trabajan por nuestro bien, pidamos por todas aquellas personas que se enfrentan a una mala situación, tanto laboral como económica.

    Y ahora, como cada día, reflexionemos sobre el evangelio que Juan nos presenta esta mañana y que no me cabe duda llevaremos, todos, hoy a la oración para que nos ayude a ser cada día personas más abiertas a la voluntad de Dios. Redundamos en el tema de estos días pasados. En la idea de que el discurso de Jesús cada día levanta más ampollas entre aquellos que le escuchan. Entre aquellos que se sienten interpelados por su Palabra. Son los últimos días de la vida pública de Jesús y el ambiente se le está haciendo cada vez más irrespirable. Todo cuanto dice es cogido cada vez con más recelo por parte de las Instituciones de Israel y le acerca, cada día más, hacia la cruz.

Jesús, desde que comenzó su vida pública, desde que comenzó a proclamar su buena noticia, su mensaje del reino de Dios… poco a poco se dio a conocer más y más. Sus oyentes, a través de sus palabras y de sus hechos, comenzaron a intuir que Jesús rebasaba los límites humanos y que además de ser hombre era Dios. Entre sus oyentes había personas que quedaban emocionadas con Él y le seguían, y otras que le rechazaban. Entre estos últimos, como decía, aquellos que ostentaban el poder del país: fariseos, escribas, letrados, sacerdotes, sumos sacerdotes, rey… Estos no estaban dispuestos a admitir tal dignidad para Jesús. Les resultaba blasfemo que Jesús se equipase con Dios. Para ellos resultaba inconcebible que un hombre, como tú y como yo, comiese con pecadores, se acercase a ladrones o prostitutas, curase a leprosos y les tocase sin miedo alguno. Se dedicase a ayudar en sábado, no le importase darle toda la relevancia a las mujeres, perdonase a los deudores… No era concebible que llamase a Dios: “Abba”. Ellos que pensaban tener todo el poder, se veían amenazados constantemente por la predicación de Jesús, por la forma de vivir de Jesús. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo?
¿Cuántas veces rechazamos el mensaje de Jesús porque nos saca de nuestra zona de confort? ¿Cuántas veces preferimos no escuchar el mensaje de Cristo porque sabemos que va a denunciar en nosotros actitudes que nos alejan de lo que significa ser un buen cristiano? Acaso ¿no es esto lo que les sucedía a todos aquellos que querían dar muerte a Jesús? ¿Qué podemos hacer nosotros para cambiar esta actitud de vida y acoger de buen grado el mensaje de Cristo en nuestro corazón para, como decíamos ayer, poder ponerlo en práctica?

 Jesús, en su intento de convencerles, en su intento de convencernos a nosotros también, acude al argumento que estaba a su alcance, acude a sus obras, a sus obras que realizaba delante del pueblo. “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
Sin embargo, tanto ellos como nosotros cuando nos vemos amenazados, reaccionamos tratando de apedrearle, tratando de acallar su voz en nuestro corazón o simplemente no haciendo caso a sus enseñanzas. Si ellos no cesaron hasta conseguir matarle, clavándole en la cruz de manera injusta, nosotros no cesamos hasta vivir al margen de su Evangelio y de su enseñanza. Vuelvo a repetir ¿seremos capaces de salir de esta espiral?





    RECUERDA:

1.- ¿Reconozco a Cristo como hijo de Dios? ¿Le doy la autoridad que debe tener en mi vida?
2.- Cuando su mensaje me interpela ¿me lo tomo como una nueva posibilidad de salir y avanzar hacia delante o intento acallar su eco en mi vida?
3.- ¿Qué puedo hacer para ponerme de una vez para siempre en sus manos? ¿Qué debo desterrar en mi vida para que él tenga el sitio que merece en el centro de mi corazón?

¡Ayúdame, Señor, a reconocer en tus obras la misericordia de Dios en cada uno de nosotros! Se acerca la Semana Santa