7 de abril de 2020.
MARTES SANTO.
CICLO A
¡Paz y bien!
Evangelio según san Juan 13, 21-33. 36-38.
“Detrás del pan, entró en él satanás”.
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
«En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
«Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús:
«Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
«Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros:
“Donde yo voy no podéis venir vosotros”».
Simón Pedro le dijo:
«Señor, ¿adónde vas?».
Jesús le respondió:
«Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó:
«Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó:
«¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
¡Buenos días!
Vigésimo cuarto día de confinamiento. Las noticias de ayer, en cuanto al número de fallecidos y contagiados, fueron buenas y por lo tanto esperanzadoras. Sigamos por este buen camino pensando que, cuando esto del confinamiento acabe, vamos a tener que hacer otro esfuerzo para “desandar” el camino andado y volver a la normalidad. Pero no debemos tener miedo, porque como siempre digo: DIOS ESTÁ CON NOSOTROS Y DE NUESTRA PARTE. ¿A qué le vamos a tener miedo?
Hoy es MARTES SANTO. Seguimos en nuestro camino hacia el Gólgota acompañando a Jesús en sus últimos días. Unos días que, cuanto menos, son tranquilos. Unos días llenos de acontecimiento que son poco agradables pero que Jesús asume como propios para poder darnos la salvación que a causa de nuestro pecado habíamos perdido. Así que con el espíritu puesto en este Jesús que nos salva, en este Jesús que da la vida por nosotros, reflexionemos sobre las lecturas de este martes santo con el firme propósito de mejorar nuestra vida y, así, poder entregarnos fielmente a su voluntad, que es la mejor contestación que podemos darle por tanto amor como le tenemos.
Me vais a permitir que haga referencia, en primer lugar, a la lectura del Profeta Isaías, cuando afirma: “Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance el confín de la tierra”. Isaías habla de su elección por parte de Dios a convertirle en profeta, ya, desde el seno materno, Dios había pensado en él igual que ha pensado en cada uno de nosotros para convertirnos en mensajeros de su Palabra, en profetas en medio de nuestro pueblo. Es cierto que, como toda lectura del Antiguo Testamento, no es fácil de entender y encontramos en ella esa contradicción que también se encuentra en nuestra vida. Por una parte, esa llamada a convertirnos en profetas, en mensajero; pero por otra, encontramos que dicha llamada no está exenta de problemas, de dificultades. Esas dificultades a las que todo mensajero de la Palabra de Dios debe enfrentarse día tras día: la crítica, la incomprensión, la persecución, el desánimo, la duda… y otras tantas que, todos en mayor o menor medida, hemos experimentado. Pero ¿puede esto quitarnos las ganas de querer seguir adelante con tan gran misión? ¿Aún no estamos decididos a dejarlo todo por Cristo? ¿No has descubierto que merece la pena vivir en Dios y desde Él poder vivir en los demás?
Estos días de Semana Santa tienen que ser una motivación para querer asemejarnos cada vez más a Cristo. Viendo su sufrimiento no podemos sentir miedo sino la firme convicción de que al igual que le pasó a él, Dios no nos abandona nunca a cada uno de nosotros.
En cuanto al Evangelio de hoy, Juan nos pode delante un momento muy triste para Cristo a pesar de que él ya sabía que eso tenía que suceder. Duro y triste, no sólo porque se traicione a Cristo sino porque nosotros en mayor o menor medida podemos encontrarnos reflejados en él. El relato de la traición de Judas no podemos pasarlo por alto, ni pensar que es algo de lo que nosotros estamos libres de caer en algún momento de nuestra vida, porque con ciertas actitudes, con ciertos actos, con ciertas maneras de tratar a los demás, también, estamos traicionando a Cristo.
Vemos como Judas se dirige a los jefes del Sanedrín para ponerle un precio a Cristo, al Hijo de Dios, a aquél cuya venida al mundo sólo tenía cosas buenas: acercarnos a Dios y darnos la salvación que por nuestros pecados habíamos perdido. Este hecho, en el que Judas mercadea con Cristo, en el que pone un precio a su Maestro, marca el inicio de la Pasión de la Cristo. Una pasión dura, una pasión que nos va a permitir ver como todo un Dios, hecho hombre, asume nuestra culpa, nuestra torpeza y pecado y es vilipendiado, azotado y llevado a la cruz por ella. Una pasión en la que vemos como no duda de la presencia del Padre en su vida, en la que veremos como no renuncia por ayudarnos, por darnos la Vida Eterna, por devolvernos aquello que habíamos perdido: LA FELICIDAD QUE NO TIENE FIN, EL PODER ESTAR CERCA DE DIOS. Estar cerca de ese Dios que no nos abandona, pero del cuál nosotros sí decidimos alejarnos cuando no asumimos su Voluntad como nuestra. Semejante acto de amor ¿se merece tal decepción, tal desprecio y traición? Entonces ¿por qué traicionamos nosotros también a Jesús? ¿Por qué valoramos más lo que nos viene de fuera que lo que viene de Dios?
Tristemente me doy cuenta, con este texto, que existe en nosotros la suficiente posibilidad de ser traidores; que existe la suficiente capacidad de mal en nuestro interior. Pero ante esto ¿puedo quedarme paralizado? ¡NO! Con ello hay que contar para conocernos y “cuidar de no caer”. Para que en nuestra oración esté siempre presente esa petición que cada día hacemos en el Padrenuestro: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Es necesario que yo, que tú, que todos nosotros reconozcamos nuestras limitaciones para pedirle al Señor la fuera necesaria para no caer en la tentación de traicionarle.
Frente a la actitud de Judas, Pedro. Una actitud entrañable pero llena de ingenuidad, de esa ingenuidad en la que no podemos caer nosotros. Ciertamente es toda una declaración de intenciones las que transmite Pedro porque se siente fuerte e íntimamente unido a Cristo: “Daré mi vida por ti”. Me recuerda a muchos de nosotros cuando salimos de la Iglesia con cierta alegría, entusiasmo y las pilas cargadas de buenos actos y después, una vez en la calle, cuando nos damos de bruces con la realidad, con la problemática que nos envuelve, esas buenas intenciones se desvanecen y nos dejamos llevar por nuestros recelos, injusticias, por nuestros pecados y debilidades. ¿No os ha pasado, alguna vez, que cuando tenemos una experiencia grata en la oración salimos de ella con firmes propósitos que luego, poco a poco, se van desvaneciendo? Pues esa es la misma sensación que, imagino, tuvo que tener Pedro. Se sentía fuere, muy unido a Cristo y acabó confiando más en él que en Cristo, de modo que, como nos ocurre a todos nosotros, cuando confiamos más en nosotros mismos acabamos no sólo negando a Cristo, como en días sucesivos veremos que le ocurrirá a Pedro, sino que acabamos alejándonos de aquél que nos da la vida.
Con Pedro, como con Judas, me he dado cuenta, de nuevo, que: es un error sentirse tan fuerte que sea imposible la negación de lo que hemos prometido, la infidelidad a quien se ha prometido afecto “eterno”. Esta sobrevaloración de uno mismo nos induce a desprotegernos, a no actualizar cada día nuestros compromisos, en concreto los afectivos. Por eso, para ser fuertes en la fidelidad es necesario que asumamos nuestra debilidad, nuestra capacidad de ser infiel. Y pedirle a Dios la fuerza necesaria para no caer en ella, del mismo modo que debemos exigirnos a nosotros llevar a cabo todo lo necesario para, también, no caer en ella.
RECUERDA:
1.- ¿Cómo voy viviendo este camino de Semana Santa hacia el Gólgota acompañando a Jesús?
2.- ¿Qué precio tiene Cristo para mí? ¿Cuándo le traiciono?
3.- ¿Cuándo niego a Cristo en mi vida?
4.- ¿Confío más en mi fuerza que en el poder de Cristo para transformar mi vida? ¿Por qué me cuesta tanto abandonarme a sus manos?
¡Ayúdame, Señor, a no endurecer mi corazón! ¡Ayúdame a asumir mi debilidad, a ponerla en tus manos y con tu fuerza y mi constancia superarla día tras día!