1 de abril de 2020.
MIÉRCOLES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!


Evangelio según san Juan 10, 31-42.

“Os he hablado de la verdad que le escuché a Dios”.


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».



    ¡Buenos días!

    Décimo octavo día de confinamiento. Ha llegado el mes de abril, la primavera inunda nuestra vida, si no fuese por la alergia, sería una estación maravillosa pero los estornudos, la congestión y el lagrimeo de ojos la hace, cuanto menos, un poco incómoda.
Por otra parte, parece que esto se va estabilizando, la situación del archiconocido y temido COVID19, sigamos confinados y rezando para que pase cuanto antes. Mentalicémonos que esto va para largo, no quiero ser aguafiestas, pero se atisba que, como mínimo, hasta el día 26 parece ser. No importa, no hay que agobiarse, lo importante es solucionarlo de la mejor manera posible. Además, tenemos que tomar conciencia: nada volverá a ser lo mismo después de esto. Ni mejor ni peor, diferente y debemos acostumbrarnos a eso. Tendremos que tener cuidado, al menos, hasta que salga un tratamiento eficaz o la tan ansiada vacuna. Pero Dios está con nosotros y nos ayudará. Nosotros abramos nuestro espíritu a su Amor y nuestra mente y vida a la nueva situación. Todo va a ir muy muy bien.

    En otro orden de cosas, el Evangelio de san Juan que hoy hemos tenido la oportunidad de leer, pone de manifiesto una actitud que no es, únicamente, propia de los judíos: la negación, el rechazo de Jesús como Hijo de Dios. Es más, quieren matarlo por considerarlo blasfemo. ¡Que gente más mala! podemos llegar a pensar, pero ¿nos hemos dado cuenta que nosotros también corremos el riesgo de negar a Dios en nuestra vida, de negar que Jesús es su Hijo? ¿Nos damos cuenta que nosotros también matamos a Cristo en nuestro día a día?

    En primer lugar, debemos reconocer que Dios es todo Misericordia y que ese Dios “Todo Misericordioso” que revela Jesús mediante sus palabras y obras es un Dios que supone un escándalo, supone una amenaza. ¿Para quién puede suponer una amenaza un Dios que es Amor sin medida para todo aquél que se acerca a él? No sólo para los judíos, como decía anteriormente no podemos caer en esa tentación. Nuestro Dios supone una amenaza para todos aquellos que buscan hacerse un “dios” a su medida, un “dios” que dé, únicamente, respuesta a sus intereses o a los del grupo que representan. Dios supone, también para nosotros, una amenaza cuando deja al descubierto actitudes en nosotros que no son propias del buen cristiano, que no son propias de aquellos que dicen seguir a Jesús.

    Como anunciábamos ayer nuestro Dios es un Dios que ama desde abajo, que para comprenderlo debemos hacerlo desde la humildad, la sencillez, desde nuestra conciencia de pecadores; puesto que su amor alcanza a toda la tierra sin excepción alguna, volcándose, de una manera especial, en aquellos que más lo necesitan: ¿quiénes? Los pecadores, los sencillos, humildes, enfermos, los que viven en soledad… en definitiva: tú y yo ¿o es que nosotros nos sentimos por encima de los demás? ¿no será esta sensación de plenitud por nuestra propia fuerza la que nos lleva a matar a Dios en nuestra vida? ¿no nos estamos comportando como esos judíos que querían matar a Jesús por considerarlo blasfemo? ¿Qué sentimos en nuestra vida cuando escuchamos decir a Cristo que los ladrones, pecadores, prostitutas entrarán delante de nosotros en el Reino de los cielos? ¿Francamente nos alegramos cuando la vida sonríe a nuestros enemigos? ¿somos capaces de negarnos nosotros mismos por dar la vida por nuestros enemigos? ¡ESTO ES DAR TESTIMONIO DEL PADRE! Pero esto en muchas ocasiones no se da en nuestra vida, esto en definitiva es: querer matar, nosotros también, a Jesucristo.

    “Ese Hijo os hace libres”, nos dice Jesús en el evangelio de hoy. Es aquí, donde está la solución. Si permanecemos en Cristo, seremos hombres y mujeres libres, seremos personas que den verdadero testimonio del amor de Dios en su vida. Seremos esos otros “cristos” que ayuden a los demás a conocer el amor y la misericordia de Dios en sus vidas. Ese debe ser nuestro compromiso. Cristo quiere que seamos felices, libres, ejemplos de su amor. Jesús quiere personas solidarias que vivan de acuerdo a su Palabra, no para mandarnos y esclavizarnos, sino porque sabe que permaneciendo en su amor alcanzaremos esa Vida que no pasa. Esa Vida Eterna que él nos ha regalado.

    RECUERDA:

El amor a Jesús es amor libre y configurado en el bien, porque viene de Dios. Jesús nos ofrece un camino de libertad, de liberación a través de la verdad de Dios, pero el rechazo nos hace nuevamente esclavos.

Tenemos la tentación en muchas ocasiones de preguntarle a Dios por nuestras desgracias. La tentación de pedirle explicaciones como si nosotros nos mereciésemos siempre aquello que pedimos como niños caprichosos en medio de una feria, si me permitís el ejemplo. Sin embargo, no somos capaces o no queremos caer en la cuenta de que nuestro “rechazo a Dios” fue anterior a nuestra “queja por Dios” frente a la desgracia. Primero hicimos nuestra voluntad y después vimos que no era ese el camino. Pero mi soberbia ¿me permite darme cuenta de que fue culpa mía alejarme de Dios que no me abandona nunca?

El rechazo a Dios nos vuelve esclavos del mal, de la ignorancia, y del egoísmo. No todo queda en un “YO”. Existe también un TÚ, pero ese TÚ lo olvidamos con cierta facilidad; siempre lo digo; un corazón abarrotado del “yo” no admite el “Tú” de los demás y eso lo reflejamos culpabilizando de nuestros problemas tanto a Dios como a los demás. La violencia, la mentira, el juicio y la crítica son actitudes que muestran mi falta de libertad puesto que el mal se apodera de mí y actúo según él me dicta introduciéndome en una espiral negativa de la fraternidad.
Esto es lo que Jesús pone en contradicción. Esto es lo que se refleja cuando escuchamos la Palabra de Dios y la meditamos en nuestro corazón: que con cierta facilidad matamos a Aquél que vino al mundo con un solo objetivo: nuestra salvación.

1.- ¿Acepto que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías?
2.- ¿Acepto el Mensaje de Cristo en mi vida, meditándolo y guardándolo en mi corazón? ¿Lo pongo en práctica?
3.- ¿Qué contradicciones existen en mi vida y pone de manifiesto Jesús cuando escucho su Palabra? ¿Por qué vivo obstinado en matar a Jesús en mi vida como quisieron hacer los judíos?

¡Ayúdame, Señor, a reconocerte como Hijo de Dios y a seguirte cada día, en cada momento y en cada circunstancia!