11 de abril de 2020.
SÁBADO SANTO
ACOMPAÑAMOS A LA VIRGEN MARÍA EN SU SOLEDAD
CICLO A
¡Paz y bien!
De los evangelios de san Lucas y de san Juan
“Ya había caído la tarde cuando José de Arimatea, senador, hombre rico y persona
buena y honrada y que era también discípulo de Jesús, fue a ver a Pilato a pedirle el
cuerpo de Jesús y Pilato mandó que se lo entregaran.
Este compró una sábana y, lo descolgó, lo envolvió en la sábana limpia y lo puso en un
sepulcro nuevo excavado para él mismo en la roca, donde no habían puesto a nadie
todavía, rodó una losa grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
Fue también Nicodemo, aquel que la primera vez había ido a verlo de noche, llevando
unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, fueron detrás para ver el
sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos”
¡Buenos días!
Vigésimo octavo día de confinamiento. Parece que hoy los fallecimientos por coronavirus han vuelto a bajar. Aún así se cuentan por centenares las muertes todavía, una auténtica tragedia. Sigamos rezando para que todo esto se acabe pronto. Sigamos rezando para que nosotros, también, podamos continuar con salud y haciendo todo lo posible para acabar con esta pandemia que tanto sufrimiento nos ha traído a este mundo. No puede faltarnos el ánimo porque juntos lo vamos a superar.
Hoy es Sábado Santo. Hoy no tenemos liturgia, no tenemos Palabra de Dios. Jesús ha fallecido y nos ha dejado un gran hueco en nuestra vida. Vivimos un auténtico silencio, una pena ante la que, como decíamos ayer, sólo caben dos posturas. Por una parte, la de quedarnos sumidos en el dolor y la desesperanza. Cayendo en el desengaño y la apatía propia que aflora de los corazones confundidos y dolidos con un Dios del que podemos pensar que nos ha engañado puesto que nos ha dejado solos.
Por otra parte, podemos vivir estos momentos desde la Esperanza. Desde la Fe, desde la CONFIANZA. Una esperanza, confianza y fe que nos proporciona el saber que Dios no nos abandona nunca, que su Palabra supera toda expectativa, que su AMOR y su VIDA son más fuertes que la propia muerte, esa muerte que él ha probado para que nosotros tengamos la VIDA ETERNA que no pasa. ¿Qué actitud piensas adoptar?
Yo lo tengo claro, por eso os invito a vivir este día desde la ESPERANZA, desde la CONFIANZA, desde la FE. Pero sé que no es fácil, sé que no es sencillo, mas cuando la situación es dolorosa. No me cabe duda que este año, más que nunca, estamos experimentando ese dolor, esa angustia, ese desconcierto. Por eso la mejor manera que tenemos de pasar este sábado santo, estos momentos de tormento mientras llega la Resurrección de Cristo es hacerlo junto a nuestra Madre la Virgen María, hoy bajo la advocación de la Virgen de la Soledad. Por eso mi pequeña reflexión de hoy quiero que vaya unida y dedicada a pasar un rato de oración junto a la mujer que más y mejor nos quiere. Que mejor intercede por nosotros: nuestra Madre la Virgen María.
Con este fragmento de uno de los poemas de San Juan de Ávila, acompañamos a nuestra Madre en este momento de soledad profunda.
"Vos, la más santa y la más lastimada,
la más querida y la más angustiada,
la más alta y la más abajada...
Si mucho la amaste, mucho la afligiste.
Con la lectura que os he propuesto hoy podemos contemplar a Nuestra Señora en su camino de retorno desde el Sepulcro. La comitiva que le haría compañía, unas dieciocho personas, ¿se puede decir que le hacían compañía en una situación así? Me imagina el camino de regreso a casa. Un camino callado, atronadoramente silencioso porque les faltaba Jesús. Se debatirían, como nosotros, entre la incredulidad, el dolor, la esperanza, la desesperanza… todo junto y mezclado. Y mientras María, como siempre, callada, conservando todas estas cosas en su corazón. En ese camino de vuelta María tiene que recordar todo lo sucedido. Se encuentra frente al monte Calvario, ve la Cruz, lo único seguro en este mundo cambiante, inestable como el mar: la cruz permanece estática mientras el mundo da vueltas. Y al ver la Cruz, la adora. La
primera que hace la adoración de la Santa. Desandan el Vía Crucis, se detienen en cada estación, reparan en cada gota de su sangre. Llega al Cenáculo y agradece a José de Arimatea y a Nicodemo todo lo que han hecho por su Hijo. Allí sí la soledad definitiva.
¡Qué grande es María! ¡Qué fe tan admirable y envidiable! Entierra a su Hijo, recorre el camino andado, agradece, uno por uno, a los que dignificaron la muerte de su hijo y se mantiene rezando, en soledad con su fe intacta confiando plenamente en las Palabras de Aquel que un día le anunció que se convertiría en la Madre del Hijo de Dios.
María no duda. María no reprocha el dolor que debe estar sufriendo, María se muestra orante y confiada sabiendo que, como Dios ha mantenido siempre, su hijo resucitará de entre los muertos. Y ahí estamos nosotros, hoy, acompañándola para que no se sienta sola. Intentando mitigar su dolor con nuestras fuerzas limitados, con nuestros problemas, nuestra poca fe, pero sabiendo que a su lado, a la misma vez, salimos reconfortados.
Hoy le acompañamos con miles de fallecido no sólo en nuestro país sino en el mundo entero por culpa de esta pandemia. Le acompañamos sabiendo que posiblemente familiares y amigos nuestros lo están pasando mal contagiados por este mal. Le acompañamos sabiendo que el futuro inmediato que nos espera no es fácil, que vamos a tener que ponernos “manos a la obra” para ayudar a aquellos que peor empiecen a pasarlo a partir de ahora. Le acompañamos sabiendo que ella hace suyo, después de todo lo que tiene que soportar, nuestro dolor y sufrimiento. María no nos abandona, sigue intercediendo por nosotros, quiere que nos mantengamos en oración confiada, no resignada. María quiere que estemos preparados para el gran acontecimiento de nuestra vida: la Resurrección de su Hijo. Un momento, un acontecimiento, un hecho que dará sentido a nuestra vida. Que nos dará la luz, fuerza y comprensión necesaria para recordar que NADA PUEDE APARTARNOS DEL AMOR DE DIOS Para recordarnos que precisamente esta muerte de Cristo tiene una finalidad: que no suframos, que no caigamos en la tentación de pensar que estamos solos en este mundo. La finalidad de decir y vivir convencidos que: “EL SEÑOR ES MI PASTOR NADA ME FALTA”. No es momento de ninguna soledad triste ni resignada. Es momento de vivir la “soledad confiada” de María.
También nosotros, hoy, hemos perdido de vista el cuerpo de su hijo, de nuestro Dios, de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, a partir de este momento, debemos acostumbrarnos a vivir en la fe como dice la Escritura cuando afirma: “El justo vive de la fe”. Y acabamos la reflexión con este poema:
“Pero en tanto que El asoma,
Señora, por las cañadas
-¡por tus tocas enlutadas
y tus ojos de paloma! –
recibe mi angustia
y toma en tus manos mi ansiedad.
Y séame, por piedad,
Señora del Mayor Duelo,
tu soledad sin consuelo
consuelo en mi soledad”
RECUERDA:
Hoy celebramos SÁBADO SANTO. El día que debemos esperar confiados la Resurrección de Cristo, sabiendo que Dios no nos abandona jamás.
1.- ¿Cómo he vivido este camino de Semana Santa hacia el Gólgota acompañando a Jesús?
2.- ¿Cómo afronto este día en el que espero la Resurrección de Cristo?
3.- ¿Acompaño a María en su soledad de una manera activa o resignada?
4.- ¿Verdaderamente confío en la Resurrección de Jesús?
¡Ayúdame, Señor, a no caer en la desesperanza ni en la falta de fe!
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