30 de abril de 2020.

JUEVES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 44-51)


“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”



En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

      
      
Día número cuarenta y siete de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Ya queda un día menos. Además, acabamos el mes de abril, último día de este mes que hemos pasado completamente confinados. Todo va a ser para bien, así que no debe de malhumorarnos todo el esfuerzo que estamos haciendo estos días. Por lo que podemos ver, ya va tomando forma la nueva forma de vida que vamos a ir llevando hasta que tengamos la vacuna o el tratamiento que nos ayude a no ser presas fáciles de esta enfermedad. Ahora debemos poner todo el sentido común que la mayoría hemos demostrado en este confinamiento y acostumbrarnos a mantener distancia social, evitar los saludos, las aglomeraciones y demás. Este nuevo estilo de vida, nos guste más o menos, nos ayudará a no caer enfermos y a no contagiar a los demás. Así que todos tenemos que aprender a esta nueva forma de vida. Ni mejor ni peor, sino diferente.
Como siempre digo, pidamos y oremos por todos los fallecidos, familiares y amigos que tan mal lo están pasando. Y por todos aquellos que ponen en riesgo su vida trabajando sin descanso en estos días.

       En cuanto a nuestra reflexión del Evangelio, tras el paréntesis del día de ayer, volvemos a discurso del “Pan de Vida” que estamos leyendo en san Juan. Un discurso que, como veíamos el pasado martes, nos lleva a preguntarnos sobre la importancia de Jesús en nuestra vida. Jesús ese pan que nos sacia tanto a nivel físico como a nivel espiritual. Jesús debe ser ese alimento del cual nos nutramos cada día tanto en la mesa de nuestro hogar, como en la mesa de la Eucaristía. Debe ser ese alimento que nos dé las fuerzas para seguir adelante; pero al mismo tiempo, debe ser el alimento que nosotros también ofrezcamos a los demás, a cuantos nos rodean, de manera que nuestras palabras, obras y sentimientos sean un reflejo de las Palabras, Obras y Sentimientos de Cristo hacia cada uno de nosotros. ¿Nos alimentamos de este pan de vida?

       En estos momentos donde vivimos sentimientos encontrados, por un lado la alegría de la Pascua, por el otro, el miedo o la incertidumbre ante una pandemia hasta ahora desconocida por todos nosotros debemos hacernos una pregunta: ¿Quién es ese Jesús que atrae de esa manera, que llena de alegría y es fuente de vida, una vida nueva e imparable? No podemos olvidar que celebrar la Pascua de Cristo nos tiene que llenar de alegría, él ha dado la vida para que seamos felices para que gocemos de su presencia y ante esta situación no cabe el desánimo, la tristeza o el titubeo. Esta misma manera de afrontar la Pascua es la manera de afrontar este tiempo del coronavirus: desde la tranquilidd que debe darnos el sabernos amados y salvados por Dios, por ese Dios que se ha hecho hombre en Jesucristo y que hoy nos recuerda que es el “Pan de Vida”.

El texto del evangelio de Juan se sitúa en el centro del discurso sobre el Pan de Vida. Toda gira en torno a una de esas siete frases que presentan diferentes imágenes de Jesús como fuente de vida: “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo”. Del escenario del monte, donde había sido la multiplicación de los panes, se cambia ahora a Cafarnaúm. Este discurso, como dije el martes, tiene dos partes: la primera se centra en Jesús como enviado, y cómo la fe es don de Dios y es el camino para llegar al Padre; en la segunda, Jesús es el pan de la vida, el pan eucarístico ofrecido por la vida del mundo, fuente de vida y de comunión.

¿Verdaderamente yo acepto que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Creo en Cristo como Dios hecho hombre para nuestra salvación? ¿Sí? Entonces ¿qué sentido tienen nuestros miedos? ¿Serán falta de fe? ¿será que nos alimentamos de un pan que no es Cristo, sino la buena fama, el dinero, los bienes materiales, mi bienestar particular, mi propio beneficio, mi yo por encima de los demás?
Jesús es enviado por Dios para que nos salve, para que haga tangible su amor hacia nosotros y de nosotros va a depender acogerlo o cerrarle las puertas de nuestro corazón. ¿Lo acogemos como tal? De nuestra libertad va a brotar una respuesta a esta pregunta, solo nosotros vamos a ser los responsables de nuestra respuesta. ¿Tú qué dices?

       Pero, por otra parte, Cristo es el pan Eucarístico. El alimento y sustento de nuestra alma, de nuestro espíritu. Si verdaderamente queremos acogerlo como Hijo de Dios, si verdaderamente queremos poner nuestra vida al servicio de su voluntad y de las necesidades de los demás tenemos que ahondar en nuestra fe. Es muy difícil entregarnos a nuestros hermanos si no lo hacemos desde la fe. De ahí, la importancia de la Eucaristía, del sacramento de nuestra fe. De ahí la importancia de acercarnos con un corazón limpio hasta la mesa del Pan y de la Palabra del Señor, porque es el sacramento que nos va a dar la fuerza necesaria para reconocer en los demás la dignidad, que todos tenemos, de hijos de dios. Porque gracias a este sacramento vamos a poder entregarnos a la Voluntad de Dios, vamos a saber perdonar, amar, no juzgar, ayudar siempre, no hacer acepción ni excepción de personas o de circunstancias. Gracias a ella vamos a saber desprendernos y negarnos a nosotros mismos para vivir en las manos de Aquél que ha venido al mundo para nuestra salvación y desde Él poder servir a todos nuestros prójimos. ¿Cómo me acerco yo a la Eucaristía? ¿Cómo vivo cada día o cada semana el Sacramento de nuestra fe? ¿para mí es la Eucaristía una nueva oportunidad de vivir cada vez más unido a Cristo y a los demás? O por el contrario ¿la vivo para mi propio beneficio y bienestar?

       Cristo es el “Pan vivo que ha bajado del cielo” ¿estoy dispuesto a alimentarme de él?



RECUERDA:

       Jesús es el pan de vida que calma nuestra hambre de sentido, de justicia, de comunión y que nos nutre internamente para humanizar la vida. No es un pan “selecto” que se esconde en una alacena como propiedad de unos pocos elegidos, sino el pan accesible que se arriesga, se parte y reparte para la vida del mundo. La sociedad de consumo nos ofrece otros alimentos sucedáneos que terminan por hacernos sus esclavos sin colmar nuestras ansias de comunión y de plenitud. Este texto tiene unas profundas resonancias eucaristías y nos lleva a hacernos, como comunidades cristianas, preguntas incomodas:

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Cómo nutro yo mi fe? Como comunidad cristiana ¿cómo nutrimos nuestra fe y seguimiento a Jesús?
3.- ¿En qué medida hace este pan de mí una persona cuya vida se entrega con sencillez y alegría a las necesidades del mundo que me rodea y en el que vivo?

¡Ayúdame, Señor, a tomarte cada día como lo que eres: ese pan accesible que se convierte en sustento y alimento de nuestra cotidiana!