25 de abril de 2020.

SÁBADO II DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

FIESTA DE SAN MARCOS, EVANGELISTA.

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Marcos (Mc. 16, 15-20)


“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
a toda la creación”


En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:
«ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

      

¡Buenos días!
      
Día número cuarenta y dos de confinamiento. Parece que se acerca la desescalada. Esa famosa fase que procede al confinamiento. Es una nueva etapa como siempre digo en la que vamos a tener que aprender a vivir de una manera diferente a como lo estábamos haciendo hasta ahora. Será nuestra nueva “normalidad”, esa palabra cuyo significado es casi inexistente pero que a la gente tanto le gusta. Llegaremos a ser “normales” que nadie sufra, lo que sí es cierto que seremos unas personas “normales” diferentes. Aprenderemos juntos a vivir esto con esa ansiada nueva “normalidad”, no os preocupéis de nada. Mientras esto llega y para no perdernos en teorías especulativas que desgasten nuestra paz interior, sigamos ejercitándonos en el arte de la oración: lo más valioso que tenemos los cristianos. Sigamos a Cristo, desde nuestra casa, y unámonos cada día más a él. Así llegaremos a ser personas ejemplares y humanificadoras en esta nueva época en la que la búsqueda de la normalidad va a ser nuestra principal preocupación. Recemos, como siempre digo, por todas aquellas personas que han perdido su vida por esta situación o en esta situación, porque desgraciadamente las “enfermedades comunes” siguen avanzando. Pidamos por sus familiares y amigos. Como no, por todos los que estos días están poniendo en riesgo sus vidas en los diferentes trabajos que no han parado para que nosotros podamos vivir plenamente este confinamiento.

       Y hoy, sábado, 25 de abril celebramos la fiesta de san Marcos, evangelista que primero acompañó en Jerusalén a San Pablo en su apostolado y después siguió los pasos de san Pedro, quien llegó a llamarle “hijo”, como podemos ver en la primera lectura del día de hoy. Por eso en este día de su recuerdo y de su fiesta, nos encontramos con la lectura de un fragmento de su evangelio. Precisamente leeremos esa petición que Jesús nos hace y de las que ya hemos hablado en varias ocasiones a lo largo de la Pascua y que san Marcos vivió de una manera ejemplar siendo un verdadero testimonio del amor de Dios en su vida; la petición de Cristo es: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Más clara, concisa y breve no puede ser. Y del mismo modo que hemos afirmado que es clara, concisa y breve, también podemos afirmar que muchas veces, no puede ser más complicada de alcanzar por nuestra parte. ¿Por qué nos cuesta tanto cumplir con esta misión? ¿Qué es lo que nos impide llevarla a cabo y convertirla en un estilo de vida? Sobre esto os propongo que, juntos, reflexionemos hoy.

       “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Eso es exactamente, como ya he anunciado y como hemos podido leer, lo que Cristo nos pide en el día de hoy. Lo primero que debo cuestionarme es si estoy dispuesto a aceptar esta tarea. Si lo estoy, el paso siguiente sería preguntarme ¿conozco el Evangelio de Cristo?
Conocer el Evangelio de Cristo no solamente supone que tengo un conocimiento teológico de la Sagrada Escritura o de quién es Jesús. Conocer el Evangelio de Cristo significa tener experiencia de Dios en mi vida. Significa que vivo cerca de Él, que soy capaz de abandonarme a Cristo y de cumplir con su Voluntad en todo momento. Como hemos dicho, a lo largo de todos estoy días, conocer a Cristo no es cuestión de sabiduría y de inteligencia sino de experiencia. Es cuestión de ser conocedores de qué experiencia tengo de Dios en mi vida y de cómo la estoy viviendo, de cómo esa experiencia se hace realidad en mis obras, en mis palabras, en mis gestos hacia Él y hacia quienes me rodean. Si verdaderamente quiero ser anunciador de la Palabra de Dios, debo vivirla y ponerla en práctica si no, de lo contrario, acabaré dando testimonio de mí mismo, de lo que pienso o de lo que yo creo. De lo que vivo y de cómo lo vivo, pero yo, tú, cada uno de nosotros no tenemos que dar testimonio de nosotros mismo, como nos recuerda San Pablo, sino que debemos dar testimonio de Dios. Por lo tanto preguntémonos: ¿conozco a Cristo en mi vida? ¿Lo vivo? ¿lo pongo en práctica?

       Para poder avanzar, lo siguiente, sería cuestionarnos por nuestra vida de fe. Nadie duda, a estas alturas, de la importancia que tiene la oración en nuestras vidas. ¿Cómo voy a conocer a Cristo si no hablo con él? ¿Cómo voy a poner en práctica su voluntad si no la escucho? Para esto, me ayuda la oración. Debe ser el pilar básico donde se sustente mi relación con Cristo. Una oración pausada, tranquila, confiada, diaria. Una oración que me lleve a saber escucharle y contemplarle más que a soltarle todas las cosas que pienso y opino. Estamos muy acostumbrados a orar pidiéndole cosas ¡eso está bien! Pero la verdadera oración es aquella que, además, sabe escuchar. Sabe guardar silencio para que la Palabra de Dios invada nuestro corazón. Sabe contemplar a Cristo para que nuestra vida sea un ejemplo de la suya. Por eso es importante la oración, para que vaya dirigiendo de Cristo nuestro día a día. Debemos “Ir al mundo entero” esto supone salir de nuestro entorno, de nuestra zona de confort, de nuestras seguridades y comodidades. Salir para ser testigos visibles del Amor de Dios en nuestra vida y en la vida de los demás. Aquí, nos enfrentamos a miedos, a nuestros propios pecados, a nuestras limitaciones a todo aquello que nos invita a vivir más cómodos y mejor. Sin embargo, frente a esta actitud conformista tenemos la petición de Jesús: salir al mundo entero, dar a conocer su Evangelio “a toda la creación”, no a unos pocos ¡No! No sólo a las personas que son afines a mí ¡no! Sino a toda la creación. Ayer comentábamos que todos somos hijos de Dios, iguales en dignidad, por lo tanto, nuestro mensaje debe ser UNIVERSAL. Nuestra vida no puede querer a unos más que a otros. Todos deben ser iguales para nosotros, sin excepción y acepción. Esto no sólo debemos vivirlo, sino que, además, debemos transmitirlo. Debemos romper barreras ideológicas, faltas de perdón, orgullo herido y un largo etcétera de pecados que nos impiden tratar a todos desde la igualdad, la caridad y el Amor de Dios.

       Como vemos lo que Jesús nos pide es difícil pero no imposible. Difícil si confiamos más en nosotros mismos que en él. Difícil si nos dejamos llevar por nuestra voluntad antes que por la suya. Difícil si en nuestra vida lo primordial es mi orgullo herido, mi vanidad, mi ego, en lugar del “tú” de los demás, en lugar del perdón y la acogida universal a todos cuantos me rodean. Difícil en definitiva si no vivimos abandonados a las manos de Dios y dispuestos a cumplir su voluntad ¿aceptamos este mandato que Dios nos transmite por Jesús en el día de hoy?

RECUERDA:

       El encuentro con Jesús Resucitado, aunque es una comunitaria, nos lleva mucho más allá. Nos tiene que llevar a transmitirla, a salir de la Comunidad para llegar a todos los rincones de la Tierra. De esta tierra, que en estos momentos, está tan necesitada de escuchar la Palabra de Dios. Una tierra que necesita con urgencia palabras de ánimo y de consuelo, de acogida y de amor. Pero de un ánimo, consuelo, acogida y amor que no pasa, que perdura generación tras generación y ante cualquier circunstancia. El mundo necesita conocer el Evangelio de Dios y nosotros, llamados a ser otros “cristos” en medio de este mundo tenemos que aceptar el reto y ponernos “manos a la obra”.

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Estoy dispuesto a salir por todo el mundo a predicar el Evangelio de Dios a toda la creación sin excepción?
3.- ¿Qué me impide llevar esto a cabo?

¡Ayúdame, Señor, a vivir comprometido con el cuidado de la casa común!