2 de abril de 2020.
JUEVES V DEL TIEMPO DE CUARESMA.
CICLO A
¡Paz y bien!


Evangelio según san Juan 8, 51-59.

“Quien guarda mi Palabra no verá la muerte para siempre”.


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.


    ¡Buenos días!

    Décimo noveno día de confinamiento. Parece que el número de contagiados se empieza a ralentizar, buena cosa es esa pues significa que estas medidas en las que estamos colaborando todos quedándonos en casa, dan su fruto. Aprovechemos este tiempo para convertirlo en momentos de oración, de meditación de la Palabra de Dios. De esa Palabra en la que si permanecemos como Cristo nos pide hoy no veremos la muerte que nos acecha jamás. ¡A por ello!

    Seguimos leyendo el evangelio de san Juan en estos últimos días de la Cuaresma. Vemos que son evangelios que, en mayor o menos medida, crean en nosotros una cierta desazón. Ayer mismo lo pensaba yo, cuando estuve preparando esta reflexión antes de plasmarla en esta hoja en blanco: “pobre Jesús, nada de lo que diga o haga a estas alturas de su vida va a ser comprendido ni asimilado, todo va a ser tomado como pretexto para llevarle a la cruz y darle muerte por incómodo” … y así es. Hoy, como no podía ser de otra manera, volvemos a ver cómo su mensaje de libertad contrasta con la incredulidad y la polémica que suscita en aquellos que le escuchan y que representan a las instituciones de Israel. Una incredulidad y una polémica que, desgraciadamente, también suscita en muchos de nosotros muchos días de nuestra vida. Porque aquí hay una pregunta de fondo que no podemos ni obviar ni olvidar: ¿Qué significa conocer a Dios? ¿Yo conozco a Dios?
    Como vemos, el encuentro entre judíos, letrados, sacerdotes, sumos sacerdotes, etc. y Jesús es imposible. Y es imposible porque todos ellos tienen un discurso diferente al de Cristo, unos pensamientos diferentes a los de Cristo y una forma de vivir diferente a la de Cristo.
Recordad que ayer decíamos que a Cristo se le conoce, se le vive y se le entiende desde “abajo”. Desde valores como la solidaridad, la igualdad de todos los hombres y mujeres, el amor a los demás, la entrega a los débiles y necesitados… El paradigma de Jesús es la libertad y la misericordia; mientras, el de las instituciones es el de la ley y el de las tradiciones interpretadas al servicio de sus propios intereses (el famoso “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” o la tradicional “ley del embudo”, donde lo ancho es para mí y lo estrecho para los demás). ¿No es esto lo que, desgraciadamente, también nos sucede a nosotros?

    ¿Cuántas veces no hemos escogido el mensaje de Jesús que más nos interesaba para adaptarlo a nuestros caprichos, intereses, necesidades y así poder justificar nuestras acciones o pensamientos? ¿Cuántas veces utilizamos enseñanzas de Jesús para utilizarlas de manera torticera contra nuestro prójimo? ¿Cuántas veces matamos a Cristo para no escuchar su Palabra que pone en jaque nuestra manera de vivir? ¿Podemos decir, entonces, qué ese estilo de vida que llevamos es el propio de aquella persona que conoce a Dios? Verdaderamente ¿sé lo que significa conocer a Dios? Volvemos a preguntarnos.

    Jesús no busca nunca el conflicto, pero bien sabe como afirma en el evangelio: “que es signo de contradicción”.  Por eso sus interlocutores actúan siempre desde la dureza y la autodefensa. Una dureza y autodefensa que muchas veces surge, también, en nosotros mismos. Una dureza de corazón y autodefensa que deja de manifiesto que ni conocen, ni conocemos, realmente, a Dios.
De hecho, el propio Jesús lo dice: “El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis”. Por lo tanto, repito y ahora sí que contestamos: ¿Qué es conocer a Dios?

    Conocer a Dios es convertirse en camino, ejemplo y reflejo de su misericordia, haciéndola visible en medio de nuestro entorno, cada uno en medio de su realidad. Conocer a Dios no es tener un discurso grandilocuente con una exacerbada retórica o lleno de sabiduría y teología.
El conocimiento de Dios es experiencia de Él en nuestra vida. Es escuchar, meditar, conservar y practicar su Palabra. Es vivir según sus designios por elección propia y asumida con alegría, como lo hizo nuestra madre, la Virgen María. Es amar a los demás como Cristo me ama a mí, como Cristo te ama a ti. Conocer a Dios es practicarle. Es, sin duda alguna, comprometerme y arriesgarme a vivir su Palabra en el Amor a Él (Dios) y a los demás (prójimos, sobre todo los más necesitados sean de la índole que sean) como hizo Jesús. Ese Jesús al que dentro de muy poco matarán en la cruz por nuestra salvación y a cuyo suceso podremos asistir: bien como meros espectadores ante una pantalla de cine, bien saliendo corriendo por temor y desconfianza como hicieron los apóstoles; o bien, quedándonos a los pies de la Cruz como Juan y María poniendo toda nuestra confianza en él.

    RECUERDA:

1.- ¿Conozco verdaderamente a Dios?
2.- ¿Vivo verdaderamente como hijo de Dios, como una persona que le conoce realmente?
3.- ¿Crea en mí su Palabra una cierta confrontación como les sucedía a los judíos, sacerdotes, sumos sacerdotes e instituciones del Pueblo de Israel? ¿Me enfrento a él o asumo esas carencias que veo que hay en mi vida intentando mejorar día tras días? ¿Qué me lo impide?

¡Ayúdame, Señor, a conocer a tu Padre, a nuestro Padre! ¡Ayúdame, Señor, a acoger su Palabra y ponerla en práctica! ¡Ayúdame, Señor, que la gente pueda decir, gracias a mis actos y sentimientos, que soy imagen de ese Dios que nos da la Vida!