27 de abril de 2020.

LUNES III DEL TIEMPO DE PASCUA
CICLO A

¡Paz y bien!

Del Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 22-29)


“Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna”


Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

       ¡Buenos días!
      
Día número cuarenta y cuatro de confinamiento. ¡AVANZAMOS! Y avanzamos bien, aunque lo tomemos con cautela y haciendo caso relativo a las cifras que, como todos sabemos no se ajustan a la realidad, los fallecidos bajan al igual que el número de personas ingresadas en la UCI. Eso es lo que debe motivarnos, el hecho de que los hospitales se vayan descongestionando y puedan seguir dando servicio normalizado ante esta enfermedad y las que todos padecemos día tras día. Así pues, empezamos la semana con buenas noticias, con los niños saliendo a pasear y nosotros empezando a ver luz al final del túnel. Un túnel largo y que será costoso pero que no andamos solos, sino que nos ayuda Aquél que murió por nuestra salvación: ¡DIOS! ¿A qué le tenemos miedo? Como digo cada día recemos por los fallecidos, familiares y amigos. Por todos aquellos que no han parado de trabajar para hacernos la vida más fácil y, como no, por todos nosotros para que pasemos, de la mejor manera posible, este mal trago.

Pero centrémonos en el evangelio de Juan de hoy al que hemos vuelto después de unos días. Nos vuelve a situar a continuación del episodio de la multiplicación de los panes y los peces que vivíamos el pasado día ¿os acordáis? Jesús fue capaz de abrir el corazón de todos aquellos que le escuchaban y logró que compartiesen todo cuanto tenían para poder comer una gran multitud de personas.
Pues bien, esa multitud, cuando Jesús se va con sus discípulos hacia otro lugar porque aquellos querían coronarle rey, esa multitud es la que hoy va tras Jesús y le buscan para volver a encontrarse con él. Esa multitud es a la que Jesús cuestiona con la pregunta que hemos podido leer en el evangelio y que, esta misma mañana, nos traslada a cada uno de nosotros: ¿me buscáis por mis signos o porque comisteis pan hasta saciaros? ¿Por qué buscamos cada uno de nosotros a Jesucristo? Esa es la pregunta que nosotros nos formulamos este lunes de Pascua. Una pregunta que entronca con el misterio que estamos celebrando, la Resurrección.
       Si verdaderamente buscamos a Cristo por sus signos no nos resultará complicado abrirnos a su Palabra, a su Mensaje. No tendremos problemas en negarnos a nosotros mismos y cumplir siempre su voluntad en nosotros.
Buscar a Jesús por sus signos significa reconocerle como verdadero hijo de Dios y por lo tanto abrirle nuestro corazón y nuestro espíritu, abrirle nuestra vida para poder convertirnos en aquello que nuestra sociedad más necesita siempre, pero de una manera muy especial en estos momentos que estamos viviendo todo el mundo: otros “cristos” que den testimonio del Mensaje de Dios y de su Amor. Un Mensaje y un Amor que alcanza a todos los lugares de la tierra, a todas sus gentes. Un Mensaje y un Amor que no son excluyentes sino acogedores y tolerantes. En definitiva, un Mensaje y un Amor que sin hacer acepción ni excepción de personas nos dan a todos la Vida Eterna que habíamos perdido y que Jesús, con su Muerte y Resurrección, nos ha devuelto de una manera gratuita. ¿Es por todo esto por lo que buscamos al Hijo de Dios en nuestra vida?

       Lo contrario de buscar a Dios por todo lo expuesto es buscarle porque nos sació, porque nos dio de comer en abundancia. Dicho de otra manera, porque colma aquello que queremos en cada momento, porque nos da cuanto le pedimos y porque por decirlo de alguna manera es ese “mago” que solo nos aporta cuanto yo creo necesitar en cada momento. Busco a Dios porque si le pido salud me la da, si le pido dinero me lo ofrece, si le pido trabajo me lo encuentra, en definitiva, porque me da cuanto le estoy rogando. Vale, es cierto; el Señor dijo: “pedid y se os dará”, pero, el día que no nos dé cuanto le hemos pedido ¿se habrá convertido en malo? ¿me habrá abandonado? ¿se habrá olvidado de mi o me estará castigando? ¿Habrá pasado de ser un “Dios justo y bueno” a un “dios castigador e injusto conmigo”?
Cuando el hombre tiene todas sus necesidades básicas cubiertas le es más difícil elevar los ojos al cielo y buscar al Dios de la vida que Jesús vino a manifestarnos. De ahí, la denuncia de Jesús en este evangélico. Una denuncia que es muy clara y que deja claro que no podemos buscar a Dios tan sólo para cubrir nuestras necesidades humanas, que también son necesarias, pero no única y exclusivamente. Esa claridad con la que habla Jesús la encontramos en la última frase del texto que se proclama hoy. Cuando la multitud le pregunta qué deben hacer para realizar la obra de Dios, Jesús les responde: “la obra de Dios es que creáis en el que Él ha enviado”. Y ahora yo pregunto: ¿quién es el que ha enviado Dios para que creamos en Él? ¡Jesús! ¿Cómo creo en Jesús? ¿por sus signos o porque me sacia? ¿Cómo se traduce esto en mi vida? Si creo en Jesús por sus signos ¿por qué muestro desconfianza en él en los momentos de dificultad? ¿por qué me cuesta abandonarme a su Voluntad y aceptar lo que él quiere para mí? ¿por qué le digo lo que debe darme en cada momento? Un paso más, si amo a Jesús por sus signos ¿por qué no amo a los que me rodean como Cristo me ama a mí?

RECUERDA:

       En el Evangelio de Juan, a partir de la multiplicación de los panes y de los peces, Jesús es reconocido como el pan de vida. Jesús sabe captar el hambre de la muchedumbre del mismo modo que sabe captar la nuestra. Un hambre, una necesidad no sólo física, sino también hambre de sentido, de un horizonte vital, hambre de justicia, de amor y de plenitud. Ante esta necesidad, Jesús responde cada día, nos sacia cada día pero no desde nuestra lógica y desde nuestra mentalidad materialista y del dinero. Lo hará desde la lógica del Amor, esto es: desde el compartir los dones, los bienes y la propia vida. Cuando todos entendemos y vivismo desde esta lógica, hay abundancia para todos llegando incluso a sobrar, y sobrar en abundancia ¿Sé reconocer las necesidades de los que me rodean? ¿Qué dones y bienes estoy llamado a compartir?

1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Busco a Cristo porque sacia mi hambre de dinero, fama, mi voluntad, mis caprichos…? O tal vez ¿busco a Dios por sus signos?
3.- ¿Comparto mis bienes y dones con los que me rodean?

¡Ayúdame, Señor, a tener saciada mi hambre de justicia y plenitud para poder saciar la de los demás!