10 de abril de 2020.
VIERNES SANTO.
DÍA DE LA MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
CICLO A
¡Paz y bien!


Evangelio según san Juan 13, 1-15.

«Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu».


Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
«No le quebrarán un hueso»;
y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que traspasaron».
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

    ¡Buenos días!

    Vigésimo séptimo día de confinamiento. Todo sigue igual, parece que no avanzamos. Pero los días no pasan en balde y, poco a poco, avanzamos hacia el fin de este confinamiento. Un confinamiento que, debemos ser conscientes, ha cambiado nuestra vida. Una vida que cuando vuelva a la “normalidad” (concepto totalmente inexistente, porque lo que es normal para unos no lo es para otros) será una “normalidad” hasta ahora no conocida. Una normalidad que está en cada uno de nosotros la posibilidad de hacerla más humana y cariñosa. Una normalidad más llena de amor y de entrega por los demás. Que estos duros momentos no pasen sin más por nuestra vida sino que transformen nuestro corazón.

    Y llegamos al momento de la consumación. Hoy es VIERNES SANTO. 

Llegamos al destino que Cristo nos había marcado, el Gólgota, ese lugar llamado “La Calavera”. Esa montaña que se va a convertir en el testigo privilegiado de la muerte de un inocente. En testigo privilegiado de la muerte del Hijo de Dios. La Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan, que hemos leído hoy, no nos deja indiferentes. Siempre me ha llamado la atención el silencio que deja entre los fieles que cada Viernes Santo la escuchan en la celebración de los Oficios. Siempre me ha llamado la atención, el silencio que deja en mi interior. Y es que hay pocas cosas que añadir a dicho relato. Jesús muere voluntariamente por nuestros pecados, por nuestra salvación. Se acoge a la cruz, la hace suya, sin motivo sin un porqué, sólo por amor a todos y cada uno de nosotros. Y nosotros… nosotros… ¿somos capaces de intentar, al menos, devolverle tanto amor y tanto bien como el que hemos recibido?

El Viernes Santo ese día en el que muere Dios, ese día que hoy estamos viviendo, tiene que motivar en nosotros una profunda reflexión. Una reflexión que motive en nosotros no solo unas ganas de cambio, sino que debe transformar nuestra vida, de una vez para siempre, en entrega de Amor a Dios y a los demás. Nuestra vida está llena de “viernes santos”. Está llena de momentos dolorosos, incluso cada año, lo celebramos con más o menos entusiasmo, pero ¿de qué sirve pasar por el “Viernes Santo” si no lo aprovechamos después? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento en nuestra vida si somos incapaces de vivir plenamente la Resurrección que llega tras el dolor? Por eso lo primero que tenemos que hacer es cambiar el sentido de este día. El Viernes Santo no es día de dolor, es día de ESPERANZA, día de FE.

Viernes Santo, pues, día de transformación, oportunidad de avance. Día para adentrarnos en la Pasión del Señor y leerla en clave de Amor. En ella encontramos ciertos momentos que podemos resaltar y que debemos reflexionar.
Empecemos por esa afirmación de Pilato: «He aquí al hombre”. Curiosamente, ese “hombre” es el ejemplo de perso¬na que los cristianos seguimos. Ese hombre golpeado, torturado, crucificado, se ha convertido en ejemplo a seguir por todos nosotros, o al menos, debería haberse convertido en ese ejemplo. Ese hombre ha pasado entre nosotros haciendo el bien, ha curado enfermos, realizado el milagro de compartir para que a nadie le faltara, siempre ha tenido una palabra de con¬suelo y esperanza para los apenados y tristes, ha acogido a los niños y consolado a las viudas... ¡Ese hombre lo ha dado todo por todos siempre sin pedir nada a cambio! Ese hombre es ¡Jesús de Nazaret!
Y a ese Jesús de Nazaret, el pueblo manipulado por el poder religioso y las autoridades civi¬les lo han condenado a morir en la cruz. La injusta muerte del justo. Una muerte que debería llevarnos a reflexionar ¿qué pecados míos llevan a Cristo en la Cruz? ¿Qué actitudes mías crucifican, cada día, a quien tanto me ama?

Pero, además, no sé si os habéis parado a pensar alguna vez, yo lo he hecho estos días, tengo que admitirlo: ¿hay mayor dolor que sentirte abandonado por los tuyos, los amigos que han compartido contigo, sentado en la misma mesa y comido el mismo pan, ser traicionado y tres veces negado?  Jesús no sólo muere inocentemente, sino que, además, muere abandonado por los suyos. Al pie de la cruz sólo quedan María, su madre y Juan, el discípulo amado ¡Qué tristeza verte abandonado por los tuyos!

¿Dónde está Dios? Podemos pensar en estos momentos. ¿Dónde está Aquél que no nos abandona nunca? ¿Por qué no habla? ¡Su Hijo está muriendo inocentemente! ¡El mundo está viviendo en la actualidad un “Viernes Santo” continuo por una pandemia hasta ahora desconocida… ¿dónde está mí Dios? ¿Habla? ¿No habla? ¿Le escucho?

¡Es verdad! ¡ESPERAMOS UNA PALABRA DE DIOS! una palabra de fortaleza, de ánimo, de esperanza. ¿Cómo permitir esa muerte del justo? ¿Cómo permitir la muerte de miles de personas cada día?
Sin embargo, Él estaba en la cruz de Jesús de Nazaret. Como estaba con Él cuando hacía milagros, cuando curaba enfermos, etc., pues en la cruz también está; porque Dios no es el Dios que abandona, no guarda silencio, sino que habla en Jesús, nos habla de fidelidad a un proyec¬to, de amor que se entrega, de gratuidad, de generosidad, nos habla de solidaridad, nos habla de amor a la humanidad. Dios grita «tengo sed», que no de agua sino de justicia, de paz y fraternidad; Dios grita que «todo está cumplido» porque su propuesta ha sido llevada hasta el final, la entrega por amor.
¡NO! ¡DIOS NO SE CALLA! ¡DIOS NO GUARDA SILENCIO! ¡DIOS NO NOS ABANDONA JAMÁS! Es más, DIOS SIGUE HABLANDO. Y sigue hablando en la familia desalojada, sigue gritan¬do en las personas que duermen en la calle, en los ancianos que viven solos, en los enfermos terminales, los huérfanos, viudas, extranjeros. Sigue hablando en medio de esta pandemia, del parón y retroceso económico que estamos sufriendo. Sigue hablando en medio de esos sanitarios que se están dejando la vida por salvar la de los demás. En medios de esos trabajadores de supermercados que cada día se ponen en riesgo para que nosotros llenemos nuestras neveras. Sigue hablando en medio de los Cuerpos de Seguridad que velan por nuestra seguridad en medio de nuestro rechazo e incomprensión. DIOS SIGUE HABLANDO… Y NOSOTROS HACIÉNDONOS, EN MUCHAS OCASIONES, LOS SORDOS ANTE SU MENSAJE.
   
En Jesús de Nazaret, Dios nos grita constantemente, Dios no nos abandona jamás, incluso en momentos duros como estos. No puede ser que el poder de la tiniebla o del pecado venza la obra del Señor en Jesús. Dios no lo va a permitir y por eso nos va a seguir hablando día tras día. Solo falta preguntarnos si nosotros queremos escucharlo.

Viernes santo de dolor, puede ser por tradición, pero, sobre todo, VIERNES SANTO DE LA EXPECTATIVA, DE LA ESPERANZA, con el corazón en vilo, alerta, esperando una palabra que cambie el rumbo de la his¬toria: la nuestra y la de la humanidad. Dios tiene que hablar porque el amor nunca guarda silencio. Nuestros oídos deben escuchar, nuestro corazón acoger y nuestra vida testimoniar esa Palabra, porque el AMOR NO PUEDE NUNCA QUEDARSE QUIETO NI SER CORRESPONDIDO.

    RECUERDA:
    Hoy celebramos VIERNES SANTO. El día que debe cambiar el rumbo de nuestro corazón, de nuestra historia y de nuestra vida.
   
1.- ¿Cómo voy viviendo este camino de Semana Santa hacia el Gólgota acompañando a Jesús?
2.- ¿Cómo vivo yo el Viernes Santo y todo lo que él se experimenta?
3.- ¿Qué actos míos crucifican a Cristo cada día?
4.- ¿Me quedo con Cristo en la Cruz o lo abandono? ¿Acojo mi Cruz con la misma entrega y espíritu con el que Cristo acogió la suya sin ser merecedor de ella?

¡Ayúdame, Señor, contemplar a Jesús en todos los crucificados de hoy! ¡Ayúdame, Señor, a comprometerme con la justicia, la paz y la integridad de la creación!



DESCARGA