1 DE MAYO DE 2020
VIERNES III DEL TIEMPO
DE PASCUA
CICLO A
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Juan (Jn. 6, 52-59)
“Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”
En aquel tiempo, disputaban los judíos
entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y
yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo:
no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga,
cuando enseñaba en Cafarnaún.
¡Buenos días!
Día número cuarenta y siete de confinamiento.
¡AVANZAMOS! Ya queda un día menos. Además, acabamos el mes de abril, último día
de este mes que hemos pasado completamente confinados. Todo va a ser para bien,
así que no debe de malhumorarnos todo el esfuerzo que estamos haciendo estos
días. Por lo que podemos ver, ya va tomando forma la nueva forma de vida que
vamos a ir llevando hasta que tengamos la vacuna o el tratamiento que nos ayude
a no ser presas fáciles de esta enfermedad. Ahora debemos poner todo el sentido
común que la mayoría hemos demostrado en este confinamiento y acostumbrarnos a
mantener distancia social, evitar los saludos, las aglomeraciones y demás. Este
nuevo estilo de vida, nos guste más o menos, nos ayudará a no caer enfermos y a
no contagiar a los demás. Así que todos tenemos que aprender a esta nueva forma
de vida. Ni mejor ni peor, sino diferente.
Como siempre digo, pidamos y oremos por todos
los fallecidos, familiares y amigos que tan mal lo están pasando. Y por todos
aquellos que ponen en riesgo su vida trabajando sin descanso en estos días.
Continuamos con el extenso discurso, por
parte de Jesús, del “Pan de Vida”. Un discurso que es bellísimo y que
deberíamos releer cada día. Un discurso en el que nos recuerda lo importante que
es Jesús para nosotros, o que debería serlo. Hoy se define como “verdadera
comida y verdadera bebida” de manera que “quien come su Cuerpo y bebe su Sangre
no morirá”, nunca más tendrá hambre ni sed. Hoy es un día maravilloso para
darle gracias a Dios por el sacramento de la Eucaristía, por ese memorial que
nos dejó para que nosotros, cada día, podamos alimentarnos de aquel que vino al
mundo para nuestra salvación. Memorial que nos dejó para alimentar nuestra fe y
poder vivir, siendo uno, con quien sabemos bien nos ama: Dios. ¿No es magnífico
poder vivir unidos a Dios cada día gracias a la Eucaristía?
Ciertamente
alguien puede estar pensando: “sí, lo es. Pero nosotros llevamos mucho tiempo
por culpa de la pandemia sin poder comulgar”.
Es cierto, pero hemos podido celebrarla desde
la tele, desde la radio, quizá desde internet y algunas redes sociales. Nos ha
faltado la Eucaristía “material” pero nos hemos ejercitado en algo a lo que no
hemos sabido darle importancia, quizá por la falta de necesidad hasta este
momento: la Comunión Espiritual. Esa comunión que nos sigue uniendo a Cristo y
nos mantiene siendo uno con Él.
Pero
no nos quedemos en lamentos que no nos llevan a ningún sitio. Avancemos, porque
hemos afirmado que “el cuerpo y la sangre de Cristo son verdadera comida y
verdadera bebida” ¿lo vivimos así? ¿Francamente nos alimentamos de Dios? Ya
estamos dando un paso más allá en este discurso. Ya no nos quedamos con el pan
que ponemos en las mesas de nuestra casa cada día, gracias a Dios. Ahora hablamos
del “pan espiritual”. ¿Es Cristo mi alimento o busco otros alimentos que poco o
nada tienen que ver con él?
Podemos hablar del alimento de la vanidad, de
la soberbia, de mi egoísmo, de mis idolatrías, de mi afán de protagonismo… Del
alimento de la avaricia y la codicia, de la buena fama por encima de los
intereses de los demás, de mis propios beneficios… en definitiva de todo
aquello que aflora en nuestra vida a causa de nuestros pecados y que pensando
que nos pueden acercar a Dios no sólo nos distancian cada día más de él, sino
también de todos aquellos que nos rodean haciéndonos personas que miran,
únicamente, por sus propios anhelos y beneficios.
Por
todo esto es importante que en día de Pascua, donde estamos celebrando la
entrega amorosa de Dios a cada uno de nosotros y, donde además, celebramos su
Resurrección nos preguntemos cómo vivimos nosotros su presencia en nuestra
vida. Si vivimos unidos a Él o por el contrario nos unimos cuando las
circunstancias nos mueven a ello por mero interés o necesidad. “El que come mi
carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él… el que me come vivirá por mí…
y vivirá para siempre”. Este es el “truco” para no alejarnos de Cristo. Vivir
plenamente, con las manos y el corazón llenos de amor, de humildad y sencillez
la Eucaristía, el gran regalo que nos ha dejado en nuestra vida.
La eucaristía, instituida por Jesús en el
primer Jueves Santo de la historia, es la prueba clara de lo mucho que nos ama.
Ahí nos regala su presencia, su cuerpo entregado y su sangre derramada. Podemos
pedirle que creamos sus palabras, sus hechos, y que le correspondamos amándole
con toda la intensidad de nuestro corazón.
RECUERDA:
Participar
en la Eucaristía es un acto de identificación con Jesús y con su proyecto. Es
hacerse uno con él y con la voluntad de Dios. Por eso, nunca puede ser una
evasión, sino que la Eucaristía debe ser un compromiso con Dios y un envío
agradecido a hacerlo presente en nuestra vida. Por eso, el lenguaje del
Evangelio es una Buena Noticia exigente con una profunda capacidad de
desinstalación, de sacarnos de nuestras zonas de confort para ponernos en
camino. Es por todo esto por lo que tenemos que saber vivir nuestra entrega no
sólo como un empeño personal sino, también, como una gracia. Como la posibilidad
de abrirnos con confianza a Dios y de abandonarnos a su Espíritu porque es él
el que nos da la vida y nos capacita más allá de nuestras propias fuerzas.
1.- ¿Cómo estoy viviendo este tiempo de
Pascua?
2.- ¿Cuál es el alimento de mi espíritu?
3.- ¿Cómo vivo yo la Eucaristía? ¿Cómo hago
que la vivan los demás?
¡Ayúdame, Señor, a vivir abierto a la
desinstalación del Evangelio!