12 DE MAYO DE 2020
MARTES V DEL TIEMPO DE
PASCUA
CICLO A
¡Paz
y bien!
Del
Santo Evangelio según san Juan (Jn. 14, 27, 31a)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la
doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me
habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os
alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho
ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues
se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es
necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me
ha ordenado, así actúo yo».
Día
número cincuenta y nueve de confinamiento. No desfallezcamos, por favor, no
desfallezcamos. No nos dejemos turbar por la situación, por las noticias que
nos llegan, etc, etc. No hay mejor manera de salir de esta situación que
rezando y viviendo unidos a Cristo. Él hará justicia, no me cabe duda, y la
hará desde el Amor. Ese amor al que nos tiene acostumbrado y que con mano recta
nos hace darnos cuenta de nuestros fallos y errores, esa mano derecha pero
amorosa que agita nuestras conciencias. No caigamos en la crispación ni en el
desánimo y , sobre todo, no perdamos ni la paz ni el amor por todos los que nos
rodean.
Por eso pidámosle como cada
día por todos aquellos que han fallecido, por sus familiares y amigos. Por los
que están en puestos de trabajo difíciles, por los que se han quedado en el
paro, por los que pasan necesidad y, también, porqué no, por nosotros para que
el Señor nos dé la fuerza necesaria para seguir adelante.
Nos adentramos en el día de hoy en lo que se llama
tradicionalmente el Discurso de despedida de Jesús. Jesús es consciente de lo
que su radical seguimiento a Dios le va a reportar, sabe que si este
seguimiento no se desquebraja le espera en poco tiempo la muerte. Y Jesús no
quiere que su despedida deje tristes a sus discípulos, él, una vez más, se
preocupa por los demás antes que de sí mismo y trata de tranquilizar a sus
apóstoles con este bello discurso de despedida. Discurso que tiene una
constante a lo largo del mismo: la Paz. ¿No es hermosos que todo un Dios hecho
hombre nos deje como herencia la Paz? ¿Hay algo más bello que la Paz?
Como digo, podemos ver de una manera clara que Jesús quiere
darles ánimos a sus discípulos ante su injusta muerte y ante su desaparición
terrena después de su resurrección. Cristo sabe, sobradamente, que la fe de sus
apóstoles es débil y que tal acontecimiento puede hacer que se también los
cimientos de sus vidas. Cristo sabe que, también, nosotros somos débiles y por
eso quiere dejarnos claras varias cosas en este discurso: por un lado, su
cercanía con todos y cada uno de nosotros, Dios no nos va a abandonar jamás. Y,
por otra parte, Jesús quiere y así lo desea que nos quedemos en PAZ.
Su
etapa en la tierra va a finalizar, pero les deja y nos deja su paz, Una paz muy
distinta a la que puede ofrecernos cualquier persona humana.
Con un maravilloso juego de
palabras nos recuerda que se va, pero no se va: “Me voy y vuelvo a vuestro
lado”. ¿Qué nos está queriendo decir con esta expresión? Jesús quiere dejar
claro que no nos deja huérfanos y, como decía anteriormente, que no nos
abandona jamás. Es cierto que su presencia constante será distinta, pero sigue
siendo una realidad: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la
consumación de los siglos”. ¿No es esperanzador saber que Dios no nos abandona
nunca? Acaso tú ¿te sientes abandonado por Dios? Si has tenido ese pensamiento
¿no será que has puesto tu confianza en algo externo a Él? ¿No será que confías
más en tus propias fuerzas, en el dinero, en tu fama, en tu “yo”, en los demás…
que en el propio Dios? ¿No será que sólo lo tienes como algo recurrente en tu
vida ante una necesidad y no como la fuente de tus acciones y la meta de las
mismas? En un corazón cristiano no cabe la soledad afectiva. El cristiano nunca
está solo y siempre tiene a Alguien que le demuestra de mil maneras su amor, en
los momentos fáciles y en los momentos en los que “hay que pasar mucho” para
vivir la buena noticia de Jesús, ese alguien que no nos abandona es Dios ¿por
qué no le vemos?
Pero, además, Cristo nos deja la Paz. La segunda cosa que
quería resaltar de este evangelio de hoy. Una paz que no podemos confundir con
tranquilidad. Parece que vivir tranquilo, sin problemas, guerras o enfermedades
es vivir en paz y no; eso es vivir en tranquilidad, pero nuestro interior puede
vivir el desasosiego. La paz que Jesús ofrece llega por otro camino y,
curiosamente, se puede conjugar con la intranquilidad.
La paz de Jesús tiene más
sentido de seguridad interior. Procede de saberse amados y reconciliados con
Dios. Esa es la paz que Jesús nos ofrece. Es la seguridad de la permanencia de
Cristo, por su espíritu, entre nosotros. Por eso, su partida no debe provocar
en sus discípulos inquietud, tristeza, desazón; porque no nos quedamos solos.
Una persona amada y perdonada por Cristo no está sola. Su paz puede traer
intranquilidad (sobre todo cuando cuestiona nuestra manera de actuar con Él y
con los demás), pero debe traer alegría, paz, porque Jesús va a la gloria del
Padre de donde nos llegarán a sus seguidores todas las bendiciones. Esa paz
interior tiene relación con la conciencia. Cuando ella no nos acusa, brota la
paz que nace de saber que estamos en amistad con Dios. Y como consecuencia de
esa amistad surge en nosotros su paz.
El
evangelio, una vez más, nos llama a confiar en Jesús y tener presente sus
palabras. Vivir con Él es vivir en paz. Una paz mucho más plena y auténtica que
la que puede ofrecernos el mundo. La paz es resultado de una fidelidad sincera
con Él. ¿Es ésta la paz que vivimos? ¿nos sentimos amados, perdonados y
acompañados por Cristo? No olvidemos que, como seguidores de Jesús, nos
corresponde expandir esa paz, si nosotros disfrutamos de ella es preciso que
todos puedan acceder a ella. ¿Qué necesitas para vivir la Paz de Dios?
RECUERDA:
El
testamento espiritual de Jesús así como su resurrección son un mensaje de paz
porque la experiencia de encuentro con él es fuente de reconciliación con uno
mismo, con los demás y con Dios. Por eso la paz, inspirada en el Evangelio, no
es la ausencia de conflictos ni el aguante sacrificial, sino que brota de la
misericordia y el perdón y se expresa en el compromiso con la justicia. La paz
evangélica requiere el cuidado de nuestras actitudes internas para afrontar el
mal. Por que el mal y la violencia existen, no se trata de negarlos, sino de
afrontarlos desde el amor, al modo de Jesús, con un corazón que no busca
revancha sino reconciliación. Su intimidad con el Padre y su proyecto amoroso
es lo que hace que Jesús sea el profeta de la paz, aún cuando él mismo va a ser
víctima de la violencia y d e la injusticia.
1.-
¿Cómo estoy viviendo este tiempo de Pascua?
2.- ¿Vivo
en mi día a día la paz de Dios?
3.- ¿Llevo
al mundo la paz de Dios que yo disfruto?
4.-
¿Qué necesito para vivir esa paz de Dios?
¡Ayúdame,
Señor, a no dejarme paralizar por miedos e
inseguridades, sino a ser testigo de que otro mundo es posible y necesario!